El bólido iluminó el cielo por un segundo y
luego desapareció, como si nunca hubiese existido. Al menos así sería si no
fuera por que dos hombres jóvenes habían estado dando un paseo por la playa.
Era un poco tarde y tal vez no era la hora para estar dando paseos, pero así
eran las cosas. Ellos habían estado caminando de la mano, hablando de sus
planes futuros y de banalidades típicas de todos los seres humanos, cuando de
pronto el cielo se iluminó y alcanzaron a ver la estela de fuego encender y
caer directo hacia un lugar delante de ellos.
Tomás corrió más rápidamente. Era el más alto
y el mayor de los dos por un par de años. Siempre, desde pequeño, le había
interesado todo lo que tenía que ver con el espacio. En su casa tenía todavía
el telescopio que sus padres le habían comprado para su cumpleaños número
dieciocho. Lo limpiaba todos los días y muchas noches, cuando no tenía mucho
sueño, le gustaba mirar a través del aparato e imaginar que descubría algo importante.
Pedro, por otra parte,
no era muy fanático de esas cosas como su novio. De hecho no eran solo novios,
sino que estaban comprometidos para casarse muy pronto. Habían salido a caminar
precisamente para hablar detalles de lo que querían en la boda y de tonterías
que les gustaría ver, detalles que en verdad no hacían ninguna diferencia pero
que querían discutir para hacer de la situación algo más real. Era emocionante.
El meteorito había interrumpido una
conversación acerca de la comida que iban a servir. Tomás había dejado de
hablar y había perdido al instante todo interés en el tema que estaban
discutiendo. Pasado un minuto, ni siquiera fingió que no le interesaba. Miró el
cielo y siguió la ruta del bólido con la mirada hasta que creyó saber donde
había caído. Eso a Pedro no le importaba mucho pero sabía de los gustos de
Tomás así que lo siguió despacio.
Caminaron rápidamente un buen trecho de playa
y llegaron hasta una parte rocosa, donde había un acantilado más o menos grande
que parecía adentrarse en el mar como si fuese una película. Pedro estaba
seguro de que lo había visto hace poco en televisión o al menos algo similar
pero no recordaba en donde. No siguió hablando porque Tomás le pedía que se
callara, como si eso le fuese a ayudar a encontrar el meteorito.
Hizo caso pero se cruzó de brazos y se quedó
quieto en un solo punto. Quería que su prometido supiese que no iba a hacer
nada si no se disculpaba por parecer más preocupado por una piedra espacial que
por la importancia de lo que habían estado hablando. Para ser justos, no era algo
tan importante pero a Pedro no le gustaba sentirse ignorado.
Tomás no se dio ni cuenta que Pedro se había
quedado atrás. Se acercó al muro de roca y lo analizó. Miró el cielo hacia
atrás e imaginó el camino recorrido por la piedra. Lo hizo varias veces hasta
que estuvo seguro que el meteorito debía haber impactado contra el muro de roca
o debía haber pasado justo por encima. Se alejó un poco para mirar mejor y,
como no veía bien por la oscuridad, decidió acercarse al muro y escalar.
La luna iluminaba la situación y Pedro no
podía creer lo que veía. Rompió su promesa de no moverse al acercarse un poco a
la pared y preguntarle a Tomás que era lo que estaba haciendo. Le dijo que era
peligroso y que no era algo que debía hacer a esas horas de la noche y mucho
menos sin un equipo apropiado. Podría caerse y golpearse la cabeza o peor. Pero
Tomás parecía empeñado en escalar el muro de piedra y en llegar a la parte más
alta. Afortunadamente, era un muro de unos cinco metros de altura, así que no
era excesivamente alto.
Pedro se desesperó mucho cuando las nubes en
el cielo se movieron por el viento frío de la noche costera y la luna pudo
salir con todo su brillo. Tomás quedó iluminado por su hermosa luz y Pedro pudo
ver que su prometido llevaba la mitad del muro escalado. Su manos se agarraban
de las piedras con fuerza y parecía una estrella de mar con sus extremidades
estiradas por todas partes. Era algo gracioso y a la vez horrible verlo trepado
allí arriba, sin ningún tipo de ayuda.
Ese era Tomás, en resumidas cuentas, siempre
autosuficiente y capaz de hacer las cosas por sí mismo. Desde pequeño sus
padres habían trabajado mucho, tratando de darles a él y a sus hermanos la
mejor vida que pudieran querer: iban a una escuela privada, comían bien,
viajaban en vacaciones siempre, tenían una mascota,… Era todo perfecto, todo lo
que un niño podía soñar. Y sin embargo, eso había resultado en que Tomás no
necesitaba de nadie para hacer lo que tenía que hacer.
