La pareja empezó a bajar la ladera,
caminando con mucho cuidado para no resbalar sobre las piedras lisas y planas,
esparcidas por todo el costado de la montaña. Escalarla había sido un asunto de
varias horas, tantas que el sol ya había empezado su descenso y ellos habían su
viaje con la primera luz del día. En un punto, tuvieron que tomarse de la mano
para bajar, pues la pendiente se ponía cada vez más inclinada y era casi
imposible dar un paso sin sentir que todo el suelo debajo iba a ceder.
Sus miradas
iban del suelo, a sus manos unidas, a los ojos del otro. Se sonrieron el uno al
otro para dar una sensación de seguridad, pero no sirvió de nada puesto que
ambos estaban cubiertos casi
completamente por ropa para combatir el frío de la montaña. A pesar de no estar
cubierta por nieve, la zona era barrida constantemente por vientos potentes y
muy fríos provenientes de montañas aún más altas. Paso a paso, fueron bajando
la pendiente hasta llegar a lo que podría denominarse una planicie.
Fue entonces que la verdadera naturaleza de la
montaña les fue revelada: no era una elevación común y corriente. Estaban ahora
en lo que había sido el cráter de un volcán ahora extinto. Era evidente que la
ladera por la que habían bajado con cuidado había sido alguna vez parte del
muro interior del cráter. El suelo era negro, con parches grandes de
vegetación. Incluso había algunos árboles creciendo en la parte central, justo
al lado de una pequeña casita que alguien había construido allí hacía años.
Ellos sabían esto último porque el dueño mismo
les había dado las llaves del lugar, solo que había obviado decirles todos los
detalles del lugar. Había sido el regalo de bodas que les había dado, algo así
como una aventura en la que los dos podrían vivir una luna de miel agradable en
un lugar remoto, cercano a un parque nacional pero curiosamente fuera de la
jurisdicción del Estado. Caminaron despacio el último tramo de su largo viaje y
se quitaron las gruesas bufandas al llegar a la puerta.
Ahora sí pudieron sonreírse correctamente. Se
dieron un beso antes de que uno de ellos sacara la llave del bolsillo y abriera
la puerta. Justo en ese momento una ráfaga de viento los empujó hacia adentro y
cerró la puerta tras ellos con un ruido seco. Quedaron tendido en el suelo, más
cansados que nunca puesto que las mochilas que llevaban eran muy pesadas y
caerse al suelo con ellas era garantía de no volver a ponerse de pie en un buen
rato. Se ayudaron mutuamente y se pusieron de pie, mientras afuera el viento
aullaba como una bestia herida.
Habiendo dejado las mochilas en el suelo, la
pareja empezó a investigar la pequeña cabaña. No era grande y solo tenía dos
habitaciones: la parte más amplia era donde estaba todo lo que necesitaban como
la cocina, la cama, un sofá grande y un armario que parecía hecho de madera
vasta. El otro cuarto, mucho más pequeño, era el baño. El agua para todo
funcionaba con lo que se recolectara afuera en un tanque con las lluvias, que
al parecer eran muy frecuentes en la zona.
Habiendo verificado que todo estaba bien, que
no había comida en descomposición o lugares por donde se pudiese colar el frío,
se pusieron ambos a la tarea de sacar lo que tenían en las mochilas y ordenarlo
lo mejor posible en el armario. Mientras lo hacían, compartieron anécdotas del
viaje, cada uno habiendo visto cosas distintas a pesar de haber estado
separados por menos de un metro. Cada persona vez el mundo de una manera
distinta y siempre es interesante saber los detalles.
Entonces el viento empezó a aullar de nuevo,
esta vez todavía con más fuerza. Era tanto el escandalo que dificultaba una
conversación común y corriente, por lo que dejaron de hablar y terminaron de
organizarlo todo en silencio. Iban a quedarse una semana pero la cantidad de
ropa no era tanta pues no planeaban bañarse mucho en esos días, a menos que
encontraran una manera de calentar el agua. El viento frío del exterior
combinado con un baño de agua fría con agua de lluvia no podía ser una
combinación ganadora.
