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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Errores

   No sé cuanto tiempo estuve tirado en el suelo, con agua de lluvia lentamente acumulándose a mi alrededor. Había sido lo suficientemente tonto y me había ido mal, de nuevo. Tenía miedo y había actuado bajo el control de los nervios y no de la reflexión profunda que alguien debería asumir cuando algo así ocurre. Cada centímetro de mi cuerpo había sido golpeado por los puños y pies de unos tres hombres, aunque la verdad es que nunca supe cuantos eran. Solo vi la cara de uno de ellos, muy cerca de la mía.

 Había llegado al lugar temblando pero también con la esperanza de que mis preocupaciones hubiesen llegado a un ansiado final. Hacía algunos meses había cometido la idiotez de usar el internet para desahogarme mientras no había nada en la casa. Todos estaban afuera y, no contento con la pornografía común y corriente, recordé algunos sitios con contenido algo más interesante, si es que así se le puede llamar a los fetiches extraños que pueden tener las personas. Debí parar en ese momento.

 Pero no lo hice. Cegado por el placer y el morbo no supe nada de lo que hacía hasta que me di cuenta de que lo había ido a buscar no era lo que había obtenido. En vez de eso había imágenes horribles que jamás dejarán mi mente. No puedo decir que eran de una sola clase de imagen, había muchas. Todas las fotos eran algo borrosas, tal vez viejas ya, pero igualmente terribles. Lo único que supe hacer fue cerrar todo, eliminar las imágenes y buscar algún programa que borrara todo sin dejar rastro.

 Después de hacerlo, recordé una de las imágenes, tal vez la que me daba más miedo. En ella había un policía con algo parecido a una sonrisa en la cara y una hoja de papel en las manos. En ella estaba escrito, en lo que parecía letra a mano, que mi información había sido rastreada bajando contenido ilegal. Y vaya que lo era. No por lo que tal vez se imaginen sino por otras cosas que ni siquiera quiero discutir. Me empezó a doler la cabeza un rato después y esa molestia no ha desaparecido desde ese día.

 Me enfermé de repente. Era como si la gripa hubiese entrado en mi cuerpo de golpe pero en verdad no tenía nada que ver con una enfermedad real sino con haber visto toda esa porquería y la foto del policía, que volvía a mi mente cada cierto tiempo. ¿Sería cierto? Sabía que la policía podía vigilar la actividad en línea pero parecía imposible que lo hicieran todo el rato. Además, había sido todo un error. Yo no había querido buscar nada de eso que vi pero sin embargo ahí estuvo, en mi pantalla, por un momento pero estuvo. No sabía que hacer, estaba perdido.

 Por las siguientes dos semanas, no tuve descanso alguno. No solo me era imposible dormir en las noches, sino que no podía pensar en nada más sino en todo el asunto. En todo lo demás que hacía se notaba una baja de rendimiento, que varias personas me hicieron notar. Yo me disculpaba echándole la culpa a la dichosa gripa que tenía pero sabía muy bien que lo que tenía no era una enfermedad real sino que era el miedo, la preocupación de verme envuelto en algo que no tenía nada que ver conmigo.

 Pasó casi un mes y mi cuerpo empezó a relajarse. Los nudos en mi espalda desaparecieron lentamente, con ayuda de masajes y la práctica casi diaria de yoga y otros métodos de relajación. Sobra decir que no volví a utilizar el internet sino para cosas tontas que hace la gente todos los días como revisar fotografías de personas con las que ni hablan o escribir alguna cosa. No volví a bajar nada que no fuera mío, incluso las películas y la música que siempre buscaba gratis.

 Muchas personas notaron ese nuevo cambio también y empecé a preocuparme un poco por eso. Si la gente que no tenía nada que ver conmigo, muchos de los cuales ni me conocían bien, entonces en casa seguramente todos se habrían dado cuenta que algo me pasaba. Pero nunca dijeron nada ni dieron indicios claros de que así era. Eso sí, los miraba a diario y me daban muchas ganas de llorar. No quería que ellos sufrieran por mi culpa, que se sintieran avergonzados de mí.

 Cuando la calma pareció empezar a tomarse todo lo que me rodeaba, recibí una llamada en mi casa. Cuando contesté, la persona del otro lado de la línea habló con una voz normal. Preguntó por mí. Cuando dije que era yo el que hablaba, su actitud cambió. Era un hombre y quería que supiera que sabía lo que yo supuestamente había hecho. Me fui a un lugar seguro y le pregunté como sabía lo que había pasado y que todo era un error. El hombre no me escuchaba, solo me amenazaba, sin pedir nada.

