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lunes, 24 de diciembre de 2018

Estábamos muertos


   Eran cómo triángulos, solo que volaban en silencio muy alto en el aire, como viendo que había debajo pero sin acercarse demasiado. Ramón no pudo sacar sus binoculares a tiempo para verlos más de cerca. La espesura del bosque nos protegía, así que no había caso en preocuparse por nada. Además, parecían ser naves de búsqueda y no bombarderos ni nada por el estilo. Sin embargo, había que ser cuidadoso. Nos quedamos quietos mientras los tres aviones triangulares surcaron el cielo. Desaparecieron de un momento a otro.

 Ramón me contó que el ejercito probaba desde hace años con tecnología de otros países, algo así como lo que les daban por regalar pedacitos del país a diestra y siniestra. Ya había varios campos fracturados por las máquinas para buscar gas y petróleo en áreas dónde nadie nunca había buscado antes. Me dijo que incluso era posible que los aviones estuviesen vigilando las zonas donde estaban esos puntos de extracción, y que nada tenía que ver con nosotros. Al fin y al cabo, puede que ni supieran de nosotros.

 Lo único que habíamos hecho era fingir nuestra desaparición, planeada por completo con todas las personas que conocíamos, las más cercanas en todo caso. Nos había llegado la noticia de que íbamos a ser arrestados, llevados a la cárcel sin juicio alguno. Era lo que ocurría en esos tiempos, sobre todo cuando se trataba de defender aquellas cosas por las que la gente ya ni peleaba. La mayoría quería ignorar todo lo que pasaba a su alrededor, pero nosotros estábamos hartos y queríamos hacer algo para hacerlos reaccionar.

 Se nos ocurrió perdernos. Pero no solo eso, sino perdernos con una ruta determinada, buscando los lugares que nadie quería que viéramos. Ya habíamos tomado fotos de las maquinarias en varios lugares y de los cráteres y fisuras en el suelo, que habían ya hecho un daño irreparable a los bosques y las demás áreas vírgenes del país. La idea era seguir así, con un perfil bajo, puesto que ninguno de ellos sabía que nosotros estábamos allí. No tenían porqué encontrarnos, puesto que no nos estaban buscando.

 Mi madre fue la que tuvo la idea de fingir nuestra muerte. Al comienzo, tengo que admitirlo, me pareció que la idea era un poco exagerada y que no era para tanto. Pero después ella empezó a explicar su plan, basado en algo que había visto en la televisión. Eso no fue lo que más me impactó, sino su pasión por lo que nosotros queríamos hacer. Estaba claro que solo seríamos Ramón y yo pero ella se encargó de que todos tuviesen esa misma pasión por nuestro proyecto y por eso terminamos ejecutando su idea. Y, hay que decirlo, fue un éxito rotundo. Para el resto del mundo, estábamos muertos.

 Ramón se dejó crecer la barba y se me hacía raro verlo así todos los días, pues no estaba acostumbrado. Incluso él se quejó mucho los primeros días, puesto que le picaba mucho y no podía cortar los pelitos que le molestaban. No habíamos echado en las mochilas nada para el cuidado del vello facial. Pero con el pasar de los días se fue acostumbrando, tanto que luego no le importaba mojarse la barba o que se untara de comida. Su sonrisa ocasional era la que me recordaba que las cosas estaban bien.

 Claro que no todo estaba bien porque allí estábamos, durmiendo en suelos húmedos o ni siquiera cerrando los ojos porqué no había donde hacerlo de manera segura. Habíamos cruzado montañas, bosques y pantanos y pronto tendríamos que llegar a las zonas más calurosas, que presentaban problemas particulares. El clima era diferente, claro está, pero eso requería cambios de ropa, cosa que podía ser un problema pues teníamos un surtido limitado de cosas que ponernos y donde guardar las prendas.

