El calor era insoportable. A pesar de ser un
jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo
hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos
estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los
elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas
dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno,
acercándose a los animales de diferentes maneras.
Algunos tenían cámaras y otros aparatos que
registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep
fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de
la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por
eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión
de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque
nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.
Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos
minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron
a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su
equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una
mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas.
La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre,
para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.
Ellos dos también habían estudiado biología
pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más
simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas
minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero
pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que
ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos,
estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.
Por eso casi saltaron al saber de la
oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin
preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba,
al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni
escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era
un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes
descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le
interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El
laboratorio era su lugar predilecto.
Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar
nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por
todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros
animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El
joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por
entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás
caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara,
que colgaba del cuello.
Tomó unas cuantas fotos, olvidando por
completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos,
sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la
cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante
buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco.
Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson
tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.
Había fotos de insectos y plantas, así como de
animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato
se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y
se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como
alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con
bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios
que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.
Otto le dijo que todas las fotos eran
hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando
fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más
tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa
no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más
urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar
a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.
Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y
Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple
conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar.
Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad
suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa.
Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería
mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un
lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.
Nelson asintió. Él quería encontrar una manera
de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban
miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia.
Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados
en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la
frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos
animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.
Le contó a Otto que cuando era pequeño lo
había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El
animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le
había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos
que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había
causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o
con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.
Otto sonrió al oír la historia. Nelson también
lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a
los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila
de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó
lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando
por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de
elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.
Era una gran charca de agua grisácea y en el
borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había
pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto
momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en
la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían
bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado
de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado
Nelson.
Fue entonces cuando vieron lo que había
sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo
parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos,
pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara
un grito.
Había pedazos del profesor Wyatt por todo el
margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande
de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era
el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo
nada en horas.