Todo pasó en pocos segundos: el coche se
lanzó apenas el semáforo pasó a verde y el transeúnte distraído, mirando la
pantalla de su celular, tuvo apenas el tiempo de echarse para atrás después de
haberse lanzado a la vía sin mirar si podía cruzar o no. Cuando dio el paso
para volver atrás, se tropezó y cayó sentado en el suelo. Obviamente, todos los
presentes y los transeúntes se le quedaron viendo, como si fuera la primera vez
que veían a alguien caerse en público.
Cuando Pedro se puso de pie, decidió caminar
más en dirección hacia su destino para luego intentar cruzar por otro lado. No
era una técnica para llegar más rápido ni nada por el estilo. Lo que quería era
salir de allí corriendo y que dejaran de mirarlo como si acabaran de salirle
tentáculos por los costados del cuerpo. La gente podía ser bastante
desagradable algunas veces: podía notar que algunos habían tratado de ahogar
una risa y otra sonreían tontamente, fracasando en su intento de parecer
normales.
Pedro se alejó del lugar y miró de nuevo la
pantalla del celular, esta vez caminando por donde debía y despacio, para no
tropezar. Se llevó una sorpresa bastante desagradable cuando se dio cuenta del
corte transversal que había en la pantalla del teléfono. No había estado ahí
hacía algunos minutos. Ahora que lo pensaba, Pedro había mandado las manos al
suelo para evitar caerse por completo, algo en lo que había fracasado. Pero en
una de las manos sostenía el celular. Eso explicaba el daño.
Suspiró y siguió mirando la información que le
habían enviado hacía apenas una hora, de pronto un poco más. Lo necesitaban de
urgencia en una empresa para que hiciera una presentación que ya otros habían
hecho miles de veces. El problema era que esos que habían hecho la presentación
en repetidas ocasiones no estaban disponibles y por eso le habían avisado a él,
en su día libre, para que fuera e hiciera la presentación en nombre de la
empresa para la que trabajaba como independiente.
A veces salían con sorpresas de ese estilo,
haciéndolo viajar por toda la ciudad solo para demorarse una hora o a veces
incluso menos en un sitio. Era bastante fastidioso como trabajo pero la verdad
era que no había encontrado nada más disponible y sabía que su familia ya lo
miraba de cierta manera al verlo todos los días en casa. No que las cosas
cambiaran mucho porque todavía seguía en casa casi todos los días, pero al
menos ahora podía mencionar que tenía un trabajo y que había algún tipo de
ingreso después de todo. Lo único malo, ver pésimo, era ese horario “sorpresa”.
Tontamente, se había bajado muy antes del bus
y ahora tenía que caminar un buen trecho para poder llegar al edificio que
estaba buscando. Estaba en una de las zonas más pudientes de la ciudad, no tan
cerca de su casa. Había varios edificios de oficinas y muchos comercios de los
que cobran por entrar a mirar. Los pocos edificios residenciales eran bastante
altos y parecían un poco estériles, como sin gracia. Nunca había entrado a uno
de esos pero estaba seguro de que eran muy fríos.
Se guardó el celular, pensando en que ahora
debía ahorrar también para comprarse uno nuevo. Caminaba ahora mirando su
alrededor, lo que hacían las personas a esa hora del día, la hora del almuerzo.
La gente se comportaba como abejas, había enjambres de seres humanos yendo y
viniendo por todas partes. Había quienes iban a almorzar y otros iban
precisamente a eso. Pero también estaban aquellos que van y vienen con papeles
en la mano, con una expresión de urgencia en el rostro.
Esos personajes eran de los que tenían que
usar el poco tiempo que tenían “libre” para poder hacer varias cosas que no
podían hacer en otro momento del día. Así era como iban al banco, a oficinas
del gobierno, a pedir documentos de un sitio para llevarlos a otro. En fin, la
gente usa el tiempo como puede y sabe que tenerlo es un privilegio. Para Pedro
era extraño porque él no tenía ese tipo de responsabilidades, no tenía ninguna
razón para comportarse como ellos pero, al fin y al cabo, él era un tipo de
horarios.