 Lo otro, era que antes de llegar a las selvas habría planicies de pastos bajos y pocos poblados. Eso quería decir que nuestra detección podía ser extremadamente sencilla, si es que alguien se molestaba en pensar un poco más de la cuenta. Por eso tuvimos que idear otra mentira que pudiésemos actuar a cabalidad, para poder llegar a nuestro destino real. Me alegré un poco cuando dejamos el frío atrás, tal vez porque sentía que no estaba muy lejos de resfriarme. Ramón en cambio, era el hombre más resistente del mundo.

 Cruzamos el primer tramo de planicie y llegamos a un pequeño poblado, poniendo así en marcha nuestro plan para llegar a la selva. Dijimos que éramos estudiantes investigando para nuestra tesis. Que viajábamos por la región investigando una muy particular especie de pájaro que pasaba por allí durante su migración. Era una historia simple e inocente, que estaba más que todo recargada en el conocimiento que tenía Ramón de la biología del país y de todo lo que tenía que ver con el mundo natural.

 Él era un artista, un actor de teatro que yo había conocido por pura casualidad. Fue en una fiesta antes de Navidad, hace muchos años. Creo que bebí un poco más de lo que debí y él hizo lo mismo. Hablamos como tres horas seguidas en un balcón, mientras bebíamos aún más y comíamos cualquier cosa que pudiésemos encontrar en la casa de una amiga en común. Al otro día, todavía no recuerdo muy bien cómo, amanecimos en la misma cama, abrazados el uno al otro. A veces todavía pasa lo mismo en las mañanas. Sonrío siempre que recuerdo lo graciosa que puede ser la vida, cuando quiere.

 Nuestra mentira pareció funcionar. Nos quedamos dos días en ese poblado, argumentando que nos documentábamos de la mejor forma posible y luego seguimos a otro poblado y luego a otro más, hasta que por fin dimos con una ciudad de tamaño medio, en la que había un aeropuerto con vuelos comerciales a la ciudad más grande de la selva. Ese era nuestro destino, puesto que entrar a la selva por cualquier otra parte sería suicidio. Lo bueno era que no necesitábamos ningún tipo de identificación, siendo un vuelo domestico.

 En un momento pensamos que nos iban a pedir algo, pero Ramón sacó el actor que tenía adentro y le dijo a la mujer que vendía los boletos que debíamos estar allí pronto porque nos esperaba nuestro grupo, después de que perdiéramos varias maletas con equipo muy importante. La mujer se creyó todo lo que dijo, sin siquiera verificar si algo así había pasado de manera reciente. Nos dio los boletos con los nombres falsos que le dimos, pagamos en efectivo y a la media hora estábamos adentro del aparato.

 Mientras volábamos sobre el verde tapete que parece ser la selva impenetrable, tomé la mano de Ramón y la apreté algo fuerte. Él no se quejó ni dijo nada, porque sabía qué era lo que yo quería decir. Estaba contento con el avance que habíamos tenido, pero a la vez estaba nervioso de que todo estuviese saliendo tan bien. En algún momento tendríamos que estrellarnos contra un muro, contra algún obstáculo que no pudiésemos franquear o que al menos pareciera imposible de superar. Tuve razón.

 Cuando llegamos al aeropuerto, el ejercito revisaba los boletos y los documentos de los pasajeros que se bajaban del avión. Éramos unas cincuenta personas y tarde o temprano llegarían a nosotros. Yo miraba de un lado al otro, esperando que apareciera alguien que nos salvara la vida. Pero mientras la fila avanzaba, me daba cuenta de que no iba a pasar nada. Ellos verían que no teníamos identificaciones, nos llevarían a la estación de policía y allí se darían cuenta que no estábamos tan muertos como se creía.

 Sin embargo, las cosas de nuevo se dieron a nuestro favor. Un trío de aviones triangulo apareció en el cielo. Nadie los hubiese visto sino fuera porque uno de ellos explotó causando un estruendo tremendo, los pedazos cayendo en llamas entre los altos árboles de la espesa selva.

