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viernes, 2 de marzo de 2018

No hay que entender


   Mientras caminaban por el sendero, miraron al mismo tiempo al precipicio que había al lado derecho: era una profunda garganta que en ese momento estaba cubierta de nubes y neblina. Así de alto era el paso por el que estaban atravesando. Escapar no era fácil por ninguna parte pero debía tener una dificultad extra hacerlo por semejante lugar. Nadie nunca los perseguiría por esos remotos parajes pero tampoco tenían garantizado poder salir de allí, y esa era la idea.

 Dos días habían pasado desde que habían oído los últimos disparos. Varios soldados los habían perseguido hasta bien adentrado el páramo, pero se rindieron al darse cuenta que la neblina era muy espesa y no podrían tener la ventaja en ese lugar. Además, consideraban todo el sector un peligro enorme, por los animales salvajes que allí había y los caminos inseguros. Hacía años que nadie pasaba por allí y todo lo que había sido mantenido en pie con cuidado, ya no existía.

 Ramón iba detrás de Gabriel y no podía dejar de mirar hacia atrás. No era algo muy inteligente de hacer pero la verdad era que estaba aterrorizado de ser capturado de nuevo. Ramón ya había estado en los oscuros calabozos que habían creado en lo que antes eran las oficinas de corte suprema. Era un extraño lugar que todavía conservaba algo de su majestuosidad anterior pero que ahora solo olía a orina humana y a heces de rata. Un lugar oscuro, con gritos ahogados y sonidos extraños.

 Gabriel, en cambio, no tenía ni idea como eran los calabozos. Solo había estado allí cuando se suponía, en el momento exacto en que varios de los prisioneros se rebelaron y escaparon de manera masiva. Fue entonces que encontró a Ramón y lo llevó a las afueras de la ciudad, donde los sorprendieron los soldados y tuvieron que escapar hacia el páramos. Gabriel no sabía lo mal que Ramón la había pasado en la cárcel y su compañero no tenía la más mínima intención de contarle.

 El estrecho sendero que bordeaba el precipicio seguía igual por varios kilómetros. Los árboles eran cada vez más escasos. En cambio, había plantas más bajas como matorrales, que crecían por todas partes. Sus flores eran de un color hermoso y era obvio que sus diversas formas tenían la intención de servir para recolectar agua, algo bastante fácil en un lugar tan húmedo como ese. Húmedo pero bastante frío. Cuando llegó la segunda noche, encontraron una zona algo plana cerca del sendero y allí armaron una pequeña tienda de campaña con una hoguera afuera.

 Estaba claro que Gabriel había pensado en todo, siempre lo había hecho. Era un tipo preparado, que nunca hacía nada sin pensar en las consecuencias con anterioridad. A Ramón le gustaba mucho eso de su compañero pero jamás se lo había dicho a la cara. De hecho, había muchas cosas que nunca se habían dicho con claridad. Desde el primer momento que empezaron a trabajar juntos, en la oficina de inteligencia estatal, se formó una relación difícil de describir incluso por ellos mismos.

 Lo que hacía de esa relación algo muy particular eran las acciones que ambos tomaban a su respecto. El hecho de que Gabriel hubiese arriesgado su vida para prácticamente rescatar a Ramón era algo que hablaba mucho de cuanto lo quería y apreciaba. Pero jamás le había dicho a Ramón nada como eso. Eran solo acciones que el otro debía interpretar como pudiera, sin palabras que hicieran todo tan especifico. Incluso allí, solos en el páramo, no se decían nada más de lo necesario.

 Observando el fuego, Ramón recordó cuando trabajaban juntos en Inteligencia. Nunca fueron muy amigos que digamos, no salían a beber nada después del trabajo ni hablaban de cosas que no tuvieran nada que ver con lo que hacían allí. Sin embargo, cuando tenían que trabajar juntos, lo hacían a las mil maravillas. Todo siempre fluía bastante bien y lo hizo cada día hasta que llegó el Gran Cambio y todo se vino abajo a lo largo y ancho del país. Poco después de eso arrestaron a Ramón.