Llegó por fin a otro cruce de la avenida y por
fin pudo cruzarla sin contratiempos. Ahora debía seguir un poco más y luego
girar a la derecha para buscar un edificio de oficinas que había visto en una
foto antes de salir. Siempre verificaba las direcciones porque no le gustaba
tener que llegar a un lugar casi adivinando. Se sentía perdido y tonto cuando
hacía eso, lo que era ridículo e innecesario porque hoy en día hay innumerables
herramientas para saber donde queda cualquier cosa.
Menos mal, pensó Pedro, había salido con
tiempo de la casa. No solo porque el transporte iba a tomarse su tiempo en
llegar a la parada y luego en recorrer la ciudad hasta el punto deseado, sino
porque era mejor prevenir cualquier inconveniente e imprevisto, como el de
bajarse antes del bus por no estar pendiente de las cosas. Y es que por estar
revisando la estúpida presentación, pensó que el lugar al que había llegado era
su destino y no lo era. Desde que había salido de su casa no hacía sino repasar
y repasar lo que debía decir pero era difícil porque no era algo que conociera
de siempre.
De hecho, caminando ya con el celular
guardado, se dio cuenta que todavía no estaba muy seguro de cómo debía de
proceder. El hecho de que la mayoría de las personas allí serían mayores
tampoco ayudaba mucho a tranquilizarlo. Le gustaba más cuando debía de hacer
trabajos con personas de su edad e incluso con menores que él o niños. Sentía
en esos caso que, por perdido que estuviese, podía navegar el momento para
salir airoso de cualquier situación. Pero los adultos de verdad eran otra cosa.
Casi siempre venían a la sala de juntas, o
donde fuese la presentación o taller, con una cara de tragedia que no quitaban
de sus caras en todo el tiempo que se quedaban allí. Eran peor que los niños en
ese sentido, puesto que los niños al menos sienten curiosidad cuando se les
estimula con ciertas palabras o juegos. Los adultos, en cambio, ya no tienen
esa gana de querer conocer cosas nuevas y entender el mundo que los rodea,
incluso cuando cierto conocimiento puede significar más dinero para ellos.
Cuando por fin llegó al edificio de oficinas,
Pedro miró su celular. Había llegado faltando pocos minutos para la hora, como
de costumbre. Dio la información necesaria para entrar y en pocos minutos
estaba instalándose en una pequeña habitación con una mesa larga que podía
sentar unas catorce personas. Estaba nervioso, moviendo el contenido de su
mochila de un lado a otro pero sin sacar nada y, por aún, sin saber porqué lo
estaba haciendo, cual era la finalidad de hacerlo.
Entonces empezaron a entrar. Primero fueron un
par, luego otros más y luego todo el resto en una tromba llena de murmullos y
palabras que no sonaban completas. Todos estaban vestidos de manera muy formal
y él tenía jeans y una chaqueta de un color que parecía desentonar en ese
ambiente. Conectó su portátil a un proyector y empezó la presentación que le
habían encomendado. Tuvo que ir mirando algunos puntos en el celular y otros
los improvisó un poco, lo mismo que hizo al final con las preguntas de los
participantes.
Por un momento, creyó que ellos se habían dado
cuenta de su poca experiencia con el material. Sintió miradas y casi pudo jurar
que había escuchado palabras en su contra, pero al poco tiempo todos se habían
ido y él ya estaba bajando al nivel de la calle en el ascensor.
Ya afuera, pudo respirar como si fuera la
primera vez. Entonces se dio cuenta de que ya podía volver a casa, a pesar de
eso significar otro largo viaje en un bus. En todo caso, ya no importaba. Había
sobrevivido otro día de trabajo y seguro sobreviviría otros más.