 Los policías corrieron, no sé si a ayudar o solo a mirar, y nosotros aprovechamos para correr con los demás pasajeros a la terminal. Allí nos escabullimos y penetramos la selva sin mayor contemplación. Estábamos allí, gracias a algo que parecía casual, pero era todo menos eso.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Ella con él y sin ella


   Su vestido del color del cielo despejado se movía con la más ligera brisa. Caminaba despacio, sobre el muelle de madera sólida, mirando como el mar se iba sumiendo en la oscuridad de la noche. Los últimos destellos del sol caían por todos lados y muchos de los invitados a la boda los miraban con regocijo. Era un espectáculo natural de una belleza increíble y no se podía negar que la idea de hacer la boda en semejante sitio había sido una genialidad. Pero nadie sabía muy bien quién había tenido la idea.

 El caso es que ver hundirse el sol naranja en el mar era hermoso y muchos llegaron al muelle también y pronto rodearon a la joven del vestido azul, que apoyaba sus manos en la baranda, como con intención de salir corriendo detrás del sol. A su alrededor, los niños corrían y reían y las parejas se tomaban de la mano y se besaban. Pero ella no hacía caso, pues en su mente pasaban cosas muy diferentes, mucho menos alegros y más urgentes para ella. El espectáculo solar era solo una distracción.

 Los novios se acercaron también a la escena. Por supuesto, todos quisieron tomarles una foto y para cuando el fotógrafo oficial del evento pudo instalarse, la tarde ya casi había caído por completo y luces artificiales tuvieron que utilizarse para retratar la escena. Las fotos no fueron tan hermosas como muchas de las que la gente había tomado minutos antes, pero todos los alabaron y no dejaban de decir que la novia se veía hermosa y que su novio era el más guapo que habían visto nunca en una boda.

 La joven de vestido cielo se deslizó entre la multitud de aduladores, subió las escaleras hacia la sala de banquetes y penetró un corredor alterno que iba directo a las cocinas. Ninguno de los trabajadores le dijo nada, pues estaban demasiado ocupados preparando el primer platillo de la noche. La mujer casi corrió entre ellos, saliendo por una puerta que daba directo al sector donde camiones dejaban los productos que se usaban a diario en las cocinas. Ahí si la miraron, pero nadie dijo nada.

 Atravesó un prado bien cuidado y pronto estuvo en el estacionamiento, que recorrió casi por completo hasta llegar a su propio vehículo. Las llaves las tenía guardadas en la pequeña bolsa que se mecía a un lado y otro en su muñeco, donde apenas tenía espacio para poner nada. Se sentó en el asiento del piloto y abrió la guantera, extrayendo de ella su celular. Verificó la pantalla y vio, para su alivio, que su mejor amiga le había estado escribiendo, hambrienta de información acerca del desarrollo de la boda y del estado sicológico de su amiga. No era para menos. Su hermana se casaba con su novio.

 En otras palabras, la hermana mayor de la mujer de azul era quién se casaba y el novio no era nadie más sino uno de los novios pasados de la mujer de azul, es decir de la hermana menor de la novia. Era un lío todo el asunto e incluso los padres de las chicas se habían mostrado algo impactados por toda la situación. Pero la hermana mayor había dejado muy en claro que estaba perdidamente enamorada y, en situaciones así, no se puede decir mucho que digamos. Solo se da la bendición y se espera lo mejor.

 Para la chica de azul, todo había sido aún más sorpresivo. Al fin y al cabo hacía unos cinco años que había dejado su ciudad natal para irse a estudiar fuera del país. Había hecho un posgrado y luego había conseguido un trabajo demasiado bueno para rechazarlo, por lo que se había quedado allá lejos e ignoraba la mayor parte de las cosas que ocurrían en su familia. Ni su padre ni su madre le habían dicho nada acerca de todo el asunto antes de su viaje, y ella se los había reclamado una vez en su casa de infancia.

