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lunes, 11 de julio de 2016

Aquello en el museo

   A esas horas, ya no había nadie en el museo. Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso, del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.

 Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable. En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que apareció de la nada en la mitad del corredor.

 La luz artificial que iluminaba el museo en las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón, no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.

 El “hombre” tenía los ojos rojos, como si estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada por alguna razón que nadie entendería.

 Estuvo mirando por entre los vidrios de colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse. Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso quienes seguramente lo verían sin problema.

 Todo había sido previsto. La criatura, que parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante: atravesó el suelo.

 Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como procesando una cantidad de información increíble.

 Lo que pasaba era que podía ver las huellas, el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar. Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.

 Estas estaban ubicadas en un pasillo restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera lo más normal del mundo.

 Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y un vigilante entraba con la pistola en alto.

 El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.

 Apuntó su pistola a cada uno de los objetos del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo había imaginado todo pero había sido tan real…

 Apenas salió del lugar, la criatura atravesó de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y pareció operar a máxima velocidad.

 Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba lo que buscaba.

 De un salto, atravesó el techo varias veces hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos, vasijas, armas y utensilios de belleza.

 Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios metálicos y tres cajas de seguridad.

 Las miró con atención y eligió la caja de seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.

 Era una moneda maya, de un tamaño más grande del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.


 De repente, se oyó un disparo y la criatura se sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Soy mis calzoncillos

La puerta se abrió de golpe y entraron los dos. Ella casi se cae pero se sostuvo de la pared mientras él abría la puerta. Siguieron besándose de camino a la habitación, mientras al piso caían diferentes prendas de ropa como chaquetas y camisas.

Cuando llegaron a la cama solo quedaban los pantalones y ella se los quitó a él, pensando que sería algo muy sexy, algo realmente atractivo y único. Pero cuando le bajó la cremallera se dio cuenta de lo que había debajo.

No, no se trataba del pene del hombre. Eso era de esperarse. Era su ropa interior. La mujer trató de seguir con besos y demás pero simplemente no pudo, era como si un muro invisible se lo impidiera.

Decidió confesarle al chico que ella tenía novio y que en ese momento sentía una culpa que no la dejaba proseguir con lo que habían empezado. Se vistió rápidamente y se fue, sin decir más. No lo dejó pedir un taxi para que llegará segura a casa. De hecho, él ni tenía su número. Iba a ser algo de una noche pero resultó no ser nada.

Después de aliviar su afán por intimidad, el chico pensó antes de dormir que no era fácil de explicar lo que había pasado. La chica había abierto el pantalón y ahí todo había terminado. Pensaba ella que tenía un pene pequeño o tal vez sí había sido lo del novio? Al fin y al cabo, pensaba él, las mujeres podían ser muy sensibles y de pronto había cedido ante sus sentimientos de amor y cariño por eso otro tipo.

El hombre se quedó dormido rápidamente pero al otro día recordó lo sucedido a un amigo. Este opinaba que la chica seguramente había sentido culpa. En la sociedad actual todo el mundo sentía culpa por todo y de pronto ella había cedido a eso sentimientos. No era tanto por su novio sino por sentir que estaba haciendo algo malo.

El chico tenía 29 años y todavía no creía que fueran los sentimientos la razón por la que esa chica había salido casi corriendo de su casa. Para ser honesto y exacto, ya había pasado eso con anterioridad. No con tanta frecuencia pero de vez en cuando, cuando todo estaba a punto de pasar, la chica se echaba para atrás y simplemente se iba.

Una de esas veces, la chica había reído, se había tapado la boca, se disculpó y salió corriendo. Este recuerdo le hizo penar que sabía cual era el problema y decidió hacer algo drástico que nunca había pensado hacer: hizo una cita con el urólogo.

Nunca había ido a un especialista. De hecho nunca había ido a un médico desde hacía unos cinco años, cuando se había insolado tras estar en la playa por varias horas. Y esa vez solo había necesitado de una crema especial. Esta vez era una consulta y le preocupaba mucho el resultado, como a cualquier hombre seguramente.