 El asunto era que Ramón era abiertamente homosexual. Iba a bares y discotecas, compraba en negocios cuya clientela era casi por completo homosexual e incluso tenía varias aplicaciones en su teléfono celular para contactar con otros hombres y tener relaciones sexuales casuales. Obviamente no era algo único de él ni nada por el estilo pero fue así como el nuevo gobierno pudo rastrear a todas las personas que quería meter a la cárcel por motivos arcaicos.

 De solo pensar en el día de su arresto, Ramón se ponía nervioso y se le alzaban los pelos de detrás de la nuca. Los oficiales vestidos de negro habían entrado de golpe en el edificio de Inteligencia y habían arrestado por lo menos a diez personas. Las habían dirigido a la entrada principal del edificio y allí mismo las habían obligado a confesar sus supuestos crímenes. A todos, incluido Ramón, los golpearon con las armas, a algunos en la cabeza y a otros en la cara, rompiéndoles la nariz. Luego los dirigieron a un camión y así se los llevaron a los nuevos calabozos.

 Avivando el fuego que parecía estar a punto de apagarse por la pésima calidad de la madera, Gabriel miró a Ramón y recordó que él había estado en el momento de su arresto. Lo había tomado por sorpresa a pesar de que todo el mundo sabía que el país se estaba yendo al carajo. Lo que pasa es que nadie hace nada hasta que se ve afectado por las cosas horribles que pasan. Gabriel, sin embargo, solo decidió actuar una semana después de lo ocurrido. Tiempo después, se culpaba por su demora.

 La cuestión era que no sabía qué debía hacer y ni siquiera si debía hacerlo. Gabriel solo sabía que una injusticia se había cometido y sentía algo adentro de su cuerpo que le insistía en que debía alzar su voz de protesta. El problema era que no sabía cual era la razón para esa rebelión en su interior. Varias veces en su vida había visto injusticias, pero jamás había sentido la urgencia de hacer algo, la presión en el estomago que le insistía día y noche y no lo dejaba tranquilo ni un segundo.

 Se preguntó entonces, y se lo volvió a preguntar frente a la fogata en el páramo, ¿qué era lo que sentía por Ramón? ¿Era amor o algo parecido? Gabriel no tenía ni idea. Lo único que tenía claro era que le importaba Ramón y que prefería tenerlo cerca que estar completamente solo. Además, sabía que no hubiese podido vivir consigo mismo si no hacía algo para ayudarlo a escapar de la cárcel. La fuga masiva había ocurrido casi como un milagro, empujando a Gabriel a hacer lo que sentía que debía hacer.

 Ahora solo se miraban, por encima de las débiles llamas de la fogata. Habían logrado cazar un pequeño conejo, pero no era ni de cerca suficiente para dos hombres adultos que llevaban días sin comer algo decente. Habían comido en pocos minutos y ahora solo intentaban calentarse con un fuego que no parecía querer ayudar en nada. Estiraban las manos y trataban de hacer crecer las llamas, pero todo era inútil. Pasada la medianoche, el fuego murió por fin y ellos tuvieron que acostarse.

 Gabriel había sido precavido y había metido esa tienda de campaña vieja en su mochila. Los pies de ambos sobresalían y quedaban los dos bastante apretados debajo de la delgada lona verde. Pero era lo único que había. Se acostaron y estuvieron allí tiesos, visiblemente incomodos.

Entonces Ramón se dio la vuelta, mirando al lado contrario de Gabriel, y le pidió en una voz suave pero muy clara, que lo abrazara. Gabriel esperó unos segundos, como procesando lo que había escuchado. Después se dio la vuelta al mismo lado y abrazó a Ramón. Así cabían mejor y pasarían menos frío.

miércoles, 18 de octubre de 2017

A plena vista

   Nunca antes había sucedido algo parecido. La policía entró de golpe, sin aviso, con Carol la recepcionista corriendo detrás, avisándoles que en la sala de juntos estaban todos los altos mandos de la empresa y que no se les podía molestar. Daba gracia verla correr pues casi nunca se levantaba de su puesto en la recepción, ni siquiera para almorzar. Pero, como podía, corría detrás de los oficiales, tratando de disuadirlos de irrumpir en la reunión. Mientras tanto, todos los demás observábamos.

