El torneo tenía una duración de dos semanas.
Cada día había algún evento, algo que hacer. Pero siendo los partidos de tenis
de mesa tan cortos, no era que Adriana pudiese mantener ocupada la mesa por
mucho tiempo. Desde que había descubierto que tenía dotes para ese deporte, lo
había práctica con dedicación, al punto de que sus padres le habían inscrito en
cuanta escuela se les había cruzado y le habían patrocinado ya montones de
viajes a diferentes partes del país e incluso del mundo solo para jugar esos
cortos partidos.
Lo que le gustaba de los viajes era quedarse
en un hotel y, por un instante, que podía fingir que su vida era mucho mejor y
más interesante de lo que creía. Ella podía fingir que todo estaba a la
perfección, pero no lo estaba. Dentro de la pobre Adriana tenía lugar una
tormenta épica que solo ella podría ser capaz de liberar o de calmar. Pero la
verdad era que nunca había explorado mucho de ese anhelo de vivir otra vida
distinta a la suya. De verdad que tenía mucho miedo pues no sabía donde estaba
parada o casi nunca.
El partido de ese día terminó en empate. Era
muy poco particular empatar de tenis de mesa y por la cara de limón agrio de su
contrincante, era obvio que a ella tampoco le hacía mucha gracia el resultado
del partido. A Adriana le dio lo mismo. Lo único que quería era subir a la cama
y descansar. De pronto pedir algo de comida a la habitación y tener una noche
para ella sola sin nadie más que la pudiese molestar. Su padre, que la
acompañaba casi a todos los evento deportivos, dijo también estar exhausto y
que quería dormir como una piedra.
Adriana pidió una pizza con todos sus
ingredientes favoritos y se puso a esperar tomando una de las muchas botellas
de agua que les ofrecían a los deportistas. Salió a la terraza de su habitación
y cayó en cuenta que la piscina estaba justo debajo. Eso sí, había unos quince
pisos de diferencia así que el vértigo que le do fue bastante natural. Se hizo
un poco más lejos del balcón y luego ya entró cuando la pizza llegó. El medero
la anotó a su nombre en la cuenta y se fue sonriendo. Adriana, en cambio, no
pareció mostrar emociones en ningún momento.
Empezó a comer su pizza, al mismo tiempo que
veía una película en la televisión. Todo iba bien hasta que empezó a oír
gritos, de los gritos que solo una mujer sabe hacer. Salió al balcón y se dio
cuenta que eran un grupo de chicas jóvenes, tal vez incluso del torneo, que
habían salido en bikini para bañarse un rato. A Adriana eso no le importaba así
que volvió a su plan de pizza con película. Pero mucho después, tal vez una
hora más tarde, la chica volvió a escuchar ruidos y salió a mirar. Al comienzo
casi no se ve nada pero sus ojos se ajustaron rápidamente.
Eran un hombre y una mujer que peleaban. Era
difícil saber si era una de las chicas que habían estado antes. El caso es que
el hombre se oía amenazante y de repente pareció golpear a la mujer. Ella no se
quedó quieta pues le pegó una cachetada pero el hombre lanzó mucho la siguiente
vez y la mujer cayó al suelo. El tipo se le acercó para mirarla pero la mujer
lo tomó de la mano y quiso como tumbarlo pero no pudo. El tipo la pateó de
nuevo y entonces la tomó por la ropa y la lanzó, sin problema, a la piscina. La
mujer empezó a chillar y trataba de gritar peo no podía.
La escena no duró demasiado. La mujer dejó de
hacer ruidos y entonces el hombre miró a todos lados, excluyendo hacia arriba.
Recogió sus cosas y se quedó mirando más tiempo hasta que por fin se fue,
dejando el cuerpo inerte de la mujer flotando en la piscina. Adriana no sabía que
hacer, solo su instinto la empujó a retirarse del balcón, cosa que la hizo
tropezar con una pequeña matera que se rompió y regó todo su contenido por
todos lados. No solo eso, sino que se lastimó un pie de la nada y encima había
visto a alguien morir o, mejor, ser asesinado.