 Las llamadas se repitieron una y otra vez a lo largo de dos semanas hasta que tuve que ponerme duro, a pesar del nuevo miedo que me habían infundido. Pregunté que era lo que quería porque no podía creer que alguien estuviese llamando a sobornar solo porque sí. Alguna razón de peso tenía que haber para su actitud, algo tenía que querer. Las primeras veces me insultó y dijo que gente como yo debería estar muerta, ojalá asesinados de las maneras más horribles que alguien se pudiera imaginar. Sin embargo, su discurso cambió al cabo de algunas llamadas.

 De pronto ya no quería verme muerto, o al menos no lo decía. Ahora quería dinero, una cantidad que era mucho más de lo que yo pudiese dar en una situación similar pero no lo tanto que me negara. Le dije que podía reunir el dinero y me citó en un parque de la ciudad muy temprano una mañana. Hice todo lo que pude para reunir el dinero, todavía con nervios pero tontamente confiando en que el dinero arreglaría todo el asunto. Intercambiaría una cosa por la otra y todo terminaría.

 Fue en ese parque donde me vi con el hombre y le di el sobre. Pero no estaba solo y me rodearon con facilidad. Mi respiración se aceleró y mi ojos iban de una figura oscura a otra, pues era difícil de verlos bien en la oscuridad de la noche. Solo vi la cara del hombre que me había citado y supe que era él porque reconocí su voz. Me dijo que era policía pero que ellos no querían hacer nada contra mí y por eso él había decidido tomar las riendas de todo el asunto. Fue entonces cuando el circulo se cerró aún más.

 No venían por el dinero, eso estaba claro. Cuando los tuve muy cerca, empujé a uno y golpee al otro pero no había nada que hacer. Yo era y soy un hombre promedio, igual de débil y de estúpido que la mayoría. En un momento dejé caer el dinero y no supe que pasó con él. Estaba en una bolsa que no estaba cuando me desperté, con un dolor físico mucho mayor al que había sentido en cualquier momento anterior. Me patearon hasta que se hartaron, en todo el cuerpo.

 Puños en el estomago y en la cara, en los costados y en la espalda. Hubo uno que me pegó un rodillazo en los testículos y fue por eso que caí al suelo y me molieron a golpes allí. Me desangré un poco pero me encontraron más tarde, gracias al perro de una señora que lo había sacado a orinar. Cuando llegué al hospital, la policía estaba allí. Ninguno de ellos era el hombre que me había citado. Pensé que estaban allí por una cosa pero estaban por la otra. De todas maneras, lo confesé todo.

 En este momento no sé cual sea mi futuro. Tomé una decisión, una mala decisión, y es casi seguro que pague por ella. No sé si sea justo que pague como los que de verdad quieren hacer daño, como los que de verdad gustan de semejantes cosas.


 Pero ya no tengo nada. No hay nadie a mi lado y el futuro no pinta de ningún color favorable. Lo único que puede pasar es lo predecible o un milagro y francamente no creo en estos últimos. Para alguien como yo, no sé si exista semejante cosa.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Ceguera

 Me fui quitando cada una de mis prendas de vestir, dejándolas por todo el cuarto, tratando de que estuvieran en sitios en los que pudieran secarse más rápidamente. Afuera, ya no diluviaba como lo había hecho más temprano y, la verdad, resultaba un poco frustrante pues sentía como si semejantes cosas solo ocurrieran conmigo en la calle y nunca conmigo en cama, bien acurrucado durmiendo o viendo una película. En todo caso, ya era muy tarde para decir nada. Ya había quedado empapado y ahora tenía que evitar enfermarme quitándome cada prenda: los pantalones que estaban mojados casi en su totalidad, mi chaqueta que tenía una manga más húmeda que la otra, la camiseta que no olía muy bien después de correr para evitar mojarme, los zapatos que habían cambiado de color por la humedad y las medias totalmente húmedas.

 Al final, también me quité la ropa interior pues ya era tarde y tenía la costumbre de dormir sin ropa, una costumbre que había adquirido hacía unos años al llegar borracho. Me había dado cuenta en esas ocasiones que había dormido de manera mucho más placentera al no tener nada de ropa encima, eliminando presiones y ataduras  e incluso olores que podrían incentivar el vómito o algo por el estilo. Así que después de la lluvia, desnudo, me metí a la cama y quedé dormido casi al instante. No tuve un sueño muy placentero pues un terrible dolor de cabeza había empezado y me despertaba a cada rato.

