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lunes, 26 de febrero de 2018

Los casados


   Mucha gente habla del matrimonio. Es una de esas cosas que parecer ser imposibles de entender si no se está directamente involucrado. Y en parte, así es. Pero después hay otros que lo adornan todo con bromas sobre lo terrible que puede ser y hay otros que usan más detalles bonitos y romanticones, como tomarse de la mano y hacer todo juntos. El caso es que la mayoría son cosas que le hemos ido poniendo al matrimonio encima, al concepto. Pero como en todo lo que hacen los seremos humanos, es único según el caso.

 Les pongo el ejemplo de mi amigo Juan. Lleva casado un año completo. Lo sé muy bien porque la semana pasada estuve en su casa, celebrando el aniversario. Antes, en los viejos días, la gente celebraba cosas como esa en privado. No era algo para que todos los amigos y familiares se unieran. Al fin y al cabo una relación es normalmente entre dos personas, y son esas dos personas las que construyen o destruyen dicha relación. Así que el asunto fue extraño pero fui porque soy soltero y no tengo mucho que hacer los viernes en la noche.

 No sé si lo mencioné, seguramente no, pero Juan se casó con otro hombre. Hoy en día es algo bastante común en países civilizados y muy pocas personas, solo los ignorantes o los muy mayores, lo ven como algo raro o “malo”. El caso es que yo a Juan lo conozco desde el primer día de universidad y, por extraño que parezca, salí con el que es ahora su esposo hace un par de años, cuando ellos no se conocían. Fue algo que Carlos, el esposo de Juan, quiso ocultar pero yo le dije que eso sería una tontería.

 Cuando le conté a Juan, casi se desbarata de la risa. Tengo que confesar que al comienzo me sentí bastante confundido por la risa. Cualquier otra persona se hubiese enojado o hubiese querido una explicación más a fondo de la situación. Pero Juan lo único que hizo fue casi morirse de la risa, para luego explicar que la idea de Carlos y yo saliendo le parecía ridícula. Eso me ofendió tanto que busqué una excusa para salir de su apartamento lo más rápido que pude. Cuando llegué a casa, me sentía algo tonto pero igual enojado.

 De hecho, sí era algo ridículo pensar en que nosotros pudiésemos ser una pareja. De hecho, cuando salimos solo tuvimos sexo y eso solo fue unas tres veces, hasta que nos cansamos el uno del otro. Carlos es una hermosa persona pero simplemente no tenemos nada en común. En cambio, parece tener todo en común con Juan. Obviamente, ninguno nunca aclaró la verdadera naturaleza de nuestra relación. Sobraba decirle a Juan que el sexo había sido casi rutinario, incluso aburrido. Bueno, esa sería al menos mi perspectiva de todo el asunto, pero lo bueno es que nunca tuve que decir nada.

 En la fiesta de aniversario, sin embargo, había al menos tres personas que sabían muy bien lo que había pasado entre Carlos y yo.  Eran amigos de él y me habían conocido en el mismo lugar que yo lo había conocido a él: una discoteca de esas en las que la música suena tan fuerte que tienes que gritar para poder tratar de transmitir cualquier mensaje. Fue en una ida al baño en la que lo vi y me pareció interesante. Recuerdo que por esos días no quería pensar en nada, especialmente en nadie.

El resto de cosas pasaron de manera muy apresurada: bebimos y bebimos, me presentó a sus amigos, bailamos muy de cerca y cuando ni se había acabado la noche, lo dejé que me llevase directamente a su casa. Aunque no es una excusa, estaba tan bebido que francamente me hubiese ido con cualquiera. Puede que eso no hable bien de mi pero esta historia no es para hacer eso, sino para contarlos lo fuerte que puede ser una relación, así yo no esté directamente involucrado en ella.

 Cuando llegamos a su casa nos dirigimos a la habitación y no volvimos a salir sino hasta varias horas después. Y no, no es porque hubiésemos estado teniendo sexo por horas y horas sino porque nos quedamos dormidos al instante luego de hacerlo. La bebida tiene ese efecto en mi: puedo dormir fácilmente catorce horas seguidas después de una noche de fiesta extendida. Por suerte ese día no dormí tanto porque tuve la sensible idea de irme antes de verlo despertar y así tener un momento incomodo.

