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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sentir no es tan fácil

   Desde arriba podía ver como el granizo se había acumulado sobre los tejados y en los parques. Todo parecía haber cambiado en contados minutos, porque la tormenta no había sido duradera pero sí bastante intensa. La baranda que cerraba la terraza estaba mojada y fría como el hielo pero no me importo poner mis manos allí y apretar con fuerza. Por alguna razón sentía mucha rabia, sentía que había algo que la naturaleza me quería decir, pero al no hablar en español, la cosa era difícil de descifrar.

 Estuve mirando la tormenta alejarse por varios minutos. Obviamente me mojé bastante porque, aunque el granizo ya había parado e incluso empezaba a derretirse, la lluvia permanecía, cerrando el paso de las nubes más fuertes, de las que estaban causando caos por toda la ciudad pero yo no lo sabía ni me importaba. ¿Porqué me iba a importar lo que le pasaba a cientos o miles de otras personas, si a esas personas no les importaba en lo más mínimo lo que le pudiese pasar a alguien como yo?

 Entré al apartamento y subí directamente al baño que había en el piso superior. Allí tomé la toalla que usaba todas las mañanas para secarme el cuerpo y la usé para secarme el pelo y el resto del cuerpo, pues había decidido pararme en la terraza sin nada de ropa. Había oído el rugir del granizo, la lluvia y el viento cuando me cambiaba y tomé la decisión consciente de salir así, desnudo, a ver que era lo que pasaba y el caos que había en el exterior. Me sentí libre, por un breve momento.

 Momentos después, ya seco y en silencio, con solo algunas gotas de lluvia cayendo contra el vidrio de la ventana, traté de volver a sentir esa libertad en mis huesos. Quise recrear ese increíble momento en el que mis pies tocaron el ladrillo congelado y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al sentir la violencia del agua que venía del cielo. No pude hacerlo tan bien como la naturaleza, aunque mi mente siempre se había caracterizado por su creatividad, pero sí sentí algo.

 Era algo profundo, muy adentro de mi mismo y no tenía nada que ver con lo que pasaba afuera, con la meteorología o con las personas que después se quejaban de haber sido golpeados por granizos del tamaño de pelotas o por los vidrios rotos en su casa. Eso que tenía por dentro también estaba roto pero había liberado algo nuevo, algo que sentí diferente y que sabía que jamás había sentido. Sin camiseta pues aún, sentí un calor recorrerme el cuerpo. Mi cuerpo completo se erizó en un segundo, como si un placer casi erótico se apoderara de mí.

 No duró nada, como mi breve mirada a la libertad. Era cruel, pensé, poder sentir algo así, tan potente y excitante, por solo un breve momento de la vida. Estaba seguro que había muchas personas en el mundo que jamás habían sentido nada por el estilo. No era que quisiera sentirme mejor que ellos sino que las cosas así eran. Por alguna razón yo había sido elegido para ser uno de los pocos que sentirían algo semejante en su vida y tengo que confesar que me hizo sentir especial.

 Tuve que echarme en la cama, así como estaba, con los ojos cerrados. Trataba de respirar correctamente, de controlar mi corazón y mis sentimientos. Estaba conmocionado pero no me podía dejar llevar por algo tan efímero. De pronto me estaba imaginando cosas y solo había sido algo más normal, como el viento frío que se colaba por alguna parte y se insertaba en el cuerpo como una daga congelada. No todo es tan increíble como quisiéramos que fuera. Por eso ya nadie se asombra con nada.

 Hemos descubierto que el universo que nos rodea no es tan fantástico como siempre habíamos pensado. Y no es que se así sino que también nos dimos cuenta de que solo somos seres humanos que jamás comprenderemos lo que está adentro y afuera de nuestros débiles cuerpos. Los misterios del universo son demasiado grandes y los que tenemos adentro son íntimos y podrían decir mucho más de nosotros mismos de lo que nos gustaría. Entonces preferimos no hablar de ello y ya está.

