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viernes, 11 de marzo de 2016

Ocurrió en el 11B

   Algo extraño ocurría en aquel apartamento pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que nadie nunca podría comprender del todo.

 Claro, había personas, científicos de verdad, que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto. Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que creer en lo que no entendía.

 Tantas habían sido las acusaciones que la familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso. Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.

 Sobra decir que nunca hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del 11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.

 Lo que más daba miedo es que decían, y es que nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo, pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo que estuvo en el hospital.

 Al cabo de un par de semanas, el chico se mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo. Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para por fin poderlo alquilar.

 Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca. Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.

 En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa, más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.

 La alegre familia se dio cuenta entonces que tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad: los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber visto gotas flotando en el baño.

 Pero de esto solo hablaron después, en los pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas, necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno de los hombres estaba en condición de decir nada.

 Esto lo hablaron con algunas personas de confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo. Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido. Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que podrían haber sido ideas de ellas.

 Pero entonces las imágenes que se veían, las respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el mínimo sentido.

 Se supone que querían arreglar las conexiones eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo, no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso cedió y media nevera se incrustó en el piso.

 Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que venía.

 Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del susto, temblando.


 Las mujeres hablaron solo una vez y después no se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio de la que alguna vez fue una familia feliz.

viernes, 11 de diciembre de 2015

No hay más

   Mientras alucinaba en mi cuarto, podía oír los sonidos del exterior, que se mezclaban con aquellos que venían de mi mente. Además estaban esos puntos brillantes y manchas de colores que podía ver incluso en un cuarto cerrado y oscuro como el mío. Los puntos de luz eran como pequeñas explosiones que estallaban cerca de mi cara y que me hacían pensar en fuegos artificiales mal ejecutados. Todos parecían brillar con más intensidad entre más cerca estaban de mi. Y las manchas podían ser de diversas formas: circulares, alargadas, pequeños palitos distribuidos uniformemente por el espacio, con colores surrealistas, invadiendo todo mi campo de visión.

 Por eso prefería dormir, hubiera preferido nunca despertar más y dejar de sentir lo que sentía y de ver esos malditos puntos y esos brillos que tanto odio. Pedí la muerte infinidad de veces, sobre todo cuando me despertaba con ganas de vomitar y de salir corriendo, así no hubiera manera de salir. Solo había una pequeña ventana que me ayudaba a saber si era de noche o de día, eso era todo. Esa maldita ventana fue la tortura más grande de todas puesto que yo hubiese preferido no volver a saber nada del mundo exterior, de la gente o de los sonidos que, afortunadamente, no se colaban por esa ventana.

 La comida no estaba mal, de hecho era muy buena, pero sufría cada vez que recibía el plato por la rendija de la puerta. Sabía que fuera lo que fuera, me iba a causar un gran malestar que no podría calmar en días. Y tener el retrete a centímetros de la cama no ayudaba en nada. Era un desastre y por eso quería que todo terminase, que no hubiese más comida para mi, ni más ventana  ni más nada. Quería morir sentado en ese retrete o en mi cama o, lo mejor, durmiendo y soñando alguna de esas horribles pesadillas que todavía tenían la capacidad de hacerme despertar sudando.

 No recuerdo cuanto tiempo estuve en esa celda, en esa habitación. Solo recuerdo los sonidos de gente arrastrando los pies en vez de caminar con propiedad, de cubiertos metálicos chocando contra el piso de cemento, de voces lejanas y risas que parecían mal ubicadas en semejante lugar. Esos eran los sonidos de la realidad. Luego estaban los de las pesadillas, que me torturaban todos los días. Eran gritos y quejidos, chillidos y berridos de los más horribles e inquietantes. Mi mente era un cementerio.

 Lo bueno, lo único creo en todo el asunto, era que mi vida no cambió en lo que parecieron ser años. No veía gente y eso me alegraba porque tenía suficiente con las personas que veía en mi cabeza, los que se presentaban en las noches más oscuras para torturarme y recordarme quién era, como si fuera un juego sórdido y retorcido el evitar que se me olvidaran todos esos rostros que alguna vez yo había apreciado sin duda. Me torturaban y creo que eso hacía parte de lo bueno.

 No quiero recordar el maldito día en que volví a ver la luz. Yo confiaba, y quería, que la última luz en mi vida fuera la de la luna que a veces, muy pocas, entraba por la pequeña ventana de mi habitación. Nunca había deseado más. Pero ese deseo no me fue concedido.

 Un día las puertas de todas las celdas se abrieron y todos fuimos libres de irnos. Por lo que oí, mientras me tapaba con mis cobijas, no había guardias ni nadie que evitara que la gente se fuera. Yo me quedé en mi cama y me rehusé a dejar mi pequeña celda, mi pequeño espacio en el mundo. Me quedé allí de espalda a la puerta abierta y creo que lo hice un por un tiempo largo. Pude resistir salir.

