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viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi nombre…


Mi nombre… Mi nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí pero no.

 Es algo complejo de pensar. Saber y entender que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero también tiene su aspecto complicado.

 Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que existe.

 Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.

 Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida, entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.

 Por eso es que cosas como nuestros nombres o nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.

 Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto. Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un futuro.

 Todos somos diferentes, en muchos niveles, y eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.

 En cuanto a lo físico, es obvio que todos somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos. Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.

 Y eso no debería hacer enojar a nadie ni debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada, excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos  darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un sustento en la realidad de la vida.

 Disculpen, a veces tiendo a irme por la tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos, como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.

 Allá abajo está otra parte de nosotros, aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.

 Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.

 La humanidad necesita dejar de lado su falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo. Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.

 Hoy en día, estamos estancados en un mundo en el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.

 Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar cada vez más.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Siempre estás conmigo


   Nunca creí poder verte a los ojos. Toco tu cara y me fascino al sentir el calor proveniente de tu interior. Me gusta como no sonríes y actúas como si fuera algo a lo que estás acostumbrado, cuando sé muy bien que no es así. Me gusta poner toda la palma de mi mano sobre una de tus mejillas y tan solo sentirte allí conmigo. Resistes cuanto puedes pero terminas siempre por cerrar los ojos o solo moverte un poco. Eso me indica que existes, que de verdad estás allí conmigo y que no te he imaginado como sí lo hice antes.

 Cuando era pequeño, tan solo un niño, supe muy bien que me gustaban los chicos. Me gustaba jugar con ellos, fuese un deporte o a los videojuegos. Me gustaba escucharlos hablar y reír. Creo que fue en ese momento cuando supe que la sonrisa de un hombre era para mí una cura para el alma. Sí, era solo un niño pequeño que no sabía nada de la vida, y sin embargo entendí muchas cosas de mi mismo sin en verdad enfrentarlas. Porque a esa edad no todo es un problema ni causa un drama existencial irreparable.

 Mi curiosidad sexual también se despertó y creo que hice lo que muchos hicimos en ese tiempo: orinar con otros amigos y compararnos unos con otros, como si estuviésemos hablando de carritos de juguete o algo así. No le poníamos mucha atención a nada y creo que por eso todos olvidamos todo tan rápido, sobre todo cuando ha pasado tanto tiempo. Juzgamos duro a los más jóvenes porque olvidamos lo que hacíamos cuando lo éramos. Y eso, estoy seguro, lo hacemos a propósito la mayoría de las veces.

 Ya cuando la pubertad entró a mi vida como un tornado, empecé a soñarte. Es verdad que no siempre tuviste el mismo aspecto pero creo que fue a los doce años cuando supe que quería tenerte en mi vida. En ese momento todo era muy romántico, pues yo solo sabía del amor por las películas y los personajes de los dibujos animados. Lo que yo imaginaba era básicamente un príncipe azul que era perfecto, tal vez con la cara de alguno de mis actores favoritos de la época, que venía y me rescataba de mi triste vida solitaria.

 Ser homosexual es difícil, sobre todo cuando sé es niño o adolescente. De pronto hoy en día las personas sean más comprensivas o abiertas a las cosas pero en mi época no era así y tuve que callar muchas cosas. No podía estar contándoles a mis compañeros y amigos y amigas y demás personas, sobre lo que pasaba por mi cabeza. No podía explicarles que cuando me tocaba por las noches no veía mujeres hermosas o modelos de calendarios sino a hombres que veía todas las tardes en la televisión. Ni siquiera comprendía mucho del sexo y sin embargo los imaginaba allí conmigo.

Mi primera relación sexual fue años después y no fue ni lo más increíble de mi vida ni tampoco decepcionante. Fue solo algo que debía de pasar, no le puse más atención de la que debía pero sí pensé que si hubiese sido contigo, las cosas hubiesen sido muy distintas. Seguro me habría emocionado más verte allí, y mis labios habrían sabido besar de una manera más hábil y segura. Creo que te habría abrazado y jamás te hubiese dejado ir, sin importar las palabras de nadie ni lo que pudiese estar pasando en el mundo.

