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miércoles, 10 de mayo de 2017

Rutina semanal

   Como todos los días que iba a la panadería, la señora Ruiz compraba pan francés, una caja llena de panes surtidos y un pastelillo relleno de crema para acompañar el café de las tarde. Como siempre, iba después del almuerzo, muy a las dos de la tarde. Le gustaba esa hora porque podía ver a las personas volviendo a sus puestos de trabajo. A veces compraba algo extra para comerlo sentada en alguna de las bancas del sendero peatonal que tenía que atravesar para llegar a casa.

 Cuando lo hacía, era porque el día era muy bello o porque en verdad quería ver a la gente pasar. Algunos parecían tener problemas serios, iban con la cabeza agachada y la espalda visiblemente tensionada. Otros iban de un lado a otro con una gran sonrisa en la cara, incluso reían. Siempre que veía a alguien así, se le pegaba la risa o se daba cuenta que estaba sonriendo sin razón aparente. Veía gente joven y gente mayor, mujer y hombres, empleados y dueños de empresas. Para ella era apasionante.

 Pero la mayoría de veces, prefería regresar pronto a su casa, en especial porque el clima no dejaba que se quedara mucho tiempo caminando por ahí. Los peores días eran sin duda aquellos en los que ni siquiera podía salir por culpa de la lluvia. Quedarse sentada en casa, viendo la televisión o en la sala tratando de leer mientras las lluvias golpeaban el vidrio de la ventana, no era su manera favorita de pasar un pedazo de la tarde. Ya se había acostumbrado a ver la cara de la gente e imaginar sus vidas.

 Tanto así, que mantenía un pequeño diario y anotaba algunas líneas todos los días. Esta era su tarea justo antes de preparar el café y comerse su pastelillo de crema. Todo su día estaba completamente ordenado, desde las siete de la mañana que se despertaba, hasta las once de la noche, hora en la que normalmente estaba en cama para dormir. Su rutina diaria estaba perfectamente definida. Algunas personas le decían que eso podía ser muy aburridor pero para ella era perfecto.

 La señora Ruiz era viuda y no tenía a nadie con quién compartir sus cosas, ni dentro de la casa ni fuera de ella. Su marido había muerto hacía menos de diez años de un ataque al corazón, cuando todavía era bastante joven, o al menos lo suficiente para estar disfrutando su pensión. Toda la vida había trabajado, desde muy joven, y durante un largo tiempo había buscado la jubilación para poder disfrutar de la vida. Sin embargo, fue meses después de dejar de trabajar cuando el ataque se lo llevó y condenó a la señora Ruiz a estar solo por una buena parte de su vida.

  Había hijos, un hija y una hoja para ser más exactos. Sin embargo, poco la visitaban. A ellos se les había vuelto rutina llamar una vez por semana y creían que con eso cumplían la obligación de estar en contacto con su madre. Solo venían físicamente cuando ella cumplía años o cuando necesitaban algo de dinero, pues su marido le había confiado todos sus ahorros y ella recibía el cheque de la pensión sin falta. Era gracias a ese dinero que podía vivir bien a pesar de no tener a nadie.

 También venía o, mejor dicho, se la llevaban los días de fiesta como Navidad y todo eso pero para ella era siempre un momento muy estresante porque pasaba de no ver a nadie a ver montones de personas, muchas veces gente que ni conocía. Le gustaba pero su cuerpo se cansaba rápidamente y no podía quedarse con los más jóvenes por mucho tiempo. Incluso jugar con sus nietos era un reto para ella y eso que le encantaba hacerlo porque se sentía muy a gusto con ellos.

 Pero eso casi nunca pasaba. Por esos sus salidas después de comer. A veces también salía por las mañanas pero eso solo cuando tenía alguna cita médica o cosas de ese estilo. Odiaba confesarlo pero le encantaba tener esa cita una vez al mes pues el doctor era muy amable con ella y muy guapo también. Era casi como un cita para ella. Además veía otra gente en el hospital y se distraía por algún tiempo más en la semana. Era triste estar feliz en un hospital pero le pasaba seguido.

