El tren avanzaba tan lentamente, con un
ritmo tan pausado y calmado, que no era extraño que Estela se hubiera dormido
apenas quince minutos después de dejar la estación. Era de noche pero no se
veían luces de ciudades ni de carreteras. Era como si los rieles penetraran una
región de sombras y oscuridad eterna. Pero esto no asustaba a los pasajeros. De
hecho casi los hacía sentir mejor porque la oscuridad exterior le daba un calor
especial al interior del tren.
Estela miró su reloj y se dio cuenta de que
eran las diez de la noche. Como tenía hambre, se puso la mochila en la espalda
y caminó hasta el coche restaurante. Allí encontró una mesa de dos sillas al
lado de una ventana. Dejó la mochila en la otra silla y se sentó, empezando a
ver lo que ofrecían para cenar. Al parecer había elegido un buen momento para
venir porque no había mucha gente y porque el coche cerraría en una hora.
Eligió comer una hamburguesa con papas fritas
y un jugo de naranja bien helado. No había comido nada desde el mediodía y hasta
ahora su estomago se había molestado en decir algo. Mientras esperaba, se dio
cuenta de que varias personas parecían también haber caído en cuenta de que el
coche restaurante iba a cerrar ya que casi todas las mesas se llenaron
rápidamente. Para cuando el mesero llegó con su pedido, todas las mesas estaban
ocupadas. Se dispuso entonces a comer las papas mientras miraba a los demás
pasajeros.
La mayoría era gente que prefería el tren al
avión, que obviamente llegaría más rápido al destino. Muchos querían ahorrarse
ese dinero o simplemente le tenían pánico a los cielos. Estela lo había elegido
porque pensó que así no perdería ningún tiempo real. El tren había salido antes
de las nueve de la noche y llegaría bastante temprano, alrededor de las seis de
la mañana del otro día. En avión, en cambio, se perdería mucho tiempo haciendo
filas y además los horarios cortarían su horario de trabajo y eso no se lo
podía permitir.
Recordando su trabajo, Estela abrió su mochila
de la que sacó su celular y empezó a revisar sus correos electrónicos. Fue
pasados unos minutos cuando alguien le tocó el hombro y ella, tontamente, soltó
el celular que cayó con un golpe sordo sobre la mesa. Quién la había tocado era
una mujer, muy hermosa por cierto. Se disculpó por haberla asustado y le
preguntó si podría sentarse con ella para cenar. No había más lugar en el coche
y tenía ganas de comer algo antes de dormir.
Estela le sonrió y asintió, cogiendo su
mochila y poniéndola entre su silla y la pared. El mesero vino con la carta
pero la mujer no la recibió. Sin titubear ni en una silaba, pidió té negro con
dos cucharaditas de azúcar blanco, tostadas francesas con bastante canela y
fruta picada, de la que hubiera. El hombre asintió y se fue repitiendo la orden
para sus adentros. La mujer lo miró con cierto desdén pero luego su rostro fue
amable de nuevo y le preguntó a Estela si ella también iba hasta el final de la
línea. Estela le respondió que sí ya que tenía asuntos relacionados al trabajo
para estar allí. La mujer le respondió que ella no trabajaba pero que le
hubiera gustado.
Durante un silencio que duró algunos minutos,
la mujer abrió un pequeño bolso que había traído con ella y de él sacó un
cigarrillo y un encendedor. Pero antes de que pudiera hacer algo el mesero vino
y le advirtió que el coche restaurante no era una zona para fumadores. De
hecho, el tren no tenía ni un solo vagón en el que se pudiese fumar. La mujer
no pareció recibir la noticia con mucho agrado pero tampoco dijo nada aunque
por su rostro parecía haber sido capaz de estrangular con sus propias manos al
pobre mesero.
Entonces Estela y la mujer, llamada Gracia,
empezaron a hablar animadamente. Hablaron de sus vidas, de lo que hacían y de
lo que no y de lo interesante que podía ser viajar en un tren. Cuando el mesero
trajo la cena de Gracia, ella le agradeció sin mirarlo. Luego, invitó a Estela
a comer de su plata y ella hizo lo mismo. Fue bastante bueno, para las dos,
encontrarse y tener una oportunidad para charlar relajadamente sin pensar en
nada más sino en la comida y el ligero viaje que estaban realizando.
Resultaba que Gracia había estudiado canto y
música pero no había tenido mucho éxito con ello. Lo único medianamente bueno
de todo eso, tal como ella decía, era que había conocido a su presente marido
gracias a la música. Según Estela entendió, el tipo era representante de varios
cantantes y grupos musicales que le propuso a Estela trabajar en el lado de la
producción musical. Ella aceptó y, para cuando se casaron, se dio cuenta de que
solo iba a ser un ama de casa.