 Sin embargo, seguías sin aparecer y ya para cuando tuve mi primer novio real, estuve casi seguro de que simplemente no ibas a aparecer jamás. Al terminar esa relación de manera tonta y adolescente, me sentí tonto al creer que el amor era esta cosa que parecía salir de una ridícula película romántica. Decidí dejar de ser el idiota que piensa en el príncipe azul y me dediqué a pensar en mi mismo, decidí ser solo yo y tratar de mejorar lo que eso era, porque todavía no tenía muy claro cual era mi rol en este mundo.

 Y me tomó tiempo. No puedo dejar de pensar lo diferente que hubiese sido todo si hubieses estado allí conmigo. Veía a unos y a otros juntarse y separarse y tengo que admitir que me daba envidia. Es increíble lo rápido que las personajes aceptan a otros pero no se enteran por un solo segundo lo que es vivir bajo su piel. Seguía con los mismos secretos de antes, teniendo que embotellar todo lo que pensaba en mi mente, sin poder ser sincero con nadie excepto con pocas personas, por cortos periodos de tiempo.

 Sí, hubo gente que pasó por mi vida, pero no te he mentido cuando te he dicho que nada significaron pues en un momento clave, cuando alguien decidió que la mentira era la mejor opción, decidí que iba a dejar de buscar el amor a propósito. Decidí que el amor tenía que ganarme a mi como si yo fuese el premio y no el amor en sí. Me dediqué entonces a dejarme llevar y a crecer como persona y ese crecimiento vino con una rica vida sexual de la que ahora tu eres el receptor de sus beneficios.

 Hice de todo con muchos y, como bien sabes, no voy a pedir perdón por nada de lo que he hecho. Sería una tontería pues en cada momento disfruté de lo que hacía, lo hice feliz y sin remordimientos y sin lastimar a nadie. Muy al contrario, hacía a otros igual de felices que a mi. Dejé de pensar en el príncipe azul y te dejé a ti casi en el olvido, en un pequeño rincón de mi cerebro que se fue llenando con polvo y telarañas. El tiempo pasa y no perdona jamás. Te fui dejando a un lado porque simplemente eras una de las ilusiones de un niño solitario y no podía seguir siendo él toda mi vida.

 Sin embargo, soy de aquellos que creen que jamás dejamos de ser nosotros mismos. Podemos ir y venir, hacer y deshacer, y siempre seguimos siendo exactamente los mismo en lo más profundo de nuestro ser. La gente dice que cambia y que aprende y que evoluciona y la verdad no sé que tanta verdad haya en eso. De pronto es verdad pero sí creo que en nuestro corazón somos la misma persona desde el momento en el que nacemos hasta que nuestro cuerpo deja de funcionar y alimenta de nuevo a la Tierra.

 El caso es que me concentré en otras partes de mi vida y el amor, o como se llame ese sentimiento, dejó de existir para mí o al menos su importancia fue tan insignificante para mí, que simplemente parecía no tener ni siquiera validez. Me dediqué a ser una persona en otros aspectos, a trabajar y a aprender e incluso quise tratar de establecer relaciones con otras personas, relaciones basadas en la amistad, en gustos similares y en trabajo. Lo intenté por un buen tiempo, con la mejor actitud que me fuese posible.

 Pero mi mejor actitud no fue suficiente. Me di cuenta de que soy una de esas personas que a nadie le interesa conocer. Creo que esa realización ya la había tenido pero la diferencia entonces fue que acepté lo que quería decir. De pronto a los quince años me habría sentido mal y hubiese incluso querido acabar con mi vida, pero ya mayor, con más de treinta años de edad, decidí que eso no importaba. Si no soy interesante, ni llamo la atención y a nadie le interesa conocerme, debo y quiero entenderlo como problema de ellos y no mío.

 Algunos me acosarán de negativo y de culpar a otros por mis problemas pero así es como me siento y jamás me voy a disculpar por ser yo mismo. No tendría sentido alguno serlo. Y creo que fue en ese momento, cuando por fin me di cuenta quien era y lo que quería en mi vida, que pude correr las cortinas que nublaban mi vista para por fin ver tu rostro detrás de ellas. Tengo que decir, y ya lo sabes, que creí que eras una ilusión. Eres más hermoso de lo que nunca te imaginé, y eso me hizo sonreír, como en esa primera vez que nos conocimos.