 Cuando por fin me levanté, pensé por un momento en salir de nuevo a la terraza pero me di cuenta al instante que el momento ya no estaba. No era algo que se pudiese hacer cuando quisiera, como una droga sintética. No sé que fue lo que sentí pero puedo asegurar que era mucho mejor que cualquier cosa que alguien pueda inventarse para neutralizar su mente y sus sentimientos. Era lo contrario, un potencializador de todo lo que somos capaces de sentir, de lo que nos hace humanos.

 Más tarde la casa se llenó de mi familia, como estaba siempre. El momento había sido casi perfecto y por eso todo ese día no pensé en nada más sino en esa corriente que me había pasado por todo el cuerpo, estimulándolo todo. Mis padres me preguntaron en que pensaba y porqué estaba tan raro y la verdad es que no pude darles una respuesta clara y convincente. Solo pude argumentar alguna tontería, improvisando algo en el momento para poder seguir pensando en ello en privado, en mi pequeña mente que se había visto inundada de pensamientos varios.

 Esa noche, ansioso por experimentarlo de nuevo, me quité toda la ropa y me acostó desnudo en mi cama. Cometí el error de tocarme, creyendo que eso alentaría el suceso de más temprano pero así no funcionan las cosas. Terminé estimulándome de una forma mucho más terrenal y humana, sintiendo puro placer y nada más. No tenía la gama de sentimientos y amplitud de consecuencias que había tenido el extraño evento que había vivido. Un orgasmo es otra cosa.

 Al otro día, lo pensé más y me di cuenta de que podría haber sido algo imaginado. Puede que nada de eso, ni lo que sentí ni lo que pensé, haya sido real. Era algo normal pensarlo puesto que lo que había ocurrido había tenido las mismas consecuencias que un sueño común y corriente: todo se iba desvaneciendo con el tiempo, como si no hubiese ocurrido. Ya no me acordaba como se había sentido exactamente, si había comenzado en algún punto y terminado en otro.

 Solo sabía que había ocurrido y por eso se volvió un asunto de fe. Un hombre que nunca había ido a una iglesia y que aborrecía a la religión por la esclavitud a la que sometía a la mente humana, pensaba ahora que la fe era la única manera de poder explicar lo que había ocurrido. Ese estimulo tan complejo y maravilloso había sido algo de otro mundo y si no podía creer en él, entonces simplemente no había nada en lo que pudiera creer. Por eso se convirtió casi en una religión para mí.

 Todos los días subsiguientes traté de desmenuzar cada pequeño momento de ese día, desde que oí la primera gota de lluvia en el vidrio de mi ventana hasta que pude respirar después de sentir ese choque eléctrico extraño que me había cruzado el cuerpo como nada que hubiese sentido jamás. Cada día agregaba detalles a mis notas y esa fue la única manera de mantener el recuerdo vivo, siempre con la esperanza de que todo se repitiera algún día, ojalá más pronto que tarde.

 Ya han pasado meses de eso y trato de forzar que pase. Salgo al balcón y me quedo allí por largas horas, a veces solo vestido de un pantalón corto para ver si la falta de ropa fue la culpable de todo. Trato mantener los ojos cerrados, para ver si eso ayuda.


 Me he causado más placeres carnales tratando de descifrar todo el asunto pero sé que no se trata de eso. Sé que no era un orgasmo y tampoco era amor, porque aunque no lo conozco, sé que si lo sintiera no tendría nada parecido con lo que me pasó ese día. Eso sí, también puede que todo esté en mi mente.

sábado, 17 de enero de 2015

En Roma

   No estaba perdido ni nada parecido. Había mirado en el mapa que la solitaria calle por la que estaba caminando desembocaba directamente en una avenida más grande, que era donde estaba el museo que Marcos quería visitar. Estaba de paseo, solo, en Roma. Y hasta ahora todo había ido de maravilla. La gente parecía ser bastante amable y no entendía como existían rumores de que los romanos podían ser muy detestables. No eran exactamente los mejores conductores pero de resto, no estaban nada mal.

