Lo que yo buscaba no era solo algo de comer.
Era más que eso, eran ganas de complacer mi gusto por la comida, de en verdad
sentir que estaba dándole lo que quería a mi cuerpo. Normalmente, uno come y se
deja llevar por un gusto pasajero. De pronto ese día dieron ganas de comer una
ensalada o de comer un buen pedazo de carne de cerdo o tal vez lo que quería
era algo de beber, algún jugo específico. Pero no, esa vez era algo que iba más
allá de un simple gusto. Quería tener un momento en el que estuviera solo yo
con lo que iba a comer.
Lo que yo quería era una hamburguesa. Eso sí,
quería la mejor hamburguesa. Muchos me dijeron después que podía haber comprado
el producto congelado en el supermercado y después haber cocinado un par en
casa si es que tenía mucha hambre. Pero no, es que el caso no solo era de
hambre sino algo más allá de un estómago vacío. Es gracioso pero todavía es
difícil de explicar, como si fuera algo que me superara. El caso es que esa vez
no fui a ningún supermercado pues quería lo mejor y, tengo que admitir, que no
soy tan buen cocinero.
Además hay días que uno no quiere comer en
casa. De vez en cuando es bueno salir y al menos observar cómo pasa el mundo
mientras se alimenta al cuerpo. Eso sí, no soy bueno comiendo solo y prefiero que
alguien me acompañe para poder charlar y llevar una agradable conversación que
haga de la comida un momento todavía mejor. No todo el mundo es buena compañía
para comer, en eso creo que la mayoría estará de acuerdo conmigo. Pero una
buena conversación puede mejorar bastante el sabor de una comida.
Pero volvamos a ese día. Tengo que confesar
que el día anterior había salido con un amigo y habíamos bebido una buena
cantidad de cervezas entre los dos. No había bebido tanto como para
emborracharme pero me había hecho falta comer para que la bebida no me hubiera
hecho dormir de la manera que lo hizo. Tan grave fue la cosa que llegué a mi
casa hacia las dos de la madrugada y me desperté alrededor del mediodía. Nunca
dormía tanto y menos por haber bebido sólo cerveza. Lo bueno era que no había
resaca ni nada por el estilo.
Es de entender entonces que tenía mucha
hambre. Al levantarme fui a buscar ala cocina a ver que había pero era uno de
esos días en que todo parece haberse evaporado. Había solo una caja de
gelatina, unas manzanas y un paquete de pan que tuve que tirar porque estaba
mohoso. Tomé una manzana y me comí la mitad. El hambre que tenía no era de
manzana y por eso me detuve y la guardé para después. Era tan seria la cosa que
me senté en la cama y me puse a pensar de que tenía hambre y cuál podría ser el
plan del día.
Así fue que me dio por una hamburguesa. Claro
que tenía que ser de res. Las de pollo o de pescado no eran lo mismo y ni que
decir de las vegetarianas. Nadie dice que sean feas ni nada parecido pero es
que mi necesidad en ese momento era la de comer algo que me llenara no solo el
estómago sino también el alma y nada lo iba a hacer igual que una hamburguesa
de carne de res. Obviamente me la imaginé acompañada de papas fritas, que por
alguna razón no había comida hacía bastante tiempo, más de un año incluso.
Lo raro fue que, junto a la hamburguesa y las
papas fritas, me imaginé también un recipiente plástico lleno de cierta bebida
gaseosa de color negro, muy azucarada y con buena cantidad de hielo. Era
extraño porque, francamente, a mi no me gustan las bebidas gaseosas. No tomo
nunca y prefiero cualquier jugo de fruta antes que un vaso de ese veneno para
el cuerpo. Y sin embargo ahí estaba ese vaso alto y frío en mi imaginación,
seduciéndome de una manera que ningún ser humano nunca podría llegar a igualar.
Me puse de pie y salí corriendo a la ducha. Me
quité la ropa entusiasmado y me duché lo más rápido que pude. En mi cabeza
seguí planeando: ¿adonde iría por la hamburguesa? Pensé en varios centros
comerciales, en varios restaurantes e incluso en tiendas pequeñas donde vendían
cosas para comer. Pero mientras me ponía ropa, fue cuando me di cuenta que no
tenía una idea clara de adonde ir. Sí, tenía hambre y sabía muy bien lo que
quería pero, como dije antes, no podía ser cualquier hamburguesa. Tenía que
salir complacido de la experiencia, sin discusión.
