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miércoles, 1 de marzo de 2017

La misión

   Al guardar las cosas en mi mochila, vi de nuevo su camiseta y decidí ponérmela para el gran día. Me quité la que tenía puesta, me puse la otra y doblé la que no iba a usar lo más rápido que pude. En la mochila solo me cabían unas cuatro camisetas, un par de pantalones, tres pares de medias, mis sandalias, cuatro pares de calzoncillos y otro par de objetos que tenía que llevar para todos lados. Usaba los mismos zapatos deportivos todos los días. Alguna vez tendría que lavarlos.

 Pero no sería ese día, no sería pronto. Tenía que mantenerme en movimiento si quería llegar algún día a mi destino. Me dirigí a la recepción del hotel, entregué la llave de mi habitación y dejé atrás el edificio, después de dejar todo en orden. Lo siguiente por hacer era conseguir transporte para la siguiente gran ciudad y para eso haría falta dinero. Así que antes que nada debía pasar por un cajero electrónico para sacar un poco de dinero, lo suficiente para sobrevivir unos días pero no demasiados.

 Caminé algunas calles hasta que llegué a un cajero que no quedaba sobre la calle sino que era de esos que quedan dentro de un cuarto aislado. Los prefería pues no quería que nadie me viera con una tarjeta que no era mía. Técnicamente no era robada pero tampoco era mía, así que lo mejor era evitar preguntas o momentos incomodos. Entré en el cajero e hice todo lo que había que hacer, lo que había hecho durante los últimos dos meses. Pero esta vez hubo un cambio: el retiro no se efectuó.

 En la pantalla apareció un aviso que pronto desapareció. No lo pude leer completo pero, al parecer, la tarjeta había sido bloqueada. Esperaba que algo así sucediera en algún momento pero ciertamente ese no era el mejor para que eso sucediera. En verdad no tenía nada de dinero, solo un billete que había reservado para comprar algo de comer, lo del día y nada más. Salí del cajero, pues había recordado las cámaras de seguridad, y empecé a caminar sin pensar mucho.

 No tenía dinero para el autobús que necesitaba abordar. Y no había una sola moneda en mi cuenta personal. Allí hacía mucho tiempo que no había un solo centavo, así que no era una opción. La cuenta de la tarjeta que utilizaba era la de Marco y sabía muy bien que solo una persona podía haberla bloqueado: su madre. Era lo obvio después de lo que había sucedido. Me arrepentí de no haber sacado todo el dinero antes de irme, para así no tener que preocuparme, pero él mismo me lo había desaconsejado. Porque todo esto era idea de él. Pero ya no estaba para solucionarme los problemas.

 Decidí concentrarme en lo urgente: pagar el billete de autobús. Decidí ir a la estación de buses y allí averiguar cuanto costaba el billete que necesitaba. Lo siguiente era ingeniármelas para conseguir el dinero, esperando que no fuese demasiado. Y no lo era, lo que había guardado para comer era una buena ayuda pero necesitaba el triple. Pregunté si no había boletos más económicos y me dijeron que no. Así que puse manos a la obra y me pasee por todo el terminal ofreciendo mis servicios en todos los comercios.

 Como vendedor, cocinero, limpiador de platos, barrendero,… Cualquier cosa con tal de ganar el dinero suficiente. En algunos lugares me ayudaron y otros me echaron. El caso es que estuve en ese terminal por dos semanas, yendo y viniendo por todas partes, casi mendigando por el dinero. De comer casi no había nada, solo el agua gratis de los lavabos del baño y algún pan duro que me daban por física lástima. De resto, había que aguantar lo más posible y me era fácil hacerlo.

 Cuando por fin tuve lo suficiente para el boleto, me lavé la cara lo mejor posible y fui a comprarlo. Me di cuenta que la vendedora me miraba mucho pues sabía quién era yo, el que pedía trabajo por todos lados, y seguramente pensaba de mí muchas cosas que yo ignoraba y que, francamente, me importaban un rábano. Por fin me dio un boleto. Estuve allí en la hora exacta y abordé el bendito bus de primero. Ese día de nuevo me puse su camiseta, para la buena suerte.