 Por la mañana, el dolor seguí ahí y simplemente no me dejaba ni pensar ni hacer nada. No desayuné por miedo a empeorar la situación. Solo me quedé en la cama, tratando de descansar bien para ver si eso ayudaba. Cuando me di cuenta que todavía no podía dormir tranquilo, me quedé en la cama un buen rato, mirando hacia el cielo raso. Las punzadas todavía seguían allí y entonces pasó algo inesperado y que nunca me esperé: las luces se apagaron. O eso pensé al comienzo pero las luces no se habían apagado. Habían sido mis luces las apagadas, Mejor dicho, me había quedado ciego en cuestión de segundos.

Al comienzo solo se me aceleró la respiración y sentí mi corazón casi explotar en mi pecho. Después fue que me incorporé y con las manos y los dedos fue que hice algunas pruebas para ver que era exactamente lo que tenía. Me toqué las piernas con cuidado y luego más bruscamente. Luego me di unas cachetadas y luego sacudí las manos frene a mi cara. Nada, ninguna reacción e ningún tipo. Me había quedado ciego de verdad y entonces me di cuenta de lo peor del caso: ya no vivía con mi familia, ni siquiera con amigos o algo así. Vivía solo y encima de todo tenía que ir a trabajar más tarde. Qué iba a ser, como iba a vivir con esta ceguera tan repentina.

 Fue entonces, lamentándome, que me di cuenta que a pesar de no poder ver nada, si había como destalles, como trazos de alguien en mi cabeza, como si la ceguera fuese solo una capa gruesa de hollín que no me estuviese dejando ver más allá de mi mismo. Eso sí, la noción era un poco extraña pero tal vez era algo temporal y por eso había llegado así. Traté de moderar mi respiración, me puse de pie y caminé de mi habitación al baño que estaba al fondo del pasillo. Tuve que hacer el viaje tocándolo todo y tumbando una que otra cosa: adornos regalados y cuadros que jamás me habían gustado. Cuando por fin llegué a mi meta, lo primero que hice fue mojarme la cara e instintivamente quise mirarme en el espejo pero obviamente eso no era posible.

 Tuve que coger el lado del lavamanos con fuerza para evitar perder el control con lo que pasaba. No me podía ver, no podía ver nada. Jamás me había gustado demasiado mirarme a mi mismo en el espejo pero es siempre cierto que cuando no puedes hacer algo, así nunca te haya gustado, es muy frustrante e incluso doloroso. Derramé algunas lágrimas que nunca vi y me lavé la cara de nuevo, esta vez metiendo la cabeza más y procurando mojarme la nuca. Como pude, volví a mi habitación y me dejé caer en la cama. Quedé ahí, echado, mirando la nada, tratando de no pensar pero eso era casi imposible. Como no pensar cuando pasa algo de semejante magnitud?

 Lo mejor era contactar a alguien para ayuda pero ahí residía otro problema. Conocía algo de gente del trabajo pero la verdad no eran de confianza. Hacía poco que había llegado a la ciudad, mis amigos de la vida habían quedado atrás, en una ciudad que no era esta. En ese momento lloré de nuevo. Creo que la ceguera me puso sensible porque no hice más sino llorar por todo lo que ocurría. No podía llamar a mis amigos del pasado pues sería inútil: necesitaba a alguien conmigo que pudiese ayudarme, incluso para contactar un médico y hacerme unos exámenes o lo que fuese más rápido para saber que diablos pasaba. Pero no, eso no era posible pues mis amigos estaban lejos y no tenía sentido preocuparlos.

 Busqué con torpeza mi celular de la mesita de noche y lo cogí tratando de que no se me cayera. Pero cuando lo tuve entre mis manos recordé que no me servía para nada, así que lo dejé caer en la cama. Entonces me puse de pie y me puse a pasear por la habitación. A veces me daba por patear el piso o la pared, y otras me  soltaba alguna maldición al cielo, por hacerme semejante cosa de esta manera. Entonces, fue que me di cuenta de otra cosa: los rayos que había visto hacía un rato parecía estar creando dibujos en mi mente. Pensé que eran rayos de luz como tal pero resultaban mucho más que eso. Era como si entre mi imaginación, mis sentidos y mi mente hubiesen hecho dibujos de lo que veía.