 De resto, en casa solo tenía montones de libros y la televisión. En cuanto a los primeros, había leído ya un gran número. Su esposo había sido un ávido lector y había comprado muchos títulos a lo largo de los años. Había cuanto genero se pudiera uno imaginar, así como libros gordos y libros muy delgados. Había libros de arte llenos de imágenes y otros de letra pequeña y casi sin espacios para descansar la vista. Lentamente, todos ellos se habían vuelto parte de su rutina diaria.

 En cuanto a la televisión, no era algo que ella adorara. La gente piensa que a todos los adultos mayores les encanta ver la tele pero la señora Ruiz era la prueba de que eso no era cierto. Solo veía algunos programas y lo hacía de noche, cuando necesitaba estar cansada. Porque eso era lo que le provocaba la televisión: un cansancio completo con el volumen que tenía y las imágenes rápidas. Solo veía o trataba de ver una telenovela. Lo peor era cuando se terminaba una y comenzaba la otra, pues a veces se perdía con frecuencia en la trama.

 Los fines de semana eran tal vez sus días favoritos. El domingo era más calmado pero desde hacía años había decidido que el sábado sería su día de hacer lo que ella quisiera. Es decir, que lanzaría su rutina por la ventana, por un día, y haría solamente lo que se le ocurriera. Esto podía resultar en días muy distintos de una semana a otra y eso era precisamente lo que ella estaba buscando, algo de emoción y cambio en su vida, que era sin duda monótona y cansina.

 Muchas veces optaba por ir al cine. No iba siempre a la misma hora y después siempre comía algo en la enorme plaza de comidas del centro comercial que le quedaba más cercano a casa. Como podía caminar hasta allí, era perfecto para cuando quería distraerse con cualquier cosa. Las películas que elegía eran siempre diferentes y cada vez que lo hacía pedía el consejo de una joven cajera que conocía de siempre. La joven le explicaba que nuevas películas habían llegado y de que se trataban.

 Cuando era joven, a la señora Ruiz no le había interesado mucho ni el cine ni muchos de sus géneros como el terror o la ciencia ficción. Pero ahora que era mayor, le encantaba ver películas muy diferentes las unas de las otras. Un sábado era alienígenas asesinos, el siguiente una pareja enamorada en alguna ciudad europea y al siguiente una película llena de explosiones y artes marciales. Ninguna recibía su descontento, muy al contrario. Todas la hacían muy feliz.

 A veces, si todavía tenía energía después de la película y de comer, se ponía a pasear por el centro comercial. Recorría cada pasillo, sin importar si estuviera lleno de gente o más bien vacío. Le gustaba hacerlo pues así llegaba rendida a casa y dormía mucho mejor de lo normal. Le gustaba estar cansada para sentir que había tenido un día igual de agitado que los demás. Sentía a veces que nada había cambiado y, aunque eso obviamente no era cierto, la ilusión la hacía sentir plena.

 Los domingos los tenía reservados en su rutina semanal. Esos días siempre se vestía con sus mejores vestidos y se arreglaba como si fuera a ir a una fiesta. Pero esa no era la razón. Contrataba un servicio especial que la llevaba a su destino y las esperaba lo suficiente.


  Iba siempre con flores y se sentaba al lado la tumba de su marido por horas y horas, a veces solo la levantaba la lluvia o el frío de la noche que llegaba. Durante ese tiempo, hablaban largo y tendido, o esa era la idea. Los domingos eran solo para él.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Miércoles

   Su abrazo era todavía bastante apretado. Sus cuerpos desnudos estaban uno contra el otro y parecían ser piezas de un juego que encajaban a la perfección. Acababan de hacer el amor pero todavía les quedaba algo de energía para seguir dándose besos y sintiendo la piel del otro. Al rato se quedaron dormidos, así como estaban. Después se fueron acomodando en la cama para estar menos incómodos pero no se alejaron demasiado el uno del otro. El calor de sus cuerpos era ideal para soportar el frío de la mañana, que había cubierto de vaho la ventana de la habitación.