 El viaje era de varias horas, unas doce. El camino era largo y sinuoso. No había contado con marearme, así que cuando empecé a sentirme mal, hice un esfuerzo sobrehumano para quedarme dormido. Era lo mejor pues tener mareo sin nada en el estomago siempre parece doler el triple. Cuando me desperté era de noche y supe que íbamos por la mitad del recorrido. Allí, en mi destino, tendría otra misión asignada por alguien ya muerto. Por un momento, dude en seguir.

 Pero al llegar allí a la mañana siguiente, no había sombra de duda en mi mente. Como no tenía dinero para alojamiento o comida, lo primero que hice fue hacer lo que Marcos me había encomendado hacía mucho tiempo. Caminé como por una hora desde la estación de autobuses hasta que llegué a la playa. Era hermosa, con el mar de un azul casi irreal, las nubes blancas flotando en el cielo y la arena muy blanca y suave. Yo nunca antes había estado allí pero Marcos sí y por eso me había pedido viajar hasta ese lugar, hogar de uno de sus más queridos recuerdos.

 Sin demora, saqué la bolsita de plástico que llevaba en el bolsillo frontal de la mochila y me lo puse entre las manos. Quería sentirlo una última vez antes de dejarlo ir. Hacerlo era una tontería pero al fin y al cabo ese era Marcos o al menos había sido parte de él. De repente me acerqué más al agua, aproveché una ráfaga de viento y dejé ir en él todo el contenido de la bolsa. Una nube gris oscura flota frente a mi por varios segundo y, con cierta gracia, voló mar adentro, dispersándose sobre el agua.

 Me quedé con la bolsa en la mano durante varios minutos, lo que me demoré en procesar todo lo que había estado haciendo. Desde la muerte de Marcos todo había ido de mal en peor. Mejor dicho, todo había vuelto al estado anterior de las cosas, todo era malo y estaba vuelto mierda. Mi vida era un infierno de nuevo y esa misión que me había encomendado era el clavo final en mi vida. Para mí no había nada más allá, no había nada mejor ni peor. Nada de nada en mi futuro, porque no existía.

 Tiré la bolsa en un bote de la basura y caminé por el borde de la playa pensando en él. Recordé su sonrisa y el sonido que hacía cuando algo le gustaba. Tenía registrado en mi mente el olor de su cuello cuando despertaba y el de las salchichas que le gustaba cocinar. Recordé sus zapatos viejos, los que usaba para correr, y también el sabor de su boca que jamás podría olvidar, incluso si lo intentara. Por supuesto, también recordé la razón de porqué había tenido que ir hasta allí.

 Esa playa había sido el escenario del recuerdo más feliz de la infancia de Marcos. Me había contado una y otra vez como su madre y su padre estaban todavía juntos en ese entonces y como, para sorpresa de todos, ellos eran muy felices y cariñosos el uno con el otro. Había jugado correr, a hacer castillos de arena y muchas cosas más. Ese recuerdo tan simple era el que más lo acosaba, pues era el de algo que había durado muy poco. Antes de morir, me hizo prometer que haría lo que acababa de hacer.

 Me dolió no ser su mejor recuerdo y ahora me dolía más estar allí, solo y desamparado, sin saber que hacer. No tenía dinero ni posibilidad alguna de dormir en un lugar limpio esa noche. Tal vez lo mejor sería quedarme en la playa y luego caminar de vuelta, sin importar cuanto me tomara.


 Pero el problema era que en casa, o mejor dicho en mi ciudad, tampoco había nada que me esperara. Tampoco tenía nada que me moviera hacia delante, que me impulsara para seguir viviendo una vida que jamás había sido mucho. No estaba él.

lunes, 11 de mayo de 2015

Escala

   Odié que me despertarán pero la azafata lo hizo con todo el cuidado que pudo, diciendo en voz baja que estábamos a punto de aterrizar. Yo solo le sonreí y asentí varias veces pero sin comprender en verdad lo que me había dicho. Al fin y al cabo, era la primera vez en días que dormía profundamente, sin sueños y sintiéndome descansado. Se sentía muy rico pero lamentablemente los buenos momentos no duran para siempre.