 Supe desde el comienzo que eras diferente y por eso insistí en conocerte mejor. Entendí tu actitud y por eso tuve paciencia y ahora sabemos que todo funcionó, como yo siempre pensé que lo haría. Cuando hicimos el amor por primera vez, entendí que todo estaba pasando tal y como debía pasar, ni más ni menos.

 Y ahora toco tu cara y tu tocas la mía, te abrazo y tu me besas. Estamos solos tu y yo y creo que las cosas nunca podrían ser mejores. Tengo miedo pero al mismo tiempo me siento irremediablemente feliz. Por fin sé lo que eso se siente y te lo debo todo a ti y a nunca haberte dejado de soñar.

miércoles, 29 de agosto de 2018

El visitante


   Cuando desperté, alcancé a asustarme un poco. Nunca en mi vida había compartido la cama con nadie. Eso sí, no puedo negar que a mi casa han venido muchos visitantes, más de los recomendados tal vez, pero nunca había dejado que ninguno de ellos se quedara toda la noche. Era una cuestión de privacidad y de separar una cosa de la otra. Yo solo quería tener sexo y nada más, no quería una relación ni palabras bonitas ni algo abierto ni nada por el estilo. Sabía a lo que iba y no pretendía hacerme el inocente o el idiota.

 Me moví un poco, pues me di cuenta que estaba desnudo y, encima, mi erección matutina había estado hacía poco contra la parte trasera del cuerpo del hombre con el que compartía la cama. No tengo idea porqué, pero eso me dio vergüenza y me di media vuelta con extrema lentitud para evitar cualquier momento extraño. Era algo muy estúpido, pues habíamos pasado buena parte de la noche haciendo cosas mucho más intimas que eso y sin embargo sentí como mi cara se llenaba de sangre, poniéndola colorada.

 Decidí evitar toda situación rara y me puse de pie, tratando de no mover demasiado la cama y apreciando la situación que tenía alrededor. Él yacía hacia un lado, resoplando sobre la almohada y con su trasero hacia donde yo había estado. No tenía nada de ropa, excepto tal vez sus medias que no estaban por ningún lado. Temo decir que habíamos bebido tanto que no recordaba muy bien algunas partes de la noche. Algunas cosas eran como fotografías borrosas que por mucho que se les haga no se pueden mejorar.

 Mi ropa sí estaba completa: mi pantalón corto estaba en el suelo y adentro de él mis calzoncillos y medias. Por lo visto me había quitado todo de un solo tirón, lo que había sido sin duda algo practico. No sé porqué eso me provocó ganas de reírme pero me contuve pues no quería hacer más ruido del necesario. Mi camiseta estaba en el umbral de la puerta, una parte por el lado de la habitación y la otra del lado del pasillo. No habíamos cerrado la puerta porque, menos mal, no hacía falta en mi caso.

 Me puse de pie y casi grito cuando pisé uno de los empaques de condones que estaban en el suelo. No los recogí y tampoco miré por ahí a ver si los condones estaban también en el suelo o si de hecho los habían tirado al bote de la basura que estaba en el baño. Seguí mi camino a la cocina, donde sabía que había dejado mi celular. Era de las pocas cosas que tenía claras de la noche anterior, puesto que había dejado el aparato en el mesón de la cocina al llegar. No quería estar toda la noche revisando mi celular y, como pude prever, no hubo necesidad alguna de mirar nada más sino a mi visitante.

 Sin embargo, ese día tenía que ir a casa de mis padres. Afortunadamente tendía a despertarme temprano, incluso cuando tomaba más de lo debido. Así que todavía faltaba mucho tiempo por salir. Quise revisar si me habían llamado o escrito algo; no era poco común que llegaran de visita de improvisto, aunque pasaba con muy poca frecuencia. Sin embargo, era la primera vez que alguien se quedaba conmigo en casa y por eso creo que estaba más paranoico de lo normal. Pero no, no me habían contactado de ninguna manera.

