La planta creció de golpe. Alcanzó en un
abrir y cerrar de ojos el tamaño de los edificios cercanos, cada uno de veinte
pisos de altura. La criatura se desdoblaba como cuando las plantas crecen y las
ramas van cayendo a un lado y a otro y por eso todos pensaron que eso era lo
que era, una planta descomunal que parecía haber adquirido la loca habilidad de
crecer de golpe, más allá de lo que ninguna otra planta jamás había crecido.
Cuando se detuvo, el viento la meció con suavidad.
El charco de agua turbia del que había salido
seguía siendo el mismo, aunque un poco perturbado por las vibraciones que
producía la planta gigante. Ya no se escuchaba ningún pájaro, ninguno de los
pequeños animales que por tanto tiempo habían poblado esa isla de biodiversidad
en la mitad de la ciudad. Los nidos y las madrigueras habían quedado solas, ya
no había más vida en aquel lugar. Solo quedaba la criatura, la que parecía
planta pero nadie sabía si lo era de verdad.
Cuando su crecimiento pareció haber parado,
las personas que vivían cerca, e incluso algunos transeúntes, se acercaron un
poco a ver de lo que se trataba. Todos se asombraron al ver lo hermosa que era
la criatura, a pesar de su tamaño descomunal y su color verde que parecía haber
sido creado en un laboratorio y no por la naturaleza. El viento meciendo las
ramas, las pocas hojas que tenían, hacían pensar en un lugar idílico y un
momento de esos que parece estar congelado en el tiempo.
De repente, la planta se movió de nuevo. Pero
esta vez no fue ese crecimiento desmedido de antes. Esta vez de verdad se
movía, como un ser humano. Dos ramas, que parecían brazos alzándose hacia el
cielo, crujieron con fuerza e hicieron que los curiosos echaran algunos pasos
para atrás. Cuando las ramas como brazos se unieron en las alturas, varias
hojas crecieron de la nada. Era como ver un video acelerado del crecimiento de
una planta. Las personas ya no sabían qué pensar.
Las hojas nuevas formaron algo parecido a un
escudo cóncavo. Una de las personas que miraba desde la avenida más cercana
dijo la palabra clave. “¡Es una antena!”. Y eso era precisamente lo que la
planta gigante había creado. Unos doscientos metros sobre las cabezas de miles,
del charco de agua sucia, de los nidos vacíos y de la bulla de la ciudad, se
había formado una antena parabólica hecha por completo de hojas y ramas bien
entrelazadas, apretadas las unas con las otras, creando una estructura que era
simplemente sorprendente a la vista.
Después de verificar que nada más pasaría, el
gobierno decidió enviar un pequeño grupo al parque para analizar el agua del
charco, las plantas cercanas y los animales y, si era posible, tomar una
muestra de la criatura gigante para analizar en un laboratorio. Si querían
tener algún tipo de respuesta, lo mejor era acercarse y no seguir con la
estrategia de “dejar ser”. No podían permitirse no hacer nada justo cuando algo
de una naturaleza tan extraña estaba ocurriendo en la mitad de una ciudad.
El equipo estaba conformado por cuatro
personas. Pensaron que lo mejor era no enviar grupos demasiado numerosos,
puesto que no sabían bien si la criatura podía percibir peligro alguno. Era
mejor no correr demasiados riesgos. Tomar las muestras de agua, tierra e
incluso algunos cuerpos de animales y resto vegetales, fue relativamente fácil.
Lo complicado era acercarse de forma casual a la planta gigante y simplemente
quitarle un pedacito, como si no fuera nada más allá de lo meramente normal en
casos parecidos.
Pero no era un caso normal, ni de lejos.
Nunca, en ninguna parte del mundo, se había visto algo de esa magnitud. Y mucho
menos salido de la nada, sin previo aviso. Eso sin contar que la criatura había
formado una antena y no se sabía cual era el punto de esa creación. Se llevaron
varios aparatos para medir ondas electromagnéticas y de radio, pero no hubo
nada que resaltara en toda la zona. La antena, al parecer, no emitía señales ni
las recibía. Era un completo misterio para todos los seres humanos.
Las pruebas científicas fueron llevadas a cabo
en un corto periodo de tiempo. Al día siguiente, pudieron concluir que no había
nada en el agua o en la tierra que causara semejante crecimiento tan desmedido
de un ejemplar botánico normal. Los cadáveres de animales y los restos de
plantas no decían nada de la situación: no había sustancias tóxicas ni ningún
tipo de enfermedad particular de ninguna especie. En conclusión, toda la zona
era completamente normal, a excepción de la planta de doscientos metros de
altura.
Los seres humanos estaban confundidos. Miraban
y miraban a la criatura y no entendían cual era su propósito. Intentaron tomar
muestras de su base, pero cada vez que lo intentaban un escudo de ramas y hojas
salía del suelo para bloquearles el paso. Se intentó hacer la toma de la
muestra desde lejos, pero el resultado era siempre el mismo. Era como si la
planta, la criatura, supiera cuando estaba en peligro y cuando no. Parecía
incluso estar al pendiente de los seres humanos, puesto que sabía en que
momento venían y como parar sus intenciones.
Una noche, alguien notó algo muy particular:
sobre el escudo de la parabólica creada por la criatura, había miles de
pequeñas esferas volantes. Eran como polvo pero más grande y brillante.
Emanaban luz en todas direcciones y parecían danzar sobre las ramas y las
hojas. En ocasiones, había muchas de
esas esferas. Otra veces, no se veía ni una sola. Varios científicos optaron
por hacer observaciones de ese comportamiento y pronto pudieron establecer un
patrón de comportamiento.
Se creía que las esferas se formaban de la
misma planta cuando esta se disponía a usar la antena. Lo que no estaba claro
era si recibía información, si la transmitía o si hacía ambas cosas. El punto
era que no funcionaba todo el tiempo. Tal vez la criatura se cansaba de
trabajar o tal vez esperaba a ciertos momentos claves del día para poder hacer
lo que tenía que hacer. Sea como fuere, muchos de los científicos se fueron
enamorando por completo del extraño comportamiento de la criatura.
Pasada una semana, concluyeron también que las
hojas que le salían a la planta gigante no eran hojas normales, como las de los
árboles comunes. Esas hojas eran más fuertes, más grandes y parecían tener vida
permanente. Mejor dicho, no se marchitaban con nada. La lluvia apenas y las
movía y el solo no causaba en ellas nada, no las calentaba ni las hacía arder.
Era como si fuesen inmunes a muchas de las condiciones normales del clima. Todo
aspecto de la criatura era extraño.
Un día, cuando se dieron cuenta, ya no había
nada. La planta gigante había desaparecido sin dejar rastro. Cuando entraron
los científicos al charco para ver si había restos de la planta, no encontraron
absolutamente nada. Estaba todo lo que siempre había estado allí pero nada tan
fuera de lo normal como aquella cosa que los había fascinado por tanto tiempo.
Muchos se alegraron de haberla estudiado, otros de tomarle fotos y muchos de
solo decir que habían tenido la oportunidad de verla.
Tiempo después, científicos incansables
concluyeron que las esferas que se formaban sobre la antena, se distribuían
sobre la superficie de ramas y hojas de una manera determinada, siempre
bastante exacta. Pudieron pronto formar una secuencia de patrones.
Pero avanzar a
partir de eso parecía imposible. Compararon los patrones, las formas que hacían
las esferas sobre la superficie “vegetal”, con miles de fotografías científicas varias. Con constelaciones,
estructuras moleculares y miles de otras formas. Jamás se supo que querían
decir y de donde había venido la planta, o lo que sea que habían visto.