 El primero en despertarse fue Pedro. Tenía la costumbre, desde pequeño, de despertarse a las siete y media de la mañana. Nunca más temprano ni más tarde. El pequeño problema estaba en que hacía dos años no trabajaba en una oficina y podía despertarse a la hora que quisiera. Sin embargo, las viejas costumbres difícilmente mueren y despertarse temprano era una de ellas. No se puso nada de ropa para ir a la cocina y calentar el café y hacer un pan de tostadas. Otra cosa que no le gustaba era “desperdiciar” el tiempo haciendo el desayuno.

 Lo siguiente para él era comer en la sala mientras veía la televisión. Como su vida laboral iba marcada por su ritmo personal, Pedro no tenía necesidad de correr para ningún lado. Y como encima era tan temprano, pues podía decirse que se permitía tomarse todo el tiempo del mundo para cualquier cosa. Le gustaba ver el noticiero de la mañana para ver si algo más había ocurrido en el mundo tumultuoso en el que vivían. Por supuesto gente había muerto en algún lado, había guerra en otro y hambre en un país que conocía solo de nombre.

 Luego seguían las noticias de política, que solían ser las mismas todos los días. Las de deporte le interesaban un poco pues le gustaba el fútbol y lo practicaba cada que podía. Muchos fines de semana se reunía con sus amigos de infancia y jugaban un partido en una cancha alquilada. Era de césped artificial pero para el caso no importaba pues el punto era divertirse, comer algo y hablar tanto del presente como del pasado. A veces iban con sus respectivas parejas pero la verdad era que lo disfrutaban mucho más cuando eran solo los amigos.

 Cuando ya terminaba el noticiero, se iba desnudo como estaba al estudio y se sentaba entonces en su escritorio. Dependiendo del día se ponía a diseñar en el portátil o a terminar algún dibujo a mano que estuviera inconcluso. El trabajo que tenía era por pedido y le llegaba con frecuencia y bien remunerado pues cuando trabajaba había hecho excelentes contactos. Por eso ahora podía permitirse una vida más calmada con los mismos resultados laborales y hasta mejores. Ahora era su propio jefe y le iba mucho mejor que antes, se sentía más creativo como diseñador de interiores.

 Como a las nueve de la mañana se despertaba Daniel. Él era más bajito que Pedro y algo más ancho del cuerpo, sin decir que estuviera gordo ni nada así. De hecho siempre preguntaba si lo estaba pero Pedro le aseguraba que no era el caso. Pedro, por su parte, era bastante flaco. A diferencia de su pareja, Daniel sí trabajaba todos los días pero ese día precisamente era libre pues el restaurante donde era ayudante del chef estaba cerrado por inventario y afortunadamente no le tocaba hacer parte de esa tarea, al menos por esa ocasión.

 Sabía bien que lo habían dejado quedarse en casa porque le debían vacaciones, pero igual él las pediría completas pronto cuando se fueran con Pedro en Navidad a un viaje que habían planeado hacía mucho tiempo a Hawái. Era un destino que ambos morían por conocer y podían permitirse el dinero y el tiempo para por fin ir y conocer de primera mano todas esas hermosas playas, practicar surf, comer mariscos, quedarse en un buen hotel, pasear por las montañas y volcanes y descubrir todo lo que no supieran de esas islas.

 Daniel se sirvió jugo de naranja. El café no era de su gusto personal, salvo el olor que le encantaba. Su desayuno era un poco más elaborado que el de Pedro pero tampoco mucho más: cortaba algo de fruta y aparte untaba mermelada de arándanos a un par de tortitas de maíz. Normalmente le daba mucha hambre en la mañana. O, mejor dicho, le daba hambre durante todo el día. De pronto por eso era cocinero, pues desde siempre le había gustado la comida y prepararla. Desde pequeño les hacía postres e incluso cenas a su familia y ellos siempre lo apoyaron en su sueño.