 Entonces me quedé allí en la cocina, de pie, desnudo, mirando por una de las únicas dos ventanas que tenía el apartamento. Recuerdo haberme quejado bastante para conseguir uno con la vista que tenía y no con esas vistas interiores que para lo único que sirven es para que las viejas chismosas averigüen todo lo que quieren saber con quedarse mirando un buen rato. Mi vista era más limpia, aunque los del edificio de enfrente podían verme también si lo hubiesen querido, pero nadie nunca parecía tener la intención de hacerlo.

 El sonido de mi estomago interrumpió mis pensamientos. Caí en cuenta que tenía mucha hambre, pues la noche anterior no habíamos comido casi nada con la bebida, de hecho creo que por eso mi compañero de noche se estaba pasando de su hora de despertar. Igual no me importaba, si es que él no tenía apuro. Tenía yo el tiempo del mundo todavía y no quería dañar el sueño de una persona que parecía dormir de manera tan placentera. De verdad que era lindo, aunque la noche anterior casi no me había fijado.

 Mientras sacaba unos huevos de la nevera y la botella de jugo de naranja, recordé que había salido a beber solo a un bar que me gustaba. El que atendía era muy amable y guapo y como yo ya era casi un cliente frecuente, me daba algunos tragos gratis. Yo le hacía gracia porque bebía bastante y no parecía estar borracho sino hasta mucho más tarde. Por alguna razón eso lo divertía, porque mi estado cambiaba de un momento a otro, de golpe. Lo importante era que me salía más barato que ir a otros sitios.

 En una pequeña sartén vertí un poco de aceite y lo calenté hasta que estuviese listo. Entonces rompí los huevos y esperé a que estuvieran al punto que a mi me gustaban. Sonreí mirando como se freían los huevos porque recordé que estaba ya muy adelantado en mi bebida cuando mi visitante se acercó y empezamos a hablar. Y como dije antes, nunca me fijé mucho en su aspecto personal. De un tiempo para acá, no es algo que me parezca muy importante. Creo que se trata más de cómo las personas se comportan y manejan lo que tienen como personas, sea algo exterior o interior.

 Me gustó mucho hablar con él. Además que el pobre hombre iba y venía porque estaba en algo parecido a una despedida de soltero. La verdad es que no le puse mucha atención pero algo así era. A lo que sí ponía atención era a lo fluido que era y lo inteligente de sus frases. Esos lugares muchas veces están lleno de chicos que en lo único que piensan en el último sencillo musical o la última serie que todo el mundo está viendo en línea. No saben conversar de mucho más y se aburre uno bastante rápido.

 Con él fue muy agradable y, cuando me di cuenta, nos estábamos besando frente mi amigo el que atendía el bar. Creo que a él le sorprendió un poco la situación porque me hizo caras cuando el chico se fue al baño un momento, pero yo no le hice mucho caso. Cuando volvió, seguimos en lo mismo y debió ser por ese momento en que yo le sugerí ir a mi  casa. Ni siquiera le pregunté si podía o debía alejarse de sus amigos así sin más. No hice nada más sino tomarlo de la mano y llevarlo adonde yo quería.

 Serví los huevos en un plato, con una hogaza de pan. Serví el jugo en un vaso pequeño y lo puse todo en la mesita que tenía para comer. No era grande pero era lo que cabía en el pequeño apartamento. Iba a sentarme cuando me di cuenta que me habían faltado el salero y el pimentero para condimentar mi desayuno. Buscando en el cajón correspondiente, fue cuando escuché ruido que venía de mi habitación. Me quedé mirando como tonto hasta que mi visitante salió de allí, estirando los brazos e igual de desnudo que yo.

 No solo era hermoso, porque lo era, sino que caí en cuenta de qué era lo que mi amigo del bar había querido decir con sus caras. No sé cómo no lo recordaba ni cómo no lo había notado al despertarme, debía de haber tomado demasiado, más aún de lo normal. Él me sonrió y preguntó si el desayuno era para él. No le dije que no, solo asentí y sonreí. Me hice otros huevos fritos para mí, también con pan y jugo de naranja. Llevé todo, con salero y pimentero a la mesa y me le quedé mirando un buen rato.

A él le dio vergüenza y bajó la mirada. Tuvo una reacción muy parecida a la mía y eso me pareció bastante lindo. Comimos un rato en silencio y entonces tuve que preguntar lo que tenía en la mente porque estaba seguro que no le había preguntado nada en toda la noche anterior.