 Tal vez no era justo culparlos a ellos o tratarlos tan mal como lo hizo, pero estaba segura de que sabían lo mucho que ese hombre había significado para ella. Habían salido por años y antes de eso habían sido los mejores amigos desde la infancia. Se conocían demasiado bien, así como a sus respectivas familias y amigos. Eran una pareja unida que solo se había separado, precisamente, por el hecho del viaje de la chica de azul. Él había jurado esperarla pero, meses después, le escribió un largo correo electrónico.

En él, el hombre le decía lo mucho que la quería, una y otra vez, pero también confesaba que no creía poder esperarla para siempre. Además, por esos días, ella había recibido la propuesta de trabajo que al final había aceptado. Eso no lo sabía él, pero hizo más fácil para ella la finalización de la relación. Le dolía, por supuesto que sí, pero debía ser sincera consigo misma y su prioridad en la vida no era tener una pareja o por lo menos no en ese momento. Quería realizarse como ser humano y no lo haría en casa.

 Todo terminó en ese momento. Se dejaron de hablar y sus padres nunca dijeron nada de nada hasta el día que la recogieron en el aeropuerto. Ella estaba feliz de ver a su hermana casarse, en especial porque su relación siempre había sido muy estrecha. Se habían perdido un poco por la distancia, pero ella confiaba en que todo seguía igual entre ellas. La revelación de quién era el novio le vino como un baldado de agua fría y entonces supo que nadie puede prevenir muchas de las cosas que pasan en la vida, y que nunca hay que confiarse sobre nada ni sobre nadie.

 Sin embargo, trató de ser una buena hermana y aceptó ir a la boda. Originalmente la habían pensado como dama de honor, pero ella se negó de la manera más decente de la que fue capaz. Nadie argumentó nada en contra de esa decisión. Pero claro que asistiría porque para eso había viajado y porque era todo un asunto de familia. No tenía sentido hacer un desplante tal, a pesar de que todo la hacía pensar una y otra vez sobre lo que había pasado y lo que no, hacía años y de manera más reciente.

 En el coche, le escribió a su amiga que todo andaba bien, que no le había arrancado las extensiones de la cabeza a su hermana y que no había hecho llorar a su madre. Ahí se detuvo, porque sabía que su amiga no era tonto y no se iba a comer la historia de que todo andaba a las mil maravillas. Entonces le escribió que tenía mucha rabia y que había decidido salir un rato para tomar aire. Su amiga le respondió rápidamente, diciéndole que confiaba en ella y que apenas acabara todo, la llamara para hablar largo y tendido.

 Estuvo a punto de responder con alguna de las caritas que vienen en los aparatos móviles, cuando alguien tocó a la puerta del carro. Era el novio. Ella quedó casi congelada por un rato, pero supo que tenía que bajarse pronto o sino parecería una loca. Le pidió que se moviera y ella salió, arreglándose el vestido un poco. Le dijo que había vuelto al coche por su celular, que había dejado allí por accidente. Obviamente eso no era cierto pero él no tenía porqué saberlo. Y sin embargo, se notaba que lo sabía.

 Pero no dijo nada en cuanto a eso. Preguntó en cambio si le había gustado la ceremonia en la iglesia y ella tuvo que recordar lo que había visto porque en realidad no había puesto mucha atención a nada. Claro que no ayudaba que ella no tuviera ni el más mínimo respeto por los sacerdotes, pero en gran parte no había querido estar pensando demasiado. Él solo asentía y trataba de sonreír, pero hacía un trabajo terrible. Ella sabía bien que a él no se le daba nada bien mentir, lo conocía demasiado bien.

 Se quedaron entonces en silencio y entonces ella quiso decir algo y él también quiso hacer lo mismo a la vez, por lo que nadie dijo nada al final. Él solo la miró y le pidió perdón. Ella negó con la cabeza pero no dijo nada más. Esbozó una sonrisa, que fue una mentira, pero eso no lo supo él.