 Se sentó en el sofá de la sala y, mientras comía su desayuno, veía dibujos animados. Le gustaba tener una buena razón para despertarse bien en la mañana y los dibujos animados siempre servían para eso. Para noticias las leía en internet a lo largo del día, no era su intención ver tristezas desde primera hora de la mañana. Comía despacio, disfrutando cada bocado mientras miraba las travesuras del gato y el ratón. Aprovechaba que no fuera una mañana normal, de esas en que tenía que apurarse y a veces ni tiempo para despedirse había.

 Terminado el desayuno iba a un pequeño cuartito que había al lado del baño, como un depósito, y de ahí sacaba uno de esos tapetes de yoga para hacer ejercicio. Hacia una rutina con ejercicios varios durante media hora. Para eso se ponía ropa apropiada pues ejercitarse desnudo podía ser bastante incómodo. Normalmente se ejercitaba de noche pero como era un día diferente pues aprovechó para hacerlo más temprano. Después de terminar, guardó el tapete y se dirigió a la habitación principal.

 Mejor dicho, entró al baño y se quitó su ropa deportiva. Abrió la llave de la ducha y dejó que el agua calentara por unos segundos. Ese tiempo era suficiente para untar de crema dental su cepillo. En la ducha se cepillaba los dientes y luego se enjabonaba el cuerpo, disfrutando el agua tibia. Se sentía muy rico y podía disfrutar de una ducha bien dada y no como le pasaba casi todos los días, en los que debía ducharse en cinco minutos y no importaba si el agua salía fría o caliente. Era algo a lo que se había acostumbrado y por eso ese día lo disfrutaba tanto.

 Pegó un ligero salto cuando, distraído por estar echándose champú en el pelo, sintió una mano en su cintura. Se lavó el pelo con rapidez y entonces se dio cuenta que era Pedro. Se besaron un rato, abrazados bajo la lluvia de la ducha. Después uno le pasó el jabón por el cuerpo al otro y terminaron haciendo el amor de nuevo allí mismo. En total, estuvieron en la ducha por una media hora. Era mucha más agua de la que se permitían gastar normalmente pero es que el día casi pedía que pasaran cosas así, diferentes a la rutina.

 Se limpiaron bien y luego salieron al mismo tiempo. Se secaron en la habitación, dándose besos y sin decir ni una palabra. La verdad era que llevaban tres años viviendo juntos y podían decir que el último año había sido el mejor para los dos. No solo Pedro había dejado por completo el trabajo de oficina, sino que Daniel había empezado a hacer lo que en verdad le gustaba en el trabajo y eso era la repostería. Llevaba años cocinando ensaladas y carnes y un sinfín de cosas pero ahora por fin estaba haciendo lo que en verdad le gustaba.

 Ese bienestar personal se traducía en una vida de pareja mucho mejor. Las peleas habían quedado atrás al igual que las confrontaciones por dinero o las tensiones causadas por razones que ahora les parecerían verdaderamente idiotas. Ahora no era raro que hiciesen el amor todo los días, que se besaran en silencio, sin decir nada. Cuando ya tuvieron la ropa puesta, Daniel le dijo a Pedro que cocinaría el almuerzo del día. Pedro dijo que compraría algunas películas por internet para ver más tarde. La idea era hacer de ese un día especial.


 Lo raro de todo era que solo era un miércoles, clavado allí a la mitad de la semana. Los dos días anteriores y los dos días después serían iguales que siempre, con trabajo, llegar tarde, no verse ni hablarse casi en el día. Solo el fin de semana era un descanso y a veces ni eso porque debían hacer ciertas vueltas esos días o visitar a sus familias. Ese miércoles era tan importante por eso mismo, porque era como una joya que no podían permitirse perder. Era su día para celebrar quienes eran juntos y por separado.

lunes, 23 de mayo de 2016

Abrazo real

   El abrazo pareció real. Se sentía. Era como si no solo él sino muchos otros estuvieran también abrazándome en ese mismo momento. Sentí que duró más de lo normal y, para cuando todo había cambiado de nuevo, me sentía menos desubicado de lo normal.