 Todavía tenía el cinturón de seguridad puesto y vi, por el trabajo de los demás asistentes de vuelo, que había repartido un refrigerio mientras yo dormía. Era una lástima pues mi estomago gruñó apenas vi como se llevaban la basura de las bandejas de otras personas. Miré por la ventana para distraerme y pude ver el mar y el desierto, como si estuviesen luchando por la posesión de ese fragmento de la tierra. Se veía hermoso. La vista no duró mucho y todo se convirtió pronto en desierto. Era estéril pero con varios tonos del mismo color. Después, vino una ciudad que se extendía por varios kilómetros sobre la costa, con edificios altos y brillantes. El avión dio un giro sorprendente sobre el mar, que dejó ver los vehículos yendo y viniendo y otros detalles de la ciudad, antes de finalmente aterrizar.

 Mientras el avión carreteaba, saqué de mi mochila el itinerario que tenía por delante. Lamentablemente, esta ciudad de altos edificios y contrastes naturales, no era mi hogar. Mi hogar verdadero quedaba a miles de kilómetros de allí, más precisamente a dos vuelos más de distancia. Tan solo pensarlo me hacía sentir el peso de mi cansancio. Y fue peor aún cuando vi que tenía que quedarme en el aeropuerto por ocho horas. En ese momento maldije a mi mejor amiga, quién era agente de viajes y me había asegurado el mejor itinerario posible. Claro…

 Apenas salí del avión, y habiendo revisado que tuviera todo conmigo, decidí dirigirme a un mostrador de información. Afortunadamente viajaba con la misma aerolínea en los demás tramos pero quería asegurarme que no había nada que tuviese que hacer. No quería tener que preocuparme más de lo debido. Además no conocía el lugar y, según los carteles, habían cuatro terminales y cada una parecía ser enorme.

 Había fila en el puesto de información pero al fin y al cabo no era importante pues yo tenía todo el tiempo del mundo para estar allí. Sin embargo la fila pasó rápidamente y una joven mujer cubierta con velo y unos ojos grandes y brillantes me sonrió. Me confirmó que mi maleta seguía el trayecto sola y que no debía hacer nada al respecto. Me dio un mapa del aeropuerto y me dijo como dirigirme al terminal dos, desde donde salía mi siguiente vuelo, desde la terminal cuatro que era donde estábamos ahora. Le agradecí pero justo cuando me fui a retirar recordé que le quería preguntar algo más: donde había restaurantes porque mi estomago seguía gruñendo como loco.

 Minutos después, estaba sobre una de esas esteras rodantes. Normalmente me volvían loco semejantes aparatos que eran fácilmente reemplazados por una buenas piernas humanas, pero en esta ocasión me tomé todo el tiempo del mundo para cruzar la terminal y observar a la gente. Muchos parecían ser de la región, con la ropa típica y con los rasgos característicos. Hay que decirlo: había muchas mujeres hermosas y hombres estoicamente guapos. Se podían diferenciar con facilidad de los turistas ya que estos usaban siempre la misma vestimenta: pantalón corto color caqui, camisa polo y tenis, blancos lo más posible. Había otro que lo hacían más fácil colgándose la cámara por el cuello.
Afortunadamente yo no me veía así. Y, bueno, en todo caso yo no era un turista entonces no tenía porque verme como uno.

 Después de varias esteras eléctricas más y de ver más gente por todos lados, llegué a la zona de restaurantes que era sin duda más amplia que la de cualquier centro comercial que hubiese visitado nunca. Había todo tipo de opciones de comida y era evidente que no solo a mi me daba un hambre feroz el volar por todos lados. Familias y personas solas y hombres de negocios comían todo tipo de cosas por todos lados. Me pasee con mi mochila a la espalda un buen rato hasta que me decidí por un lugar de hamburguesas. Esto fue en parte a que era algo simple que estaba listo rápidamente y también porque las imágenes se veían deliciosas. Era tonto confiar en la publicidad pero yo tenía hambre y no había tiempo para tener una reflexión moral.

 En efecto, cuando ya estuve sentado con mi comida en frente, no era exactamente lo mismo a la foto pero se veía enorme y delicioso y eso era suficiente para mí. Le di un buen primer mordisco y fue como si me inyectaran la mejor de las drogas en existencia. Ese calor que solo da la comida me llenó cada rincón del cuerpo y me hizo sentir listo, al menos por unos minutos, para enfrentar el resto de mi viaje.