 Solo una persona no se levantó. Me di cuenta porque su cubículo estaba junto al mía. Era Eva, una joven muy hermosa, con el cabello más rubio que jamás había visto. Una vez, cuando había algo más de confianza, le pregunté si el color era real o si se lo pintaba. Ella soltó una carcajada y simplemente no respondió, diciendo que las mujeres se guardaban esa clase de secretos a la tumba. Yo me reí también y el día siguió como si nada. Esa era ella antes, muy alegre, siempre con algún chiste en la boca.

 Era muy divertido almorzar con ella porque siempre tenía las más locas historias de su familia o de ella misma. Todo el mundo se le quedaba mirando mientras contaba el relato del día. Tenía ese magnetismo especial que tienen los cuenteros en los parques, era imposible dejar de mirarla incluso para seguir comiendo. Eva era una mujer increíble y en poco tiempo llegó a ser la más querida de la empresa. Tanto así, que su cumpleaños fue todo un evento que nadie se quiso perder.

 Sin embargo, de un tiempo para acá, Eva parecía haber cambiado de repente. Empezó a faltar al trabajo sin avisar y cuando venía parecía que no hubiese dormido. Nunca había sido una fanática del maquillaje ni nada parecido pero siempre había sido evidente que se cuidaba. A las demás chicas les gustaba escuchar sus cremas y lociones recomendadas, así como los tutoriales que más le gustaba copiar de las redes sociales. Por eso era tan notorio el cambio físico que había sufrido.

 Yo alguna vez le pregunté si estaba bien pero ella no me respondió con palabra sino solo asintiendo, como si hablar doliera o le costara mucho más de lo normal. Me sentí muy mal por ella pero era evidente que no quería contar mucho de lo que le ocurría y por eso no insistí. Eso sí, siempre la saludaba cuando llegaba y contemplaba su reacción. A veces volvía a ser la misma de antes pero esa Eva casi ya no se veía, era como un recuerdo que se negaba a morir a favor de una sombra del mismo ser humano. Era demasiado triste verla así.

Carol no pudo evitar que la policía irrumpiera en la sala de juntas. Todos vimos como el grupo de unos cinco agente entraban. Luego se escuchaban voces agitadas y después de un rato salieron dos oficiales sosteniendo al jefe de nuestra división. El señor Samuels había sido quien nos había contratado a todos nosotros, era quién nos dirigiría y daba la última palabra sobre todo el trabajo que hacíamos en la empresa. Muchos incluso admiraban su personalidad.

 Yo interactuaba poco con él ya que mi trabajo era algo que no requería tanta aprobación. Solo supervisaba lo que yo pasaba a otros y alguien más corregía si había que hacerlo, pero yo no iba a reuniones con Samuels ni nada por el estilo. La única vez que de verdad hablé con él fue en mi entrevista de trabajo, hacía dos o tres años ya. Había sido amable pero algo frío. Noté que sabía bien de lo que hablaba pero no parecía estar muy interesado en las preguntas que me hacía, más bien era una rutina.

 En cambio, otros decían que les parecía incluso un hombre con un muy buen sentido del humor y muy amable también. Personalmente, nunca lo noté pero supongo que cada uno tiene su manera de conocer a los demás y tal vez él no era la clase de persona en la que yo me fijo. Jamás le puse demasiada atención. Y ahora, sin embargo, veía como trataba de soltarse de los esposas que tenía en las manos y como los policías lo llevaban por los hombros, tratando de que no se moviera demasiado.

 Lo extraño, pensé, era que el hombre no decía nada. Solo parecía querer soltarse, con ningún resultado, pero nunca pidió ayuda ni dijo nada para influenciar nuestra manera de verlo. Lo sacaron así y pronto desapareció en el ascensor. Carol lloraba sin sentido, era una mujer muy sensible. El resto de oficiales todavía estaba en la sala de juntas, hablando con los demás jefes de división e incluso con el dueño de la empresa que había venido, algo francamente inaudito.

