Martina nunca había sido una mujer débil. Le
habían enseñado que no debía soportar lo que nadie dijera de ella, más que todo
si lo decían con el sentimiento de herir su personalidad. Ella simplemente no
lo aceptaba y tampoco cuando alguien quería someterla solo por el hecho de ser
mujer. Durante sus años del colegio, siempre le había quedado un mal sabor de
boca cuando los chicos podían hacer ciertos deportes de equipo mientras las
niñas practicaban ballet u otras actividades de “menos riesgo”. Era una doble
mentira porque el ballet podría ser una tortura si se hacía con intensidad y
los deportes de equipo eran necesarios para crear una visión más grandes de las
cosas. Fue ya casi al final de su escolarización que introdujeron los equipos
de mujeres.
En la universidad, se ganó la reputación de
ser una chica especialmente dura con los hombres, una mujer con la que
simplemente uno no se metía. Había algunos “valientes” que lo intentaban y ella
hubiera querido que funcionara pero siempre terminaba dándose cuenta que eran
unos ignorantes. No porque quisiera sexo de inmediato, cosa que a ella no le
molestaba, sino porque siempre tenían comentarios sexistas y estúpidos para con
ella o sus compañeras. Se les iban los ojos por una mujer en minifalda o las
que se comportaban como si fueran prostitutas y para Martina eso era demasiado
básico, demasiado animal y era algo que no le gustaba. Eso sí, pensaba que de
pronto ella estaba mal pero ya era muy tarde para cambiar de personalidad.
Los pocos que sí lograban tener algo con ella
eran pocos y siempre duraban una corto tiempo. Se aburrían porque les parecía
que estar con Martina era demasiado complicado, que se requerían muchas cosas
que ellos o no tenían o simplemente no estaban dispuestos a dar. Para Martina
esto fue difícil porque no era de piedra. Si bien no soportaba que la
sometieran de ninguna manera, sí soñaba con tener alguien que la entendiera y
con quien compartiera gustos y demás. Pero no parecía que esa persona fuese a
llegar pronto y los años de universidad fueron uno más deprimente que el otro.
Pero a pesar de eso hizo varias amigas, que le
ayudaron a reforzar sus convicciones y a seguir luchando por lo que ella creía.
Instalaron un club en la universidad para defender los derechos de las mujeres
y participaban en protestas con frecuencia. Martina estaba orgullosa de todo
eso porque sabía que era gracias a ella que algunas de las chicas habían salido
de la oscuridad para contar los casos que habían sufrido tanto en la
universidad como en la vida en general. Martina supo que debía seguir luchando
luego de la universidad y lo tenía todo planeado para especializarse en
estudios de género y combinarlo con si titulo en derecho. Iba a defender a las
mujeres donde y como pudiera.
Pero entonces algo pasó que cambió su visión
de las cosas. Como suele pasar, los eventos traumáticos pueden tener efectos
bastante fuertes y potentes en las personas. Para ella fue una violación. Las
reuniones del club a veces acababan tarde y normalmente salían juntas hacia los
paraderos de sus buses o a coger taxi. Sabían que no lo debían hacer solas tan
tarde en la noche. Pero una de esas veces Martina simplemente hizo lo opuesto y
se arrepiento para siempre. Un hombre había estado observándolas y
evidentemente estaba en contra de sus actividades. Así que la siguió, la drogó
con algo y la violó en una calle oscura por donde nadie nunca pasó sino hasta
la mañana siguiente, cuando una ancianita dio la alarma y Martina fue llevada
al hospital.
Nunca nada de lo que había vivido había sido
tan malo, tan horrible y tan difícil de entender. Ella sabía que los hombres
podían ser difíciles pero no entendía, simplemente no podía comprender como
alguien podría seguirla y luego hacerle lo que le hizo. El hombre cometió el
error de hacerlo de nuevo, a otra chica del grupo pero en esa ocasión hubo
testigos y lo atraparon en el callejón antes de que hiciera la peor parte. Lo
enviaron a la cárcel y estaría allí por mucho tiempo. Pero para Martina era
demasiado tarde. Cuando ya salió del hospital, tuvo un caso de depresión
profunda y no salió de su casa en varios meses, lo que retrasó su sueño de
graduarse y seguir estudiando.
