Los tanques de combustible explotaron con
fuerza, enviando una bola de fuego hacia el cielo que alumbró todo lo que
estaba alrededor. El color ámbar que inundó el lugar nunca se había visto en
semejante lugar tan remoto y nunca se volvería a ver. La pequeña casa hecha de
tejas de zinc y placas prefabricadas, el único indicativo de que algo había
existido en ese lugar, dejó de existir en unos pocos segundos, completamente
consumida por el fuego abrasador.
Desde una colina cercana, un joven sin pelo
miraba la escena, fascinado por los colores de las llamas que ardieron por
largo tiempo antes de que el frío las apagara a punta de copos de nieve. Él no
pensó en las personas que había allí, en los kilómetros de túneles y niveles
enterrados debajo del bosque de tundra. Todos habían muerto ya o al menos pensó
que eso sería lo ideal. Vivir para morir encerrado era algo que nadie merecía,
ni siquiera esas horribles personas que trabajaban allí.
Las marcas de la tortura sistemática estaban
por todo su cuerpo. No sabía cuando lo habían internado allí pero sentía que
había sido hacía mucho tiempo. Su celda era completamente oscura, desprovista
de cualquier tipo de luz. Estando bajo tierra, era imposible saber que día era
o que hora del día estaba viviendo. Después de un tiempo simplemente no
importaba. Había dejado de pensar en esas trivialidades hacía mucho tiempo.
Solo quería evitar volverse loco.
En eso había sido algo exitoso y un fracaso,
al mismo tiempo. Si bien todavía conservaba partes de su pasado y tenía a veces
ganas de pelear y de rebelarse, la mayoría del tiempo era como un muerto en
vida. Las pruebas que le hacían, fuese físicas o puramente medicas, lo cansaban
demasiado. Después de algo así nadie tenía muchas ganas de idear planes de
escape o algo parecido. Solo quería morir o al menos ese era un deseo que se le
había metido en la cabeza hacía mucho rato.
Cuando su mente estaba algo más clara, cosa
que pasaba cuando sus captores no lo sacaban de la celda en mucho tiempo,
pensaba que era casi seguro que no estuviese solo en ese lugar y que, tal vez,
estuviesen jugando con él a un nivel mucho más profundo de lo que pensaba. Se
le había ocurrido que tal vez ellos hubiesen influenciado en su mente para
pensar en lo que pensaba y que tal vez revisaran su mente todos los días por
medio de algún aparato instalado allí adentro. Podía ser solo paranoia pero
cualquier cosa le parecía posible en esos momentos.
Estaba claro que no era él quién había
iniciado el caos. Él solo supo que el sistema eléctrico falló y las puertas de
todo el lugar se abrieron para dejar paso libre a una evacuación completa.
Cuando se atrevió a salir, vio acercarse a él llamas de un color naranja
intenso. Corrió hacia el lado opuesto, eventualmente encontrando unas
escaleras. Supo que subir era lo mejor que podía hacer. Estaba descalzo,
vistiendo una de esas batas de tela que se usan en los hospitales.
En el último piso vio, horrorizado, que no
había acceso a la salida. Esas puertas, por alguna razón, permanecían cerradas.
La gente que todavía estaba adentro gritaba y corría sin sentido, de un lado a
otro. Él no sabía por donde era salida, por lo que se quedó quieto sin saber
que debía de hacer. Se escuchaban explosiones lejos de él, en algún lugar muy
por debajo. Salir de la celda parecía haber sido una buena idea, a pesar de que
apenas se había abierto la puerta, el miedo lo había invadido.
El exterior, el mundo que le esperaba le daba
pánico. De hecho, ver a la gente correr de un lado a otro, lo había hecho
quedarse quieto. Podía parecer una tontería, pero no quería llamar su atención,
para bien o para mal. No quería que ninguna de esas personas lo ayudaran pero
tampoco quería que lo vieran y aprovecharan para llevárselo con ellos, tal vez
a otro siniestro lugar parecido al que estaba por terminarse. Esperó a que no
hubiese nadie cerca y corrió por un corredor solitario.