 Mientras comía el resto, saqué mi celular y empecé a hojear las noticias y mis redes sociales. No había mucho que ver para había tanta gente a mi alrededor que no podía seguir mirándolos sin parecer un maniático. En el aparato también tenía mi itinerario y pude ver que ya había quemado las dos primeras horas de las ocho que debía quedarme. Pasé otro pedazo de hamburguesa y el resto traté de comerlo con calma, para hacer pasar más tiempo. De hecho, no fue necesario. Tenía tanta hambre que decidí pedir otra más pequeña para complementar mi hambre y así quemé toda una hora. Al final, me sentía como una de esas morsas que salen en los documentales.

 Ahora sí que tenía sentido ponerme a caminar. Los restaurantes estaban en la terminal tres así que la exploré por completo antes de ir a la siguiente, donde estaba la sala de espera de mi vuelo. La verdad era que no había mucho que ver aparte de muchas más personas y tiendas libres de impuestos. Yo no tenía dinero porque ya había comprado recuerdos y regalos tontos pero las vendedoras se mostraron muy insistentes en venderme un perfume con la cara de un actor famoso. Estuve varios minutos tratando de explicar que no quería comprarlo, que no tenía como, hasta que con claridad y en inglés, les dije que no tenía un centavo. Creo que lo entendieron muy bien porque al instante dejaron de acosarme y fueron a buscar una nueva víctima.

 Cuando ya hube paseado por todo lado, fui al baño porque el liquido que había comprado con mi hamburguesa ya había hecho efecto. Los baños eran increíblemente limpios y no había mucha gente. No solo oriné, sino aproveché para refrescarme la cara y para verificar que no olía a cabra vieja. Me di cuenta que no olía a rosas precisamente pero no tenía como oler mejor hasta que recordé que las mujeres de las tiendas, las acosadoras, me habían dado varios papelitos con el olor del perfume. Cuidando que nadie me viera hacerlo, me pasé los palitos por las axilas y quedé oliendo a perfume caro por el resto del día.

 Después de más esteras y de un par de escaleras eléctricas, llegué a la terminal dos. Allí también me pasee por las tiendas, aproveché una estación de recarga del celular y me quedé mirando de nuevo a la gente que estaba allí. Mi puerta no era lejos y planeaba quedarme hasta que llamaran, para así tener mi portátil cargado para ver alguna película en el avión. Las que habían ofrecido antes no me interesaban y en parte por eso había dormido. Rara vez yo tomaba tan buenas elecciones.

 Casi se me cae el celular al piso cuando vi una de las otras elecciones, de las malas, acercarse desde las sillas de la sala de espera que estaba en frente. Me saludó con la mano y yo hice lo mismo. No hay nada más incomodo que un encuentro de este estilo, sin aviso y sin anestesia de ningún tipo. Me di la vuelta como para evitarlo todo pero, después de una hora de recarga del celular, me di cuenta de que eso no iba a ser del todo posible. Resultaba que mi pasado estaba en el mismo vuelo y, por lo que conocía y recordaba, era probable que terminara en la misma sección que yo en el avión.

 Había quemado casi todo el tiempo dando vueltas pero la última hora fue la peor. Desde donde estaba sentado, algo así como un bar pero con vista a un muro y sin el licor que necesitaba en ese momento, se podía ver su cara entre las de tantos otros viajeros. Porque será que esas cosas pasan? Porque cuando estamos con menos defensas, menos dispuestos a pelear por nuestra dignidad, pasan cosas así?


 De nuevo cruzamos miradas pero esta vez no hubo sonrisas ni saludos. Fue como si nos viéramos como éramos antes y eso me daba más susto que cualquier otra cosa. Finalmente llamaron al vuelo y se hicieron varias filas largas para abordar el avión. Una vez estuve dentro pude confirmar que no estaba lejos pero preferí no pensar en ello. Mejor… Lo mejor era dormir de nuevo y no pensar en nada. Los recuerdos querían entran pero no lo iban a tener tan fácil. Al fin y al cabo que tenía otra escala más adelante y no quería llegar sin cordura a mi hogar, al lugar donde me sentía a salvo del pasado.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Airport

So many people, coming and going. So many people busy or pretending to be easy. Some with their families, some alone, some others in large groups were they never really meet. Other are there to work hard, give away tickets, checking people on their flights, tending to their many needs or cleaning the large spaces filled with light and energy.

