Estar enfermo tiene un sabor. Es algo raro y
francamente asqueroso de decir pero así es. Cuando algo raro pasa en el cuerpo,
todo reacciona. Incluso se dice que hay gente que puede oler enfermedad en
otros pero eso es más mito que nada, puesto que los seres humanos tiene un
sistema olfatorio bastante pobre. Sin embargo, nuestro sentido del gusto es de
lo más avanzado que hay en la naturaleza y por eso nos sirve tanto en la vida.
El caso es que podemos saborear un malestar.
Ese fue el sabor que tuvo Rafa desde el primer
momento del día. Se había despertado bien temprano, como todos los días desde
hacía unos veinte años. Se duchó rápidamente y mientras se estaba poniendo la
ropa del día fue cuando sintió el sabor en su boca. Fue tal el gusto extraño
que decidió cepillarse los dientes antes y después de desayunar, cosa que no
hizo ninguna diferencia. El sabor permaneció durante horas, mientras llegaba en
bus a su lugar de trabajo y durante toda la mañana.
Trabajaba en uno de esos centros de recepción
de llamadas en los que ayuda con varias cosas a personas al otro lado del
mundo. Era un trabajo francamente cansino pero no pagaba mal y era lo único que
Rafa había podido conseguir después de salir de la universidad. Era un poco
molesto oír las voces de cientos de personas hablar al mismo tiempo. Por eso le
gustaba bastante la idea de la compañía de proporcionar auriculares que
cancelaran el ruido e hicieran de concentrarse una tarea más fácil.
Ese día se levantó de su puesto apenas pudo y
corrió a la cafetería por uno de esos cafés insípidos de máquina automática.
Podía tomar uno más fresco pero había gente haciendo fila y no quería dejar el
puesto demasiado tiempo solo. Era bien sabido que los supervisores se la
pasaban todo el día rondando por cada piso y si no veían a uno de los
trabajadores en su puesto, lo anotaban. Se iban a acumulando algo así como
puntos en contra. Después de cierta cantidad de infracciones, la persona era
despedida.
Rafa no tenía ninguna. Siempre había llegado
temprano, incluso los días en los que había menos carga, y se iba siempre
después de la hora marcada para evitar cualquier problema. Era una vida
repetitiva y francamente aburridora pero era la que tenía y no podía quejarse.
Podía estar peor y suponía que había que agradecer que las cosas le hubiesen
ido mejor que a muchos. Claro que quería mucho más para su vida pero todo eso
estaba fuera de su alcance por ahora, muy lejos de donde estaba en ese momento
de su vida. Tal vez en algún momento pero no entonces.
El café de la máquina salió hirviendo pero así
se lo tomó el joven, quemándose la lengua mientras subía lo más rápido que
podía las escaleras para volver a su puesto de trabajo lo más pronto posible.
Sabía que ya casi era una hora en punto y ese era el momento que con frecuencia
usaban los supervisores para pasarse por cada piso revisando los puestos y el
rendimiento general de los trabajadores. Por eso apuró el paso todo lo que pudo
y llegó a su puesto de trabajo en el momento justo.
Tomó lo último del pequeño vaso de papel y lo
tiró en un cesto debajo de su escritorio. Mientras veía a una mujer algo mayor
que él acercarse, se dio cuenta de que el gusto en la boca seguía. Peor aún,
ahora se sentía más fuerte que antes y fue más fácil determinar que debía estar
enfermo. Fue como invocar un demonio o algo por el estilo porque justo en ese
momento empezó a sentir la nariz congestionada y un escalofrío que le recorrió
la espalda desde la base del cuello hasta bien abajo.
Su piel se erizó justo cuando la supervisora
llegó a su cubículo. La mujer lo miró detenidamente y él le sonrió, pues no
supo que más hacer en el momento. Sin embargo, agachó la cabeza rápidamente y
contestó uno de las millones de llamadas que ese edificio recibía al día. Así
prosiguió la tarde y, a medida que pasaban las horas, se empezó a sentir cada
vez peor. La congestión nasal era cada vez peor, tanto que tuvo que sacar una
caja de pañuelos que nunca usaba para poder trabajar bien.