Marcos caminaba despacio por la calle empedrada, mirando a un lado y otro los hermosos edificios, que claramente eran más viejos que él e y que sus padres. Algunos habían sido visiblemente restaurados pero otros tenías las paredes cubiertas de moho y parecía que la pintura iba a caerse toda al mismo tiempo, un día muy próximo. De todas maneras tomó fotos de todo, como si quisiera luego reconstruir todo el lugar con esas imágenes.

Siguió caminando, tratando de no resbalar por las lisas piedras, y entonces llegó al frente de una majestuosa iglesia, con inscripciones en latín y relieves y esculturas en la fachada. Tomó algunas fotos y estuvo tentado a entrar pero se dio cuenta que las puertas tenían sendos candados puestos así que no hubo manera. Se dio la vuelta para seguir caminando pero entonces se estrelló contra un chico algo mayor que él que cargaba, con otro, una impresionante luz profesional, de las que usan para el cine.

- Disculpe.

Pero los hombres ni lo miraron, probablemente porque el objeto era muy pesado y las piedras en el piso hacían muy difícil la movilidad. Entraron la enorme luz por las puertas de un hermoso edificio, al que Marcos se acercó al instante. Allí afuera había otras luces de muchos tamaños y otros objetos de los que él no sabía nada. Miró por una ventana y vio que el interior del edificio era igual de impresionante que el exterior.

Había hermosos muebles y un papel tapiz precioso, que parecía ser verdadero satín. Del otro lado de la sala, llena de colores y brillos, se veía un patio interior iluminado con las luces en el cual había una fuente y varias personas iban y venían. Marcos se apoyó en el borde de la ventana y vio como una pareja se sentada en el borde de la fuente y recibía direcciones de un hombre con audífonos y una barba frondosa.

Los actores lo miraban y luego miraban lo que parecía un libreto en sus manos. La mirada iba de arriba abajo, como si verificaran lo que él decía. Frente a la ventana pasaron dos mujeres, que iban con un vestido de época muy bonito, de color azul cielo, y con un collar enorme que seguramente iba a ser usado por la misma actriz que usara el vestido.

Marcos estuvo viendo por la ventana varios minutos hasta que una mano se posó sobre él y casi lo hace resbalar sobre las piedras lisas. Se dio la vuelta para ver al chico de la luz, que le ayudaba a no caer cogiéndole el brazo. Marcos se incorporó rápidamente y se soltó de las manos del hombre.

- Gracias.
- Español? Yo hablo un poco. Italiano?

Marcos movió la cabeza negativamente. La verdad era que solo sabía algunas palabras y dudaba que una de ellas le sirviera de mucho en una conversación hecha y derecha.

- Gusta? – dijo el chico, señalando la ventana.

El chico turista tontamente volteó la mirada hacia allí, como si no supiera que por la ventana se veía como preparaban lo que seguramente era la siguiente escena de una película.

- Sí. De que trata la película?
- No película. Televisión.

Marcos abrió la boca, exagerando sorpresa. La verdad era que se sentía bastante incomodo, ya que el chico de la luz lo mantenía entre él y una pared. Además tenía la cámara colgando y un canguro color verde que lo hacía verse realmente estúpido. Pero eso no importaba en un museo o algún sitio turístico. Pero allí, lucía tremendamente estúpido.

Quieres entrar?

La invitación fue recibida por un asentimiento de cabeza de Marcos, que siguió al chico adentro de la casa. De verdad, el lugar era hermoso. Los muebles delicados, pintados de color dorado y tapizados con tela roja que tenía también bordado en hilo dorado. Algunas personas trabajaban aquí y allá. Todos parecían demasiado inmersos en sus cosas como para notar que alguien que no pertenecía allí los miraba con interés.