At the entrance, the men that guard the trolleys to put the bags on, chat about how many tips they have received today. They live on them so every single coin and bill count. And many people prefer to carry their bags inside, not wanting to spend the little money they have on a trolley they have to return to the entrance. They prefer to spend it on one of the restaurants or in some gift to the person they are going to see at their destination.

One of the men hasn't had the best week. He really needs to win some money and tries to attract clients by telling them how easy it is to help them with their bag. He greets foreigners specially, as they are more likely to ask for their services or women alone traveling with a lot of baggage. At home, his wife works doing laundry for neighbors and their daughter works as a secretary. Life is hard and, sometimes, difficult to bare but they are fighters and never give up.

Inside, the many women and men handing tickets are specially busy. They have to be smiling every single minute of their work, trying to provide the best service possible. They are many hundreds of them as all airlines make use of checking counters, wether they have fifty stands or only one. Most of the workers are women, dedicated completely to the old art of traveling.

One of them, Adrienne, is working for he first time. Every time she came to the airport when she was young, it was a whole experience to see the many people working and the planes through the glass of the main corridor. She loved to wonder how many people were traveling and to what exotic destinations they were heading. She never traveled a lot to be honest, her family couldn't afford it. Her first time on a plane was for the school trip on her senior year.

Children like it specially when groups of pilots and flight attendants pass by. Their uniforms are so pretty and most of them look perfect, like real size dolls. They are greatly poised, carrying their wheeled bags, always matching the color of the bag with the uniform. And there are so many colors and shapes of uniforms, pending on the country of origin of the airlines.

Padma, for example, works for Air India and, as expected, her outfit represents her country everywhere she goes. It is a beautiful traditional sari. Its bright orange in color with a red and black scarf around her neck and black shoes complementing it. She is very proud of wearing those colors every single day to work as it represents the rich tradition she loves so much. Being born in Mumbai, she learned through her mother about the gastronomy and many other cultural aspects of her country. After finishing school, she traveled through all of India and then decided to become and air hostess in order to bring India to the world.

But the most interesting part of the airport is were all the passengers and crew members gather: the duty free area. A tiny mall inside the airport, the stores sell every single thing passengers may want to give as a present to their fellow travelers or to someone they are looking forward to meet when they finally get home or to work. The stores are never deserted, filled with the scent of thousands of perfumes, the voices of buyers and sellers and even the taste of many delicacies made for the inevitable need to eat and drink.

In one of the stores, Roger works selling small crafts for people to go home with. There are refrigerator magnets, smalls pieces made of wood or glass or plastic and many sweets and other traditional pastries. Roger likes when people want to taste the pastries in advance, wanting to know what they are bringing back home. It's a pleasure for him to promote the country, its traditions and even the values behind it all. But buyers often go straight to the magnets and that's not bad. He has many, funny and not so funny wants. Delicate and detailed or just simple. He sells them all.

Meanwhile, in one of the many fast food restaurants, works Felicia. She puts fires on the fryer and puts salt on them. She also pours the drinks and sometimes flips the burgers. The ambiance in a fast food kitchen can get very annoying, all hot and sticky and smelly. But its a "safe" job. People work there for as long as they like. No one really gets fired, unless they do something really gross or awful. Felicia likes it and hates it at the same time. She loves the pay, that simple. But she hates to smell like a burger all day long. And she hates it too because there's no way to go out and smoke. There is no out so she really has to wait all day to feed her need for a cigarette.

At the waiting rooms, other hard workers do their thing with people many times not even noticing them. They clean up the place, making it look decent, unspoiled and perfect. They pick up every single piece of paper, every candy wrap, old magazine left behind and many other objects passengers may leave around thinking the airport cleans itself. But it doesn't, an army of men and men work every single second to provide high higiene standards, specially in the bathrooms were people tend to be even more careless than usual.

