El río parecía hecho de cristal. Solo se
partía en el lugar donde la canoa lo atravesaba pero en ningún otro lado. El
guía había nombrado varias de las criaturas que al parecer reinaban bajo la
superficie, justo antes de embarcar. Decía que era un lugar lleno de
naturaleza, en el que cualquier pequeño rincón estaba lleno hasta arriba de
múltiples formas de vida, algunas tan sorprendentes que seguramente quedaríamos
con la boca abierta por varios minutos. Pero desde entonces, no habíamos visto
nada.
Llevábamos más de una hora en la canoa,
viajando río arriba a una velocidad constante bastante buena. De hecho, ya
estábamos muy lejos del lugar donde habíamos parado a comer. El almuerzo había
consistido en pescado blanco a las brasas y algo de fruta por dentro, una fruta
muy dulce y llena de pulpa. Eso iba acompañado de una bebida embotellada,
puesto que los indígenas habían tomado un gusto muy especial por las bebidas
carbonatadas del hombre blanco. Esa había sido la comida, rico pero no muy
sustancioso.
Por alguna razón, Robert tenía más hambre
después de comer. Al ser uno de esos gringos de huesos anchos, estaba más que
acostumbrado a grandes porciones de comida y ese pescado no había sido ni un
tercio de lo que él se comía a diario a esa hora. Su estomago rugió y rompió el
silencio en la canoa. Todos los oyeron pero nadie dijo nada, tal vez porque
cada uno estaba demasiado absorto mirando como la selva pasaba allá lejos, a
ambos lados, tan silenciosa como el río.
Adela, quién había invitado a Robert a la
expedición, estuvo tentada a meter la mano en el río pero el guía les había
advertido la presencia de pirañas y eso era más que suficiente para disuadirla
de hacer cualquier cosa inapropiada. Hubiese querido saltar por la borda y
refrescarse un rato. Aunque lo que Robert tenía era hambre, a juzgar por el
ladrido de su estomago, Adela lo que tenía era un calor sofocante que no
lograba quitarse de encima. De golpe, se quitó la blusa para quedarse solo en
sostén.
El guía la miró un momento pero ya había visto
tantas mujeres blancas haciendo lo mismo que era casi algo de esperarse. Él, en
cambio, vestía el pantalón corto y la camisa de todos los días, con un sombrero
que un visitante le había regalado hace años y que al parecer lo hacía verse
como uno de esos guías de las películas de aventura. Se hacía llamar Indy, por
las películas del afamado arqueólogo. Su nombre real no lo decía nunca a los
turistas, puesto que los mayores de su tribu siempre les habían aconsejado
guardar el idioma propio para si mismos.
El grupo lo cerraban Antonio y Juan José. Eran
dos científicos bastante conocidos en la zona, sobre todo desde hacía algunos
meses en los que habían vuelto de la parte más densa de la selva con diez
nuevas especies descubiertas. Se habían quedado allí, internados en lo más
oscuro y recóndito, por un mes entero. Estaban acostumbrados a comer poco y al
inusual silencio de esos largos paseos en canoa. Conocían bien a Indy y sabían
su nombre, pero respetaban sus tradiciones.
A Robert lo habían invitado después de haberlo
conocido en una conferencia de biología. El gringo no era biólogo sino químico
pero les había dicho de su interés por visitar la selva alguna vez. Ellos lo
arreglaron todo y el no tuvo más remedio sino aceptar su propuesta. Adela era
una amiga botánica que todos tenían en común y que admiraban profundamente por
su estudio de varias plantas selváticas en medios controlados. Rara vez se
internaba en la selva, puesto que odiaba viajar en avión.
Indy los sacó a todos de sus pensamientos
cuando dejó salir un grito ahogado. Hizo que la canoa fuera más despacio y
todos miraron hacia donde él tenía dirigida la vista. Lo que vieron era lo peor
que podría pasar en ese lugar: un incendio de grandes proporciones emanaba humo
a grandes cantidades hacia el cielo. Se podían ver unas pocas llamas pero casi
todas se ocultaban detrás de la espesura, que seguro sería consumida con
celeridad si no llovía pronto. A juzgar por el cielo, el agua no vendría en
días.