 Incluso me reí de lo tonto que parecía, porque no sabía si lo veía o si todo estaba en mi mente. Era todo de una ambigüedad increíble pero el caso era que los dibujos tenían errores muy grandes. Podía ser ciego pero recordaba mi sala a la perfección y la imagen que veía no era para nada como la de verdad. La distribución era distinta y los muebles no eran iguales, los de mi mente o vista o lo que fuese, eran mejores. Me senté en la cama y me puse a pensar en todos mis espacios: la cocina, el baño, mi habitación. Los detallé todos lo mejor que pude, tambaleándome por toda la casa, haciendo caer al piso casi todo lo que estaba en una mesita o en las paredes, todo por seguir esa pista que tenía a la mano.

 Pero las figuras que parecían dibujadas con tizas de colores se fueron diluyendo de a poco y fue entonces que grité y sentí el brillo. Era como si me hubiesen encendido focos enormes en la cara. Y la luz no se iba, no era un brillo pasajera sino que mi ceguera había pasado de la oscuridad al mundo de la luz en un segundo. Pero esta luz me fastidiaba pero no tenía manera de ocultarme pues cerrar lo ojos no servía de nada. Era como si ya no tuviese parpados. Me golpee la cara varias veces, rasguñándome porque tenía ganas de arrancarme los ojos y cortar con todo lo que estaba sucediendo. Definitivamente prefería ser ciego total que tener esos cambios, si es que iban a ser permanente.

 Pero entonces lo brillante frente a mis ojos, se fue suavizando y entonces empecé a ver, pero de la forma más horrible. Todo era borroso en exceso y la luz parecía fluctuar. Tuve que concentrarme para no marearme con todo lo que sucedía, cuando vi por colores primarios y cuando se saturó demasiado todo y veía mi habitación como si fuera una discoteca de las muy baratas. Como pude, llegué al baño y los cambios siguieron, de nuevo más brillo y menos brillo, colores que iban y venían, acercamientos y vista en lo que solo puedo describir como cámara lenta. Todo contribuyo para que por fin vomitara con fuerza, harto de no poder seguir con todo lo que se presentaba en mi mente.


 De pronto desperté. No estaba en el baño, sino en mi cama y la luz del sol entraba con fuerzas al lugar. A un lado pude ver mis afiches, con todos sus colores y personajes y rasgos definidos. MI oso de peluche de niño en mi escritorio de trabajo y por todo el cuarto mi ropa secándose todavía del diluvio de la tarde anterior. Entonces sentí el vibrar del celular, era una amiga de mi ciudad que me llamaba para contarme algo. Fue la primera vez en mucho tiempo en la que tuve una respuesta muy original cuando me preguntó “Como estás?”. Le conté de mi ceguera, de mi sueño y de lo que probablemente quería decir todo eso. Está claro que tengo miedo y lo asumo y me encantaría que el mundo hiciese lo mismo para no sentirme tan solo.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Día D

Había alistado todo hasta el último detalle. El día anterior había pasado por el supermercado para preparar los ingredientes de su comida favorita: la lasagna de vegetales. Había salido un poco caro, al comprar solo productos de primera calidad, pero bien valía la pena.

Cuando Roberto llegó a su hogar ese día, empezó a planear todo como si se tratase del recibimiento de una reina o de un jefe de estado: tenía el menú listo con 3 platos suculentos y un vino excelente, tenía lista la nueva ropa que se había comprado antes de ir al supermercado y solo faltaba hacer el aseo general de su hogar.

La tarde del viernes, apenas llegó del trabajo, se dedicó a limpiar el polvo, barrer el piso, trapearlo, limpiar los baños y las ventanas, cambiar la ropa de cama, pulir con esmero cada utensilio de la cocina y sacudir los tapetes por el balcón.

También echó a lavar ropa y reorganizó un poco el lugar, para hacer de todo el momento algo placentero.

La hora de llegada de su novia al aeropuerto se la había aprendido de memoria: las 6 de la tarde. Era perfecto ya que pasarían 30 minutos desde su salida de los filtros de seguridad hasta que llegase a su apartamento. Había contratado un servicio especial para que la recogiera y así no pensara en irse a su casa ni nada por el estilo.

Hacía un año que no se veían ya que ella había tomado un curso de coreano y había encontrado una oportunidad laboral en Seúl que no podía rechazar. El contrato era por un año pero si les gustaba su desempeño le renovarían su estadía. Y Roberto estaba listo para ello: había ahorrado bastante para poder irse a vivir con ella. Siendo arquitecto, sabía que no habría problema en conseguir trabajo en ese país y con su buen nivel de inglés sobreviviría mientras estudiaba el idioma local.