A los doce años ya cocinaba y lo hacía muy
bien. Esto era porque muchas veces no había cena porque sus padres no llegaban
sino hasta muy tarde y a él le tocaba cocinar algo para él y para sus hermanos,
ambos menores. Así que a fuerza de el hambre que todo el mundo siente de vez en
cuando, aprendió a cocinar y hoy en día era simplemente el mejor, al menos en
el concepto de Pedro.
Había convertido esa habilidad salida de la
necesidad en su profesión y le iba bastante bien. Era el chef en uno de los
mejores restaurantes de la ciudad y planeaba abrir su propio local con comida
que él había inventado a través de los años. Así había conocido a Pedro,
comiendo.
Cuando llegó a la parte superior del muro de
piedra, el corazón de Pedro descansó. Le pidió que lo esperara arriba y que se
verían en un rato, cuando pudiera dar la vuelta por el otro lado pero Tomás le
gritó que no se moviera, que en un momento ya volvería a estar con él. Y
después de decir eso, desapareció. Pedro lo llamó varias veces, casi hiriéndose
la garganta al gritar. Pero Tomás o no lo oyó o no le hizo caso.
El clima empezaba a enfriar y Pedro estaba en
pantalón corto y ahora que estaba solo le había dado por mirar a un lado y al
otro, como esperando que alguna bestia le saltara de alguna sombra. Pero eso no
iba pasar. Era solo que siempre se había sentido inseguro cuando estaba solo.
Era algo que tenía en común con Tomás y por eso lo pasaban tan bien juntos
cuando se trataba de pasarlo bien un día, solo ellos dos. Cuando estaban juntos
todo era mejor y se divertían más.
Desde el momento que se conocieron en el
restaurante en el que Tomás trabajaba, tuvieron esa conexión especial que se da
en ciertas ocasiones. Solo pudieron hablar unos minutos pero en ese momento se
dieron cuenta que había cosas en las que eran similares y la misma cantidad de
cosas en las que no tenían nada que ver. Y eso era intrigante y los hacía
quererse ver de nuevo. Fue Pedro quién volvió al restaurante a beber algo un
día, con unos amigos y entonces se atrevió a hablarle a Tomás y darle su
numero.
La relación se desarrolló rápidamente. Un año
después ya vivían juntos en un pequeño apartamento no muy lejos del
restaurante. Pedro trabajaba desde casa entonces le venía bien también. Como
estaban siempre ahí, se acompañaban y tenían mucho tiempo para hablar y para
compartir. Por eso la idea de casarse había surgido con tanta facilidad. Ninguno
le había pedido la mano al otro, solo lo habían hablado. No había anillos ni
nada por el estilo.
Tomás regresó, en lo alto del acantilado.
Venía, por alguna razón, sin camiseta. Le dijo a Pedro que esperara y, sin
escuchar las preguntas de su novio, empezó a bajar lentamente por la pared de
roca. Era obviamente mucho más difícil porque no veía donde ponía los pies. El
corazón de Pedro retumbaba en sus oídos y se acercó más para estar más cerca
pero no sabía que podría hacer por él si caía.
A la mitad del recorrido, uno de los pies
resbaló y lo único que hizo Pedro fue correr. Lo hizo justo a tiempo porque una
de las piedras que tenía Tomás en la mano se desprendió y cayó para atrás.
Afortunadamente, cayó justo encima de Pedro, que lo tomó de manera que el
impacto fuera menos fuerte. En todo caso los dos cayeron al suelo y se rasparon
codos y rodillas.
Enojado, Pedro le reclamó a Tomás que tenía
que hacer arriba del acantilado, qué era tan importante que no podía esperar al
otro día. Y entonces, después de mirarse uno de sus codos raspados, Tomás sacó
de un bolsillo su camiseta hecha un ovillo. La abrió de golpe sobre la arena y
entonces una piedrita salió volando de adentro y cayó justo al lado de Pedro.
Los dos la miraron juntos: una piedrita color plata que brillaba con fuerza a
la luz de la luna.
Tomás miró a Pedro sonriendo y le dijo:
- Tenemos anillos de
bodas.
En las horas siguientes hubo muchos besos y
abrazos y muchas más cosas. Pero sobre todo la realización de que todo era real
y nada podía cambiarlo.