 Los colores, los tonos de las cosas, eran completamente diferentes a lo que estoy acostumbrado pero pude comprender porque todo era de esa manera de la manera más rápida. La idea no era poner en duda todo lo que viera sino aceptar que estaba en un lugar que había visto antes pero que jamás había visitado.

 Es increíble como funciona todo porque, incluso con una interrupción, todo siguió como si fuera algo seguido, como si en verdad estuviese viendo un capitulo en la televisión, lo más normal del mundo. Pero no, estaba soñando. Eso sí, era un sueño bastante único, bastante difícil de repetir y de comprender.

 Todo parecía estar basado en una serie de televisión y mi cerebro había copiado la mayoría de cosas lo mejor que había podido. No todo era igual a la serie pero eso no me importó, no era algo crucial. Incluso creo que mucha de la gente que aparecía por ahí no eran los mismos pero eso no era importante porque la historia que yo veía frente a mis ojos era ligeramente diferente.

 Nunca me puse a pensar en lo que yo tenía puesto pero sí me fijé en los trajes de los demás. Estoy seguro que había soñado otra cosa antes y por eso me estaba fijando en todo tanto. Mejor dicho, sabía que estaba soñando pero no traicionaba la idea del sueño cuando hablaba con los demás personajes creados por mi mente. Ellos creían que eran reales y yo no iba a dañar esa idea por nada. Era divertido exagerar en lo que decía y lo mejor es que siempre sabía que decir.

 El clima y el entorno en general era bastante gris, oscuro y cruel. Tal vez tendría algo de frío esa noche pero no lo recuerdo. El caso es que no fue difícil imaginarme algo de nieve y de viento frío para adecuar toda la escena. Todavía me da algo de risa lo consciente que estaba durante todo el tiempo. Era como si supiera un secreto que el resto de los personajes no sabían.

 Pero, sin embargo, todo acabó de la mejor manera posible o al menos eso creo. Supongo que me despertó la alarma ese día y supongo que eso interrumpió mi sueño de golpe pero la verdad no lo recuerdo. Solo recuerdo haberlo abrazado y haber sentido que era verdad, que podía sentir su fuerza alrededor mío.

 Cuando me desperté, por supuesto, estaba decepcionado. No solo porque no había nadie que me abrazara así sino porque necesitaba ese abrazo, necesitaba ese alguien que me confortara, que me dijera algo positivo, que me ayudase a seguir adelante. A veces es difícil hacerlo todo por cuenta propia y es normal desear que alguien más venga y ayude, que alguien más te haga sentir que todo vale la pena y que hay muchas cosas más allá de lo que ves en el mundo e incluso de lo que sueñas.

 Pero yo no tenía a esa persona. Es decir, no la tengo. Por eso ese abrazo fue tan especial, tan extraño y tan necesario. No me abrazó el personaje pero supongo que fui yo mismo que decidí darme algo que pudiese darme un pequeño empujón hacia delante. No sé si era algo que necesitase con urgencia pero debo decir que se sintió bastante bien cuando sucedió. Tanto así, que pensé haberlo olvidado pero en mi cabeza todavía estaba fresco el recuerdo del abrazo varios días después.

 En mi vida diaria soporto el desorden y la falta de limpieza y de sentido común de los demás. A veces los odio y a veces me da igual porque pienso que no es para siempre y no lo es. Pero es difícil, no es algo sencillo tener que respirar lentamente y recordar eso todos los días, cuando la gente no ayuda a que las cosas funcionen tan bien como podrían. Me hace preguntarme si, cuando la gente se queja de sus vidas, en verdad se quejan de sus errores y no se dan cuenta de que todo podría ser más simple.

 Tengo eso. Y también tengo gente alrededor que solo está pero nada más. No voy a mentir y decir que todo es culpa de los demás. Muchas veces a mi no me da la gana de comunicarme o soy yo el que tiene problemas para establecer puentes pero la mayoría de las veces creo que lo hago con razón.