 Volvieron por separado a la fiesta, ya estaban sirviendo la comida. La chica de azul tuvo que fingir que nada de lo que pasaba la afectaba, pero una lágrima solitaria se precipitó por su mejilla y tuvo que decirle a una tía que era una particular alergia a uno de los productos del primer platillo.

miércoles, 27 de junio de 2018

Avanzando para atrás


   La vista desde el dirigible era simplemente increíble. Las nubes parecían estar a la mano y el suelo, plagado de pequeñas casas de campo y lago en formas circulas, parecía ser más fértil de lo que jamás había sido. El paseo tomaba unas tres horas y abarcaba un enorme espacio que estaba más allá de las fronteras establecidas. Todo lo que veían desde arriba estaba prohibido para cualquier propósito. De hecho, los vuelos en dirigible eran muy populares por esa misma razón. Era algo único y nadie quería perdérselo.

 En las guerras del siglo anterior, varias zonas del país habían sido devastadas por armas de diferentes tipos. Algunas habían sido nucleares, otras habían sido químicas y otras habían sido biológicas. Estas últimas habían sido utilizadas en los Planos, la región sobre la que volaba la línea turística de dirigibles. Uno de ellos pasaba cada hora sobre la región. La compañía hubiese querido más, pero el permiso del gobierno era muy claro al respecto y no querían forzar la mano y luego tener que renunciar a su negocio.

 Los Planos habían sido, por siglos, lugar de vida. No solo poseía varias fuentes de agua limpia sino que también tenía una diversidad ecológica enorme. Tal vez por eso mismo había sido uno de los objetivos de la guerra. Las armas utilizadas habían modificando de manera lenta, pero contundente, todo el ecosistema circundante. Los animales que alguna vez habían sido inofensivos, ahora eran bestias verdaderamente salvajes que solo vivían para destruir a las demás, sin razón aparente. Era una pesadilla.

 Eso sin mencionar a las plantas, que también habían desarrollado cierto grado de conciencia, haciendo que las más grandes y hermosas ahora fuesen carnívoras, cazando igual o mejor que los animales que podían caminar y correr. Lo peor de todo había ocurrido con el agua, que había sido contaminada de manera irreversible. Por muchos años, el aire y el agua estuvieron en tan mal estado que era impensable meterse en los Planos. Nadie lo pensó hasta que Arturo Han estableció su empresa de transporte.

 Su familia había llegado hacía años a raíz de las guerras y se habían establecido en el capital. Era una ciudad inundada de gente de todas partes que ahora era más caótica que antes, cosa que parecía ser imposible. Arturo creció allí y aprendió a apreciar su entorno,  cosa que muchos de sus compatriotas no hacían. La mayoría de gente se quejaba y llevaban en esa actividad por muchos años. Nadie hacía nada para mejorar las cosas y por eso Arturo se propuso a si mismo, ser la persona que cambiaría todo para el lugar que había acogido a sus padres y que le había permitido vivir.

 En la universidad estudió ingeniería civil y se especializó en nuevas tecnologías aplicadas, algo que era cada vez más popular alrededor del planeta. Después de las guerras habían surgido muchas nuevas ciencias y maneras de entender el mundo alrededor, por lo que los transportes no tenían que ser tan rígidos como antes. Podían hacer casi lo que quisieran, los límites los ponía la imaginación de cada constructor. Y Arturo soñaba más que ninguno de ellos, día y noche, sin parar un solo segundo.

 Estudiando conoció a la que sería su primera esposa, Valeria. Ella era bióloga y fue quién le dio la idea de explorar Los Planos. Era una región prohibida, eso todo el mundo lo sabía, pero también era evidente que su tamaño implicaba que varios tipos de transporte tuviesen que dar una vuelta enorme para poder llegar a las regiones y ciudades que estaban del otro lado. Solo algunos equipos científicos habían sido autorizados a visitar el lugar al pasar de los años, pero la verdad era que no habían sido muchos ni conocidos.