 Cuando por fin dejaron de hablar allí adentro, todos en el piso volvimos al trabajo pues no queríamos una reprimenda. Sin embargo, el mismo dueño de la empresa salió primero de la sala de juntas y pidió que todos nos pusiéramos de pie. Lo primero que dijo fue que le hubiese gustado tener a los demás grupos allí pero que de todas maneras todo se sabría pronto así que no había razón para esperar a armar un grupo más grande. Voltee a mirar a Eva, quién seguía trabajando con audífonos tapando sus orejas. No parecía importarle lo que sucedía.

 El dueño de la empresa anunció que el señor Samuels había sido arrestado por varias infracciones al código de conducta de la empresa. Eso confundió a algunos e hizo que Carol dejara de llorar, pues ella también trató de procesar que significaban esas palabras. El dueño se dio cuenta de que había hecho una pésima elección de palabras, buscando obviamente suavizar el golpe. Pero ya era muy tarde para eso. Entones pidió silencio y dijo que era un caso de acoso sexual.

 Carol dejó de limpiarse los ojos y la cara. Se puso muy seria, como si le hubieran acabado de contar que había habido un accidente. El resto de la gente quedó igual, con la boca abierta y la mente funcionando tan rápido como fuese posible. ¿Quién sería la victima? ¿Que era exactamente lo que había hecho Samuels? ¿Cuando lo había hecho para que nadie se diera cuenta? Las preguntas zumbaban alrededor de las mentes de todos los presentes pero fueron acalladas por más palabras.

 Esta vez fue uno de los oficiales quién hablo. Se notaba que era el que tenía más rango, pues era algo mayor que los otros. Solo dijo que se habían presentado denuncias contra el señor Samuels y que había evidencia que apoyaba esa versión de los hechos. Por eso habían decidido arrestarlo. Como es normal, habría un juicio y era posible que algunos de ellos fueran llamados para testificar a propósito de lo ocurrido. El policía agradeció el tiempo y se retiró, hablando con el jefe de la empresa.

 La sala de juntas quedó vacía, Carol caminó a su puesto en la recepción con una cara de asombro y miedo en la cara y yo caí sobre mi silla, mareado por lo que había oído. ¿Como era posible que algo así hubiese pasado en el mismo lugar al que íbamos todos los días, en el que todos compartíamos espacios y era casi imposible quedarse solo? Y entonces me di cuenta y me paré de golpe. Miré por encima de la división pero ella ya no estaba ahí. Ni su bolso ni nada más.

 Eva se había ido en algún momento, tal vez mientras el policía hablaba. Seguramente no había querido seguir escuchando sobre lo que ya sabía muy bien. Quién sabe si seguiría trabajando con nosotros o no. No la culparía si se fuera.


 No pude trabajar el resto de la tarde. Solo pensaba y pensaba y creo que muchos otros en la oficina estaban igual que yo. El silencio casi se podía tocar. Horas más tarde, en casa, me pregunté si hubiese podido hacer algo para ayudar. Seguramente la respuesta era afirmativa.

martes, 10 de febrero de 2015

Culpable

   El tren avanzaba tan lentamente, con un ritmo tan pausado y calmado, que no era extraño que Estela se hubiera dormido apenas quince minutos después de dejar la estación. Era de noche pero no se veían luces de ciudades ni de carreteras. Era como si los rieles penetraran una región de sombras y oscuridad eterna. Pero esto no asustaba a los pasajeros. De hecho casi los hacía sentir mejor porque la oscuridad exterior le daba un calor especial al interior del tren.

 Estela miró su reloj y se dio cuenta de que eran las diez de la noche. Como tenía hambre, se puso la mochila en la espalda y caminó hasta el coche restaurante. Allí encontró una mesa de dos sillas al lado de una ventana. Dejó la mochila en la otra silla y se sentó, empezando a ver lo que ofrecían para cenar. Al parecer había elegido un buen momento para venir porque no había mucha gente y porque el coche cerraría en una hora.

