Aunque había parecido un sueño, la verdad es
que lo que había hecho era solo recordar todo lo que había ocurrido con
anterioridad, todo lo que recordaba haber visto con sus propios ojos y todo lo
que sabía que había ocurrido pero no tenía idea de cómo probar. Ya no era como
antes, tiempos en los que todo quedaba registrado de manera pública. No, ahora
eran los ojos de las personas los que registraban todo lo que ocurría y toda
esa información era almacenada pero jamás hecha pública a menos que fuese muy necesario.
Apenas abrió los ojos, se dio cuenta que el
tren entraba lentamente a la estación. Apenas se detuvo, las puertas se
abrieron y todas las personas que debían bajarse, lo hicieron. Fidel, que había
quedado algo turbado por lo que había visto mientras “dormía”, se demoró un
poco más en bajar y recibió la mirada poco aprobadora de los trabajadores del
tren que esperaban afuera a que todo el mundo saliera. Eso sí, era su cara de
siempre, pues su deber era revisar que nadie se quedara atrás, tratando de
hacer algo no permitido, fuese lo que fuese.
Fidel caminó por unos cinco minutos, por entre
edificios viejos y abandonados, negocios de dudosa reputación y personas que
parecían haber acabado de salir de la cárcel. El de la estación central del
tren era un barrio bastante difícil: la presencia de la policía era constante
así como de los cuerpos élite del ejército. Muchas veces se veían unos u otros
entrando a hacer redadas a los enormes edificios que aglomeraban a miles de
personas cerca de la estación. Eran edificios bastante oscuros y que daban
miedo de solo oírlos nombrar.
Fidel trotó un poco cuando sintió que ya casi
llegaba a su hogar. También vivía en uno de los grandes conjuntos de torres
pero era en uno de aquellos en los que la policía entraba menos. Sin embargo,
el día anterior, la policía había descubierto dos laboratorios de droga en uno
de los edificios. Fidel pudo ver, cuando salía para ir a trabajar, como subían
todas las bolsitas a un camión blindado. Algo curioso es que nadie nunca había
sabido que hacían con la droga decomisada. Se supone que la destruían pero en
ese mundo a nadie le constaba.
Fidel subió al destartalado ascensor, que solo
funcionaba por temporadas, y apretó el botón cincuenta y tres, el cual era su
número de piso. Pero antes de que cerrara la puerta, unas sombras entraron y
resultaron ser algunos de los extranjeros que vivían en la torre. Era raro
verlos fuera de la casa pues ellos no tenían implantes oculares y tenían
prohibido salir a menos que fuese una emergencia y parecía que nada de lo que
pudiese pasar pudiese ser considerado emergencia. En todo caso, no era normal
verlos por ahí caminado como cualquier persona. ¡Eran extranjeros!
Se bajaron en el piso veintidós, demasiado
bajo para que vivieran en el sector más sano del edificio. Normalmente las
viviendas con problemas siempre estaban debajo del piso cincuenta y en los que
hubiese encima de ese número, solían haber poblaciones más tranquilas y no tan
aterrorizadas como las de más abajo. Cuando el ascensor se abrió en el piso de
Fidel, se acercó a su puerta y solo tuvo que pasar la palma de la mano encima
del pomo para que sonara un “clic” y así se abriera la puerta. Era una ventaja
de los implantes.
Cansado, Fidel lanzó su chaqueta en el sofá
que había contra la pared y se dirigió directo a la ducha, que estaba a pocos
metros del sofá. En el lugar no había muchos muros y cuando los habían eran de
vidrio o de materiales que harían fácil la interacción. Por eso, mientras se
duchaba, Fidel hubiese podido ser visto por alguien desde su cocina o su sala o
su habitación. A pesar de esa manera de vivir, la verdad era que le tenía
cariño a su apartamento e incluso a la enorme torre de edificios donde vivía.
Ya era algo a lo que había que acostumbrarse.
