Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un
alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me
quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los
pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin
mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan
horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo
pero, de hecho, no podía estar más cerca.
Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando
me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco”
que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se
comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a
mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba
pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que
emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al
sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.
- Que
venga alguien y me saque. - pensé desafiante.
Pero
no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando
quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y
árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya
habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado
como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla,
pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.