No creo que nadie sepa, en verdad quién es.
Y para ser sincero, creo que nunca nadie lo sabe. Es una búsqueda eterna, de
toda la vida, al menos si estamos poniendo atención. Porque eso es lo otro, la
mayoría de la gente no le está poniendo mucha atención a su propia vida,
prefiriendo navegarla a un destino fijo cuando ese no es el punto de vivir. Al
menos para mi, vivir es ir adonde el viento, que pueden ser las acciones y las
decisiones, nos lleven. Lo interesante de un viaje, como lo es la vida, no es tanto
el destino sino el recorrido. Pero ya casi nadie le pone atención al recorrido
porque sienten que deben ir y hacer ciertas cosas o sino no están viviendo. Y
lo cómico es que por hacer justamente eso, no están viviendo para nada.
Creo que nunca sabemos quienes somos porque
casi nadie está listo para enfrentar todo eso que tiene dentro. Algunas
personas eligen ser graciosas, serias, coquetas o incluso aburridas pero hay
mucho más que simplemente no reconocemos. A pesar de tanta lucha por tantos
derechos, la realidad de todo es que nos gusta que nos juzguen por cosas
pequeñas, por rasgos que son tan recurrentes en el ser humano como los ojos y
la boca. Por eso es que los apodos son algo tan popular: no reflejan en nada lo
que alguien es en realidad sino algún aspecto bastante notable de una persona y
puede que ni siquiera sea una característica verdaderamente de esa persona. Se
decide al azar y se impone y cuando eso se hace ya no hay nada más que hacer.
El apodo queda y lo que la persona es o no es, deja de ser relevante.
Por supuesto que deben haber libertades, eso
no se discute. Pero lo que es contradictorio es que se luche contra la
discriminación y resulta que siempre la hemos aceptado con los brazos abiertos
cuando sentimos que es un halago, porque es muy fácil hacer que alguien se
sienta bien con un par de palabras. Solo juntamos algunas y mágicamente podemos
hacer que el estado de ánimo de alguien mejore sustancialmente o caiga al piso.
Como seres humanos, con nuestra crueldad característica, tenemos la horrible
habilidad de construir y destruir con demasiada facilidad. Y no hemos hecho
nada para hacernos fuertes y que en verdad no nos importen las palabras necias.
Deseamos no oír pero oímos.
Nos gusta ser “el guapo”, “la sexy”, “el
bueno”, “la inteligente”. Palabras que se las lleva el viento y que, en sí
mismas, no son nada más que letras pegadas que producen un sonido que para
muchos, no es más que un ruido. Si a eso ha llegado la humanidad, a querer ser
definidos en un simple gruñido, entonces nuestra civilización está mucho peor
de lo que pensábamos. Como podemos aceptar ser solo eso cuando ni siquiera
podemos definirnos a nosotros mismos con sinceridad? Como podemos atrevernos a
resumir una vida, una compleja red de pensamientos en algo tan simple, y a la
larga, tan humano, como una palabra?
Casi todos lo preferimos. Definirnos de manera
más exacta, más compleja, toma tiempo, en especial porque los seres humanos
siempre estamos aprendiendo. Más o menos pero desde que nacemos hasta que morimos
nuestro cerebro no para de recibir y procesar, almacenando información
eternamente que seguramente nunca usaremos. Solo hay que recordar, o tratar de
recordar al menos, todo lo que se supone aprendimos en el colegio. Inténtenlo y
verán que es imposible, a menos que sean superdotados y hayan sido bendecidos
con una memoria prodigiosa, algo que escasea entre los seres humanos. La
mayoría preferimos dejar que esas palabras que inventamos hagan el trabajo para
así no sumergirnos en las oscuridades que todos tenemos dentro.
Porque la verdad es que somos mundos
desconocidos y que, casi siempre, solo tendrán un visitante, si acaso. Ese
visitante podría ser nosotros mismos pero solo si de verdad mostramos interés
en saber quienes somos. Es un viaje
difícil, largo y complejo, que nos muestra esas dos caras que en las que el ser
humano se registra: el bien y el mal. Puede que si excavamos un poco,
encontremos algo sobre nosotros mismos que detestamos, que todo el mundo podría
odiar y que debemos ocultar porque no es algo de que estar orgulloso sino algo
de lo que avergonzarse. Así somos los seres humanos, infligimos dolor y
vergüenza para controlar lo que no conocemos, por físico miedo.