 Valeria, sin embargo, era una apasionada de su disciplina y creía, fervientemente, que Los Planos no era la región casi muerta que muchos pensaban. Estaba segura de que entre esas montañas y valles y bosques, residían ahora criaturas nuevas que no solo eran hostiles sino también fascinantes. Su teoría era que, si seguían con vida, era porque se habían adaptado al cambio forzado y eso ameritaba estudio y reconocimiento científico. Escribió su tesis al respecto.

 Fue difícil hacer que las autoridades se interesaran pero por fin la pareja dio con un empleado del Ministerio de Energía. Resultaba que ellos tenían algún interés por Los Planos pero no tanto por los animales y las plantas sino por el potencial que existía bajo tierra. Según informes muy antiguos, de antes de la guerra, depósitos de potentes materiales naturales podían existir bajo el suelo de Los Planos, algo que podría convertirlos en un poder energético mundial, si se probara la existencia de tanta riqueza.

 Fue así que los tres se aliaron y lograron el auspicio del gobierno para una primera exploración. La pareja visitó la región con varios científicos y expertos en diversas materias y pudieron confirmar todo lo que habían pensado. La región se había adaptado de manera maravillosa a sus condiciones tóxicas y ahora crecía de una manera inusitada. Y los depósitos de titanio, cadmio y tierras raras, fueron de los más grandes descubiertos en al menos cincuenta años. Todos estaban locos de la alegría, pensando cada uno en las posibilidades de lo que pudieron ver y descubrir.

 Aunque la relación de Valeria y Arturo se hundió con rapidez, su alianza científica siguió en pie. Ambos firmaron un acuerdo multipropósito con el gobierno, en el que cada uno obtendría parte de lo deseado, con la condición que respetaran los derechos de los demás sobre Los Planos. Casi toda la región sería convertida en un parque nacional natural excepcional. Y fue casi porque en instantes abrieron enormes minas para sacar el material preciado que el país necesitaba para ganar importancia mundial.

 Arturo ganó el derecho a ser el pionero de los transportes sobre la región. Se firmó el contrato para una línea de tren de alta velocidad que atravesaría Los Planos, así como rutas aéreas comerciales y de turismo. Ahí fue cuando volvieron los dirigibles, que en si mismos eran casi como dinosaurios para muchos de los habitantes del país que se dirigían a la zona para realizar el vuelo. Era algo simplemente hermoso, con toda la atención exclusiva a bordo que alguien pudiese desear.

 Sin embargo, y a pesar de tantas cosas buenas que pasaban, Los Planos seguían tan tóxicos para los seres humanos como siempre. El aire era nocivo para cualquiera y el agua tal vez peor. En los dirigibles no se permitía la apertura de las ventanas al surcar los cielos de Los Planos y en las minas se trabajaba como en las bases de Marte e Hiperión, con trajes especiales que protegían a hombres y mujeres de morir en segundos. Lo mismo con el tren de alta velocidad y todos los equipos científicos que quisieran explorar el área.

 Fue entonces que nació un pequeño grupo, que se fue haciendo cada vez más grande, que acusaba al gobierno del país de estar aprovechando un recurso que podía matar a la gente con el tiempo. Lo que extraían de las minas debía ser procesado para descontaminación y eso se hacía en otro lugar porque el país no tenía esa tecnología. Lo que sacaban de Los Planos no daba dinero a una sola persona en todo el territorio, excepto a algunos funcionarios del gobierno que veían sus bolsillos más abultados.

 La exploración biológica era interesante pero muy limitada, sin perspectiva de verdad ser algo con potencial de cambio o educación. Y los vuelos en dirigible, así como los otros transportes, eran solo bonitas cosas que al final del día no servían para absolutamente nada. Todo era vapor y espejos.

