Cuando Sertov por fin pudo estabilizar la
nave, todo dejó de temblar y de sacudirse de un lado para otro. Todo lo que no
estaba pegado o amarrado se había caído al suelo y había trozos de un poco de
todo. Había gente que todavía creía que el vidrio era un material que valía la
pena traer a un viaje por el espacio. Pero lo importante era que todos
estábamos vivos, algo temblorosos, pero vivos al fin y al cabo. Yo estaba
debajo de la mesa donde comíamos y hacíamos las reuniones. A mi lado estaba la
doctora Stuart, que parecía no haber sentido nada y hacía cara como si todo el
acontecimiento hubiese sido algo bastante molesto y que le hubiese quitado
mucho tiempo. De hecho, al momento en que todo terminó, muy tranquilamente se
puso de pie y se fue a su consultorio.
Yo me quedé en el suelo un rato más, con algo
de miedo de que algo inesperado sucediera pero nada pasó. Fui a la cabina de
mando y, para mi vergüenza, todos ya estaban allí y cuando entré me miraron
igual que lo hacen los niños cuando alguien llega tarde a clase. Éramos un
grupo de seis, lo normal en estas naves de comercio de bajo impacto. Llevábamos
fruta congelada y algo de titanio, nada muy lujoso la verdad. Sertov, nuestro
capitán, nos explicó que por poco no escapamos la gravedad de un planeta enorme
y tuvo que hacer una maniobra especial para escapar de su gran poder. Su
segundo al mando, un hombre pequeño de apellido Renoir, explicó que habían
tenido que usar más combustible del que hubiesen deseado y ahora no teníamos
suficiente para llegar a puerto.
Creo que no hubo nadie que no se quejara. Los
Wong, mellizos, no estuvieron muy contentos ya que ellos vivían de cargar naves
por todos lados y no podían dejar de hacer sus cosas o el dinero por mes bajaba
bastante. A pesar de no ser del mismo sexo, la gente los confundía con
frecuencia y por eso casi nadie se molestaba en aprender sus nombres, usando
solamente el apellido Wong. Yo era el encargado de monitorear los objetos que
entraban y salían y lidiaba con los puertos. Éramos como marineros, casi
piratas, negociando donde llegáramos y sin un jefe que nos dijera que hacer y
como hacerlo.
Las opciones eran pocas pero las había. Sertov
dijo que podríamos gastar casi toda la gasolina yendo hasta Krom 3, una
estación espacial parcialmente abandonada, que había servido hace mucho tiempo
como centro minero. La idea no era mala excepto que ese lugar estaba relleno de
la escoria más vil de este lado del cosmos. Todos eran o asesinos o ladrones o
algo no muy bueno. Nos arriesgábamos a morir si íbamos allá, principalmente
porque los Wong habían tenido peleas con muchos de ellos y si sabían que
comerciábamos nos podían robar. La otra opción más viable era pedir ayuda pero
eso era automáticamente perder la carga y además tiempo pues nos arrestarían de
seguro.
Decidimos, por cinco votos contra uno, ir a
Krom 3. El único que votó en contra fue Renoir, que no estaba muy emocionado
por ir al lugar ya que el capitán se había encargado de contarlo mil y un
historias del sitio, ninguna de ellas muy alegre. El viaje al lugar tomó todo
un día, cuando el viaje al puerto al que nos dirigíamos originalmente tomaba
tres días completos. Cuando nos fuimos acercando, no era difícil de ver el
pasado plasmado en cada rincón de esa estación condenada. Era vieja, ya nadie las
hacía así, incluso parecía que habían usado metal para mucha de la estructura.
Además, el planeta cercano la cubría constantemente de cenizas y otras
suciedades, que la hacían verse incluso más vieja y decaída de lo que en
realidad estaba.
Atracaron en un lugar algo alejado e
ingresaron al lugar. El impacto fue casi instantáneo. La doctora, que parecía
no agitarse con nada, miró a su alrededor como si algo hubiera muerto. Renoir
trataba de no hacer contacto visual y el capitán, como yo, mirábamos solo hacia
delante, buscando a alguien que pudiese recargar nuestra batería de impulso lo
más rápido posible. Los Wong eran los únicos que parecían contentos de estar en
el lugar. Saludaban a algunos de los residentes y respondían a miradas
amenazadoras con miradas aún más agresivas, casi como si fueran bestias a punto
de pelearse por un pedazo de carne. Era un lugar inmundo y nada atractivo.