 Creo que es importante, por ejemplo, que haya confianza y que no haya falsedades entre la gente. Por eso el abrazo fue real. Porque no había nada entre nosotros dos, no había fricciones ni nada incomodo. Éramos dos seres de verdad sintiéndonos comunicados.

 En cambio en otras ocasiones simplemente no se siente eso. Si acaso se siente una exclusión que tal vez no es consciente pero si es casi sólida. Pero ya a estas alturas de la vida no es algo importante pues la gente decide como hacer sus cosas y no tengo ya ganas de forzarme encima de nadie. Nunca tuve esa gana de que me quisieran, de que me pusieran atención y de ser un centro de atención constante. De pronto uno temporal pero jamás uno que trabaje las veinticuatro horas del día. El caso es, que no hay nadie que me de ese abrazo, ese mismo.

 Hay muchos abrazos pero algunos se sienten incompletos, vacíos o extraños. Hay abrazos que simplemente no son confortables, se sienten como algo que no debería ser, como algo que no tiene lugar. Y por eso prefiero los abrazos que vienen de los dos lados, que son sinceros y que no son forzados por una u otra razón.

 En fin. Salí a caminar después de mi sueño y no sé qué ve la gente pero me gusta que no me miren tanto, a parte de mi pelo que tal vez les parezca gracioso. Caminé cales y calles, a veces rápido y otras veces más lento y siempre pensando que es lo que necesito y cual es el siguiente paso. Para cuando llegué al mar, no tenía ninguna respuesta y ya me había dado por vencido. No tengo ni idea que es lo siguiente o que debo hacer y mucho menos porqué hacerlo. No lo sé.

 Me senté en la playa y me quedé mirando el agua un buen rato. Las olas son algo hipnótico, tienen esa cualidad de hacerte pensar al ser algo ligeramente repetitivo. Tratando de evitar la arena en mis zapatos, volví a pensar en lo que pasaba pero, como siempre, supo muy bien que era lo que no quería y eso es fácil. Es muy sencillo concluir que es lo que no quieres en la vida porque seguramente ya has tenido que estar frente a esos retos y los has vencido o no los has superado por alguna razón.

 Pero saber qué quieres, decidir cual es tu próximo paso, es algo que no es fácil. No es simple ni evidente y pienso, personalmente, que es una cosa que se entiende en un momento determinado y nunca antes. Tal vez encima del momento en el que hay que tomar la decisión pero así son las cosas, nunca son perfectamente oportunas y hay que vivir con eso.

 Caminé de vuelta por la orilla y casi no vi a la gente. Había mucha y gritaban y hablaban y jugaban pero no les puse demasiada atención porque no tenían nada interesante para darme, nada que yo pudiese usar para aprender lo que necesito aprender, sea lo que eso sea.

No sé… No es culpa de nadie porque es cosa mía saber que viene después. Es cosa mía saber relajarme, saber aceptar que el tiempo es algo que existe y que debo tener paciencia. Creo que en parte de eso iba mi sueño. Podría ser una serie de televisión pero todo fue tan lento, tan pausado y con tanto detalle, que creo que la idea era hacerme ver que hay lugar para tomarse el tiempo y pensar e incluso disfrutar.

 Hay que tomar todo como esté pero en el momento que esté, no antes ni después porque o sino hay un riesgo de nunca ver lo que pasa sino después o antes de que pase y esa no es manera de vivir.


 El caso es que sigo esperando mi abrazo. Espero al menos uno más, muy pronto.

lunes, 9 de mayo de 2016

Mi amigo el asesino

  Siempre querían saber lo mismo: si lo había visto en los días antes a que matara a toda esa gente o si tenía yo algún indicio de lo que iba a hacer. Y siempre respondí, una y otra vez, que no. No sabía nada, no había tenido la fortuna de leerle la mente a una de las personas que más quería y ahora yo era solo una parte más de todo el circo mediático que se armó. No solo por la masacre, sino también por el juicio y ser una de las personas más cercanas al asesino.