 De nuevo, veía algo positivo en que las puertas se hubiesen abierto: ya no había más ruido que el de su mente en el lugar. Esa prisión, o lo que fuese, estaba ya desierta. A diferencia de él, el resto de inquilinos había tenido todas las intenciones de salir corriendo apenas pudieran y eso habían hecho. Disfruté de ese silencio y pude dormir mejor algunas noches más, hasta que las pesadillas parecieron volver de sus vacaciones. Se ponían cada vez peores, más agresivas y violentas y yo me despertaba gimiendo y gritando como un cerdo al que van a matar.

 En una de esas fue que noté como el agua que salía del pequeño lavamanos se había reducido hasta ser un hilillo insignificante. Al día siguiente, ya no salía nada. Si no había agua allí, iba a morir. Y creo que esa fue la primera vez en mucho tiempo que sonreí, Por fin se me había proporcionado una manera de morir dignamente, de irme de este maldito mundo sin mayores complicaciones, sin pensar en nada más sino en mi. Agradecía tanto que temí volverme religioso antes de morir.

 Los días pasaron y el efecto de la sequía se tardó en entrar en mi cuerpo pero cuando entró trajo consigo más dolor y alucinaciones. Más imágenes mentirosas y sonidos que no estaban allí. El delirio era tal que no sabía, por momentos, si estaba despierto o dormido o si todos los dolores que sentía por todo el cuerpo eran uno solo o varios o si no estaban del todo allí, como yo que cada vez me alejaba más de la realidad, más no de la vida.

 En uno de esos delirios vi unos ángeles hermosos, con cara de venir de una estrella lejana. Me cargaron gentilmente y sentí calor y frío mientras pasaba de un lugar a otro. Flotaba entre ellos y me sentía volando como uno de esos pájaros que no había visto en años. Me sentí sonreír y supe en ese momento que por fin la muerte había venido y este era ese último paseo antes de terminar con todo. Le agradecí que no me llevara de paseo por mi vida sino que me diera una vuelta por los cielos y la paz.

 No se imaginan mi decepción cuando desperté, cuando abrí los ojos. Tenía ojos! Me dio rabia y un sentimiento enorme de culpa y de odio y de todo lo malo que se pueda sentir en un momento así. Empecé a llorar y a gritar y a pelear y golpee gente pero no me importó. Le lancé puños y patadas, gritos e insultos. Le di a un par antes de que me sometieran bajo su fuerza a punta de algo que me hizo dormir de nuevo pero de una forma extraña pues solo recuerdo un sueño en blanco, con una textura extraña.

 Cuando desperté de nuevo estaba amarrado a la cama con lo que parecían cinturones de seguridad. No podían mover ni piernas ni manos y mi primera reacción fue llorar. No solo por la luz que era excesivamente brillante sino porque no había logrado mi cometido. Que tan difícil era morir? Llevaba años intentándolo, una y otra vez pero nada parecía servir. Yo solo quería que el dolor de mi alma y de mi cuerpo se fuera, quería dejar de pensar y de sentir y de ver y de estar. Era eso tan malo, era ese un crimen tan horrible?

 Pareció que mis ángeles, quienes sea que fueran, entendieron que no me gustaba la luz brillante porque dejaron de encenderla y solo mantenían prendida una luz en el suelo, al nivel de los pies. Amarrado como estaba, yo podía apreciar esa luz azulada, que menos mal no tenía poderes sobre mi, ni la capacidad de hacerme saltar de la rabia. Creo que aprendí a querer a esa luz como nunca antes quise a ninguna luz.

 Por fin, un día me habló uno de los ángeles y me decepcioné al ver que era tan solo una mujer. Simple y básica, como toda la humanidad. Quería hacerme preguntas y que la ayudara con no sé que cosas. Yo no dije nada, no respondí. Ella se sentó por varios días al lado de mi cama y me bombardeaba con preguntas varias. Era un fastidio total, sobre todo porque la gran mayoría de esas preguntas no tenía significado alguno para mí.

 A quién le importaba si yo había tenido hijos, o que color me gustaba o si había volado alguna vez en avión? Que tenía que ver de donde eres, cual era mi nombre y si recordaba a mis padres? Era una ridiculez completa y no le puse atención a nada, prefiriendo acomodarme lo mejor posible con mis amarras y tratar de dormir y rezar por una muerte rápida y sin dolor alguno. Creo que a esas alturas ya me la merecía.

 Pero la mujer insistía e insistía hasta que un buen día preguntó algo que me hizo saltar, que me colmó la paciencia.

       -       Cuando lo tomaron como prisionero? Cuanto tiempo estuvo capturado?

 Me quise lanzar contra ella pero no pude. Casi le ladré, le quería arrancar los ojos por hacer semejantes preguntas tan estúpidas. Escupiendo la mayor cantidad de saliva que podía, le contesté que yo jamás había sido prisionero de nadie y que no me importaba cuanto tiempo había estado allí. Lo único que había querido era que me aceptaran como preso. Los presioné para que me encerraran con el resto y pudiese tener una vida tranquila con mis pensamientos. Pero no, no había podido tener eso ni morir en paz.


 La mandé a hacer cosas que creo que ella nunca había escuchado. Entonces sentí una aguja entrar en mi brazo izquierdo. Caí en la cama y, antes de cerrar los ojos, le dije al enfermero: “Que sea mortal”.