Es increíble lo que complejos que somos pero
lo controlables que podemos ser a nuestros propios inventos y a nuestros
instintos más básicos. La realidad es que somos seres llenos de miedo durante
toda nuestra vida y así la pasamos, de susto en susto, protegiéndonos y
corriendo de un lado a otro como ratas. Esa no es manera de vivir para nadie y,
sin embargo, todos vivimos exactamente igual. Porque todavía tenemos mucho de
aquello que pensamos perdido que es el instinto natural, ese recuerdo vago e
inútil de cuando éramos criaturas simples, trepando árboles y subsistiendo para
solo comer y reproducirnos. Pero resulta que la humanidad ya tiene otros
objetivos. Lo malo es que no todos nos damos cuenta.
El mundo no está dibujado en dos simples e
inútiles colores. Las cosas no son buenas o malas sino que son como son por
razones y eso es lo que debemos ver. No podemos ser tan simples que vemos algo
y lo definimos al instante, cambiando para siempre la percepción del mundo
respecto a algo. Sí, claro que hay cosas que son reprobables pero eso no quiere
decir que no debamos aprender de ellas para hacer de nuestra humanidad algo
mejor. Porque ese es el trabajo verdadero de cada uno en este mundo y es
construirse a si mismo, hacer a alguien que sea completo y no solo una gran
cantidad de trazos sin ningún sentido.
Porque eso es la mayoría de la gente, solo
trazos de un pincel muy bonito pero trazos al fin y al cabo. Muy poca gente
decide invertir tiempo en saber que posibilidades hay de ser un dibujo
complejo, alguien de verdad completo. Para nosotros mismos, es posible que
seamos todo lo que queremos ser. Puede que nos conozcamos bien y sepamos todo
lo que hay que saber o al menos casi todo. El otro problema es que eso no se
puede quedar ahí. No podemos frenarnos cuando nosotros acabamos y el mundo
empieza porque resulta que siempre viviremos en este mundo, el ser humano
siempre estará aquí, en este tiempo, en esta realidad, en este que vemos y
tocamos y sentimos con todo nuestro ser cada día de la vida. Esto es lo
nuestro.
Hay muchos otros mundos, la mayoría fantasías.
Pero para qué preocuparnos por ellos? Las fantasías son simpáticas pero solo
nublan la mente y no nos dejan ver, por nosotros mismos la increíble variedad
de cosas que nos ofrece la vida. Y decimos cosas porqué eso son cuando no las
conocemos. Es nuestro deber sentir curiosidad, ir y explorar y descubrir que es
qué para nosotros, porque el mundo es uno pero cada uno de nosotros lo percibe
de manera única y, probablemente, irrepetible. Tenemos la habilidad de crear
una visión única del mundo y debemos o deberíamos compartirla con el mundo,
cuando estemos listos. Somos, al fin y al cabo, una sola especie y eso debería
ser suficiente para unirnos.
Lo ideal sería que las personas dejaran de
estar metidas en mundos inventados, como el amor o la esperanza ciega, y
empezaran a caminar al nivel del suelo y a reconocer que la vida es mucho más
que las superficialidades que todo el mundo aspira a vivir como tener un
trabajo ideal, una pareja ideal y todo ideal. El mundo no es ideal, el mundo es
lo que es y deberíamos explorar eso y no tratar de ajustarlo todo en nuestra
mente. No estamos viviendo el mundo real sino uno que nos inventamos porque
somos incapaces de ver lo que en realidad sucede a la cara. Solo en algunos
momentos, la realidad es demasiado auténtica y nos deja ver su cara. La mayoría
corren despavoridos.
Tenemos que molestarnos, al menos una vez por
día, en pensar hacia adentro, explorar nuestra mente y ver que hay allí. Puede
que muchas veces no encontremos nada pero seguramente hay mucho por ver y
descubrir. Algunas cosas no nos gustarán y otras tal vez nos gusten demasiado
pero es así la única manera de vivir de verdad. Si queremos estar contentos con
nosotros mismos no necesitamos de lindas palabras sino de un reconocimiento
profundo de nuestra personalidad, que siempre tendrá una respuesta clara. Nuestra
autoestima es producto de lo que hemos creado como sociedad, un sistema de
reglas y miedos que solo sirven para controlarnos y machacarnos como si fuésemos
moscas.
El ser humano ha inventado a la sociedad para
eliminarse a si mismo. Se supone que la sociedad, con sus bondades y sus males,
va eliminando a quienes no sirven a través de miedos e inseguridades, de reglas
cada vez más difíciles de alcanzar y una hipocresía que hasta el más osado no
es capaz de resistir. Porque el ser humano y su sociedad son una fachada para
ocultar e incapacitar nuestro deber de exploración, nuestra meta biológica y
existencial de saber exactamente quienes somos y, más adelante, porque somos.
Debemos rebelarnos y empezar a ser nosotros antes de que todos empecemos a ser
lo mismo o, peor, nada.