 Para mi es todavía difícil pensar en él como mi amigo el asesino. Para mí, el siempre será Simón, el que me había reír en clase y durante los descansos. Me acuerdo de él cuando veo alguna película y sé que él hubiese debido todos los datos sobre ella o cuando paso por alguna tienda juguetes y veo que a él le hubiese gustado tener uno de esos. Le encantaba coleccionar, sobre todo los relacionados a ciencia ficción y a videojuegos que a vece me enseñaba a jugar yo siempre fracasaba en entender.

 Más de una vez me preguntaron si yo había tenido algo que él, si había habido una relación íntima entre los dos. Y les respondo la verdad, lo mismo de siempre: Simón era un chico bastante privado con esa parte de su vida y solo hablábamos de sexo o cosas así cuando él lo planteaba. A mi a veces se me salían algunas cosas y él nunca se interesaba mucho por nada de eso. Nunca pensé que fuese por mi sino porque simplemente yo no le interesaba en absoluto.

 Supo que era homosexual casi enseguida. Siempre he tenido buen ojo para eso, o eso creo yo. Cuando me lo contó, le dije que lo sabía desde siempre y que no cambiaba nada nuestra relación. Fue muy extraño porque nos abrazamos y pensé que nuestra relación había mejorado en ese momento, que las cosas iban a cambiar al abrir esa puerta, al él contarme uno de sus más grandes secretos.

 Pero, de hecho, fue al revés. Parecía más triste que nunca y no me contaba nada de lo que le pasaba. Por ese tiempo yo tenía una novio con el que llevaba casi dos años. Él no hablaba mucho con Simón pero un día me dijo que le parecía que era muy raro y que yo debía preguntarle qué le pasaba. Dudé pero le conté a mi novio que Simón era gay. Pero según él, eso no era lo que era raro. Él creía que había algo más.

 Yo le pregunté, una y otra vez, si todo andaba bien. Lo llamaba algún día y le preguntaba si nos veíamos para tomar algo y casi siempre me decía que no. Yo le insistía y le preguntaba si había algo mal, si se sentía mal o si necesitaba algo. Pero él siempre me decía que no y que simplemente estaba ocupado con otras cosas. Nunca pensé que las otras cosas fueran tan chocantes para mí.

 Fue en el juicio cuando me enteré que todo ese tiempo había estado haciéndose cortes en los brazos. Traté de pensar si vi algo alguna vez pero creo que no, creo que nunca me fijé en nada las pocas veces que o vi por esa época. Recuerdo que había cambiado un poco su estilo y había empezado a ponerse sacos holgados. Decía que era porque se sentían bien para estar en la casa y no hacer nada.

 Como yo, Simón no tenía trabajo. Pero la diferencia era que yo me gustaba mis oficios, cosas pequeñas para hacer y en las que me pagaban cualquier cosa mientras conseguía un trabajo real. Él en cambio no parecía esforzarse en absoluto y yo siempre pensé que podía ayudar pero nunca supe como. Fue por ese tiempo que empezó a alejarse de mi y a hablarme menos. Yo pensaba, tontamente, que la razón era que tenía nuevos amigos o algo por el estilo. Que tonta fui…

 El día en el que sucedió todo, yo estaba con mi novio en la casa de su familia. Me habían invitado a comer y recuerdo que era pasta a la boloñesa. La verdad es que estaba muy rico todo, no sé porque lo recuerdo tan claramente. El caso es que la familia tenía la costumbre de dejar la tele prendida mientras almorzaban y fue entonces cuando el canal que tenían puesto interrumpió la programación para un boletín urgente: alguien había disparado varias veces en una reunión escolar.

 Al comienzo no le di importancia y eso me hizo sentir pésimo. Ignoré la noticia por el resto de la tarde que pasé en esa casa y solo volví a oír sobre ella en la noche. Prendía la tele cuando llegué a mi casa pero entonces me puse a hablar con mi mamá sobre el almuerzo y después le conté de un vestido que había visto y de no sé qué otras cosas. Muchas cosas sin importancia. Y fue ella, mi madre, la que lo vio primero en la pantalla y me hizo dar la vuelta para verlo.