Decía que eso no tenía nada de malo porque ya
se había acostumbrado. Aseguraba haber aprendido a cocinar y juró ser la autora
de un pie de limón que encantaría a cualquiera. Pero mientras decía todo esto,
Estela pudo notar una expresión muy parecida a la que había hecho mirando al
mesero hacía un rato. Estela estaba seguro que esta mujer, bella pero sombría,
no era feliz con ningún aspecto de su vida. Era evidente.
Al poco tiempo se anunció el cierre del coche
restaurante por lo que todos los comensales tuvieron que terminar sus comidas,
pagar y caminar hacia sus respectivas sillas o literas. Estela y Gracia
caminaron juntas, todavía hablando. Estela le contaba de su trabajo y familia a
la otra mujer, cosas que la hacían feliz y la llenaban de expectativas pero
estaba seguro de que Gracia no le estaba poniendo mucha atención. Todo el
camino hasta la silla de Estela parecía estar distraída, como ida por alguna
razón. Se despidieron en el vagón de Estela y esta vio a la otra seguir por el
corredor y pasar al siguiente vagón.
Estela aprovechó que no había nadie sentado
junto a ella para poder estirarse y así tener un mejor sueño. A la medianoche
se apagaron todas las luces del tren, a excepción de las débiles luces del
suelo, que eran para las emergencias. Estela pensó en su trabajo una vez más y
luego en su familia. Finalmente recurrió al pensamiento que más le gustaba:
conocer a un hombre ideal para ella. Eso la llevó a dormirse rápidamente,
cubierta con una manta especialmente abrigadora que había traído al tren.
No podía haber pasado mucho tiempo cuando se
despertó de golpe. Las luces se habían encendido pero afuera todavía era de
noche y el tren parecía ir más despacio, como si fueran a detenerse pronto. Lo
extraño era que estaba segura que no había ninguna parada después de la una de
la madrugada. Lentamente y arreglando un poco el pelo, Estela se puso de pie y
miró a su alrededor. Buscó su celular para saber la hora pero no lo pudo
encontrar por ningún lado.
Otros pasajeros estaban
igual de confundidos que ella pero lo más raro era que algunos puestos estaban
vacíos, todavía con las pertenencias de la persona que había estado sentada
allí hasta hacía algunos minutos. Entonces, se escucharon unos gritos y todos
los pasajeros se agolparon contra la puerta del vagón, para poder pasar al
siguiente. Allí también había gente asustada y recién levantada. Otra vez un
grito pero esta vez nadie se movió sino que se quedaron quietos.
El grito se había escuchado al tiempo que
sentía que el tren se detenía. Más de uno miró instintivamente hacia fuera.
Parecían haberse detenido en el medio de la nada pero pronto llegaron oficiales
de la policía y, dentro del tren, varios empleados obligaron a los pasajeros a
volver a sus asientos y a cerrar las cortinas. Pero antes de que pudieran
obligar a todo el mundo a obedecer, los pasajeros vieron como, por un lado del
tren, pasaban algunos hombres cargando una camilla y, en ella, un cuerpo
cubierto.
La gente hizo más escándalo entonces. Quien
había muerto? Y como? Entonces a Estela el corazón le dio un salto al ver que,
siguiendo la camilla, estaba Gracia. Tenía los ojos rojos, al parecer por el llanto.
Lo más extraño de todo era que tenía las manos manchadas con sangre. Un hombre la
sostenía, diciéndole algo que nadie pudo escuchar. Pero entonces los empleados
cerraron las cortinas y todos tuvieron que volver a sus lugares. Pero nadie
podía dormir.
Estela no podía dejar de pensar: sería el
cuerpo en la camilla el marido de Gracia? Que había pasado? Porque tenía Gracia
las manos cubierta de sangre? Toda la noche Estela pensó en lo sucedido. Cuando
bajó del tren en su destino, un hombre la esperaba con un letrero con su
nombre. Pero no era nadie de su empresa.
Era un policía quien le dijo que estaba arrestada por el asesinato de un hombre
del que ella nunca había oído hablar. El asesinato había ocurrido a bordo del tren
y la esposa de la víctima la había denunciado como la asesina.
Por supuesto Gracia lo negó todo pero entonces
el policía sacó una bolsa plástica y la sostuvo frente a Estela: dentro de la
bolsita estaba su celular, cubierto de sangre de un lado.
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