Se preguntó si lo mejor en esas ocasiones
sería llamar a la policía o esperar a que llegaran para preguntar si la
información era correcta. No, lo mejor tenía que ser llamar de manera anónima y
denunciar lo que había visto. Podía fingir la voz como pasaba en las películas,
así no sabrían que era ella la único testigo en la muerte de una mujer que ni
idea quien era. Se arrastró al teléfono, pues todavía estaba allí de la caída,
y marcó el número de la policía pero colgó rápido porque no estaba nada segura
de lo que estaba haciendo.
Esa mujer era un ser humano y no merecía
flotar en esa piscina hasta la mañana, siendo una sorpresa para el grupo de
ancianos que hacía ejercicios en agua todas las mañanas. No, tenía que hacerlo.
Tomó bien el teléfono, marcó y con agilidad se tapó la cara con la chaqueta de
su equipo nacional que le habían dado a su llegada al torneo. Cuando
contestaron, habló a través de ella y dijo que quería denunciar un crimen. La
pasaron a otra persona y luego a otra u estuvo a punto de colgar por la
cantidad de burocracia en el ese momento.
Pero por fin pudo contar la historia que había
visto y la dijo con la mayor cantidad de detalles que pudieron ser recordados
por su mente tranquila. Dio la ubicación del cuerpo y las señas del hombre, que
no eran muchas por la altura pero algo era algo. Cuando preguntaron quién era
ella, dijo que debía irse y colgó. En poco tiempo escuchó sirenas. Eran los
policías que entraron al hotel y pronto vieron el mismo cuerpo muerto que ella
había visto vivo.
Se iba a alejar del balcón, para que nadie
supiese que había sido ella la llamada, pero la no importaba porque el
escándalo de la policía había hecho del lugar un foco de ruido y de luces
potentes. Al cuerpo de la joven lo sacaron por fin varias horas después de
discutir largo y tendido si habían despejado la zona de pistas y demás indicios
que pudiesen llevar al asesino. Pero entonces ellos mismos sacaron la
conclusión de que, tal vez, no era un homicidio sino un suicidio. Averiguaron
cuál era la habitación de la muerte y, en efecto, tenía balcón que daba a la
piscina.
Al parecer, y era una coincidencia muy grande,
la muerta dormía en la habitación directamente inferior a la de Adriana. Nunca
la había escuchado pero era una persona muy simpática, muy hermosa. Ella la
había visto alguna vez pero no había razón para que hablaran así que nunca lo
hicieron. El caso es que era un mujer hermosa ahora estaba muerta y la policía
no creía en lo que ella estaba diciendo. ¿Es que no había cámaras o algún tipo
de vigilancia en las piscinas, con tantas cosas feas que pueden en las
cercanías de una?
Al parecer no era así. Era uno de esos hoteles
que instalan varias cámaras de seguridad pero es más bien para que la gente
crea que hay seguridad cuando en verdad esas cámaras son solo bonitas cajas de
papel con cables sueltos pegados para que la gente crea que es otra cosa.
Adriana se sentía frustrada porque la idea era hacer justicia por su propia
mano o al menos con su ayuda y eso no había ocurrido. Estaba frustrada pero, a
la vez, tenía una energía extraña adentro que jamás había sentido antes. Era
más fuerte que todos o al menos así se sentía.
Decidió llamar de nuevo a la línea de
emergencias y esta vez no dudó en nada de lo que dijo y lo llamó asesinato
varias veces. Dijo estar frustrada por el poco interés de la policía y tuvo que
asegurarse de que su rabia no permitía que su voz se oyera como siempre pues
eso podía ser peligroso. La mujer operadora le dijo que todo estaba anotado y
que ahora era cosa de la policía hacer la investigación como tal. Cuando
Adriana se fue a quejar de nuevo, la línea fue cortada y ella lanzó la bocina
del teléfono hacia la pared, quebrándose en mil pedazos.
Estaba frustrada y con rabia. Entonces
timbraron y ella pensó que sería su padre, aunque él casi no iba a su
habitación excepto en las mañanas. Abrió y era el asesino. Estaba segura.
Parecía preocupado y pasó sin que se le invitara. Adriana no cerró la puerta
pues pensó en salir por ella pero al ver la pistola que sacó el tipo del
bolsillo, decidió no moverse. ¿Que estaba pasando? Era su deseo cumplido de una
vida emocionante, más de lo que jamás hubiese querido.
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