Podría argumentar que no iba tan seguido a
semejantes sitios pero no creo que tenga necesidad de decir nada sobre mis
costumbres puesto que estas no son objeto de interés. El interés recae en una
pareja, dos hombres a los que llamaré Klaus y Otto. Esos nombres se los di yo
por una simple conclusión un tanto facilista: eran alemanes, o al menos eso fue
lo que yo creí. Puede que hayan sido de otro lado y puede que ni siquiera
fueran pareja de nada. De pronto eran solo amigos que compartían semejantes experiencias,
como he visto que muchos otros lo hacen.
El caso es que ese día, o más bien esa noche,
nos encontrábamos todos en ese sitio oscuro y un tanto húmedo en el que hombres
como nosotros a veces nos vemos las caras e incluso ni nos las vemos, porque no
vamos a reconocernos sino a perdernos y a darle rienda suelta a sentimientos y
pensamientos que nos dominan a veces más de lo que nos gustaría. Yo, víctima de
aquel impulso del que los hombres solemos ser víctimas, llegué al lugar pasada
la medianoche. Al comienzo no los vi pero luego no pude dejar de verlos.
Otto era especialmente difícil de no ver y
todo porque era el hombre más alto del lugar. Había otros altos y más grandes
que él pero su delgadez, el modo en que caminaba como colgado de alguna parte y
su altura coronada por una cabellera rubia, era difícil de no ver. Tengo que
confesar que me le quedé mirando mucho tiempo y tal vez se dio cuenta de lo que
hice después y simplemente no dijo nada. Pero lo dudo porque toda la noche lo
único que vi fue su manera de estar amarrado como por una cadena a Klaus.
Él tenía un cuerpo increíble e iba más que
borracho. No sé a que hora podía haber bebido tanto pero no me sorprendía
porque turistas como ellos siempre tienen dinero de sobra para los placeres de
la vida, siempre poco para comida o alojamiento. El caso es que, con el pasar
del tiempo, me di cuenta que eran inseparables. Pero no era una de esas parejas
tiernas y amorosas que suelen haber por ahí. Se notaba que algo andaba mal pues
Otto se negaba a ir con Klaus a ciertas partes y luego Otto parecía castigar a
su pareja quedándose más tiempo, como diciéndole: “No es esto lo que querías?”.
Este juego extraño entre los dos fue el que me
hizo interesarme mucho en ellos. En Otto que siempre llevaba una vaso con licor
en la mano pero no parecía estar borracho y Klaus que iba sin saber de donde
era vecino y jamás parecía parar en la barra del bar. Fue ese comportamiento de
ir y venir, de pruebas de resistencia hechas en un lugar que ciertamente no se
prestaba para ese tipo de cosas, lo que me llevó a que, cuando fue hora de
salir, los siguiera de lejos.
Para mi fue imposible evitarlo. Salí yo
primero y apenas lo hice fumé el primer cigarrillo del nuevo día aunque aún era
de noche. Sentía frío pero el cigarrillo me calentaba la cara y poco a poco el
resto del cuerpo. Pensaba en cuantas veces había decidido ya dejar ese vicio
tan feo para siempre cuando del local salieron, dando tumbos y con dificultad,
Otto y Klaus. Se despidieron en la puerta de otros amigos que yo ni me había
molestado en mirar en toda la noche y solo los miré con interés, como si fuesen
criaturas en una jaula de las que hubiese que aprender todo lo posible.
Algo hablaron en su idioma, que creo era
alemán. Y entonces empezaron a caminar, lenta y torpemente. Cuando no iban muy
lejos fue que me decidí: tenía que seguirlos. No solo porque tenía la urgencia
de saber donde se quedaban, si iban a seguir la noche o si en verdad eran
pareja como claramente parecían. Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas
que mis pies empezaron a moverse antes que mi cerebro hubiese dado el sí
definitivo. Los seguí a cierta distancia, tratando de ignorar el frío. Era una
suerte que yo no hubiese bebido casi, pues así podía estar más pendiente de
todo.
Bajamos la colina del barrio donde estaba el
lugar del que habíamos salido y entonces dimos con una gran avenida. Allí había
varias opciones, más aún en semejante ciudad tan noctambula, así que esperé.
Para mi sorpresa, los dos extranjeros cruzaron la calle, ignorando
olímpicamente las luces del semáforo y penetraron el barrio del otro lado. Esto
me alcanzó a emocionar pues yo no vivía muy lejos de allí, una de las razones
por las que había salido tan tarde.