El día de la cita no sabía que ponerse, sentía que iba a una cita a ciegas. Al fin y al cabo el hombre iba a tocar sus partes privadas. Aunque no iba a salir con él... En que estaba pensando?
Llegó algo tarde y la enfermera lo hizo pasar de inmediato. El doctor era un hombre de unos cuarenta años, quien lo recibió con amabilidad, preguntando la razón de su visita.

 - Vine porque he tenido problemas con... con chicas.
 - De que tipo?

Al darse cuenta de la mirada del doctor, el chico soltó una carcajada.

 - No, no. No es eso. Me funciona... Funciona bien.
 - Ok.
 - Es más el...Usted sabe.

Y empezó a hacer mímica, estirando las manos y poniéndolas paralelas, como si midiera algo. El doctor al principio no entendió nada de lo que le quería decir hasta que el chico bajo un poco las manos, al nivel de su entrepierna.

 - Ya entiendo. Tienes dudas sobre el tamaño.
 - Sí.

Se puso rojo como un tomate y tuvo ganas de salir corriendo, como las mujeres que habían estado en su cama. Pero obviamente este no era un caso similar y no podía simplemente salir corriendo como un loco. AL fin y al cabo, quería tener una respuesta clara a sus dudas.

 - Déjame adivinar.
 - Ok.
 - Crees que es muy pequeño?
 
El chico asintió, aún más ruborizado.

 - No hay de que apenarse. Todos los hombres que vienen aquí me lo preguntan cuando los reviso  para saber la condición de su tracto urinario y cuando hago los exámenes de próstata. No hay de que  avergonzarse.

Entonces el doctor sacó una ficha que tenía, laminada, que describía las medidas promedio del pene de un hombre según su etnia y edad. El doctor también puso sobre la mesa una cinta para medir.

 - Si quieres puedes seguir detrás de la cortina y medir como los describe la cartilla. Adelante.

Y eso hizo. En conclusión, no había nada extraño en su tamaño. El doctor le explicó que las mujeres normalmente preferían hombre promedio, ya que muy poco o demasiado no era del gusto de la mayoría, aunque claramente había excepciones.

Entonces el doctor le lanzó la misma mirada que muchas de las chicas. Fue un poco extraño ya que se quedó mirando su entrepierna y luego lo miró a los ojos. Resultaba que el chico había dejado su pantalón abierto, ya que había querido confirmar rápidamente la normalidad de su tamaño.

 - Esos son calzoncillos?
 - Sí.

Y entonces cayó en cuenta.

 - Ya sé que dicen que son mejores de otros por lo de los espermatozoides pero no me gustan mucho  de los otros. Me siento raro.

El doctor asentía con la cabeza, sentándose. Tenía una sonrisita extraña en su rostro.

 - Sí... Pero no lo pregunto por eso.

Se miraron mutuamente durante algunos segundo y el doctor vio que el chico no parecía caer en cuenta.

 - Usas calzoncillos de Batman seguido?
 - Porque lo...

Y, por fin cayó en cuenta.

Después de mucho tiempo, años si se quiere, este chico de 29 años, que ya tenía un trabajo estable y vivía solo, usaba calzoncillos de superheroes. De todos los heroes: de DC Comics, Marvel, independientes e incluso regionales. Estaban sus imágenes o a veces solo sus logos. También utilizaba con otros personajes de dibujos animados y películas. Con muchos colores o a veces solo de un par o incluso de uno solo.

Cuando le contó a sus amigos todos murieron de la risa. Para ellos era obvio: más de una mujer buscaba un hombre serio y atractivo y los superheroes no iban mucho con lo que la mayoría buscaba.

 - Pero bueno, ya encontrarás a tu mujer maravilla. - le dijo su mejor amigo, entre risas.

El chico fue a su casa y decidió tirarlos todos, todos y cada uno de los calzoncillos de colores, con superheroes u otros personajes. Pero cuando terminó de echarlos en bolsas, porque eran muchos, decidió no tirarlos ni regalarlos.

Esos calzoncillos lo identificaban y no iba a dejar que los gustos de otros cambiaran los suyos. Al fin y al cabo, esos colores eran él y ya habría una chica que amara los personajes animados tanto como él. Y lo demás que iba con ello.