Horas antes de salir hacia su hogar, estornudó
con tal fuerza que varios de sus compañeros se levantaron y preguntaron por
encima de la separación existente si estaba bien. Era obvio que no porque su
cara ahora estaba muy pálida y su semblante parecía haber desmejorado en
cuestión de segundos. Por primera vez en su tiempo de trabajo en esa empresa,
decidió salir un poco antes. En parte para evitar el montón de personas que
salían a la vez, pero también para evitar la congestión en el transporte.
Salir antes no importó mucho. Tuvo que ir en
el bus como si fuera una sardina enlatada. Era horrible puesto que tenía que
retener sus estornudos. La boca y la garganta se fueron secando y cuando
faltaba poco para su parada, Rafa empezó a toser con mucha fuerza. Se tapó como
pudo pero las personas a su alrededor lo miraban como si estuviese loco o algo
parecido. Era como si ninguno de ellos jamás hubiese sufrido de un virus
contagioso como el que él obviamente tenía adentro. Se bajó antes de lo debido
porque estaba cansado de todo, solo quería acostarse en su cama.
Llegó unos quince minutos después, más cansado
de lo normal y sin ganas de hacer nada. Sin embargo, pensó que no sería mala
idea comer algo antes de acostarse. Cocinar no era algo que le gustara pero lo
hacía porque salía más barato llevar comida hecha en casa al trabajo que
ponerse a comprar todos los días en la cafetería de la empresa. Pero no quería
esforzarse demasiado, así que solo se hizo un sándwich con papas fritas de un
paquete que alguien le había regalado en el supermercado.
Se sirvió un vaso grande de jugo de naranja y
confió que le sirviera de algo. Comió todo en unos minutos, parado en la cocina
y luego fue derecho a la cama. Se quitó la ropa, la tiró al piso y tomó la
pijama que ya debía de ser lavada. Pero en ese momento eso no le importó. Apagó
la luz y se acostó sin más. Cerró los ojos y empezó a caer en el sueño cuando
recordó que al otro día tenía que trabajar. El pensamiento le fastidió bastante
pero, por suerte, el sueño fue más fuerte.
Cuando despertó al otro día, el sabor que
tenía en la boca era el peor que había sentido en su vida. Era difícil describir
el sabor pero lo que sí sabía era que no era nada bueno. Era algo asqueroso.
Ese análisis lo hizo todavía en cama, sin mover un solo musculo. La verdad es
que todo el cuerpo le dolía bastante y no tenía ganas ni ánimos para moverse.
Sin embargo, movió la mano para poder tomar su celular. Era muy temprano,
faltaba todavía una hora para levantarse e ir al trabajo.
El pensamiento le dio mucho fastidio. Había
estado haciendo lo mismo por años y la verdad era que todavía no había notado
ninguna remuneración de parte de la vida por siempre seguir al pie de la letra
las reglas y los horarios y todo lo que había que hacer. Había estudiado como
loco y luego había trabajado como nadie antes. Sin embargo, no tenía nada que
mostrar de todo ese esfuerzo. Era como si todo lo que hiciese fuera en vano, no
importa que acciones tomara.
El sabor en su boca era cada vez peor. Se
levantó algo fastidiado de la cama y caminó a la cocina. Se sirvió más jugo de
naranja. Mientras bebía, miró la ventana de su pequeña sala y se dio cuenta que
algunas gotas empezaban a caer con fuerza contra el vidrio.
Sin hacer mucho alboroto, volvió a su cuarto
en penumbra. Apagó el celular, dejó el vaso de jugo medio lleno en la mesita de
noche y se metió a la cama rápidamente. Su último pensamiento antes de quedarse
dormido fue que estar enfermo podía ser lo que necesitara justo en ese momento
de su vida.