There, cleaning one of the stalls in one of the many women bathrooms, is Clara. She's a big woman, capable of cleaning a big mirror in seconds with the help of her many work tools: liquids, sponges, rags and mops. She loves it when no one enters the bathroom when she's cleaning. She cannot block people from entering so most of the times it proves to be a difficult thing. But when no one comes near, she feels like singing and even dancing a bit while cleaning the floors. Clara likes it a lot when everything is nice and clean. That is because if she does her job right, she wins more money. And more money is a better life for her and her children. She's not married but has three kids to care for and they are her reason to live. And with her kind smile, she greets passengers when she's finished working.

The other army working at the airport is the one working below and outside. The many people helping bags getting to their planes, the security guards caring for the safety of everyone inside the terminal, the ones with the glowing sticks helping planes to their stands and even those with unique jobs, that no one really knows about.

Henry, for one, is in charge of the birds around the whole area of the airport. Yes, that's his job and he has a companion. A small hawk called Flash. Henry uses Flash in order to scare other birds and animals and make them clear the runways. If one of the those birds gets sucked by a turbine, they may cause a fatal accident and no one wants that to happen. So every single day, from dawn to dusk, Henry and Flash go around the airport on a small four wheeled transport. They have fun together, pulling the danger away from the runways, looking closely at how the planes land, filled with people glad to get home or to a new beginning.

That is the heart of the airport. The planes and the passengers traveling inside. It is them who make an airport what it actually is. And they are some many over the course of a single day. People sitting on a small or very large planes, bound to a city an hour away or another continent very far away. they may get to sleep or just to sit around for the duration of the flight. There are some many going through the airport, running even, as they are making a connection. Those people, although not spending a lot of their time, end to know what the airport experience is all about and that is bringing people together.

We have the example of the García family. Maria and Manuel married three years ago and now they have a new member on the family: her name is Emilia and she's only one year old. It's her first time traveling and its a long flight. She will be visiting her grandparents, uncles and cousins, who haven't yet met her, or maybe only through a webcam. She can't speak yet but she's thrilled by the prospect of a new experience. Although she doesn't know where she is, she knows its something different: the sounds, the smells, even things feel different.
Her parents are excited to. As soon as they sit down, they put on their seatbelts and take each other's hand. They have that custom and they are not letting it go no. They squeeze hands when the plane's door is finally closed and the craft begins to pull away from the airport.

That's how one airport story ends but, as we know, many more are still ongoing and many others are yet to come.

domingo, 7 de diciembre de 2014

The bugs

Carmina Wolf was an entomologist, specialized in bees and wasps. She had travelled the world tracing this little creatures and now headed off to her final destination: a UN summit in Geneva where she would be able to present her findings to a panel of experts put together by the FAO.

On the plane from Seoul to Geneva, she just kept thinking of the potential of her discoveries. It was terrible, of course, but it also meant something could be done. Nothing is definite when you realize it on time, or she thought.

The flight was really long but she couldn't sleep so she forced herself to watch some movies, none of which ere very interesting. She took her blanket and tried to sleep with some music on but then people started making noises. It was really annoying to get to Switzerland with no sleep and now people weren't helping. She heard them open their window shades, so she pulled the blanket over her head.

She stopped ignoring them when they started to scream and gasp and talk fast and loud. Suddenly all shades were being pulled up, so Carmina took a look through the window. She certainly wasn't expecting that...

High above the clouds and higher than the plane, a fire ball appeared to be falling down. The plane was very far but the ball could be seen easily as it's light was blinding, all white and powerful. It certainly was a scary moment but, for some reason, people were generally calm.
Short after, the pilot announcing all flights were asked to change course and go south. They haven't been asked to land anywhere close but there was still a possibility to do so.

An hour later, the ball of fire looked smaller but equally as bright. Carmina thought of the people below, and how scared they must have been. She checked her on board computer and realized they were flying over Russia, a country frequently hit by meteorites. A scientist she had met in a conference had told her so. But this meteorite looked massive or maybe that was because she had never seen one.

Suddenly the pilot spoke again and, this time, he said authorities of all the countries in the vicinity had decided to ground the planes. Carmina's one had to land in Astana, the capital city of Kazakhstan. The pilot did not know for how long they would have to stay there but authorities were trying to keep the planes down for the minimum amount of time.