Sí, Roberto estaba profundamente enamorado de su novia. La había conocido en la universidad y desde el primer momento la había adorado. Desde entonces habían pasado cuatro años y él seguía igual de enamorado que siempre.

Esta reunión se le había ocurrido desde el mismo día en que se había despedido de ella en el aeropuerto. Incluso les había comentado su plan a los padres de ella y ellos, felices, habían estado de acuerdo. Todavía más cuando él les había confesado que tenía en mente pedirle a su hija que se casara con él.

El anillo lo había comprado hacía un mes, cuando se había decidido a hacerlo. Le había costado varios meses de paga pero él ya no se fijaba en precios ni en lo que le costaba conseguir o comprar algo. Todo lo hacía por el amor que le tenía a su novia, a su futura mujer. No había nada que no hiciese por ella.

El día en que ella llegaba, Roberto se despertó temprano y salió a trotar una hora: todo este año se había esforzado en hacer ejercicio. Nunca le había disgustado su panza y amaba la comida pero ella había sugerido que entrara en un gimnasio con ella y él creía que eso le alegraría mucho, cuando lo viera y notara los varios kilos que había perdido.

Después de ejercitarse, Roberto limpió un poco más todo su apartamento. No se bañó sino hasta tarde para estar impecable cuando ella llegase. La lasaña estuvo lista pronto, así como un delicioso volcán de chocolate y una ensalada con nueces y frutas exóticas. Todo lo probó y certificó que fuera perfecto. Puso a enfriar en hielo el vino francés que había comprado, alistó la mesa con copas, platos, cubiertos y servilletas. El toque final eran dos velas que emanarían un delicioso olor dulce que sabía que a ella le gustaría: adoraba su perfume con olor a fresas.

Hacia las cinco de la tarde por fin se duchó, usando un jabón liquido del cual detestaba el olor pero como había sido un regalo de su novia, prefirió usarlo para complacerla. Se vistió con unos boxers que alguna vez ella le había regalado y con su ropa nueva que estaba simplemente impecable. Se afeitó con cuidado y se peinó lo mejor que pudo.

Y entonces esperó. Casi dos horas porque estuvo listo muy pronto y el avión ni siquiera había llegado cuando él se sentó a esperar.

Pasadas las siete de la noche, sonó el citófono en su apartamento: era ella. Hizo los últimos arreglos, más que todo salidos del nerviosismo, y entonces timbraron.

Cuando abrió su amor pareció crecer. La hizo entrar, preguntó porque no tenía su equipaje pero no esperó por la respuesta. La abrazó y la besó y le dijo lo feliz que estaba de verla. Tomó su abrigo y la hizo sentar a la mesa.

Pero ella no parecía igual de contenta. Él sirvió la ensalada y puso un plato en cada puesto. Le dijo que la amaba y que esperaba que fueran muchos años más juntos.

Ella respondió poniéndose de pie y pidiendo que la escuchara, que la dejara hablar. Parecía enojada aunque Roberto pensó que era por lo largo del viaje.

 - Hice todo esto para ti.
 - No quiero esto. Lo siento.
 - Estás cansada? Mi cama tiene nuevas sabanas. Son de...
 - Eso no importa. Me escuchas, por favor?

Él asintió y entonces ella se soltó diciendo que apenas había llegado a Seúl había conocido a un joven empresario y que desde entonces había estado con él, como su novia y que planeaba casarse con él apenas ganaran más dinero. Dijo que había vuelto para contarle a sus padres y para invitarlos a conocer Corea y a su novio.

Roberto no entendía. No podía hablar pero su cara lo decía todo.

Ella siguió: le dijo que ya no lo quería desde antes de irse pero que no había tenido el valor para dejarlo con el corazón roto. Se había dado cuenta que hubiera podido ser mejor si lo hubiera hecho pero que solo había aceptado que el servicio especial la trajera allí para hacerlo de una vez.

Por fin, Roberto dijo algo: Porqué?

Ella le respondió que había dejado de quererlo porque el parecía estar enamorado del amor y no de ella. Necesitaba alguien que se impusiera, que peleara con ella, no alguien que aceptara todo y se quedara callado. Necesitaba que su vida fuera entretenida, diferente y Roberto no era alguien que le brindase eso. Incluso dijo que el último año juntos había sido aburrido y que no había dicho nada porque sabía que lo dejaría pronto.

Y tan rápido como llegó se fue, sin decir nada más. Y allí quedó Roberto, destrozado y siendo menos de lo que había sido siempre, ya que tontamente le había dado todo de sí a alguien y no se había quedado con nada para sí mismo.