La primera noche se quedaron en la cama todo
el rato, muy cerca el uno del otro, leyendo o jugando algún videojuego de
bolsillo. Tenían un cargador especial para sus aparatos que dependía de luz
solar, cosa que no había mucho en la montaña por culpa de las nubes casi
permanentes, pero igual era muy útil tener como cargar un celular si lo
llegaban a necesitar. Se quedaron dormidos pronto a causa del cansancio. A
pesar de los bramidos del viento, no abrieron los ojos sino hasta tarde la
mañana siguiente.
El primer día allí arriba fue de exploración
del cráter y sus laderas. Tomaron fotos por todas partes, divisaron lo que se
podía ver desde todos los lados del cráter del volcán extinto y dieron cuenta
de algo que su amigo había olvidado decir pero ellos estaban seguros que
conocía muy bien: por el costado opuesto al que había llegado existía un camino
que bajaba en curvas por la ladera hacia un sector de bosque espeso. De allí surgía un penacho de vapor bastante
curiosos que se propusieron investigar durante su segundo día de estadía. Eso
sí, no llevarían mochilas.
Ese segundo día se abrigaron bien y bajaron
por el camino sin problemas. El viento soplaba pero no era tan potente como por
las noches. Además, el camino era mucho más fácil de transitar que la zona por
la que habían llegado al cráter, donde cada paso parecía ser de un riesgo
tremendo. Disfrutaron de la vista desde allí, viendo como las nubes empezaban a
moverse para dar paso a una panorámica sorprendente del enorme bosque que había
apenas a unos veinte minutos de caminata desde la cabaña.
Cuando llegaron al linde del bosque, tuvieron
que taparse la nariz pues había un olor bastante fuerte al que se fueron
acostumbrando a medida que caminaban, adentrándose en el lugar. Lo que olía así
era la fuente del penacho de vapor que habían podido ver la noche anterior. Se
trataba de varios pozos situados entre un montón de árboles en los que agua
turbulenta burbujeaba gracias a la actividad debajo de sus pies. El volcán no
estaba tan dormido como ellos habían pensado.
¡Su amigo los había enviado a dormir a un
volcán que podía explotar en cualquier momento! O al menos eso parecía. No, era imposible que él hubiese hecho eso y
que semejante lugar quedar por fuera de un parque nacional si tenía ese nivel
de importancia. Tal vez la montaña sí estaba dormida pero no toda la región. El
caso es que decidieron no pensar demasiado en ello y solo disfrutar del día.
Ambos se quitaron la ropa y se metieron
a la piscina que sintieron con el agua más apropiada para sus adoloridos cuerpos.
Allí se quedaron varias horas, hasta que el
hambre empezó a molestarlos. Pero eso no hizo que se alejaran de allí. Se
sentaron sobre una toalla al lado del pozo de aguas térmicas e hicieron allí un
picnic: comieron sándwiches que habían traído y bebieron malta fría. Cuando
terminaron, hicieron el amor sobre la toalla, con sus cuerpos expuestos al frío
de la montaña y al viento que nunca amainaba. Cuando terminaron, se metieron un
rato más a las termales hasta que decidieron que era ya muy tarde y no querían
volver de noche.
Los días siguientes fueron igual de
entretenidos. Exploraron más del bosque, tomando fotos de los animales que los
acompañaban en su viaje y pescando en un pequeño riachuelo que encontraron
caminando aún más lejos. Todo era silencioso pero privado y natural.
Además, su relación se hizo más fuerte que
nunca. Se comportaban como la pareja casada que eran pero también como novios y
como amigos y siempre como amantes. Todo momento era apropiado para un abrazo o
un beso. La naturaleza no juzgaba y por eso se sentían en el mismísimo paraíso.