El pobre de Jaime había trabajado en la
tienda de zapatos por tanto tiempo, que los pies y el calzado se habían vuelto
su vida. Ya era un hombre que pasaba de los cuarenta y no se había casado, no
había tenido hijos y, para dejarlo claro, no se había realizado como persona.
Claro, nunca había definido en verdad que era lo que quería hacer con su vida.
A veces su sueño parecía inclinarse a ser dueño de una tienda y otra veces era
ser podólogo y poder ver los pies que necesitaba ver. Porque el detalle era que
los necesitaba. Había ido ya a una psicólogo que le había dejado en claro que
lo suyo era un fetiche y bastante fuerte. Eso sí, le garantizó que no era algo
dañino y que solo en algunas ocasiones podía volverse algo de verdad
incontrolable.
La tienda para la que trabajaba Jaime era
enorme, una de las más grandes de la ciudad que era bastante pequeña aunque
tenía una vida comercial activa por estar ubicada cerca de una frontera
nacional. Venían extranjeros seguido y todo porque la mano de obra era allí más
barata y los zapatos también. Jaime era tan dedicado y sabía tanto del tema que
no era solo un vendedor sino que supervisaba todas las áreas. Ese era su máximo
logro en la vida: su jefe tenía tan claro que le encantaban los pies, que había
utilizado esa obsesión para convertirlo en un experto. Jaime sabía de zapatos
deportivos, de mujer, para hombre, para niños y sabía todo también del pie
humano: sus partes, las funciones de cada una de ellas y como estaban mejor en
un calzado que otro.
Muchos pensaban que su obsesión era algo
meramente físico y que su respuesta era de la misma naturaleza pero la verdad
era mucho más que eso. Él tipo sentía un placer más allá de su cuerpo al ayudar
a alguien a encontrar un calzado perfecto y más aún cuando le ponía el calzado
a quién fuera. Obviamente las mujeres le eran especialmente atractivas por su
delicadeza pero también habían hombres que le habían llamado la atención. Su
obsesión era tal, que la mantenía a raya coleccionando fotos de revistas donde
encontrara los mejores pies que hubiese visto. Era algo privado y jamás se lo
había mostrado a nadie y pensaba nunca hacerlo pues era su manera de mantener
todo a raya.
Un día, sin embargo, conoció a una mujer en el
trabajo. Una de esas extranjeras que venían a comprar calzado. Si somos
sinceros, la mujer era más bien normal de cara y de cuerpo, no era una belleza
ni mucho menos. Pero, como cosa rara, Jaime quedó prendado de sus pies. Y ella,
que no era tonta, se dio cuenta de esto y le llamó la atención así que decidió
coquetearle, pasándole los pies suavemente por la pierna mientras le ponía un
calzado que había pedido o modelando atractivamente frente a un espejo. Y se
daba cuenta que su técnica daba resultado, a juzgar por la mirada de idiota de
él.
Cuando se decidió por un par, le pasó a Jaime
su tarjeta y le dijo que le encantaría cenar con él antes de volver a casa al
día siguiente. Le dijo en que hotel se quedaba, la habitación y que lo
esperaría en el restaurante del hotel a las nueve de la noche. Jaime estaba
casi al borde del colapso pues ninguna mujer se le había acercado así nunca. Él
era consciente de que ella no era la típica belleza pero igual era atractiva y
sabía usar lo que tenía. Lo que no le quedaba muy claro del todo era porqué se
había fijado en él. Sabía que no era un buen partido para nadie y, a diferencia
de ella, él no era atractivo y era muy torpe tratando de atraer la atención
sobre si mismo. Lo había comprobado hacía años cuando era más joven y ahora ya
era muy viejo para ponerse en esas.
En todo caso, esa noche se puso su mejor ropa
(que no era más que un traje apropiado para entierros) y buscó los mejores
zapatos para acompañar. No solo sabía de calzado y de pies, también le gustaba
ponerse lo mejor que hubiera. Había ahorrado toda su vida y tenía piezas de
calzado de las mejores marcas, hechas con los cueros más finos. Para esa noche
se puso un par de zapatos negro tinta de una marca italiana que se
caracterizaba por las formas que recibían sus zapatos al ser cosidos. Casi
todos los pares eran únicos por ello. Eran los más caros que Jaime tenía en su
clóset y no dudó en ponérselos esa noche pues sabía que era una ocasión
especial, aunque no sabía porqué.