 Pero las cosas no cambiaron por muchos años. La guerra no había hecho a nadie más inteligente o menos ingenuo. Parecía que las cosas en verdad no habían cambiado mucho o, mejor dicho, nada. La historia se repetía y ya muchos esperaban, no con ansias, la próxima guerra que los borrara del mapa.

lunes, 6 de noviembre de 2017

No engañas a nadie

   El pequeño pueblo se veía a la perfección desde la parte más alta de la montaña. Desde allí, parecía ser el lugar perfecto para conseguir algo de comida y tal vez un transporte seguro hacia una ubicación algo más grande, alguna de esas urbes enormes de las que el mundo estaba hecho. Quedarse en semejante lugar tan pequeño no podía ser una opción pues eso pondría en peligro a los habitantes. Era algo que simplemente Él no quería hacer, sabiendo lo poco que sabía.

 Mientras bajaba por la ladera de la montaña, hacia el pueblito, se alegró un poco porque podría tal vez quitarse esas ropas untadas de sangre para ponerse algo que le quedara mejor. Las botas eran para pies más grandes y ya tenía varias llagas que habían sido insensibilizadas por el frío del suelo. Toda la región era un congelador gigante y eso era bueno y malo, muy incomodo pero también un refugio siempre y cuando Él se quedase quieto lo suficiente para que no lo vieran.

 Y es que desde su escape de la base destruida, varios helicópteros habían pasado por encima de su cabeza, sondeando cada metro del bosque, en búsqueda de sobrevivientes. Lo más probable es que buscaran el dueño de la voz que Él había oído antes de emprender su caminata, al menos eso se decía a si mismo. Pero la verdad era que todo podía ser solo una ilusión bien elaborada por  su mente para sobrevivir semejante experiencia. Tal vez todo estaba en su trastornada cabeza.

 Era probable que los helicópteros lo buscaran a Él, el único sobreviviente de la destrucción de ese horrible lugar. No sabía si llamarlo prisión u hospital o laboratorio. Era un poco de todas esas cosas. El caso era que ya estaba en el pasado y no quería volver a él. Sin embargo, estaba claro que no podría comenzar una vida común y corriente así como así. Sabía que la gente que lo buscaba, si sabían más de él que él mismo, no descansarían hasta tenerlo encerrado en una nueva celda.

 Llegó a la base de la montaña tratando de alejar los malos pensamientos de su mente y obligándose a sonreír un poco. Mientras caminaba hacia las casas más próximas, ideó en su mente la historia que diría por los días que le quedaran en la tierra. A nadie le podría decir la verdad y como no recordaba su pasado, lo más obvio era construir una realidad nueva, a su gusto. Diría que era un cazador que había sido atacado en el bosque por un oso. El golpe lo había dejado mal y ahora necesitaba comida, ropa y una manera de volver a su hogar lo más pronto posible.

 Llegó al centro de la población y pudo ver la oficina estatal que siempre existe en esos lugares. Estuvo a punto de encaminarse hacia allá cuando escuchó el grito de una niña. No era un grito de alarma sino una exclamación de sorpresa: “¡Mamá, mira!”. Y la niña señalaba con su dedo al hombre que acababa de entrar en el pueblo. “¿Quién es, mamá?”. La mujer salió corriendo de detrás de una casa. Cargaba dos bolsas llenas y, como pudo, tomó a la niña de la mano y la reprendió en voz baja.

 Él se acercó, con cuidado para no alarmar a las únicas personas que había en el lugar. La mujer levantó la mirada y no dijo nada. Se veía muy asustada, como si hubiese visto algún fantasma. Viendo su reacción, Él se presentó, con la historia que había ideado caminando hacia el lugar. La mujer lo escuchó, apretando la mano de su hija que seguía haciendo preguntas pero en voz baja. Cuando el hombre terminó de hablar, la mujer lo miró fijamente, cosa que casi dolía por el color tan claro de sus ojos.