 Se veía mal. No era para menos. Estaba pálido y lo llevaban en una camilla, esposado a ella por una muñeca. Al parecer no podía moverse mucho de todas maneras. Le habían puesto una máscara de oxígeno y lo metieron a una ambulancia rápidamente. Solo fueron algunos segundos pero las dos supimos que era él. Yo no sabía que pensar, que decir o que hacer.

 Así que no hice nada. Esa noche casi no duermo y, cuando me desperté, empezó a sonar el teléfono. Fue la primera vez durante todo el proceso y no dejarían de sonar los teléfonos hasta mucho tiempo después. Aún suenan, a veces. Tuve que cambiar mi número de celular varias veces y mis padres cambiaron la línea fija también un par de veces pero siempre averiguaban el nuevo número.

 Yo trataba de ignorarlos pero a veces estaban allí cuando iba a llevarme el carro por las mañanas o incluso cuando sacaba la basura. Fue por entonces cuando terminé con mi novio y, al poco tiempo, inicié una nueva relación con él que hoy es mi esposo. Creo que gracias a él pude superar mucho de lo que ocurrió entonces. Todas las preguntas y los ataques y la culpa. Todo era demasiado para una sola persona y eso que yo era solo una amiga. Varias veces no dormía pensando en él.

 Fui llamada a testificar en el juicio a favor de él pero no pude decir mucho, solo lo que yo ya he contado aquí: que éramos buenos amigos pero que él me fue haciendo de lado con el tiempo hasta que oí lo que había hecho. La reunión en la que había abierto fuego era una de su antigua clase del colegio. Alguna vez me había hablado de ellos, diciendo que había sido la peor época de su vida y que odiaría volver a vivirla si le tocara. Eso dije en el juicio.

 Mostraron fotos de la masacre y, como todo el mundo, no pude evitar llorar. Los había ejecutado, no solo asesinado. Era horrible pensar que la persona que me había hecho reír por tanto tiempo era la misma persona que había hecho todo eso, que había sido capaz de torturar a tanta gente en un salón de eventos que había sabido bloquear y al que había metido un arma y un tipo de ácido con el que le arruinó el rostro a un par de personas. Creo que los odiaba más que a los otros.

 Sin embargo, seguí pensando en él, En parte porque sentía algo de culpa, pero también creía que en algún lado debía estar mi amigo. Cuando el juicio hizo un descanso por algunos meses, él me pidió que lo visitara y fue la única vez que lo vi en prisión. Tratamos de hablar como siempre, pero había una barrera enorme donde antes no había nada. De su parte y de mi parte había algo que nos bloqueaba. Le llevé un kit de limpieza personal y le deseé lo mejor.

 Por ese tiempo, me fui a vivir con mi novio y me pidió matrimonio. Yo dije que sí al instante porque él había sido una de las mejores personas conmigo. No solo me quería sino que de verdad le importaba como estuviera. Se preocupaba por mí. El juicio se reanudó y creo que Simón pudo ver mi anillo pero no pudimos hablar, nunca más. Lo condenaron a cuarenta sesenta años, la condena más alta.

 Yo lloré. Me daba vergüenza pero al fin y al cabo era como un hermano para mi y me dolía. Los periodistas me acosaron por mi reacción pero los mandé al diablo. Mi novio propuso que visitara a Simón al menos una vez antes del matrimonio. Que intentara reconectar, una última vez.

 Pedí que me pusieran en su lista de visitas pero nunca logré entrar a la cárcel. Solo una semana después de su condena, otro recluso lo apuñaló en la cafetería de la cárcel. Dijeron que era un tipo inestable, un loco que no debía estar allí. Pero estaba y así terminó la vida de Simón.


 Los periodistas me acosaron. Yo aproveché la boda para desaparecer, para perderme de todo. Pero tiempo después, decidí aceptar una de ellas. Dar mi versión de los hechos era lo correcto y no tenía porque pedir perdón ni sentirme mal por haber tenido un amigo que había caído en al oscuridad.