Sin poder hacer nada más que mirar, la
familia Martínez mira como su hogar de muchos años es consumido por las llamas.
La casa, una humilde residencia ubicada en un barrio igual de antiguo, ha
empezado a arder por un fallo eléctrico grave. Lo peor es que la de los
Martínez no es la única casa afectada. Pronto el fuego pasa de una a otra y
para cuando los bomberos llegan ya es muy tarde. La pintura y lo que hay dentro
de las casas ha acelerado el proceso y ya no hay nada que hacer. Salvan la
última casa de la calle, bloqueando las llamas con químicos y agua pero la
ironía es que allí no vive nadie hace años. Las familias están en la calle, sin
poder emitir palabra o si quiera pronunciarse sobre lo que han tenido que
vivir. La mayoría se va del lugar pero no todos.
Al amanecer, cuando la luz del sol empieza a
bañar fríamente al barrio, los bomberos terminan su labor y dan por perdidas
todas las casas de un lado de la calle excepto la última que solo ha sido
afectada por algunas chispas. Tras asegurarse de que todo ya terminó, dejan que
miembros de cada familia entre al lugar y busquen, con cuidado, cosas que
quieran rescatar, si es que las hay. Los bomberos acompañan a la gente en esta
labor y es así que se dan cuenta que la última casa sí fue afectada: todo uno
de sus muros fue destruido y dejó un hueco a un lado de la casa. Uno de los
bomberos, de los más jóvenes allí, decide acercarse a la casa para echar un
vistazo. Al fin y al cabo, piensa él, no hay nadie allí y no vendrá mal ver si
otras partes de la casa fueron afectadas.
Pisando con cuidado, entra directamente a la
sala de estar. Sus pasos, por alguna razón, resuenan por todo el espacio. Es
como si la casa llevara mucho más tiempo del que parece vacante o como si el
sonido rebotara más de la cuenta. Entonces, se da cuenta de que al pisar suena
hueco. Así que busca debajo de la alfombra de la sala y se da cuenta que hay
una apertura. No hay como halar así que pide a uno de sus compañeros una
palanca que usan para abrir tapas de alcantarillas. Con ella rompe un poco el
piso peor libera una trampilla y descubre que debajo de la sala hay un
deposito, al parecer poco profundo con revistas, casetes, videocasetes, discos
compactos, memorias USB y discos duros.
Los bomberos se miran entre sí porque saben que
esto no es algo muy común. Uno de ellos, el que trajo la palanca, decide ir al
camión a llamar a la policía. El otro se queda para ver con detenimiento lo que
hay allí y entonces se da cuenta de que son las revistas y de que hay
fotografías. Todo es prueba de que en esa casa vacía vivía un pedófilo que
escondió todo lo que tenía allí. El bombero se pone de pie y decide revisar
cuarto por cuarto la casa. En la cocina no hay nada pero está impecable, es el
cuarto más lejano al incendio. Sube las escaleras y revisa los cuartos. Parece
haber sido una casa familiar y no la de un soltero, al menos juzgando por los
muebles.
Mientras está en la alcoba principal,
revisando bajo la cama por más trampillas, se da cuenta de un sonido
particular. Parece casi imaginado, como si en verdad viniese de tan lejos que
no pudiese haber seguridad de su verosimilitud. El bombero se queda en
silencio, mirando para todos lados. Entonces otra vez distingue un sonido pero
no puede descifrar que es: un quejido? Un grito? Alguien comiendo? Entonces
mira el techo y tiene una idea. Llama por radio a su compañero para que le
traiga una escalera. Cuando llega, le cuenta que la policía ha llegado y que
están revisando el escondite debajo de la sala. El bombero le pide silencio, se
sube a la escalera y de nuevo se queda mirando al techo. Esperando. No pasa
nada hasta pasados unos momentos.
A lo lejos, suenan golpes y otros sonidos que
no se logran distinguir. Entonces el bombero empieza a golpear el techo con su
puño y a escuchar como suena. Su compañero parece confundido pero no interrumpe
el silencio. Lo ayuda a correr la escalera varias veces, tantas que los
policías, cuando suben, anuncian que ya están llevándose todo lo que había en
el escondite para revisarlo con el mayor detalle. Entonces el joven bombero da
otro puñetazo al techo y esta vez cae bastante polvo, haciendo que todos los
demás se tapen la cara para evitar quedar cegados. El golpe además, emitió un
sonido claro y no sordo como en todos los demás puntos. El otro bombero va en
busca de la palanca de nuevo, dándose cuenta que es necesaria.