 Como dije antes, nos vimos dos o tres veces más después de eso. La verdad no recuerdo cuantas veces fueron porque siempre hubo alcohol de por medio. A él le encantaba beber, no sé si todavía. De hecho, al verlo tomar la copa de vino que tiene en la mano, me pongo a pensar en como hará Juan para aguantarle las borracheras si es que todavía hace eso. Es decir, están casados. No es como si cada uno tiene un sitio privado a parte para separarse por un tiempo. Están amarrados, en el mejor sentido o esa es la idea.

 Lo dejé de ver porque me parecía tremendamente aburrido. No solo el sexo carecía de interés, sino que las pocas conversaciones que tenía con él eran extremadamente sonsas. A veces él hablaba y yo simplemente hacía como que lo escuchaba pero en realidad estaba pensando en las cosas que tenía que hacer en el trabajo y en mi casa. Lo bueno es que siempre he sido bastante directo y nunca me ha gustado perder el tiempo. Más pronto que tarde le hice saber que no me interesaba de ninguna manera. Él entendió y solo llamó una vez más, en una de sus “urgencias” nocturnas.

 Recordando todo esto me pongo a pensar en dónde lo habrá conocido Juan. La verdad creo que perdí la oportunidad de poder hacer la pregunta cuando le dijimos que nos conocíamos de antes. Por fortuna, su risa había cerrado la puerta a más palabras que en verdad nadie quería oír y ninguno de los dos quería pronunciar. Cuando nos vimos después de tanto tiempo, en una fiesta en otra cosa, nuestros ojos se dijeron con simpleza lo que nuestras mentes elaboraron en segundos.

 Sin embargo, es bien sabido que en todas partes hay metiches, sobre todo metiches que al parecer no están contentos con sus vidas y deciden cagarse en las vidas de otros por diversión. Nuestra metiche se llamaba Luisa, una amiga de Carlos que se sabía de manera enciclopédica todas las relaciones, sexuales y románticas, que su amigo había tenido en la vida. Es de esas personas que hacen bromas sobre otra gente cuando esa gente está ahí frente a ellos y pretenden que todo pase como una broma tonta.

 Fue a ella a la que se le soltó lo de nuestras “noches de pasión”, como ella misma lo dijo. Mi primera reacción fue ahogar una carcajada, porque pasión era algo que nunca hubo entre Carlos y yo. Pero entonces fue cuando me di cuenta que Juan estaba a apenas algunos metros y era obvio que había escuchado lo que Luisa había dicho. Su cara se tornó casi verde pero de todas maneras se acercó y preguntó de que estaban hablando en ese rincón. Luisa, descarada como todos los metiches, repitió lo que había dicho.

 Tengo que aclarar que nunca me sentí mal por nada de lo sucedido. Era imposible haber previsto que un buen amigo fuese a casarse con un mal polvo de hacía años. ¿Cuantas posibilidades podría haber? De hecho fue este pensamiento el que me impulsó a romper el silencio que se había establecido en el apartamento. Miré a Luisa y le recordé del novio feo que le había visto, y comenté de sus gustos y de cómo algunas personas no deberían hablar de otras, con un historial tan malo.

 Verán, incluso borracho tengo buena memoria. Y esa noche recuerdo haber visto a Luisa besuqueándose con un tipo mientras el feo de su novio esperaba afuera del baño con sus tragos en las manos. También eso se lo recordé, y todos rieron. Incluso Juan y, pasados unos segundos, Carlos.

 Fue Juan entonces el que me miró, sonrió y dijo en voz alta que estaba orgulloso de tener buenos amigos todavía en el mundo. Más tarde lo vi darse un beso con Carlos, mientras se tomaban de la mano y se decían cursilerías típicas de los casados. Pero de eso yo no sé nada. Prometí jamás cometer ese error.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Beso en la espalda

   Sentí su beso de todos los días en la espalda y luego como su peso dejaba la cama y se alejaba de mi. La verdad yo estaba muy cansado. El día anterior había tenido que trabajar como nunca y no había tenido tiempo ni de voltearlo a mirar. A veces sentía culpa, pues en esos días que debía entregar mi trabajo, siempre pasaba a ignorarlo y él debía de ver que hacía mientras yo escribía sin cesar y gritaba por el teléfono. Cuando las cosas eran al revés, él siendo el ocupado y yo no, jamás me dejaba de lado. Me pedía consejos y que le corrigiera todo lo que pudiera, así yo no supiera nada de informes inmobiliarios. Juan parecía siempre estar allí para mi pero yo rara vez para él. Cuando me despertó con el beso, no lo sentí medio dormido como siempre. Y quise levantarme y pedirle que no se fuera o al menos darle un beso de verdad de despedida pero no sé que me impidió hacerlo.