 Eligió comer una hamburguesa con papas fritas y un jugo de naranja bien helado. No había comido nada desde el mediodía y hasta ahora su estomago se había molestado en decir algo. Mientras esperaba, se dio cuenta de que varias personas parecían también haber caído en cuenta de que el coche restaurante iba a cerrar ya que casi todas las mesas se llenaron rápidamente. Para cuando el mesero llegó con su pedido, todas las mesas estaban ocupadas. Se dispuso entonces a comer las papas mientras miraba a los demás pasajeros.

 La mayoría era gente que prefería el tren al avión, que obviamente llegaría más rápido al destino. Muchos querían ahorrarse ese dinero o simplemente le tenían pánico a los cielos. Estela lo había elegido porque pensó que así no perdería ningún tiempo real. El tren había salido antes de las nueve de la noche y llegaría bastante temprano, alrededor de las seis de la mañana del otro día. En avión, en cambio, se perdería mucho tiempo haciendo filas y además los horarios cortarían su horario de trabajo y eso no se lo podía permitir.

 Recordando su trabajo, Estela abrió su mochila de la que sacó su celular y empezó a revisar sus correos electrónicos. Fue pasados unos minutos cuando alguien le tocó el hombro y ella, tontamente, soltó el celular que cayó con un golpe sordo sobre la mesa. Quién la había tocado era una mujer, muy hermosa por cierto. Se disculpó por haberla asustado y le preguntó si podría sentarse con ella para cenar. No había más lugar en el coche y tenía ganas de comer algo antes de dormir.

 Estela le sonrió y asintió, cogiendo su mochila y poniéndola entre su silla y la pared. El mesero vino con la carta pero la mujer no la recibió. Sin titubear ni en una silaba, pidió té negro con dos cucharaditas de azúcar blanco, tostadas francesas con bastante canela y fruta picada, de la que hubiera. El hombre asintió y se fue repitiendo la orden para sus adentros. La mujer lo miró con cierto desdén pero luego su rostro fue amable de nuevo y le preguntó a Estela si ella también iba hasta el final de la línea. Estela le respondió que sí ya que tenía asuntos relacionados al trabajo para estar allí. La mujer le respondió que ella no trabajaba pero que le hubiera gustado.

 Durante un silencio que duró algunos minutos, la mujer abrió un pequeño bolso que había traído con ella y de él sacó un cigarrillo y un encendedor. Pero antes de que pudiera hacer algo el mesero vino y le advirtió que el coche restaurante no era una zona para fumadores. De hecho, el tren no tenía ni un solo vagón en el que se pudiese fumar. La mujer no pareció recibir la noticia con mucho agrado pero tampoco dijo nada aunque por su rostro parecía haber sido capaz de estrangular con sus propias manos al pobre mesero.

 Entonces Estela y la mujer, llamada Gracia, empezaron a hablar animadamente. Hablaron de sus vidas, de lo que hacían y de lo que no y de lo interesante que podía ser viajar en un tren. Cuando el mesero trajo la cena de Gracia, ella le agradeció sin mirarlo. Luego, invitó a Estela a comer de su plata y ella hizo lo mismo. Fue bastante bueno, para las dos, encontrarse y tener una oportunidad para charlar relajadamente sin pensar en nada más sino en la comida y el ligero viaje que estaban realizando.

 Resultaba que Gracia había estudiado canto y música pero no había tenido mucho éxito con ello. Lo único medianamente bueno de todo eso, tal como ella decía, era que había conocido a su presente marido gracias a la música. Según Estela entendió, el tipo era representante de varios cantantes y grupos musicales que le propuso a Estela trabajar en el lado de la producción musical. Ella aceptó y, para cuando se casaron, se dio cuenta de que solo iba a ser un ama de casa.