Cuando vuelve, la policía ayuda halando y
entonces otra trampilla en el techo cede, haciendo caer una nube de polvo y
tierra encima de los oficiales y los bomberos. Tosen pesadamente y tratan de
quitarse el mugre de encima pero cuando terminan se dan cuenta que el bombero
joven ya ha subido y les pide que pidan una ambulancia. Con cuidado y con ayuda
de los demás, el bombero baja a dos niños del ático secreto de la casa. El
lugar era polvoriento y apenas tenía ventanas, tapiadas parcialmente con tablas
y telas. Los niños estaban ahogándose por los gases del incendio y ya estaban
desmayados cuando el bombero pudo acceder a ellos.
Cuando llegó la ambulancia, los vecinos que
estaban allí sacando sus cosas no pudieron evitar mirar lo que sucedía. Estaban
a punto de cerrar la puerta de la ambulancia cuando el bombero pidió que
esperaran y llamó a gritos a los vecinos que estuviesen más cerca. Se acercaron
y él les pidió que identificaran a los niños, si les era posible. Una era niña
de unos doce años, vestida con un largo camisón rosa y de pelo rizado. El otro
era un niño de unos nueve años, también vestido de pijama. No parecían ser
hermanos. Ninguno de los vecinos los reconoció así que el bombero dejó ir la
ambulancia y volvió a la casa.
Había ya tres oficiales de policía en el ático
y otros dos sacando en bolsas plásticas lo que había debajo de la sala. Ya el
hueco estaba vacío cuando el joven bombero pasó de camino al piso superior.
Allí vio bajar del ático a uno de los policías, que parecía más afectado que
nadie. No se dijeron nada ente sí pero se comprendieron cuando se cruzaron. El
bombero subió la escalera y quedó cegado por un momento por los flashes de las
cámaras que la policía usaba para registrarlo todo. No habían movido nada pero
revisaban cada esquina. Entonces el joven les preguntó qué habían encontrado y
ellos respondieron que el sitio había sido por mucho tiempo la celda de esos
niños. Había excrementos en un balde y orina en el otro. No había comida ni
mantas para dormir.
El bombero se acercó a una de las pequeñas
ventanas y miró al exterior. La verdad era que desde allí no se podía ver mucho
y sin embargo quién había tenido a esos niños atrapados, los había privado de
la luz del sol. Por la poca tela y tabla que había en el piso, se podía deducir
que los niños habían tratado de quitarlo todo pero sus fuerzas habían
disminuido muy rápidamente. Los policías anunciaron que en camino venía un
equipo experto en revisión de escenas de crímenes. Ellos tomarían huellas y
revisarían todo con mucho más cuidado para que se pudiese saber con quién
estaban tratando en este caso. El bombero decidió entonces bajar para recibir a
ese equipo de expertos.
Pero en la sala no estaban ellos sino uno de
los vecinos. Era una mujer algo delgada, que tenía las manos y la cara con
varias manchas de hollín. Era obvio que había estado revisando su casa en busca
de cosas que rescatar. La mujer le preguntó al bombero si era cierto lo que
decían los vecinos, que en esa casa habían encontrado unos niños casi muertos y
otras cosas que ni siquiera pudo describir. El bombero asintió. Pero ella no
pareció asustada o sorprendida. Fue casi como un alivio para ella ver ese
gesto. Le dijo al bombero que siempre había sabido que había algo raro con esa
casa y con sus propietarios.
Eran una pareja de esposos, o eso habían
dicho, que se había mudado al barrio hacía unos dos años. Lo habían dejado todo
atrás hacía unos seis meses, anunciando a algunos que habían ganado un viaje a
Europa y que se iban a disfrutarlo. Pero nunca volvieron y nadie pensó mucho en
ellos hasta ahora. Siempre habían sido sociables pero tal vez demasiado, pues
para la mujer cubierta de hollín, la gente normal siempre tiene secretos y no
se abre al completo ante extraños. Le dijo los nombres que ella conocía de la
pareja y le pidió al bombero que hiciesen todo lo posible por encontrarlos y
hacerlos pagar por lo que habían hecho. La mujer se alejó y el bombero quedó
allí, sorprendido y consternado.
Pasado algún tiempo se descubrió que los
nombres que el barrio había conocido eran falsos y que nadie sabía donde estaba
esa pareja. Se habían ido hace tanto que era difícil seguirlos, incluso con
retratos hablados y demás. Nunca se encontraron fotos de ellos. En cuanto a los
niños, fue una situación más pública y traumática. El niño murió pues su cuerpo
no pudo aguantar los gases. La niña sobrevivió pero tuvo una recuperación difícil.
La gente la ayudó a seguir adelante pero tuvo un episodio y quedó sin poder
hablar. El bombero, por su parte, convirtió ese caso en el centro de su vida y
le dedicó todo el tiempo que pudo, tanto que decidió convertirse en detective
de policía, algo que la comunidad agradecería por muchos años.