Recurrí a internet para averiguar cuál era la
mejor hamburguesa de la ciudad. Las opciones eran varias, ninguna de las cuales
me llamara mucho la atención. Para la mayoría de esas listas, la presentación
era lo más importante, sin importar si la hamburguesa era solo un pequeño
bocado y la cantidad de papas no era suficiente ni para llenar a un bebé. No,
esa no era la manera de afrontar la situación. Dejé el portátil de lado, me
puse una chaqueta y decidí salir al centro comercial más grande de la ciudad,
donde tendría varias opciones a elegir.
No demoré mucho en llegar y sin embargo mi
hambre había aumentado a niveles casi críticos. El estómago rugía mientras
subía al último piso del centro comercial por las escaleras eléctricas. Puedo
jurar que una pareja se me quedó mirando después de que mi estómago había hecho
una imitación perfecta de una morsa. Decidí hacerme el tonto mirando para otro
lado. Esos momentos incomodos podían esperar otro día. En ese momento lo que
urgía era la comida.
La zona de comidas del centro comercial estaba
a reventar, al fin y al cabo que era sábado en la tarde. No había pensado en
ese inconveniente: hacer fila en el sitio de mi elección prolongaría mi agonía.
Pero no, primero había que encontrar el lugar y después sí pensaría en como
hacer para no enloquecerme por la espera. Me di una vuelta en circulo por todos
los locales. Muchos vendían cosas que yo no quería, así que fue fácil
descartarlos. Pero cada vez que veía la palabra “hamburguesa” o su imagen, lo
anotaba mentalmente.
Al finalizar el recorrido, tenía
contabilizados veintisiete lugares donde vendían hamburguesas. De esas
fácilmente se podían eliminar más de la mitad pues estaban en lugares donde
ni la carne de res ni las hamburguesas
eran una especialidad, así que no tenía sentido alguno pedir de allí. También
eliminé los lugares que ofrecían otros acompañantes diferentes a papas fritas.
No había manera de no cumplir también con esa parte. En fin, tras eliminar
algunos, quedaron sólo cinco lugares.
En cada uno de ellos se veía todo muy rico y
el olor en general me estaba volviendo loco. Fue raro pero por un momento me
sentí abrumado y tuve que recostarme contra una columna para tomar aire. Creo
que había sido una combinación de falta de hambre con la ansiedad de saber que
comer. Me dio un poco de risa en ese momento, pues me di cuenta de que estaba
siendo demasiado dramático con todo el asunto. Era tan sencillo como elegir un
lugar y simplemente probar. Además, seguramente una sola hamburguesa no sería
suficiente para mi hambre.
Me decidí al final por un lugar que visitaba
bastante de niño. La clientela no era ni poca ni mucha y parecían ofrecer gran
variedad de ingredientes en la hamburguesa. Como el hambre me pedía más y más,
decidí ordenar la de doble carne. Cuando la cajera me ofreció agrandar las
papas fritas, le dije que sí casi al instante y de un grito, creo que la
asusté. Me recosté en la misma columna de antes esperando a mi pedido. Mientras
tanto me invadió la emoción de que ya casi iba a obtener lo que había querido
desde el inicio del día. Creo que todo el mundo sabe cómo se siente.
Recogí el pedido minutos después y elegí una
silla alta, como de bar, para sentarme a comer. Desenvolví la hamburguesa y me
llegó de ella un olor que hizo que todo mi cuerpo vibrara de emoción. Sin ánimo
de darle más largas al asunto, le di una buena mordida. Creo que nunca me he
sentido mejor en mi vida. El sabor recorrió cada célula de mi cuerpo y, por un
momento, puedo decir que fui la persona más feliz en la faz de la Tierra. Y no,
no creo que esté exagerando. Fue una de esas comidas que jamás podré olvidar,
por una gran cantidad de razones.
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