Marcos dio un respingo casi peligroso cuando el chico de la luz tomó su mano sin decir nada y lo llevó al patio interior que él había visto desde la ventana. Allí, lo ubicó frente a los actores a quienes saludó y ellos de vuelta. Les presentó a los dos y ellos se comportaron perfectamente amables, sonriendo siempre y sin parecer que tuvieran algo mejor que hacer que saludar a un turista. Se retiraron pasados unos minutos. De la mano de nuevo, el chico llevó a Marcos a un segundo piso, también bellamente adornado.

Estuvo tan ocupado mirando por todos lados, los variados colores y telas y tantos muebles y detalles, que no se dio cuenta que no había soltado a su guía. El chico le dijo que ya habían terminado de poner las luces que necesitaban para la próxima escena y que, si lo deseaba, podía ver el rodaje desde allí. Señaló entonces una terraza que daba al patio, donde había varias luces grandes distribuidas a su alrededor, mirando hacia abajo.

Se acercaron allí, finalmente soltando la mano del chico de la luz que saludó a algunos de sus compañeros de trabajo. Marcos se apoyó en la terraza y vio como otros actores, vestidos espléndidamente, estaban ahora en el patio y se disponían a hacer lo que mejor hacían. El chico trató de no moverse y miró si no estorbaba de alguna manera y entonces suspiró, sintiéndose bastante satisfecho consigo mismo.

La escena se rodó. La repitieron un par de veces pero Marcos pensó que, desde la primera, había quedado formidable. Aunque no entendía todo lo que decían los actores, estaba claro que eran muy buenos y que la película era de época, algún drama relacionado a una pobre mujer. En todo caso era fascinante ver todo eso ocurrir allí frente a sus ojos. Ciertamente era más entretenido que ver un objetos viejos en vitrinas, cosa que podría hacer otro día.

Cuando terminaron de rodar, una mujer de voz potente gritó algo muchas veces, pero Marcos no entendió que había sido. El chico de la luz se le acercó y le explicó que era la hora de comer. Le hizo una señal a Marcos para que lo siguiera y fue así que llegaron a un cuarto grande pero desprovisto de muebles o de la belleza del resto de la casa. Era solo un cuarto con polvo y las paredes y el piso bastante afectados por el tiempo.

El chico de la luz se acercó a una mochila y sacó de ella dos emparedados de pan baguette, cada uno bastante grande. Parecían tener muchas carnes frías y quesos y se sorprendió al ver que el chico le ofrecía uno. Él se negó pero el chico insistió y la verga es que Marcos tenía bastante hambre. Su desayuno no había sido nada que alabar. Así que recibió el sándwich y lo abrió al mismo tiempo que el chico de la luz abría el suyo.

Entre mordisco y mordisco, Marcos le confesó al chico que todo lo que hacían allí le había parecido increíble: los vestidos, los muebles, las enormes luces, los gritos de cada uno, los actores,… Era muy entretenido ver como hacían un programa de televisión. El chico le respondía, con la boca algo llena, que aunque era difícil a veces e incluso molesto, él no cambiaba su trabajo por nada más en el mundo. Su sueño, dijo ya tomando jugo de un termo, era ser director de cine. Quería ser como los grandes, aquellos que marcaban tendencias y todos conocían.

Marcos le sonrió y le contó que él estaba apenas estudiando para ser dentista. No era un mundo tan fascinante como este. Pero el chico lo animó, diciendo que todos necesitaban buenos dientes. Rieron un poco pero fueron interrumpidos por otro grito, anunciando una nueva escena.

Fue entonces que el chico le propuso a Marcos quedarse todo el día, y ver el resto del rodaje. Él aceptó, sin pensar en nada más. El chico entonces le cogió la mano de nuevo y juntos caminaron al balcón, uno a trabajar y el otro a seguir viendo la vida pasar frente a sus ojos.