Yo sólo me fui. No quería saber
nada más de la vida perfecta de nadie más, no quería saber si estaban felices
porque, en mi concepto, no lo merecían. O tal vez era más bien que yo lo
merecía tanto como ellos y no entendía como podían estar allí, tan relajados,
tan tranquilos, diciéndome todas esas cosas como si yo fuera un muy bonito
mueble al que le gusta escuchar de la vida de los demás. Si así fuese,
simplemente preguntaría. No esperaría a que me lo dijeran al oído o que
simplemente alguien me lo dijera, como quién lo hace cuando necesita
desahogarse y le cuenta un gran secreto a su perro.
Decidí caminar en la noche,
sintiendo el frío en mi rostro. Me puse el gorro de la chaqueta en la cabeza,
también con ganas de que nadie me viera la cara. No sé porqué fue eso, pero
creo que sentía que en el rostro se veía lo que estaba pasando dentro de mi en
el momento. El odio y la confusión y el sentirme, de nuevo, perdido y siempre
en desventaja, como si fuera un estúpido juego en el que jamás pudiese estar arriba,
de primero, pues siempre que muevo una ficha, las demás ya no están en sus
mejores posiciones.
Y eso era precisamente lo que me
sucedía. Había tomado una actitud proactiva con la vida y había decidido que,
aunque lo que hacía no era exactamente lo que me hacía más feliz en la vida,
intentaría utilizarlo, convertirlo en algo útil para poder hacer esas cosas que
sí me quitaban el sueño. Había decidido que este problema o situación
simplemente no impidieran mi desarrollo como una persona y que no tuvieran la
capacidad de hacerme sentir menos que los demás por el simple hecho de no estar
interesado.
Y ahora, que todo parecía estar
estable de nuevo, venía la vida a recordarme lo solo que estaba. No puedo ser
injusto y decir que él me echó en cara su vida y su amor y todo lo perfecto que
vivía. No puedo porque no sucedió así, aunque debo decir que en algún punto de
mi mente sí lo sentí así, de pronto porque había tratado de hablar con él
alguna vez y no había ocurrido nada, tal vez porque me había gustado en
secreto. El caso es que saber de su vida me produjo simple rabia aunque creo
que era más envidia.
Era lo mismo que ocurría al
encender el portátil y pasearme por páginas de fotos y simplemente caer en una
fotografía de alguna persona, de algún hombre mejor dicho, con el que alguna
vez hubiese salido y encontrarlo allí sonriendo como un idiota de la mano de
alguien más. Eso me daba una rabia increíble, a menos que hubiese pasado hacía
mucho tiempo. Era algo que me ponía a pensar, pues siempre me preguntaba porque
era yo siempre la llanta de repuesto, la que se pone mientras pasa el accidente
y ya después se cambia por una que sí corresponda mejor al modelo del vehículo.
Yo era esa llanta. O bueno, se
puede hacer la analogía que quieran, el caso es que era siempre la persona que
alguien elige para estar algunos momentos, algún rato, para diversión. Mientras
caminaba creo que me reí, porque recordé esas palabras e imágenes de las
prostitutas del siglo XIX y extrañamente me identifiqué con ellas. Aunque a ellas
les pagaban, a mi solo me dejaban el corazón cada vez más vacío. Pero ambos, ellas y yo, no éramos lo que el mundo prefería, no éramos el ejemplo sino los errores.
De pronto abrí los ojos de verdad
y me di cuenta que no sabía en que calle estaba. Revisé el celular y retomé el
buen rumbo. Donde dormía quedaba a unos dos kilómetros y los iba a caminar
todos pues no tenía ganas de buses o nada por el estilo. Quería tener tiempo de
pensar y no solo en la cama, quería poder despejar mi mente si es que eso era
posible, aunque la verdad siempre que deseaba aquello nunca se cumplía. Solo
llegaba al mismo punto muerto de siempre y entonces tenía que quedarme dormido
con ese sentimiento de fastidio por todo. No era la mejor manera de dormir.
No podía aplaudir a los demás por
sus vidas, en especial si eran como yo. Era como celebrar lo bien que lo habían
hecho todo, a diferencia del desastre que tenía yo en mi vida, en mi cabeza. Se
iban a vivir juntos, compraban muebles, tenían trabajos, eran artistas y
seguramente el sexo era mejor que en cualquier película pornográfica hecha por
los seres humanos. Porqué habría de celebrar eso en la vida de alguien más?
Porqué habría de enaltecer a alguien y así seguir permitiendo que yo mismo, e
incluso los demás, me sometieran a estar siempre en el fondo.
