Me enamoré de él el día que empecé a tener los síntomas de la peor gripe
que había tenido ese año. De hecho, no había tenido ninguna molestia física por
un largo tiempo y lo atribuía todo a la rutina de ejercicio que había comenzado
a hacer. Era, al menos al comienzo, pedirle mucho a mi cuerpo pues jamás le
había exigido de esa manera. Los resultados fueron tan satisfactorios que por
eso pensé que ninguna gripa ni malestar de ese tipo podía aquejarme ya más
porque había decidido mover mi trasero del cómodo lugar donde siempre lo había
tenido.
Justo por el tiempo que empecé a ejercitarme,
cosa que hacía en privado pues nunca podría hacer algo así en frente de todo el
mundo, fue cuando lo conocí a él. Creo que fue en una librería en la que entré
solo por curiosidad. Tenían muchos libros que no se encontraban en otros
lugares. De historietas cómicas y novelas gráficas a novelas románticas de lo
más clásico que uno se pudiera imaginar. Yo iba por las primeras, él por las
segundas. No había manera de que nos conociéramos así no más. Pero el destino
tiene esas cosas raras que son muy acertadas, sin importar el desenlace.
Yo había entrado con una bolsa del
supermercado. No había comprado muchas cosas pero las suficientes para hacer un
hueco en el plástico y caer estrepitosamente al suelo de madera de la
silenciosa librería. En ese momento tenía un libro en la mano y en la otra el
celular, así que me reacción inmediata fue mirar con pánico para todos lados, a
ver si alguien se había dado cuenta de mi accidente. Obviamente todas las
miradas estaban sobre mí pero mis ojos se posaron en una persona, la única
persona, que parecía moverse mientras todos estábamos como suspendidos en el
tiempo.
Se apresuró a ayudarme con lo que se había
caído y lo metió todo en una bolsa de tela que, al parecer, había acabado de
comprar. Tenía la bandera gay más grande que hubiese visto, cosa que no es muy
mi estilo pero la verdad fue hasta después que me fijé en ese detalle. Mis ojos
estuvieron ocupados por mucho tiempo mirándolo a él, su cara y sus ojos y, a
decir verdad, su cuerpo. Todo eso pasó en primavera y la ropa de invierno ya no
era la norma, así que podía ver mejor sus formas. Para serles sincero quedé
completamente fascinada por él casi al instante.
Me dio la bolsa y me dijo que creía haber
recogido todo. Tontamente me di cuenta que yo no había ayudado en nada, solo me
había quedado congelado allí como tonto mirándolo y no había hecho nada más.
Creo que el cajero se dio cuenta porque me miraba como riéndose, cosa que no me
gustó y por eso decidí no comprar nada. Estaba muy apenado.
Iba de camino a casa y la bolsa de tela era un
regalo para su primo que vivía en Alemania. Me contó esto en un momento. Me
dijo que me podía acompañar a mi casa, dejar allí mis cosas para poder liberar
su bolsa de tela y volver a su propia casa para guardar el regalo. Yo estaba
tan sonriente que la verdad solo asentí y me dedicó a escucharlo todo el
camino. Era un golpe de mala suerte, eso pensé, que mi casa quedara tan cerca
de la librería. Lo invité a seguir y el aceptó, ayudándome a organizar mis
compras.
Cuando terminamos, nos quedamos mirándonos por
un momento hasta que le propuse tomar café pero en un lugar en la calle porque
yo no compro nunca café. Él soltó una carcajada y dijo que sí. Esa tarde la
pasé muy bien, hablamos varias horas hasta que él tuvo que irse. Justo antes de
despedirnos, me pidió mi número y prometió escribir o llamar pronto.
Francamente no me hice muchas ilusiones: era tan guapo y tan interesante que
debía ser algo pasajero en mi vida, estaba seguro.