 Él sonrió y me dijo que tenía dieciocho años. Y se le notaban. Me preguntó entonces mi edad y le dije, con algo de vergüenza, que tenía treinta. Y entonces seguimos comiendo. Después dejamos todo en la cocina, sin lavar, para después seguir teniendo sexo mientras nos duchábamos.

lunes, 6 de agosto de 2018

El otro


   Apreté su cuerpo, para sentir su calor de una manera más uniforme. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, si acaso sabíamos que había pasado con la vida del otro. Y sin embargo, el sexo era apasionado y lleno de calor en más de una manera. El acto de sentirlo mejor era respuesta a un largo periodo en el que yo había decidido no tener relaciones sexuales, a menos que tuviera algún interés en el otro, más allá de solo pasar un buen momento. Había roto mi propia regla pero tenía motivos de sobra para haberlo hecho.

 Él no era cualquier persona. De hecho, debería corregir lo que digo. Yo no era cualquier persona para él, pues había sido el primer hombre con el que había tenido sexo. Él había perdido su virginidad conmigo, muchos años después de que yo hubiese perdido la mía con alguien más. Probablemente yo significase para él mucho más de lo que él significaba para mí. Y, sin embargo, me encantaba tenerlo encima mío, me encantaba besarlo mientras recorría su cuerpo con mis manos, cada centímetro que podía.

 No, no estaba enamorado de él ni nada parecido. Y creo que el tampoco tenía esa clase de sentimientos por mí. Era obvio que yo le gustaba, y mucho, pero creo que ese gusto provenía de la más simple de las razones: él había tenido una vida sexual mucho menos variada que la mía y, seguramente, yo había sido su mejor compañero sexual hasta el momento. Por supuesto, eso me llenaba de orgullo y de ese egocentrismo característico del macho humano. No era algo característico de mi persona pero, ¿que se le va a hacer?

 La manera en la que me besaba, la manera en que me miraba e incluso como me hablaba al oído. No era que yo estuviera loco o me creyera más de lo que era. De verdad le gustaba y eso me hacía sentir bien. ¿Y a quien no le gusta tener al menos un seguidor o seguidora, al menos una persona que le guste verte no importa que pase o donde estés? Creo que por mal que nos sintamos con nuestro cuerpo o que tan buenos creamos estar, todos necesitamos la validación de otros para tener una vida sin crisis.

 La penetración fue el acto final de todo el momento. Tengo que decir que hice gala de mis mejores movimientos, como un artista que trata de lograr su mejor obra de arte. Y por lo que pude ver y oír, su respuesta a mi actuación fue muy positiva. Cuando todo terminó, nos acostamos uno al lado del otro. Él tocaba mi brazo y yo solamente descansaba, mirando el techo de la habitación. De pronto, él me preguntó si me importaba que estuviese casado. La pregunta me pareció extraña pero le respondí de todas maneras: no, no me había importado y estaba seguro que a él tampoco.

 Su desagrado por mi respuesta fue más que evidente. Dejó de tocarme y, al rato, se levantó de golpe de la cama y se fue directo al baño. Cerró la puerta de un portazo y no escuché más de él por un buen rato. Sé que lo más normal hubiese sido responder de una manera más corta o incluso no decir nada, pero la verdad era lo mejor o al menos eso pensaba yo. Nunca había sido del tipo de personas que le dan vueltas a algo o, peor aún, que evitan ver la verdad como si fuese una plaga que debe evitarse a toda costa.

 Yo sabía muy bien que estaba casado. Había visto sus fotos en mi portátil hacía tan solo unos meses. Había sido una boda bonita, pequeña, con amigos y familiares. Su marido era mayor que él, un hombre bastante común y corriente. Y sé que suena a celos, pero es la mejor descripción que puedo dar del hombre. Era de esas personas que no parecen tener características muy marcadas. Era solo un tipo de mediana edad que había logrado encontrar a un chico más joven, dispuesto a compartir su vida con él.