Cuando llegó al hotel, se dio cuenta que era
bastante antes de las nueve. La buscó a ella y no estaba así que se sentó en el
bar y pidió whisky en las rocas para darse un poco de valentía. Su poco cabello
se lo había peinado sobre la parte calva de su cabeza y se había esforzado por
lucir una piel algo menos grasosa de lo normal. Verse en uno espejo que había
sobre el bar le resultó algo fuerte pues se dio cuenta que parecía un tonto,
creyendo que una mujer se había fijado en él de una manera física. Seguramente
ella quería hacer negocio con la tienda o algo por el estilo y lo necesitaba a
él para facilitarle algunos datos o algo por el estilo. Estaba seguro de que
algo así debía de ser.
Ella entró cuando él no podía estar más al
fondo en sus penas. Y lo vio al instante y lo saludó animadamente. Ella sonreía
y llevaba un vestido azul con flores y los zapatos rojos de tacón que había
comprado esa misma tarde. Le dijo a Jaime que habían sido una excelente
elección pues le quedaban como guante. Los modeló para Jaime que se olvidó por
un instante su miseria interna y se dedicó a contemplar tan bellos pies en tan
bellos zapatos. Ella sonrió por fin y lo invitó a que tomaran asiento en la
mesa que había reservado. Cuando llegaron a ella, había un par de velas
encendidas y el mesero les ayudó a sentarse.
Lo primero que hicieron fue pedir vino. Ella
dijo que quería el mejor de la casa. Jaime entonces pensó que tenía dinero pero
que no quería gastar demasiado pues tenía todos sus movimientos monetarios
bastante bien controlados. Sabía que si gastaba mucho en una cosa, debía gastar
menos en otras. Por un momento ese pensamiento lo alejó de ella, hasta que la
mujer le tomó una mano y lo miró a los ojos. Jaime no supo que decir y ella
visiblemente no iba a pronunciar palabra. El gesto fue interrumpido por el
mesero que abrió la botella frente a ellos y les hizo degustarlo antes de
servir propiamente. Les entregó las cartas y los dejó a elegir su cena de la
noche. Jaime todavía estaba algo nervioso, mientras paseaba sus ojos por la
sección de ensaladas.
Al final, se decidieron por calamares rellenos
para él y trucha al limón para ella. Compartieron una entrada de alcachofas, de
las que Jaime casi no como por estar pendiente de que la mujer no hiciera de
nuevo de las suyas. Era lo normal que las mujeres lo pusieran nervioso pero
ahora estaba peor que nunca y se arrepentía de haber aceptado la invitación.
Cuando las alcachofas por se terminaron y la mesa quedó libre, ella de nuevo le
tomó la mano con sorpresiva habilidad y le dijo que le tenía una propuesta que
sabía le iba a encantar. Le dijo que no iba a decir palabra, que solo tenía que
leer. De su bolso sacó un celular y se lo pasó cuando mostraba lo que ella
quería que él viera.
Eran fotos de pies. De todos los tipos de pies
posibles. Unos al lado de los otros, de todo tipo de personas, de tamaños y de
características. Mientras él veía las imágenes ella le decía que trabajaba para
una firma que quería hacer el mejor calzado en el mundo, para cada pie y de la
mejor forma posible. Querían hacer obras de arte con su calzado, elevando el
estatus de este accesorio para vestir al máximo. Desde chanclas hasta
zapatillas para ballet, para hombres, mujeres y niños y todos los demás. No
había limite en lo que querían hacer y todo tenía una base clara. Ella le
apretó la mano que tenía libre y le dijo que lo necesitaban a él, necesitaban a
alguien que comprendiera.
La comida llegó y entonces hablaron más, y
Jaime se abrió a ella como si no pudiera contenerse. Le habló de los arcos del
pie, de la complejidad de los dedos y de la sensibilidad de las plantas. Le
dijo que el calzado era lo que definía, por completo, la vestimenta de una
persona más que ninguna otra cosa que tuviese encima. Y ella le dio la razón y
el dijo que ellos ya tenían expertos en la parte física del pie. Pero
necesitaban a alguien que los amara, que se dedicara de corazón a ellos, para
que les ayudase a diseñar los mejores modelos para las mejores ocasiones,
siempre siendo únicos y particulares.
Ella explicó que lo habían encontrado hacía un
tiempo, en parte por su trabajo y en parte por sus búsquedas en internet. Él
iba a preguntar que si eso no era ilegal pero se frenó porque se dio cuenta que
no le importaba. Por fin tenía frente de él esa oportunidad de ser alguien, de
realizarse por completo como ser humano. Y no la iba a desaprovechar por
tecnicismos tontos. Le dijo a la mujer que la ayudaría en lo que pudiera y que
aunque no era un experto, le encantaría hacer parte del proyecto. Mientras les
ponían la comida en frente, ella le tocó la cara y le dijo que de hecho él sí
era un experto y que sabía que lo que harían sería arte puro pues el amor de él
por la idea, era verdadero.