 Decía que eso no tenía nada de malo porque ya se había acostumbrado. Aseguraba haber aprendido a cocinar y juró ser la autora de un pie de limón que encantaría a cualquiera. Pero mientras decía todo esto, Estela pudo notar una expresión muy parecida a la que había hecho mirando al mesero hacía un rato. Estela estaba seguro que esta mujer, bella pero sombría, no era feliz con ningún aspecto de su vida. Era evidente.

 Al poco tiempo se anunció el cierre del coche restaurante por lo que todos los comensales tuvieron que terminar sus comidas, pagar y caminar hacia sus respectivas sillas o literas. Estela y Gracia caminaron juntas, todavía hablando. Estela le contaba de su trabajo y familia a la otra mujer, cosas que la hacían feliz y la llenaban de expectativas pero estaba seguro de que Gracia no le estaba poniendo mucha atención. Todo el camino hasta la silla de Estela parecía estar distraída, como ida por alguna razón. Se despidieron en el vagón de Estela y esta vio a la otra seguir por el corredor y pasar al siguiente vagón.

 Estela aprovechó que no había nadie sentado junto a ella para poder estirarse y así tener un mejor sueño. A la medianoche se apagaron todas las luces del tren, a excepción de las débiles luces del suelo, que eran para las emergencias. Estela pensó en su trabajo una vez más y luego en su familia. Finalmente recurrió al pensamiento que más le gustaba: conocer a un hombre ideal para ella. Eso la llevó a dormirse rápidamente, cubierta con una manta especialmente abrigadora que había traído al tren.

 No podía haber pasado mucho tiempo cuando se despertó de golpe. Las luces se habían encendido pero afuera todavía era de noche y el tren parecía ir más despacio, como si fueran a detenerse pronto. Lo extraño era que estaba segura que no había ninguna parada después de la una de la madrugada. Lentamente y arreglando un poco el pelo, Estela se puso de pie y miró a su alrededor. Buscó su celular para saber la hora pero no lo pudo encontrar por ningún lado.

Otros pasajeros estaban igual de confundidos que ella pero lo más raro era que algunos puestos estaban vacíos, todavía con las pertenencias de la persona que había estado sentada allí hasta hacía algunos minutos. Entonces, se escucharon unos gritos y todos los pasajeros se agolparon contra la puerta del vagón, para poder pasar al siguiente. Allí también había gente asustada y recién levantada. Otra vez un grito pero esta vez nadie se movió sino que se quedaron quietos.

 El grito se había escuchado al tiempo que sentía que el tren se detenía. Más de uno miró instintivamente hacia fuera. Parecían haberse detenido en el medio de la nada pero pronto llegaron oficiales de la policía y, dentro del tren, varios empleados obligaron a los pasajeros a volver a sus asientos y a cerrar las cortinas. Pero antes de que pudieran obligar a todo el mundo a obedecer, los pasajeros vieron como, por un lado del tren, pasaban algunos hombres cargando una camilla y, en ella, un cuerpo cubierto.

 La gente hizo más escándalo entonces. Quien había muerto? Y como? Entonces a Estela el corazón le dio un salto al ver que, siguiendo la camilla, estaba Gracia. Tenía los ojos rojos, al parecer por el llanto. Lo más extraño de todo era que tenía las manos manchadas con sangre. Un hombre la sostenía, diciéndole algo que nadie pudo escuchar. Pero entonces los empleados cerraron las cortinas y todos tuvieron que volver a sus lugares. Pero nadie podía dormir.

 Estela no podía dejar de pensar: sería el cuerpo en la camilla el marido de Gracia? Que había pasado? Porque tenía Gracia las manos cubierta de sangre? Toda la noche Estela pensó en lo sucedido. Cuando bajó del tren en su destino, un hombre la esperaba con un letrero con su nombre.  Pero no era nadie de su empresa. Era un policía quien le dijo que estaba arrestada por el asesinato de un hombre del que ella nunca había oído hablar. El asesinato había ocurrido a bordo del tren y la esposa de la víctima la había denunciado como la asesina.


 Por supuesto Gracia lo negó todo pero entonces el policía sacó una bolsa plástica y la sostuvo frente a Estela: dentro de la bolsita estaba su celular, cubierto de sangre de un lado.