No es que en el fondo se esté tan
mal, porqué no es así. Hay veces que es mejor estar aquí, donde nada duele de
verdad. Donde nada parece ser tan en serio y hay posibilidades de error. Donde
la gente es de verdad, de carne y hueso. Y sí, todos somos apenas sombras de lo
que podríamos ser pero al menos somos algo. Aquí abajo no nos exigimos, aquí
abajo no somos todos unos hipócritas, que cuando pasan al otro nivel se hacen
los que nunca han bajado, como si yo no los conociera. Los he visto, he visto
sus miradas que me atraviesan, he sentido sus manos que en verdad jamás me
tocan y saboreado sus besos que son casi imperceptibles.
A veces cambio la visión de las
cosas y me digo a mi mismo que no está mal estar solo y estar siempre al margen
de las cosas, no está tan mal ser eternamente la opción número dos. Me trato de
convencer que así me divierto más, que así todo se trata del control que soy
capaz de ejercer sobre alguien más, porque estoy seguro que tengo todas las de
ganar en una relación que se trate sobre el control absoluto. No hay nadie que
me pueda contradecir, que me pueda quitar ese convencimiento de mi cabeza.
Y sin embargo cuando llego a mi
casa, que comparto con gente que no me interesa en lo más mínimo, me encierro
en la habitación que pago con dinero que no es mío y me quito la ropa
imaginándome como lo he hecho cuando he estado con cada uno de ellos. Con los
hombres que he conocido, y me doy cuenta de que, a excepción de algunos,
siempre he sido yo el que me he quitado la ropa, nunca nadie me ha ayudado ni
ha sentido las ganas de compartir ese momento ritual tan privado como es
quitarse la ropa.
Lo tiro todo al piso, pues no
tengo ganas de ponerme a ordenar nada. En ropa interior me meto debajo de las
cobijas y le pido a mi cerebro que el sueño llegue pronto pues no quiero seguir
pensando más, no quiero que siga divagando de un lugar a otro, no quiero seguir
sintiendo ese maldito puñal que siendo desde hace años apretándose contra mi
pecho. No quiero volver a ese momento en el que todo me falló y tuve que caer
para recomponerme. La verdad es que no creo sobrevivir otra caída, simplemente
no podría.
De pronto es la cerveza hablando,
de pronto es la rabia que tengo contra todos esos desgraciados que simplemente
sonríen y parece que todo les cae del cielo. Todo lo que tienen es perfecto y
yo vivo mirándome al espejo y en fotos que me tomo y solo veo una cascara
vacía, la sombra de alguien que simplemente no es, y probablemente, jamás será
nadie. Y no es pesimismo sino un sentimiento que me sube por la espalda y que
se expande en el estomago como una bacteria. Simplemente me hace saber las
cosas. Me hace saber que no hago parte de ese grupo de risas y abrazos y
felicidad eterna. No me tocó ese billete.
Doy vueltas. En parte por el
imbécil que cree que las cuatro de la mañana es la mejor hora para hablar a viva
voz con la ventana abierta pero también porque mis pensamientos me acosan, me
acorralan y me hacen sentir culpable, incluso recordándome las ocasiones en las
que sé que hice lo mejor posible y que cualquier otra opción simplemente
hubiese terminado en algo mucho peor. Ellos seguro no piensan en mi porque,
para qué? Pero yo si pienso en ellos y sé que les hice un favor, sé que cuando
se terminan esos minutos en los que me necesitan, debo dar la vuelta y volver a
las sombras, antes de que caiga ese regalo del cielo que a todos les toca menos
a mi.
Aunque bueno, tengo otros regalos
y por eso quejarme se siente tan mal. Tengo a mi familia, que siento cerca
todos los días, y tengo estabilidad mental por ahora. Lo primero jamás me
fallará y lo segundo… Lo segundo seguramente lo hará en algún momento pero
prefiero cerrar los ojos y tratar de vivir un día por vez. Trato de respirar
con calma, trato de calmar a los dragones y creo que lo logro porque, al fin y
al cabo, tengo experiencia en esto.
Cuando por fin duermo, mi mente
me trata mal, es cruel conmigo. Pues estoy en una pradera y más allá se ve el
mar. Camino y estoy al borde de un acantilado y entonces, a lo lejos, veo a
alguien. No puedo ver su cara pero me saluda y ese saludo me sacude todo lo que
tengo dentro. Ese saludo me destroza y al mismo tiempo me hace sentir real, me
hace sentir que existo y que estoy aquí. Entonces corro hacia él pero el sueño
se desvanece y pasa a ser todo solo una más de esas nebulosas mentales, de esas
que clavan el puñal un poco más dentro de mi carne.