De repente, una explosión bastante fuerte retumbo
en la selva y terminó de romper el silencio. Una bola de fuego enorme pareció
salir de las entrañas de la jungla y se elevó por encima de sus cabezas hasta
deshacerse bien arriba. Nada explota en la selva sin razón. Por eso estaba
claro para todos en la canoa que no se trataba de un incendio controlado o
accidental sino de algo hecho a propósito. Los músculos de todos se tensaron,
tratando de ver algún indicio de lo que tenían en mente.
Lamentablemente, se dieron cuenta tarde de que
una lancha había salido de la orilla del incendio y se dirigía a gran velocidad
hacia ellos. Indy aceleró el ritmo, tratando de dejar atrás a la otra
embarcación. Pero la verdad era que el aparato que los perseguía era mucho más
moderno y tenía seguramente uno de esos motores que parece no cansarse con
nada. En poco tiempo los tuvieron a un lado y se dieron cuenta, para su
sorpresa, de que los hombres no llevaban armas ni los amenazaban. Al contrario,
los pasajeros del barco rápido los alentaban a seguir adelante, sin detenerse.
En esas estuvieron unos veinte minutos, hasta
que en la lejanía se dejó de escuchar el ruido de los animales en la selva y se
dejó de ver la fumarola de humo que se desprendía del incendio en la base de
los árboles. Indy bajó la velocidad y lo mismo hicieron los del bote rápido que
había recorrido junto a ellos un tramo largo del río, que ahora se veía mucho
menos ancho que antes. Antes de cruzar palabra con los otros, notaron que el
sol estaba bajando y que no faltaba mucho para que estuviesen sumidos en la
oscuridad.
En el otro barco había solo hombres, lo que
inquietó mucho a Adela. No era la primera vez que era la única mujer en un
lugar, pero siempre se ponía muy a la defensiva en situaciones así. Conocía a
Juan José y Antonio, una pareja de científicos que todo el mundo admiraba y
quería. E Indy era como un hermano. Robert… Bueno, la verdad no creía que
Robert fuese alguien de quién tener miedo. Pero esos hombres eran extraños y
tenía que estar preparada, sin importar sus intenciones.
Se presentaron como científicos, miembros de
un grupo especial enviado por la Organización Mundial de la Salud. Según ellos,
habían estado en un bunker construido especialmente para ellos, sintetizando
varios medicamentos utilizando como base varios tipos de plantas de la selva.
Sin embargo, de un momento a otro habían sido atacado por un grupo enmascarado,
que no había dicho una sola palabra antes de empezar a lanzar bombas de
fabricación casera contra el bunker.
En ese momento comenzó el incendio. Los científicos
apenas tuvieron tiempo de pensar. Era tratar de apagar las llamas o correr,
puesto que los enmascarados parecían preparar un tipo de arma mucho más
convencional para tomar el control total de la situación. Fue entonces cuando
ocurrió la explosión: las llamas se mezclaron con los químicos dentro del
bunker y todo voló al cielo. No todo el equipo científico logró correr al barco
amarrado a la orilla y escapar. Frente al grupo de la canoa, solo había cuatro hombres.
Indy les preguntó sobre los enmascarados, si
sabían quienes podían ser y si habían muerto con la explosión. Al parecer, toda
la vestimenta era de color verde y habían visto al menos a uno apuntarles
después de arrancar el motor del barco en el que estaban.
Adela, Juan José, Antonio y Robert pidieron un
momento para hablar sobre qué hacer. Ellos iban a un recinto científico apartado.
¿Sería mejor llevarlos allí o devolverse al pueblo más cercano? La noche era inminente
y no ocultaba nada bueno ni para unos ni para otros.