 Una de las bolsas de papel se rompió y todo su contenido cayó sobre la nieve. La mujer se apresuró a coger las cosas pero Él la ayudó, cosa que obviamente no esperaba. Cuando tuvieron todo en las manos, la mayoría en manos del hombre, él le pidió ayuda de nuevo. La mujer miró a todos lados y con una mirada le indicó que la siguiera. Ella empezó a caminar casi corriendo, lo que hacía que la niña se quejara por no poder caminar bien. Pero al parecer la mujer tenía prisa.

 Pronto estuvieron en el lado opuesto del pueblo. La mujer le dio las llaves a la niña y fue ella quien abrió la puerta de la casa. Hizo que primero pasara su invitado para poder dar una última mirada a los alrededores. Cerró la puerta con seguro y dejo los víveres sobre un mostrador de plástico. Las casas eran tan pequeñas como se veían por fueran. Esa estaba adornadas con varios dibujos y fotografías que hacían referencia a un esposo, obviamente ausente en ese momento.

 La mujer recibió los víveres que faltaban de manos del hombre y le explicó que ese no era un poblado regular sino temporal. Era un campamento para los trabajadores de una mina de diamantes muy próxima a las montañas que había atravesado el hombre. La mujer le explicó, mientras cocinaba algo rápidamente, que hacía poco habían venido agentes estatales a revisar el campamento y a establecer allí un centro de operaciones temporal para lo que ellos llamaban una “operación secreta”, que al parecer era de vital importancia para el país.

 Mientras servía una tortilla con pan tajado, la mujer explicó que los hombres nunca venían hasta la noche y que los visitantes inesperados habían sido ahuyentados por la presencia del Estado. Por eso la llegada un hombre desconocido le había causado tanta impresión. De hecho, sus manos temblaron al pasarle el plato con comida y un vaso de agua. Él solo le dio las gracias por la comida y empezó a consumir los alimentos. Todo tenía un sabor increíble, a pesar de ser una comida tan simple.

 Agradeció de nuevo a la mujer, quien se había acercado para mirar a su hija jugar sobre un sofá. Él le iba a preguntar la edad de la niña cuando la mujer le dijo que era obvio que su historia era mentira. Era algo que se veía en su cara, según ella. Apenas dijo eso, se dio la vuelta y entro en un cuarto lateral. Mientras tanto, la niña lo miraba fijamente. De la nada esbozó una sonrisa, lo que causo una también en su rostro. Sonreír era todavía algo muy extraño para él.

 Cuando la mujer volvió, su hija estaba muy cerca del hombre, mostrándole algunos de sus dibujos. La mujer traía un abrigo grueso, que según ella era parte de un uniforme viejo de su marido. Tenía también un camisa térmica que ella ya no usaba y pantalones jeans viejos. Lamentó no tener botas o zapatos que pudiese usar pero él dijo que ya era bastante con lo que tenía en los brazos. Además, lo siguiente era viajar a alguna ciudad cercana, si es que eso era posible.

 La mujer respondió con un suspiro. Sí había una ciudad relativamente cerca, a seis horas de viaje por carretera. El problema era que no había transporte directo desde allí sino desde el poblado más cercano y ese seguro estaría todavía más lleno de agentes del Estado que la propia mina. El hombre iba a decir algo pero ella le respondió que sabía que había cosas que era mejor no decir. Le indicó donde era el cuarto de baño y el hombre se cambió en pocos minutos.

 En las botas puso algo de papel higiénico, para ver si podría caminar un poco más. La mujer le indicó el camino hacia el pueblo, pasando un denso bosque que iba bajando hacia la hondonada donde habían construido todas las casas y demás edificaciones.


Se despidió con la mano de madre e hija. Apenas puso, apresuró el paso. Horas más tarde, el esposo de la mujer llegó. Ni ella ni su hija dijeron nada, y eso que el hombre vio en uno de los dibujos de su hija un hombre con gran abrigo y grandes botas, ambos con manchas de sangre. Lo atribuyó a la imaginación de la pequeña.