It was shortly before landing that the explosion occurred. It felt and sounded awful. The plane was hit by the sound wave and turbulence was really bad. People were screaming, babies crying, food trays hitting the ground and even bags falling from the overhead compartments. Everyone was a nervous wreck so, when the plane landed in Astana, it was not a surprise when everyone applauded and cheered the moment. They were all grateful to be alive.

They were evacuated through the inflatable slides on each door, to make it faster. Then, the pilot stayed with the airport authorities to assess any damage to the plane as the rest of the crew helped the passengers to a bus, which took them to the terminal.

Carmina was tired, from all that had happened and because she hadn't slept for a single minute but when they entered the building she realized it would take even more time to rest. The place was filled with people, both incoming passengers and people who had not been able to board their flights. Her group stayed in a corner, to have better control over everyone according to a stewardess.

Everyone fell silent when every single TV set on the terminal started broadcasting images of the meteorite and how it had it the ground with violence. Although the news station was in Russian, every passenger could understand that the meteorite was big but, thankfully, not the kind of fire balls that cause extinction. However, it had fallen near Omsk, a fairly large city in Russia. Imaged of destroyed windows, trees on fire and a houses destroyed was broadcasted for the remaining hours and, against all odds, Carmina was finally able to get some sleep.

When she woke up, it was dark outside. She went to the bathroom where she met a woman crying with her daughter sitting by the sink. The woman tried to clean her tears fast so Carmina wouldn't see her but it was to no use. In her stall, the entomologist heard the woman speak in Russian to her daughter, again crying unconsolably. It was heart breaking, even without having a clue about what was going on.

When Carmina came out of her stall, the woman was not there. She washed her hands, her face and tried to comb her hair with her fingers but the result was not very good. She came out of the bathroom and walked around, watching hundreds, maybe thousands sleeping on the floor. All the screen were turned off and only security agents roamed the place, gently smiling when she stumbled upon any of them.

She arrived at the food court and realized how hungry she was. But every store was closed, which was obvious because of the time of day and the current situation. The tables and chairs that were normally for eating were now occupied by people trying to get some sleep.

Carmina decided to step outside, to a little balcony the terminal had for plane enthusiasts. It was very cold but that didn't bother her. She looked and counted the planes on the tarmac. There were at least twenty and suspected there were more on other places of the airport. Suddenly the door of the balcony opened and an older woman came out. She looked at Carmina and smiled and contemplated the place.

After some time, the woman spoke:

- It will keep happening, you know?

Carmina did not understand.

 - What?
 - It will keep happening, more and more frequently.
 - The meteorites, you mean?

She nodded. Carmina started to feel colder but was mesmerized by the odd look and mysterious attitude of the older woman.

 - This world... We just live here. It isn't ours and it certainly isn't living forever.
 - You think were all going to...?
 - Die?... Maybe. Not necessarily but it's no secret we are heading in that direction.

It was so strange. It was if... She knew more. As if she knew the same thing Carmina had suspected months before.

 - Sorry... Are you an expert of sorts?

The woman laughed and looked at her.

 - Not really, child. I'm just aware of things around me.

The woman looked one last time towards the tarmac, smiled at Carmina and entered the building. The young woman did the same, as she was feeling too cold. The words of that woman were all around her mind but it was silly to worry now. She had to sleep as the following day was a hard one.

All planes were allowed to take off so she got to Geneva in time for her speech. She wasn't able to change clothes and excused herself for her looks but told the audience it was worth the speech. Everyone laughed of course. Then the presentation began.

Carmina had been working on this for five years now, since she had finished her studies. And the findings of her research could not be contested. She announced to the audience that the bee population around the world was decreasing due to various reasons, primarily climate change but also human interference. She declared that the decline was so representative, that in some places many flowers and plants that were abundant were now almost extinct. And she announced the same was happening with crops, although no one realized it because of the amount of cereals being planted.

In short, Carmina had discovered that food, was going to be more and more scarce due the disappearance of certain insects. Without them, hunger could strike anywhere. She closed her presentation by saying that recent events had made her realize how fragile the world was but that we had time to make things right, to find our true place in the universe. And she did believe it, more than ever before.