Al terminar de comer, siempre he tenido la
costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una
orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por
mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo
muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día
en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el
futuro. No es mi momento más alegre.
La casa es modesta. Está lejos de la ciudad
pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los
víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la
construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No
puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí
puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente
loco si me quedara quieto todo el día.
Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que
me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces
tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos
se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los
estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero
lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más
importa ahora mismo.
No tengo televisión porque no me gusta el
escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los
noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es
malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que
robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas
está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a
casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.
El internet funciona
solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son
así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese
servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares,
para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan
por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin
cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que
fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.
De vez en cuando veo su cara en el agua del
estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras
ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque
no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento.
Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al
cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la
manera más descarada. Es difícil hacerlo.
La casa la tengo por él. Me la dejó en su
testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó
muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la
ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos
esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más
contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no
hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.
Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo
la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme
con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y
queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o
estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que
nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar
donde ya hubiese perdido la cordura.
Aquí recorro los campos, siembro y recojo las
cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin,
son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar
por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les
toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que
estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa
lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.
Ellos saben, además, que es mejor mantenerse
alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi
nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo
que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi
mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que
no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos
me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña
pero casi todo en mi vida es así.
El día que murió, desplomándose en el baño,
golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente
maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de
despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la
ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo
ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo
contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.
Él sabía bien que yo siempre he estado
demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la
mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni
hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía
siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que
opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo
que él me conoció mucho más a mi que yo a él.
Cuando aparecí en el testamento, su familia
alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de
su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía
comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe
si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que
él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me
lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.
Tan mal se puso todo que un día me atacaron un
grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle
un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con
todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero
que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par
de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más.
Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.
Cuando firmé esos papeles todavía tenía una
pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque
apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo.
Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo,
lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos
los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un
rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada
la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan
cada noche.