Fue entonces que el hombre, vestido de
chaqueta color verde oliva, se levantó de su trono hecho de ladrillo y me
preguntó que probabilidad había para un cuento. Lamentablemente no tuve tiempo
de responder porque justo en ese momento mis ojos se abrieron y lo único que
tenía enfrente era mi mesa de noche con las mil y una cosas que le ponía
encima. Por un momento quise volver a soñar pero, como todos sabemos, no es tan
fácil volver a entrar en un sueño particular. Así que me incorporé, anoté esa
última frase en mi celular y me puse a escribir sobre otra cosa.
Ahora que lo pienso, sé que el sueño era mucho
más largo, había sido incluso extenuante porque cuando abrí los ojos mi cuerpo
y mi mente estaban cansados. Había sido uno de esos sueños en los que corres y
saltas y hablas y pasan demasiadas cosas que nunca dudas pero que sabes que en
la realidad jamás harías o porque son imposibles o porque la cobardía suele
ganar la partida cuando todo es verdad.
Camino de un lado a otro de mi pequeña
habitación, tratando de entender esa última frase. Mis pies descalzos barren el
piso, que limpio de polvo a diario y a diario se ensucia, un ciclo eterno. Por
mucho que doy vueltas, que me siento en la cama y trato de pensar en otra cosa,
que me distraigo con videojuegos o con películas, me persigue esa misteriosa
frase: “Que probabilidad hay para un cuento?”.
Nunca entenderé que era exactamente lo que ese
hombre, que no recuerdo quién era, quiso decir con eso. Bueno, debo decir que
seguramente el tipo tenía la cara de alguien que yo he visto antes, pues así
funciona el cerebro. Pero podría no tener nada que ver con nada. Podía haber
tenido la cara de un profesor de la infancia, de un hombre que miré alguna vez
en un bus o incluso ser la mía con modificaciones hechas por mi cerebro. Es un
una herramienta de mucho poder pero a veces me frustra que no funcione muy bien
como cámara de vídeo.
Quisiera poder sacar el archivo y ver toda la
película, todo lo que pasó en el sueño para ver si se podría explicar esa
pregunta tan rara y tan adecuadamente preguntada al final del sueño, como si
ese hombre… O, mejor dicho, como si yo supiese que me iba a despertar en unos
minutos y debía saber eso antes de que fuera demasiado tarde. Todo eso hace
pensar que, al menos esta vez, estuve plenamente consciente de que estaba
dormido. De hecho, creo que en la mayoría de los sueños que tengo estoy
completamente consciente de ello. Incluso en el pasado he sido capaz de salir
de un sueño, de una pesadilla, por voluntad propia.
No es algo fácil de hacer pues te sientes como
en una prisión, como amarrado por una camisa de fuerza. Te das cuenta entonces
que los sueños, que pueden llegar a ser muy bellos, también se comportan como
trampas letales que tu mismo te pones en tu cerebro. La vez que más recuerdo,
era una pesadilla horrible y quería salir. Quise gritar pero no podía y
entonces fui consciente de verdad de mi cuerpo y del sueño y me forcé a
controlar mis brazos y piernas para liberarme del cautiverio. Casi no puedo
romper el velo entre ambos mundos pero por fin mi mano logró atravesar y
desperté, sudando y cansado, pero aliviado de haber logrado lo que había
querido hacer.
Otras veces no hay tanta suerte. No estoy tan
consciente de las cosas, y debo dejarme llevar hasta donde el sueño quiera
llevarme. Sea el lugar que sea, sea lo que sienta en eso momentos, muchas veces
solo hago de espectador. Es gracioso, pero en varios sueños que he tenido (de
los que me acuerdo) he sido más espectador que protagonista y eso que es mi
mente! Suena ridículo pero mi cerebro al parecer muchas veces prefiere que me
quede quieto y aprenda de otros, de personajes que yo estoy poniendo en escena
para hacer quién sabe que cosas. Suena muy raro pero ese es el mundo de los
sueños.
En la ducha también pienso en el hombre del
trono de ladrillo. Es una figura misteriosa. Apenas recuerdo la habitación
pero estoy seguro que estaba hecha también de ladrillos y sé que él estaba
vestido con esa chaqueta oliva y creo que llevaba jeans. Mejor dicho, era un
tipo de lo más normal pero estaba sentado ahí como si fuese el rey de algo,
como si tuviera algún poder especial sobre alguien o algo. Y sin embargo, lucía
como cualquiera y me hablaba a mi con una curiosidad que estoy seguro era
verdadera.