 Cuando me liberaba de mi trabajo, había demasiado tiempo de sobra y esta vez me la pasé pensando en mis errores. La verdad, tenía miedo de que algún día de estos ese beso en la espalda dejara de existir. Tenía miedo que Juan decidiera no volver o si acaso volver solo para decirme que no aguantaba más y que prefería cualquiera cosa a seguir viviendo así conmigo. En ese momento de susto, lo único que me quedaba era mejorar como esposo. Así que me puse a hojear por varios libros de cocina que teníamos, rara vez usados, y encontré una que creí ser capaz de hacer. Primero tenía que ir al supermercado a comprar los ingredientes pues no habíamos podido ir por culpa de mi trabajo. Me di cuenta que hasta nutricionalmente mi trabajo estaba afectando mi relación y mi cuerpo.

 En el supermercado aproveché para comprar cosas que a él le gustan como cereal de colores y un café especialmente aromático. También pescado, que yo odio pero el adora, y otros productos que compartimos a lo largo de la semana cuando, por coincidencias de la vida, los dos estamos desocupados. Sin duda esos eran los mejores momentos, cuando nos quedábamos en la cama hasta tarde, abrazados o besándonos como cuando nos conocimos. Después nos pasábamos el día comiendo dulces y demás cosas no muy buenas para la salud pero compartidas en todo caso. Nos tomábamos de la mano y veíamos películas o lo que hubiese en televisión y por la noche seguramente hacíamos el amor en ese mismo sofá donde habíamos estado toda la tarde.

 Todo eso normalmente pasaba un sábado o un domingo. Entre semana él estaba muy cansado y a veces yo tenía que ir a la oficina a discutir ideas, o más bien a refutar las ideas de mi editora. Solo teníamos esos dos días y eso era cuando el calendario era amable con nosotros. El mes en el que sentí miedo no habíamos tenido un solo fin de semana decente y eso que ya estábamos a veintinueve. No quería que eso pasara más, no quería que fuésemos de esas parejas que están contentas con no verse nunca, como si el compromiso fuera lo más importante. A mi los compromisos y las promesas me resbalan si no contienen nada y yo a él lo amo todavía y lo sé y lo siento. Lo necesito.

 Revisé la lista que había hecho para comprar los víveres y me di cuenta que me faltaban las especias que le daban el sabor preciso a la receta que pensaba hacer. Tenía que comprar orégano y pimienta , tal vez algo de laurel, tomillo y albahaca. Sin duda era un sabor muy italiano que yo nunca había tratado de hacer pero lo iba a intentar pues de ello dependía mi estabilidad mental ese día. Mientras observaba el estante de las especias, alguien cerca revolvía el contenido de uno de los congeladores. Era uno de esos que tienen las cajas de los helados y era un hombre el que sacaba uno y la volvía a poner, y movía unas para sacar la que estuviera más abajo y luego volvía y miraba y así. No le di mucha importancia. Tomé mis especias y caminé con cierto apuro a la caja.

 Fue saliendo del supermercado que una mano se posó en el hombro y me di la vuelta casi al instante por miedo de que fuera un ladrón o algo parecido. Resultó que no era un ladrón sino el tipo del congelador. Pero eso solo lo pensé por un segundo pues ese tipo resultaba ser también uno de los mejores amigos de Juan. Sonreí falsamente mientras le daba la mano y veía que sostenía en la otra una bolsa con dos cajas de helados. No nos veíamos hacía bastante, cuando en una fiesta yo me había sentido bastante incomodo y él me había ayudado haciéndome uno de los mejores mojitos que he probado. Recordamos ese momento y nos reímos. Viendo mis bolsas, me invitó a su automóvil y me dijo que me llevaría a casa para que no caminara tanto. Me iba a negar pero eso no hubiera servido de nada. Era de esas personas que insistían.