Apenas salió de la ducha, se secó un poco pero
se miró en el espejo y después comenzó, de nuevo, a “soñar”. No era lo normal
que la gente pudiese acceder así a sus recuerdos pasados pero él, por alguna
razón, sí podía hacerlo. Había pasado después de un accidente que había tenido,
cuando un idiota se le había echado encima con su motocicleta y lo había hecho
golpearse la cabeza. Algo había pasado en su cabeza, un cambio ligero pero
esencial, para que Fidel fuese capaz de acceder con tanta tranquilidad.
Pero cada vez que lo hacía sabía que estaba
llamando la atención de medio mundo, pues nadie salvo él podía acceder a
recuerdo a voluntad. Era solo un privilegio para las fueras del orden y,
obviamente, toda la élite de la sociedad. No había manera de saber si ya sabían
que lo había hecho varias veces. Al fin y al cabo que todos los implantes
oculares eran básicamente cámaras de seguridad del ejercito, así que en teoría
ellos los podían usar como quisiera. La idea detrás había sido crear un mundo
más seguro pero eso no había resultado como tal.
De pronto, la puerta principal del apartamento
se abrió y Fidel dio un salto del susto, pues había estado bastante concentrado
en sus recuerdos. Fue a la puerta y recibió con un beso a Martín, que parecía
llegar tan cansado como él. Martín no sabía lo que le ocurría a Fidel así que
no habló del tema ni preguntó nada. Fidel se quedó mirando sus hermosos ojos
color miel y se dio cuenta de cómo esos funcionaban a la perfección, enfocando
y desenfocando en los momentos correctos.
Martín le contó a Fidel que la policía había
entrado al conjunto de torres y parecían a punto de hacer alguna acción contra
el crimen. Sin dudarlo, Martín aplaudió el esfuerzo de la policía y le confesó
a Fidel que, aunque muchas de las reglas y cosas que pasaban eran a veces
difíciles de procesar, estaba seguro de que todo se hacía para su mejora en
todos los aspectos. Por eso Fidel decidió no decir nada acerca de sus
implantes. En cambio se fue a cambiar y más tarde empezó a cocinar, algo que no
llevaba mucho pues cada vez hay menos que hacer.
Hacer la cena consistía básicamente en la
mezcla de varios ingredientes secos a los que se les agrega agua para que
tengan una contextura bastante cercana a la real. Cuando se sentaron a comer,
Fidel se dio cuenta por primera vez que nada de lo que había cocinado tenía
sabor. No se podía sentir nada más sino un gusto bastante genérico que él ahora
ya no disfrutaba para nada. En cambio Martín comía como si nada. Incluso pidió
repetir, lo cual era posible pues esa semana habían podido tener varios bonos
de comida.
Mientras lavaba los platos, Fidel recordó una
vez hacía mucho tiempo, cuando tenía unos siete años. Recordaba el sabor de una
hamburguesa y todos los elementos que la hacían una hamburguesa. El tomate, la
cebolla, el queso, la carne, la lechuga y el pan. Todo volvía a su mente de
forma sorprendente. Tuvo que dejar de limpiar pues el recuerdo se hizo tan
vivido que sus manos temblaron y casi hace un desastre. Martín, en la sala
viendo televisión, ni se dio cuenta de lo que pasaba. El estaba tranquilo, sin
vistas al pasado.
Cuando se fueron a dormir, Fidel no pudo
apagar sus receptores oculares para lo que supuestamente era descansar. Se le
había ocurrido la idea de que habría más gente como él, capaces de recordar el
mundo que había existido antes. Muchos odiaban el pasado y estaban seguros de
que todo lo actual para ellos era lo mejor que se podía haber creado. Pero
Fidel nunca había sentido esa aversión y ahora tenía una ventana a todo lo que
había existido antes y, la verdad, le gustaba mucho echar un ojo de vez en
cuando al pasado.
No despertó a Martín pero se rehusó a dormir.
A lo lejos, se escuchaba como la policía usaba sus amas. Pudo oír gritos,
algunos pidiendo ayuda. No sabía dónde estarían pero sabía que poco a poco se
estaban acercando a él. De alguna manera sabía que ese sueño no podía ser. El
orden del mundo estaba establecido y estaba seguro de que tarde o temprano, alguien
notaría que sus implantes no estaban funcionando correctamente. Vendrían a
encerrarlo o peor. No sabía que les pasaba a los que habían visto la verdad.