Tal vez, y el agua
podía estar ayudando, quería que escribiera el sueño al completo en un cuento,
que lo convirtiera en una ficción escrita para que otros pudieran identificarse
o incluso reconocer lugares y personajes. No era tan increíble pensar que otras
personas soñaran lo mismo y tal vez reconocieran ese mundo que yo no recordaba
pero que estaba seguro de haber visitado.
Eso sí, él no me había preguntado por una
“posibilidad”. No me había preguntado si era probable, es decir, si era casi
seguro que lo fuese a resumir en palabras. Me preguntó sobre la “probabilidad”
como si fuera algo exacto y matemático. Y también, y esto lo pensé solo con
medias puestas, creo que se refería a que tan probable era que yo decidiera
contar lo que tenía dentro de mi mente. Que tan probable era que quisiera
compartir algo tan intimo con mucha gente.
En ese momento sonreí pues me estaba halagando
a mi mismo. Lo que escribo no lo leen cientos de personas sino muchos menos, así que no tendría porque tener miedo de haberle respondido al hombre en
el trono de ladrillo que las probabilidades eran bastante altas. Creo que
estaba cuestionando mi voluntad de hacerlo, de desnudar un parte de mi que no
puede estar tan expuesta como el cuerpo. Para que alguien vea lo que yo veo y
entienda lo que yo entiendo, tengo que darle un pase gratis al interior de mi
cerebro y eso solo se puede hacer escribiendo acerca de lo que sea que me haya
pasado o que yo haya reflexionado respecto de algo.
Sacudí la cabeza y terminé de vestirme. De
nuevo traté de distraerme con algunos videos graciosos y funcionó por un buen
rato, por lo menos hasta que la preocupación volvió a invadirme y me pregunté a
mi mismo si la probabilidad a la que se refería el hombre del trono de ladrillo
era otra. Que tal si no se refería a ese sueño sino a ciertos pensamientos, a
ciertas reflexiones que yo tenía a veces? Que tal si ese hombre no era un
hombre (no lo era en todo caso) sino que era la representación de mi
subconsciente queriéndome empujar a hacer algo
que conscientemente jamás haría?
No, todo esto ya estaba sonando demasiado loco
y simplemente no podía ser tan así. Hacía tempo que yo me había dado cuenta que
no era un persona interesante y lo digo sin pena ni gloria. Me ofenden las
personas que no pueden asumir lo negativo como asumen lo positivo. No soy
interesante y no tengo porqué serlo. De pronto el mensaje era más sobre eso,
sobre escribir sobre mi experiencia de ser yo y mostrar qué se siente, sea o no
de interés alguno.
Pero no, eso no podía ser puesto que ya lo
había hecho. Es más, lo hago con tanta frecuencia que es probable que la gente
ya esté hasta el copete del maldito tema. Como dije antes, no soy tan
interesante como para escribir cuarenta libros y hacer mil entrevistas y
perfiles y esas cosas que llaman crónicas, que cualquier hombre del sur las
reclama como propias. No, no era sobre mi, era sobre mi sueño que quería ese
hombre que escribiera y por eso ahora lo hago.
Bueno, no escribo del sueño como tal porque
ese ya está perdido en los pliegues internos de mi mente. Es esa burbuja que
explota cuando te despiertas y que solo en ocasiones muy particulares sigue
flotando momentos después de despertar, como para darte la oportunidad de
cogerla o de sentir una parte de su simple complejidad.
Decidí entonces escribir alrededor del sueño y
esto es lo que leen (los que leen lo que escribo) en este momento. Eso sí, la
búsqueda por el significado de la frase sigue puesto que todavía no estoy
seguro de que quiso decir y, tal vez, jamás pueda estarlo a menos que me lo encuentre
en otro sueño y recuerde preguntarle.
Mientras tanto, creo que iré a comer algo pues
tanto pensar da hambre y la comida ayuda esclarecer la mente. Es entonces que
recuerdo una cosa más del sueño, un detalle ínfimo pero que parece tener la
importancia de este y otros mundos: justo cuando terminó de preguntar, el
hombre de la chaqueta verde oliva, que ahora lo veía yo con una barba de tres
días, me sonrió. Y no era yo y no recordé conocerlo. Quién y porqué?