Caminamos un par de calles, en las que ellos
jamás se giraron ni parecieron tener interés en nada más que en decirse cosas
en su idioma, a veces susurradas y otras veces a grito entero. Pasamos la calle
en la que yo vivía y seguimos de largo a otro barrio, este de calles más
estrechas y que muchos decían era peligroso de noche. Yo me cerré mejor la
chaqueta y me puse el gorro para que fuese menos reconocible. Por lo visto
sentí por un momento que era una estrella famosa o algo por el estilo. Aunque
también fue por el frío y para huir si había que hacerlo.
Ellos seguían hablando y de pronto empezaron a
pelear. Sus voces se alzaron más y más y yo tuve que meterme en la entrada de
una tienda cerrada para ocultarme y que se dieran cuenta que tenían público.
Por lo visto se dijeron cosas hirientes porque pude ver lágrimas en los ojos de
Otto y Klaus con ojos brillantes, de rabia. Pero después, casi de inmediato,
empezaron a besarse y pensé que iba a presenciar una escena para adultos en la
mitad de una calle y con ese frío tan horrible. Pero no, solo se besaron con
pasión y se cogieron de la mano.
No los tuve que seguir mucho más. Resultaba
que, borrachos como estaban, preferían cruzar este barrio para llegar al sector
turístico que estaba del otro lado. Hacer toda la vuelta menos peligrosa
requería de más concentración y tiempo y ellos no parecían tener ninguna.
Cuando llegamos a una bonita avenida que de día los turistas llenaban hasta sus
rincones más escondidos, ellos empezaron a caminar más rápidamente. Al cabo de
unos cinco minutos entraron a un hotel grande, de esos que son antiguos y muy
elegantes. Yo no entré, claro está, pero vi que los saludaba el chico de la
recepción y que, antes de subir en el ascensor, Klaus le ponía una mano en el
culo a Otto.
Fue una decepción que la historia terminase
allí. Yo buscaba algo más interesante, algo que llenara mi mente de imaginación
y de posibilidades. Este final no correspondía a los personajes y por eso me
quedé allí mirando al hotel como un tonto, hasta que un ruido me sacó de mi
mente y el dio otro final a la historia.
En la calle se podían escuchar los gemidos, de
Otto sin duda. Me dio risa y a la vez tuve el impulso de entrar al hotel y al
menos verlo por dentro. Quería, por alguna razón, hacerles saber que había estado
allí y que los había seguido. Para que quedarme yo con ese secreto, con toda la
diversión? No, no estábamos en una historia de espías en los años cincuenta ni
en una de esas series con demasiadas chicas rubias norteamericanas. Esto era la
realidad y en la realidad se puede hacer lo que uno quiera. Así que me puse en
marcha.
Cuando llegué a la recepción me di cuenta que
no sabía que era lo que iba a decir , que me iba a inventar para poder llegar
hasta la habitación que ni sabía cual era. Mis impulsos, de nuevo, me habían
traicionado. Pero mis pies no se detuvieron. Cuando estuve frente al joven
recepcionista abrí la boca y, como un pez, la cerré y la abrí y no dije nada. Él,
sin embargo, me sonrió y me dijo que me esperaban ya y que subiera a la quinta
planta, habitación 504. Yo asentí robóticamente y traté de sonreír pero solo
logré una mueca fea.
Subí, nervioso, y no sé porqué me dirigí a la
504 sin ponerme a pensar que podría esperarme allí ni con quien me habrían
confundido. El hotel tenía una decoración que buscaba llamar la atención de su
público exclusivo y eso me puso más nervioso mientras me dirigía a la
habitación asignada. Cuando estuve frente a la puerta no se oía nada. Después
una voz lejana y un rumor como de pasos arrastrándose. De pronto, la puerta se
abrió de golpe, sin yo tener que ponerle una mano encima.
El que me sonreía allí de pie, desnudo, era
Otto. Y estaba sonriente y feliz. Vi a Klaus detrás, bailando o algo por el
estilo. Otto me dijo, en un español machado y extraño, que llevaban esperándome
un buen rato. Me hizo seguir tomándome la mano y cerrando la puerta suavemente.
Tengo que decirles,
queridos amigos, que no olvido nada de esa noche o mejor, de ese día. Pues fue
el inicio de una cadena de eventos que me llevarían a escribir este texto desde
un sitio en el que jamás pensé encontrarme. Pero así son las cosas.