No tenía como saberlo pero su idea había sido
la correcta. De lado opuesto de la edificación había unas largas escaleras que
servían de ruta para el incendio, que ya consumía los cuerpos de varias
personas, tanto trabajadores del lugar como prisioneros. Del otro lado no había
nadie porque no había una escalera parecida. Lo que había allí era el sistema
de ventilación que era estrecho y tenía un olor a gas bastante desagradable. Él
descubrió un acceso en un armario de la limpieza.
Tuvo que utilizar la poca fuerza que tenía
para arrancar la rejilla. Cuando por fin pudo soltarla, cayó al piso con
fuerza. Eso lo aturdió por un momento pero fue entonces cuando escuchó una voz.
Era una voz clara y ensordecedora. Le hizo doler la cabeza la potencia que
tenía. Lo extraño era que la puerta seguía abierta y no veía a la persona que
gritaba. Solo sabía que sentía que la cabeza le iba a explotar. La voz decía
que cosas horribles, alimentadas por rabia y dolor, sentimientos que Él pudo
sentir por todo su cuerpo, erizando cada vello de su cuerpo.
A pesar del dolor, el hombre se puso de pie y
usó más de su supuesta escasa fuerza para treparse al acceso de la ventilación.
La voz parecía alejarse de su cabeza, lo que hizo más fácil trepar por el frío
metal del tubo. La bata médica se le rajó en varias partes. Para cuando llegó a
la parte superior, estaba desnudo y sangraba de al menos dos dedos. Sin
embargo, el sentir el aire puro y frío del exterior, le hizo sentirse aliviado
por primera vez en mucho tiempo. Era como si en verdad fuese libre.
Se dejó caer junto a la salida de la
ventilación, disimulada debajo de un matorral enorme, rodeado de grandes
árboles. Desde allí no se podía ver nada de lo que pasaba debajo de él. Para
cualquier persona que pasara por ese lugar, sería otro día en el bosque helado.
Como pudo, el hombre se puso de pie y se dio cuenta de que moriría del frío
allí afuera. Por un momento, mientras daba tumbo entre los árboles, quiso
volver a su celda que también era fría pero no así. El pensamiento se mantuvo
con él, por largo tiempo.
Fue entonces que vio la cabaña de zinc, sola y
oscura y supo que debía ser la entrada al lugar donde había estado encerrado.
Había algunos cuerpos tirados cerca de la puerta que parecía estar muy bien
cerrada. Él se acercó corriendo a uno de ellos y lo despojó del abrigo y las
botas. Seguramente le servirían mucho más a él, era otro problema solucionado
sin intención alguna de encontrar una solución. Se vistió como pudo y empezó a
caminar colina arriba, alejándose de la casa.
Luego de ver el hongo de fuego elevarse por
los aires, dio la espalda al lugar y empezó a caminar lentamente, sobre el lomo
de una cordillera baja que parecía extenderse por varios kilómetros. Fue un
buen rato después que escuchó de nuevo la misma voz que había hecho que le
doliera la cabeza. Pero esta vez no estaba cargada de rabia o de dolor sino de
miedo, de un tristeza profunda que pedía ayuda. Era raro decirlo pero la voz
parecía llorar suavemente hasta que se apagó.
Él se quedó allí, esperando a volver a
escuchar la voz. Pero no pasó nada. Solo podía escuchar el viento y en su
cabeza no sentía nada más que una ligera migraña por haber vivido tantas cosas
en un lapso de tiempo de comprimido. Era lo normal.
Comenzó a caminar al sentir que el frío se
hacía más intenso. Cerró el abrigo lo mejor que pudo y comenzó a caminar a buen
ritmo, trazando una senda entre la blancura eterna del bosque. Pronto el viento
barrería sus rastros y los de su prisión.