 Lo curioso del caso es que había sido él quién me había buscado, era él quien me hablaba cada vez que me veía en una fotografía. Me decía lo mucho que yo le gustaba y lo que quería hacer conmigo de ser posible. Yo le seguía el juego porque, al fin y al cabo, es una de las bellezas y bondades del internet. No hay que hacer nada físico sino solo lanzar al aire algunas palabras que pueden ser como un ungüento para persona en una mala situación. Y creo que funcionaron, al menos por un tiempo.

 Sin embargo, era obvio que no había sido suficiente. Un día empezó a insistir en querer verme, cosa que no era rara pero lo extraño fue que, durante los siguientes días, empezó a ser incluso más insistente que de costumbre. Me decía más cosas, me enviaba fotos e imágenes que había visto, que le daban ideas. Incluso llegué a pensar que su esposo sabía todo lo que él hacía, que tal vez era un tipo de permiso que le daba. Tal vez eran una de esas parejas modernas con sus relaciones abiertas y todas esas estupideces.

 Y bueno, tal vez así sea. No me consta nada. El caso es que se día me lo encontré en una librería, mientras buscaba un regalo para un familiar. Hablamos un poco y, para mi sorpresa, él estaba solo. Propuso tomar algo y yo le invité a un café. Debo decir que fue agradable volverlo a ver y hablar como amigos, sin nada entre los dos. Al menos así fue durante esas horas. Cuando llegó la hora de partir, él dijo que quería conocer mi apartamento. Era pequeño y nada del otro mundo pero insistió tanto que lo invité sin más. Apenas entramos, empezó a quitarme la ropa.

 Cuando por fin se abrió la puerta del baño, salió visiblemente menos enfurecido. Al parecer había decidido no enojarse por la verdad. Empezó a vestirse y me dijo que le había encantado visitarme pero que no podía quedarse la noche. Eso me lo había imaginado pero no dijo nada por temor a causar otra reacción. Mientras se vestía, yo lo miraba fijamente. No solo miraba su cuerpo, que era muy hermoso, sino que pensaba en lo diferente que pueden ser las vidas, dependiendo de las decisiones de cada uno.

 Yo podía haber sido el que se casara con él. Tal vez tendríamos un apartamento más grande o tal vez uno igual pero más lejos del trabajo. Tendríamos un perrito pequeño o tal vez un par de gatos. Yo cocinaría para él y le causaría los mejores orgasmos de su vida. Y sin embargo, él podría terminar siendo quién me pusiera los cuernos. O tal vez yo lo haría, aburrido de ser el semental que él imaginaba que yo era. El punto es que la vida podía dar demasiadas vueltas y nunca había manera de predecirlas.

 Cuando estuvo casi vestido, sin medias ni zapatos, se me acercó y nos besamos un buen rato. Me gustó tocar su cuerpo de nuevo, incluso a través de la tela algo dura su pantalón. Sus besos eran menos salvajes, más dulces. Por un momento me imaginé siendo uno de esos que se casan y tienen hijos. Uno de esos que decide asentarse, como si eso fuese una opción real para mí. Por un segundo pensé que podía ser como todos aquellos que fingen no haber tenido una vida caótica en su juventud.

 Pero esa vida, ese caos, era mi presente y no quería que cambiara. Me gusta tener la libertad de elegir si quería tener relaciones casuales o más largas. Me gustaba poder saber que podía salir de fiesta sin sentirme demasiado mal al respecto. Algún día, tal vez, con la persona adecuada. Pero todavía no, no hasta que sepa que puedo tener la seguridad de que alguien se interese en mi de esa manera. Necesito sentir que las cosas están construidas sobre un suelo firme, antes de lanzarme a aventuras que, para mí, son impensables.

 Lo besé de nuevo en la puerta. Me preguntó si podía volver y, debo decir, que dudé por un segundo. Como dije, me gusta mi libertad y meterme con alguien que ya tiene compromisos no es mi idea de ser libre. Además, ¿me gustaría acaso que alguien me hiciera lo mismo que le hacíamos a ese pobre tipo?

 Mis neuronas casi se sobrecargan con toda la información que estaba tratando de procesar. Fue entonces que él me miró a los ojos y recordé, como si lo pudiese olvidar, que yo era solo un hombre estúpido y egocéntrico. No era diferente a nadie. Por eso le guiñé un ojo y lo besé como nadie nunca lo haría.