Su familia estaba en shock y no hacían mucho
para ayudarla. Quién podía culparlos? Lo único que pudieron hacer fue enviarla
a un hospital especializado para que se mejorara rápidamente. Pero el proceso
fue lento y Martina estuvo internada un año y hay que decir que el tratamiento
solo sirvió a medias. Si bien ella mejoró en estado de ánimo general y ya era
capaz de hacer cosas y conversar e interactuar con otros, mostraba una
agresividad especial hacia los hombres. No era que les hiciera nada sino que no
hablaba con ellos y pedía que solo enfermeras mujeres y doctoras la atendieran.
Lo mismo hacía con los demás internos. Nada de hombres. Cuando le dieron la
salida, le explicaron esto a la familia y ellos, de nuevo, no supieron que
hacer.
Pero pronto se dieron cuenta que su nueva
actitud no abarcaba a los dos hombres más cercanos a ella: su padre y su
hermano. A ellos los trataba como siempre ye les confesó que era porque los
conocía bien. Pero ir a un centro comercial o algo así era una tortura. Cuando
terminó la carrera lo hizo por internet porque ir a clases era demasiado
estresante para ella y peor sabiendo que la mayoría de profesores eran hombres.
Ella se sentía muy mal porque sabía que no todos tenían la culpa de lo ocurrido
pero no lo podía evitar. Le daba físico pánico compartir un ascensor o un
automóvil con algún hombre y le causaba mucho estrés.
Cuando obtuvo su diploma, se reunió con sus
amigas del club y todas la apoyaron. Hicieron una pequeña reunión en su casa y
allí ella se dio cuenta de que tenía amigas y había posibilidades de salir
adelante. Todas ellas eran optimistas y le decían que era un mujer fuerte por haber
aguantado algo tan horrible y que esa experiencia la haría más fuerte que nunca
y la ayudaría a crecer más como persona para ayudar a otras mujeres en
situaciones similares. Ella estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo,
porque sentía amor y apoyo por todas partes y eso era algo que parecía que
nunca iba a tener allí encerrada en el hospital psiquiátrico.
Pero entonces, la vida le lanzó otra bola
curva que ella no esperaba y cambió su vida aún m ás.
Fue la primera vez que salía de noche y lo hizo con dos amigas que estuvieron
todo el tiempo con ella. La situación había sido estresante por la presencia de
hombres pero el alcohol había ayudado bastante. Cuando salieron, sus amigas se
dieron cuenta que a uno le faltaba su celular y se devolvieron por él y
entonces se desató una pelea y Martina se dio cuenta que era entre un hombre y
una mujer. Discutían airadamente y el hombre le alzó la mano a la mujer y ella
no dijo más y se alejaron caminado. Eso hizo que Martina los siguiera en
silencio. Lo hizo por unas cuadras más hasta que llegaron a un parque y allí se
reanudó la discusión y en un segundo el hombre golpeó a la mujer.
Algo más allá de ella tomó posesión de su
cuerpo y, cuando se dio cuenta, había tomado una piedra grande de un lado del
camino del parque y se la había plantado en la cabeza al hombre. Y lo hizo una
y otra y otra vez. Por un momento, el mundo parecía estar en pausa pero
entonces la mujer gritó y salió corriendo gritando, pidiendo ayuda para su
novio. Martina salió de su trance y corrió con la piedra en la mano. La echó en
la basura frente a un edificio pero su mano seguía manchada de sangre. Volvió a
casa y se encerró en su cuarto, entre borracha y asustada, por lo que había
hecho. El hombre parecía muerto y ella lo había causado. Y, la verdad era, que
se sentía bien por lo que había hecho.
Del caso nunca se supo nada. Algo en algún
periódico pero nada más. El tipo sí había muerto y Martina sufrió un cambio en
ese momento. De pronto ya no tenía miedo de ningún hombre porque se había dado
cuenta de que a los que se portaban mal con las mujeres se les podía someter de
manera definitiva. No, en ningún momento tuvo lástima ni pensó en familias o
familiares. Si tenían un miembro de la familia que se comportaba como un
animal, lo mejor para ellos era que se fuera permanentemente. Martina se mudó a
un apartamento sola y retomó sus estudios y consiguió trabajo y todos quedaron
con la boca abierta por el cambio tan repentino.
El hombre del parque no fue el único. Después
siguieron más hasta que ella perdió la cuenta. Todos habían atentado contra la
vida de alguna mujer y algunos, ella tenía pruebas, eran violadores que
pensaban que nunca nadie se enteraría de sus crímenes. Pero Martina sabía y
desde el segundo, siempre se encargaba de que supieran porque iban a morir. La
mano nunca le tembló y seguiría haciéndolo porque creía, con fervor, que era lo
correto.