La nube de polvo se había levantado más allá
de los edificios más altos, los cubría como un manto sucio que quiere abarcarlo
de todo de una manera lenta, casi hermosa. En las calles, las personas tenían
puestas máscaras sobre la boca y gafas para nadar que habían robado, casi
todos, de tiendas donde hacía mucho tiempo no se vendía nada. A través del
plástico había visto como la nube había ido creciendo, lentamente, hasta
alzarse por encima de la ciudad y absorberlo todo en la extraña penumbra que se
había creado.
Lo que pasó entonces ha sido muy discutido,
por todo tipo de personas y en todo tipo de situaciones. Nadie sabe muy bien de
donde vino la nube de polvo pero era evidente que algo tenía que ver con la
guerra que llevaba ya doce años y con los avistamientos extraños que muchas
personas alrededor del mundo habían denunciado con una frecuencia alarmante. El
problema es que el fluido eléctrico no era como antes, permanente, por lo que
no todos se enteraban de lo mismo, al mismo tiempo.
El caso es que, en esa penumbra imperturbable
que duró varios días, la gente empezó a desaparecer. Familias enteras, personas
solas, animales también. A cada rato se oía de alguien que se había perdido
entre la niebla y no era algo difícil de percibir pues todo el mundo sabía que
debía desplazarse y no quedarse en un mismo sitio. La guerra no había acabado y
el enemigo, de vez en cuando, atacaba de manera rápida y letal, con grupos de
asalto que asesinaban en segundos y luego salían corriendo.
La gente no sabía a que temerle más, si a la
nube de polvo o a los soldados enemigos que se arriesgaban ellos mismos a cazar
a las personas en semejante situación. Con el tiempo, la guerra fue barrida por
la nube que creció y creció y pronto ocupó toda la superficie del planeta. No
había un solo rincón que la gente pudiese encontrar en el que no hubiese esa
textura extraña en el aire. Las máscaras se volvieron una prenda de vestir,
tanto así que los jóvenes las personalizaban, como símbolo de que la humanidad
seguía viva.
Aunque eso no era exactamente así. En todas
partes empezaron a desaparecer personas. Primero eran uno o dos a la semana y
luego la situación se agravó, tanto así que se hablaba de ciudades enteras casi
vacías de un día para el otro. Por eso la guerra tuvo que morir, no había nadie
que pudiera o quisiera pelearla. Había mucho más que hacer, cosas más urgentes
que pensar. Por primera vez en la historia de la humanidad, la gente no pensaba
en pasar por encima de los demás, ni de una manera ni de otra. Al contrario,
todos se dedicaron a salvar su pellejo, a sobrevivir día a día.
Después de casi dos meses en la penumbra
tóxica de la nube, la gente se acostumbró y empezó a vivir de manera nómada,
comiendo animales agonizantes o ya muertos, usando las pocas herramientas y
útiles que todavía se podían encontrar por ahí. Ya nadie inventaba nada, ya
nadie creaba. La gente había dejado de lado la evolución propia y social para
enfocarse mejor en lo que hacían en el momento. Los sueños y anhelos eran cosa
del pasado, pues todo el mundo quería lo mismo.
Los niños pequeños pronto olvidaron el mundo
anterior, aquel lleno de colores, de sol brillante y de criaturas felices. La
felicidad, como había existido desde la creación misma del ser humano,
agonizaba. Había cedido el paso a un estado extraño en el que nadie sentía
demasiado de nada. No era que no sintieran nada sino que no parecían dispuesto
a dejarse dominar por nada. Las preocupaciones y la agitación ya no eran
necesarias porque todos estaban ya en un mismo nivel. Todos por fin eran igual,
bajo el polvo.
No había ya ni ricos, ni pobres. La guerra
anterior y el estado de las cosas lo había cambiado todo. Olvidaron mucho de lo
que habían aprendido sobre la vida y el universo y se enfocaron solo en aquel
conocimiento que les fuese útil. El resto de cosas simplemente empezaron a
perderse, aquellas que no les eran útiles. No había espacio para creencias o
filosofías, no había momentos en los que pudiesen mirar su interior, lo que
pasaba por sus mentes. No era productivo, no ayudaba a nadie a nada.
La población nunca se recuperó de las
desapariciones. Cada vez se tenían menos bebés. Era una combinación entre la
poca cantidad de personas y la apatía generalizada. Eventualmente, muchos se
enteraron por exámenes médicos que, por alguna razón, ya no podían tener hijos.
Al parecer, habían quedado infértiles en los meses recientes. Tal vez el polvo
era radioactivo y los había privado de
otra cosa más, de una función biológica esencial, del placer carnal y de la
reproducción de su especie.
Sin embargo, eso no los disuadió de salir a
conseguir alimento. Ellos seguían vivos y todavía había niños pequeños que no
habían desaparecido y necesitaban comida. Muchos habían muerto en las calles,
al desaparecer sus familias. Pero algunos todavía hacían rondas por las
ciudades y los campos, tratando de vivir un día más. Esos morían eventualmente.
Sus cuerpos a la vista de los demás, que no podían detenerse ni un solo momento
para pedir paz en sus tumbas. No había tumbas en las que pedir tranquilidad, ya
no había nada parecido a la paz en el mundo. Solo un fin y nada más.
Eventualmente, la nube de polvo empezó a
retirarse. Muchos habían muerto, el mundo había cambiado en poco tiempo. Para
cuando el sol por fin volvió a acariciar las caras de la gente que quedaba,
ellos no sabían que pensar. Era agradable, por supuesto, pero no cambiaba en
nada su situación. Seguían con ganas de comer, seguían queriendo sobrevivir,
pero no sabían para qué. Nunca lo supieron, a pesar de percibir la necesidad de
seguir respirando, día tras día. Era algo que solo pasaba y ya.
La gente había cambiado tanto que algunas de
las cosas del pasado nunca volvieron. El amor, el cariño, el placer, la
tristeza y la manera de lidiar con la muerte, todas eran cosas que nunca iban a
ser como antes. Las ciencias volvieron, lentamente, pues sí había muchos que
querían entender lo que había sucedido. Pero no tenían afán de saber nada ahora
mismo, solo querían eventualmente saber algunas respuestas. Ese apuro sí se
había ido y nunca volvería a existir entre los seres humanos.
El viento barrió el polvo en cuestión de días.
Era un espectáculo que la gente empezó a disfrutar en cierta medida, casi todas
las noches: veían como las nubes de tierra y arena, de mugre y muerte, subían
hacia las nubes en espirales de amplias formas. Era algo visualmente
impactante, de esos momentos mágicos que habían olvidado. Miraban al cielo y el
polvo daba vueltas y vueltas, cada vez más alto, hasta que en un momento se
dejaban de ver las espirales y todos volvían a casa.
Por mucho tiempo, fue lo único que despertó
cosas en ellos que habían olvidado. Y después las espirales dejaron de ocurrir
y entonces ya no había nada que les recordara el pasado. Algunos intentaron
escribir acerca de esos tiempos, de las condiciones de vida y de lo que pasaba
por la cabeza de la gente que iba y venía, con sus máscaras puestas y sus
mentes casi en blanco. Era difícil, casi imposible, pero para algunos era algo
necesario, como una manera de sacar de si mismos lo que no tenían capacidad de
procesar.
La nube de polvo dejó el mundo pero lo cambió
para siempre. Nadie nunca supo las razones pero las consecuencias dejaron una
herida abierta permanente en la mente y el cuerpo humano. Una herida grave que,
eventualmente, llevaría al verdadero final. Un lento y cruel.