Por fin, Sertov encontró a un pirata que le
vendió una recarga rápida, según él la mejor en el sector, pero por un precio
ridículamente alto. Yo me quedé con él para negociar mientras los demás
caminaban por el lugar. Estuvimos discutiendo un buen tiempo pero por fin el
tipo se dio cuenta que no era nuestra primera vez en el espacio y nos dio un
premio aún injusto pero que al menos podíamos pagar. Sertov y Renoir se
devolvieron a la nave con los hombres del pirata para cargar la batería y
mientras tanto nosotros le echábamos un ojo al sitio. La verdad era que no
había que ver y quise devolverme al poco rato pero entonces fue cuando escuché
el escandalo.
Una mujer, visiblemente extraterrestre, estaba
chillando en la mitad de un circulo de personas. La mujer tenía rasgos humanos
pero también de otra raza, por lo que era posible que fuera un hibrido. Era una
lástima pues en lugares como Krom 3, la gente no da la bienvenida con brazos
abiertos a quienes sean muy diferentes de ellos. Cuando la pude ver bien, vi
que tenía manchas de algo morado en la ropa y temblaba. Alguien se acercó y le
preguntó, en un idioma que yo nunca había oído, lo que pareció ser: “Estás
bien?”. La mujer respondió temblando aún más y diciendo muchas palabras a una
rapidez increíble. Fue entonces que caí en cuenta que quien la ayudaba no era
otra sino la doctora de la nave.
De un estirón levantó a la mujer
extraterrestre del suelo, pero la mayoría de gente no quería dejarlas pasar.
Entonces la doctora me vio y pudimos sacar a la mujer de allí. No nos alejamos
dos metros cuando escuchamos el disparo y ya no podíamos hacer nada por ella.
Un hombre, un cerdo debó decir mejor, le había disparado a la mujer hibrido por
la espalda. La mujer perdió el equilibrio al instante y no pudimos sostenerla
más. La doctora la revisó rápidamente pero no había nada que hacer. Entonces se
levantó, se dirigió a al hombre cerdo y le pegó una cachetada con fuerza, a
pesar de que el hombre no había guardado su arma todavía. Pero eso a ella no le
importó nada.
Fue solo cuando un
grupo bastante nutrido se reunió a nuestro alrededor, que nos dimos cuenta que
nuestras acciones tendrían consecuencias. Nos fueron cercando como animales y
nos decían cosas aunque, más que todo, estaban dirigidas a la doctora. Amenazas
horribles que tenían que ver con su género, algo que provocó en ella el
disgusto más grande, pues era algo que ya no se veía en el universo y cualquier
hombre, normalmente, lo pensaría muy bien antes de decir semejantes cosas. Pero
esto no era la civilización, y aquí esas bestias podían decir y hacer lo que
quisieran pues no había nadie que los detuviera. En su sangre, además, no había
miedo pues no tenían nada que perder.
Fue entonces que llegaron los Wong y todo se
volvió un despelote completo. Yo recibí puños, en la cara y en el estomago, y
la doctora fue cortada en la cara por alguno de los animales que nos rodeaban.
Pero la intervención de los mellizos abrió un espacio para que pudiéramos
escapar directo hacia la nave. Mientras corríamos, sentí los disparos junto a
las orejas y al resto de mi cuerpo, como si fueran abejas gigantes enfurecidas.
Apenas llegamos a la puerta de acceso, esperamos a los Wong que no parecían
estar cerca. El capitán se nos acercó, asustándonos, y nos dijo que ya estaba
todo listo para irnos. Entonces nos miró bien y nos preguntó que pasaba.
Los
Wong respondieron la pregunta al llegar corriendo, gritando que cerraran
la puerta. La doctora empujó con fuerza a Sertov hacia el interior, haciéndolo
caer al suelo y yo cerré la puerta a presión. Renoir parecía haber estado mucho
más pendiente pues al instante sentimos movimiento, lo que significaba que
estábamos dejando atrás el infierno que llevaba el nombre de Krom 3. La doctora
ayudó a Sertov, todavía algo confundido, a que se pusiera de pie. Lo llevó a la
enfermería con los hermanos Wong, que sangraban pero también reían y parecían
muy contentos consigo mismos. Yo estaba rendido y fui a mi habitación, donde me
eché y me quedé dormido casi al instante.
Cuando me desperté, averigüé un poco y parece
que la mujer hibrido era una desplazada, o refugiada si se prefiere, de un planeta agonizante. No se sabe
muy bien como llegó allí, pero era el peor lugar para estar. Muchos en la
galaxia rescataban todavía valores antiguos, ya obsoletos, como el odio a otros
sin razón y el amor incondicional a las armas y a la violencia, verbal y
física. Era una vergüenza que para esta época todavía existiesen seres como
esos, casi animales. Pero era cierto que no todo estaba bien repartido, y
ciertamente no la educación.
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