Apenas se despertó, se puso a hacer la
limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada
objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la
limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios
productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo
hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.
Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo
terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón
especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la
ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo
de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con
cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien
con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo
con algunas gotas de perfume.
Para comer tenía en la nevera una ensalada ya
lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no
quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos.
Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos
y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a
esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.
Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los
masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a
poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el
celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a
esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada,
tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.
Cuando estaba en un nivel bastante difícil,
fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para
contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la
recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y
colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada
divertido tener que esperar por tanto tiempo.
Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la
tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que
muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero
estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue
quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas
tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de
quedar dormido.
Se despertó de golpe, en la mitad de la
oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo
canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o
algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y
había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara,
orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que
no se notara que había dormido con él puesto.
Fue a mirar el celular y tuvo que encender las
luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no
llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer.
Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez
pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho
nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido
alertarle.
Se sentó en la cama y, por varios minutos, se
quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez
iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la
iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no
hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había
hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más
tonta de la vida.
A las ocho de la noche empezó a quitarse la
ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos.
Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y
echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera.
De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no
se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.
Fue a la cocina y sacó de la nevera una de
esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y
puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al
intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los
dos, pero eso no parecía posible.
Casi se quema sacando la pizza del horno. La
puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa
de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda
la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como
estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de
noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí.
Apagó la luz y se dispuso a dormir.
A la mitad de la noche, las tres de la mañana
según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al
lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor
de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el
dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido
tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el
suave sonido del agua golpeando el vidrio.
Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un
campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero
nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o
se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del
verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez
extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que
cayó.
Y se convirtió en uno de esos sueños en los
que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de
una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo,
como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso,
simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era
difícil de describir.
Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta
que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por
todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y
al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya
había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba
pensar lo que había hecho antes.
Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí.
Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la
recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando
llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del
hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así
que dio media vuelta y se fue al baño.
Dejó la ropa tirada en un montoncito en el
suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba
los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El
agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en
especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme
que nunca había necesitado.
Entonces sintió sus manos en su cintura,
subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo
había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e
irrepetible.