 En el automóvil, recordamos todo lo que tenía que ver con esa fiesta. Había sido memorable pues había sido una de las primeras a las que Juan y yo habíamos asistido como pareja de casados y mucha gente se incomodaba visiblemente cuando veían nuestros anillos y más aún cuando mis nervios me urgían a tomarle la mano a mi esposo, como si estuviésemos a punto de atravesar la línea enemiga. El amigo de Juan, que se llamaba Diego, de pronto anunció que muchas de esas personas ya no le hablaban por ese día. A mi eso me sentó muy mal pero él trató de animarme diciendo que la gente era toda una porquería y que no se podía vivir de lo que solo unos pocos pensaban.

 Me preguntó que pensaba mi familia y la de él y le conté que, por extraño que pareciera, todos parecían estar ahora más cómodos con nuestra relación que antes. De pronto era el hecho de haber formalizado todo lo que nos daba cierto grado de madurez y de respeto, pero francamente yo me sentía igual antes y después de casarme. Nunca le había dicho a nadie, pero todo eso para mi sobraba con tal de que pudiera despertarme junto a él todos los días. Juan era más tradicional en ese sentido y me casé para hacerlo feliz. Apenas dije eso miré la cara de Diego, pero no había en su cara nada que indicara que esa razón había sido errónea. Cuando llegamos a casa, lo invité a pasar.

 Hice algo de café y le pregunté por su vida mientras alistaba los ingredientes de mi receta. Me dijo que se había divorciado y en el momento estaba tratando de que su ex no le quitara su derecho de ver su hija, una bebé muy bonita de la que yo había visto fotos en esa fiesta hacía meses. Diego me dijo que no tenía mucho dinero ahora y que había tenido que mudarse. Él era periodista y trabajaba desde casa, lo que explicaba que estuviera en mitad de la tarde comprando helado en el supermercado. Estuvo de acuerdo conmigo en que la vida así podía destruir una relación pero, al ver mi cara de tristeza mientras cortaba unos tomates, dijo que no todas las parejas llegaban hasta el punto del divorcio. Muchas historias terminaban mucho mejor que la suya.

 Mientras el bebía café, yo iba condimentado la carne y cortando más verduras y poniéndolo todo en el horno. La verdad es que nunca me había dado cuenta que Diego era tan entretenido. Como amigo de Juan, siempre me había parecido algo payaso, poco serio. Pero ahora parecía que su vida le había dado una lección muy dura y su personalidad parecía haber respondido a ello. De todas maneras, cada cierto rato, salían toques de ese humorista frustrado que tenía dentro. Me aconsejó un poco respecto a las especias y el tiempo y temperatura del horno, pues con su ex habían hecho un curso de cocina. Me iba a disculpar por recordarle esos momentos pero no me dejó, prefiriendo verificar todo él mismo.

 La tarde estaba terminando y le dije que se quedara un rato más para saludar a Juan. Miró el reloj preocupado y dijo que no podía quedarse mucho después de eso. Fue en ese momento que se me quedó mirando y entonces me dijo que no me preocupara pues mi relación con Juan tenía algo que la de él nunca había tenido de verdad. Le pregunté que era pero justo ahí timbró Juan y se saludaron con Diego como cuando estaban en el colegio. De pronto eran chicos de diecisiete años y me alegró verlos a ambos tan felices. Diego empezó a disculparse, argumentando que debía irse pero yo se lo impedí, invitándolo a probar la cena que él mismo había ayudado a lograr. Juan sonreía sorprendido y todos cenamos a gusto, riendo de las anécdotas de Diego y del día de Juan en la oficina y entonces supe, en un momento, cual iba a ser la respuesta de Diego.


 Cuando por fin lo dejamos ir, lleno y contento, nos despedimos con abrazos, prometiendo no dejar pasar mucho tiempo hasta vernos de nuevo. Apenas se fue, Juan me abrazó y me besó y me agradeció por esa noche. Después de limpiarlo todo, fui directo a la cama donde me esperaba Juan ya casi dormido. Me pidió acostarme junto a él. Nos quedamos mirándonos por largo rato hasta que nos besamos suavemente y entonces, después de un par de ajustes a nuestras posiciones, nos quedamos dormidos. Recuerdo que lo último en que pensé antes de sucumbir al cansancio fue en la mirada de Juan. Por eso tomé sus manos y las apreté con fuerza contra mi. Otro beso cálido en la espalda.