Sin embargo, esa misma noche me escribió
diciendo que luego recordó como no había comprado nada en la librería y ahora
debía volver para averiguar el libro que había estado buscando. Hablamos hasta
la una de la madrugada sobre el libro, sobre sus gustos y los míos. Quería
seguir pero tenía mucho sueño y tuve que ser el que se despedía esta vez. Esa
noche no hubo sueños pero dormí como si me hubiese acostado sobre una nube, la
más suave y más grande de ellas.
Nuestra relación avanzó rápidamente. Tan
rápido de hecho que me sorprendí a mi mismo meses después, al notar como él
estaba todo el tiempo en mi casa, solo en medias o incluso sin ellas, viendo
películas sobre el sofá o besándonos por lo que parecían horas. Ese verano
incluso hicimos un pequeño viaje juntos y fue la primera vez que hicimos el
amor. Creo que nunca había disfrutado del sexo de esa manera y era porque había
un ingrediente extra que nunca antes había estado allí.
Fue después de nuestra primera Navidad juntos
cuando me enfermé. Fue tan repentino que ambos nos asustamos. En un momento
estaba bien y al otro me había desmayado en el baño, golpeándome el brazo
contra el mostrador donde está el lavamanos. Me obligó a ir al doctor, cosa que
me parecía exagerada para lo que era obviamente una gripa. Incluso con la
confirmación, se puso muy serio desde el primer momento. Era algo que yo jamás
había vivido y por eso no lo entendía bien.
Prácticamente se mudó a mi casa. La verdad es
que, entre mi dolor y malestar, me gustaba ver su ropa allí con la mía. Me
encantaba ver como ponía sus zapatos cerca de la puerta y me hacía una sopa que
su abuela le había enseñado cuando era un niño pequeño. No tenía muchas ganas
de reír ni nada parecido pero la sonrisa que tenía desde que lo había conocido
seguía en mi rostros pues para mí él era fascinante. Era como si no fuera de
este mundo, tanto así. Era amor.
Me dio el jarabe y las pastillas a las horas
adecuadas y me acompañaba en la cama con una mascarilla sobre su boca. Era yo
el que había insistido en ello, aunque él aseguraba que sus defensas eran tan
buenas que un gripe de ese estilo no podía entrar en él. Eso me hacía gracia
pero igual lo obligué a usar la máscara porque no quería arriesgar nada. Todas
las noches me daba un beso con la máscara de por medio y con eso yo era feliz
hasta el otro día, cuando inevitablemente despertaba antes que él.
Me encantaba mirarlo dormido, aprenderme la
silueta de su rostro de memoria. No tengo ni tendré la más remota idea de cómo dibujar
apropiadamente a un ser humano pero quería tener al menos ese recuerdo, uno
bien detallado para que nunca lo olvidara. Sin embargo, sabía que eso ya no
podía pasar. Ya estaba en mí y pasara lo que pasara, seguiría allí por mucho
tiempo. Cuando se despertaba por fin, me miraba y se reía. No preguntaba nada pero
creo que sabía lo que yo hacía.
La sopa de la abuela funcionó, al igual que
sus dedicados cuidados. Aunque me duró una semana el virus, pudimos deshacernos
de él juntos. Tal fue mi alegría el día que me sentí verdaderamente mejor, que
hicimos el amor de la forma más personal y emocionante en la que jamás lo
hubiese hecho. Fue después de esa noche cuando él me dijo que quería vivir conmigo
permanentemente. Fue fácil arreglarlo todo, acordar como sería todo con el
dinero y esos detalles.
El día que trajo todo fue el más feliz de mi
vida. Lo ayudé a guardarlo todo y luego lo celebramos cenando algo delicioso que
casi nunca comíamos. Me di cuenta entonces de que lo amaba, de que él me amaba
a mí y de que acababa de empezar un nuevo capítulo en mi vida. No sabía más y
no era necesario puesto que todo lo que tenía era suficiente para vivir feliz y
eso era lo que siempre había necesitado.
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