A Jonathan Frey siempre le preguntaban
porqué se había ido a vivir tan lejos. Su respuesta era que esa distancia le
ayudaba a separarse de los demás y así purgarse de culpas y odios que todavía
tenía adentro. Además, siendo un escritor con un agente lo suficientemente
bueno, podía vivir en el fin del mundo si quisiera y de todas maneras le iría
igual que si viviese en la ciudad. Volvía su ciudad natal cada cierto tiempo,
para arreglar cosas del trabajo sobre todo relacionadas con la promoción de su
último libro. Pero la verdad es que odiaba estar allí de nuevo. El ruido de los
carros era lo peor para su cerebro, lo mismo que las personas y su cacareo
constante que no iba a ningún lado. Siempre se quedaba máximo una semana y si
no estaba todo terminado en ese lapso de tiempo, pues se dejaba para después o
simplemente no se hacía.
Después de uno de sus viajes, volvió a su
pequeña cabaña en el bosque en su camioneta vieja y confiable. Le encantaba ese
vehículo así no lo usara demasiado: sus manchas de óxido y sus llantas llenas
de barro le recordaban amablemente lo bueno que era estar de vuelta en casa.
Había traído provisiones para no volver a la civilización en un buen tiempo. En
casa lo esperaba Alicia, su perra huskie que un granjero le cuidaba todos los
días. Esta vez le había dejado demasiada comida pero Alicia, afortunadamente,
era educada y solo comía lo suficiente para un día y no más. Jonathan la
acarició y le besó la cabeza, luego dejando la caja de cosas que había comprado
sobre un mesa de madera basta que le servía de comedor.
Era temprano, así que decidió tomar la caña de
pescar y salir con Alicia a buscar comida para la cena. Se le antojaba una de
esas deliciosas truchas naturales con especias de verdad y limón. Nada de esos
disque pescados que vendían en la ciudad que no sabían a nada y costaban
demasiado dinero para la porción tan lamentable que servían. El río estaba
bastante cerca pero separado de la casa por un pequeño bosque que protegía de
las inundaciones ocasionales, sobre todo en invierno. El ambiente olía bastante
a plantas y tierra. Había llovido hace poco y el entorno se había alterado de
la manera más agradable posible. Para Jonathan, fue como si su hogar le diera
una calurosa bienvenida.
Llegó a la orilla del río y se sentó, con
Alicia a su lado. De la tierra sacó unas tres lombrices, lo que le tomó pocos
minutos pues la lluvia las había hecho salir.
Puso una en el anzuelo y empezó la faena de paciencia que era pescar. A
Alicia no le gustaba mucho la idea, pues seguido iba y venía mientras Jonathan
no se movía ni un centímetro. Más que estar concentrado, el escritor que no
pasaba de los cuarenta años, pensaba sobre su vida y lo que había hecho con
ella. Su primer éxito había sido enorme y tan joven que le cambió la vida. Por
eso ahora podía darse el lujo de estar pescando y no en cansinas reuniones.
Nada picaba y se estaba poniendo gris.
Jonathan se puso de pie y le dio cinco minutos al río para que le proporcionara
comida. Los tres primeros minutos pasaron volando y entonces empezó a caer una
llovizna suave. Al cuarto minuto se puso algo más fuerte y para el quinto
minuto, el río por fin le dio algo pero no era lo que él quería. La lluvia
arreció y por eso no estaba seguro de lo que veía así que esperó hasta que la
corriente lo acercara más. Entonces se dio cuenta que no estaba equivocado: lo
que venía con la corriente era un hombre. Como pudo, se acercó a la orilla
cuidándose de no caer y usó la caña para detener el cuerpo y tener tiempo de
tomarlo por un brazo. Haló todo lo que pudo y por fin el cuerpo se dejó
arrastrar a la orilla. Al final, solo los pies estaban en el agua.
El cuerpo estaba completamente desnudo y
pálido. Lo más seguro es que estuviese muerto, algún tonto que se había bañado
en el río justo antes de la lluvia que venía de las montañas. Cuando el cuerpo
tosió, Jonathan se asustó y Alicia empezó a ladrar. Los ladridos hicieron que
el hombre se moviese más pero no mucho, al parecer no tenía fuerzas más que
para quejarse un poco. El escritor lo haló un poco más pero no podía hacer lo
mismo hasta la casa, por cerca que estuviese. Le ordenó a Alicia quedarse allí
y cuidar al cuerpo, aunque solo fue un par de minutos, que usó para traer un
cartón grande que tenía hace rato guardo. Como pudo, puso el cuerpo sobre el cartón
y empezó a halar.
Que bueno por los fabricantes del cartón, pues
este resistía al agua y al peso del hombre inconsciente. Con agua de Alicia,
Jonathan haló el cuerpo hasta la casa, donde lo metieron apresuradamente pues
la lluvia era ahora de tormenta. Cuando por fin cerró la puerta, el escritor se
dio cuenta que estaba empapado. Se quitó la chaqueta primero, viendo el cuerpo
en el suelo. Se acercó al hombre y le dio la vuelta, revelando su rostro que
estaba lívido, como si hubiese visto mil espíritus en el río. Preparó agua
caliente y tomó una botella de licor que tenía para sus noches solitarias. Hizo
oler al desnudo, quién se despertó un poco, pero no lo suficiente como para
levantarse.
Lo hizo de nuevo y esta vez el hombre abrió
los ojos y, con manos torpes, le tocó la cara. Jonathan aprovechó para hacer
que se pusiera de pie y llevarlo torpemente hacia su cama, donde el hombre cayó
como un saco de papas. Allí se quedó dormido de nuevo y Jonathan se sentó a su
lado, poniéndole compresas calientes para que el cuerpo no se congelara. Alicia
estuvo mirando toda la noche pero incluso ella sucumbió al cansancio y se quedó
dormida después de varias horas. El escritor, en cambio, se quedó despierto
toda la noche, todavía mojado pero ciertamente interesado en lo sucedido.
A la mañana siguiente, Jonathan se hizo un
café negro fuerte para alejar de si mismo las ganas de dormir. La lluvia se
había detenido, así que aprovechó para volver al río e intentar pescar de
nuevo. Afortunadamente, la lluvia había llevado grandes cantidades de peces río
abajo y fue fácil conseguir cinco de buen tamaño, que echó en un balde. De
vuelta en casa, los abrió y les sacó las tripas, para luego sazonarlos de la
manera que más le gustaba. Lo hizo con todos. El almuerzo iba a ser glorioso.
De desayuno solo comió un pan con mantequilla, que compartió con Alicia.
Estando allí en el suelo con ella, el sueño le ganó por fin y quedó dormido con
la cabeza en la perra. No soñó nada, solo durmió como un bebé pues desde hacía
mucho estaba demasiado cansado.
Cuando despertó, se llevó un susto al ver un
hombre delante suyo completamente desnudo. El susto no era tanto por lo desnudo
como por la blancura del individuo, que parecía un fantasma que lo había venido
a buscar, quién sabe porqué. Pero rápidamente recordó todo y se puso de pie
torpemente. Le preguntó al hombre desnudo su nombre y le dijo donde estaba,
para que no se preocupara por eso. Le pidió también que volviera a la cama y
descansara pues contactaría pronto a la policía para avisarles de su presencia.
A esta declaración el hombre se negó con la cabeza y las manos. Jonathan se le
quedó mirando y se dio cuenta de que su hombre desnudo era completamente mudo.
Él no sabía lenguaje de señas y no se atrevía
a intentarlo pues no era idea insultar a nadie. Le insistió entonces que se
sentara y que lo dejara a él hacer de comer. En poco tiempo, Jonathan cocinó en
horno de leña las cinco truchas. Las acompañó solo de un jugo de moras que
hacía con frecuencia con frutos que crecían cerca de la casa. Dos truchas para
cada humano y una para Alicia que gustaba de lamerlas. El hombre desnudo estaba
hambriento, pues destrozó los peces rápidamente. El alió le chorreaba por la
barbilla pero eso a él obviamente no le importaba. Jonathan lo miró todo el
rato con detenimiento pero no lograba saber que pasaba con él. Sería un
fugitivo tal vez? Un asesino suelto?
No tenía la pinta de asesino. De hecho no
tenía pinta, por lo que Jonathan, después de limpiar todo, buscó una libreta y
allí le escribió al hombre una serie de preguntas y se las pasó. Le dio también
un bolígrafo y le pidió que respondiera a todas, pues no podía seguir
ayudándolo si no le decía quién era y porque había resultado en un río. El
hombre solo cogió la libreta y el bolígrafo pero no escribió nada. Solo empezó
a llorar. Jonathan se le acercó para consolarlo y entonces el hombre lo tomó,
impidiendo que se moviera y le dio un beso forzado. Cuando lo soltó, Jonathan
se sentía asustado y confundido.
No se dirigieron una mirada más hasta la noche,
cuando el escritor le pasó algo de ropa para que se vistiera. Luego, le
advirtió que iba a dar aviso a la policía pues no podía dejar todo como estaba.
Le decía con antelación pues pensaba que lo mejor era darle la oportunidad de
escapar, si eso era lo que deseaba. El hombre se negó con la cabeza y se quedó
allí, poniéndose la ropa. El guardabosques llegó al día siguiente y se llevó al
hombre del río. Volvió en la tarde, cuando lo había dejado en la comisaría más
cercana. Le contó a Jonathan que el tipo había presenciado el asesinato de
alguien cercano y se había echado al agua fingiendo estar muerto. Jonathan solo
asintió y volvió a su vida de cabaña con Alicia aunque cuando iba al río, veía
el cuerpo venir hacia él una vez más.