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viernes, 9 de febrero de 2018

Del saber y el deber

   El día anterior a su partido lo pasamos juntos. Le propuse venir a mi casa y pasar todo el día allí, los dos solos. Al otro día lo recogerían sus padres para llevarlo a comer algo con ellos antes de partir a su viaje de seis meses. Pero yo lo quería para mí solo por lo menos un día entero. Era lo que nos merecíamos, o al menos eso pensaba yo. La verdad era que eso era lo que yo quería y si me lo merecía o no era lo de menos. Solo quería sentir que lo tenía allí, cerca de mí, antes de que pasara lo desconocido.

 La manera en que lo había conocido no era la más común y corriente del mundo. Había sido en mi último año de secundaria, cuando todos los hombres teníamos por obligación asistir a una reunión con el ejercito para ver si éramos aptos o no para el servicio militar obligatorio. Obviamente, ninguno quería ser apto pues éramos un país en guerra y cualquiera que pudiese pasar un año entero haciendo su servicio podía ser enviado con toda facilidad a alguno de los frentes de la contienda.

 Yo sabía de antemano que no iba a ser apto para estar en el ejercito: no solo tenía un problema notorio en uno de mis músculos pectorales, cosa que me descalificaba de entrada, sino que también usaba gafas aunque la verdad era que mi miopía no era tan grave como ellos tal vez pensaran. El caso era que nada me preocupaba acerca de presentarme en ese lugar. Lo único era la revisión médica, que se hacía en grupo. Es decir, nos hacían quitar la ropa, a todos los hombres de último grado de secundaria, unos frente a otros.

 Aunque en otro contexto tal vez me hubiese interesado semejante espectáculo, la verdad era que de todas maneras me asustaba un poco el riesgo de que, por alguna razón, lo que me descalificaba de entrada ya no fuera algo grave para ellos. Al fin y al cabo, eran militares. No se ponen nunca a mirar mucho las cosas, solo hacen y listo. Así que aunque no puedo decir que no quería mirar a algunos de mis compañeros sin ropa, no era mi prioridad esa mañana de mayo, en la que hacía una temperatura agradable.

 Habían médicos mirando de lejos y revisando de cerca si veían algo que los hacía dudar. Y detrás de ellos, tres soldados que hacían de asistentes con cajas de guantes de plástico y toallas y no sé que más cosas. Fue entonces cuando perdí el interés por ver a mis compañeros de clase sin ropa. Porque detrás de los doctores, unos ojos color miel me miraban con una sonrisa tan perfecta que sentí que el tiempo se había detenido casi por completo. Yo me tapaba los genitales con las manos y una doctora revisaba mi pectoral extraño. Pero yo solo lo miraba a él.

 Al minuto me dijeron que podía vestirme e irme pues no era apto para el servicio. Empezaría entonces el proceso para generar una factura, basada en los ingresos de la familia. No puedo decir que puse mucha atención porque no lo hice, mientras me ponía la ropa, lo miraba a él. Pero de pronto un oficial entró y lo hizo salir y no lo vi más. Eso fue hasta que salí del recinto y me lo encontré cuando me tropecé con él al salir a la calle. Él iba a entrar y yo a salir y cuando nos chocamos solo sonreímos.

 Me dijo que lamentaba que no fuese apto. Yo le respondí que me alegraba no serlo. No estaba en mi coquetear a la primera sino ser brutalmente sincero, un rasgo que muchas personas detestaban en mi. Él sonrío y me dijo que su nombre era Raúl. Yo sonreí de vuelta y le di la mano. Le dije mi nombre y entonces noté que su apellido era Rivera, pues lo tenía en el uniforme. El momento fue interrumpido por el mismo oficial que lo había sacado de la revisión. Le pedía que lo siguiera.

 Raúl se apuró al instante. Era obvio que hacer esperar a un oficial de mayor rango no era lo correcto en el contexto del ejercito, así que se apuró a sacar su celular del bolsillo de la chaqueta y puso frente a mi casa la pantalla, que mostraba una serie de números. Un poco torpe, saqué mi teléfono y copié el número. Estaba en el último digito cuando me di cuenta que Raúl ya no estaba en la puerta. Se había ido detrás de su superior, al parecer casi corriendo para alcanzarlo.

 Allí empezó todo. Yo nunca pensé en relacionarme con alguien que tuviese que ver con el ejercito. No estoy de acuerdo con el uso de armas ni con ningún tipo de ofensa que requiera el uso de soldados a gran escala. La primera vez que salimos le dije todo eso, porque no quería ser hipócrita y que él pensara yo era alguien diferente al que de verdad soy. Se lo tomó muy bien e incluso bromeamos al respecto. La verdad era que Raúl era tan simpático, que su profesión era lo de menos.

 Eso fue hasta que le empezaron a pedir que saliera más de la ciudad. Se iba por algunas semanas y volvía normalmente más bronceado y cansado. Cuando lo veía, parecía estar a punto de dormir. Esos era los buenos días. Había otros que no lo eran tanto, como cuando no quiso verme por más de un mes. Hubo un momento en el que me cansé y amenacé con presentarme en su casa, a sus padres, si él mismo no salía a verme. Su padre había sido militar también, lo que hacia de la familia una muy conservadora. Yo sabía bien que ellos no sabían que su hijo era homosexual.

 Cuando por fin nos vimos, lo vi muy mal. No solo parecía cansado, sino que estaba pálido y parecía no haber comido bien en varios días. Le pregunté como se sentía y me dijo que mal. No había mucho en su manera de hablar, solo una expresión sombría que me dio bastante miedo al comienzo. Le tomé una mano, allí en el parque cerca de su casa. Temí que me rechazara, que me gritara o me echara del lugar. Pero en vez de eso me apretó la mano y empezó a llorar y hablar, casi sin respirar.

 Había sido testigo de cosas horribles, de cosas que no podría borrar nunca de su mente. Me dijo que había visto gente morir y que él mismo había disparado contra otras personas. Me contó de sus experiencia en un enfrentamiento en la selva y como había tenido que aguantar solo por toda una noche hasta que más soldados pudieron venir en su auxilio. Lo habían promovido por su tenacidad pero las secuelas de todo el asunto habían calado hondo en su mente y en su vida.

 Esa vez, como muchas otras, lo invité a mi casa. Es extraño decirlo, pero antes de eso la relación no había parecido tan seria como me lo pareció entonces. Ahora sí que parecíamos una pareja en todo el sentido de la palabra, incluso el sexo se sentía diferente, mucho más satisfactorio y personal. Nos conectamos bastante a raíz de ese momento y creo que todo mejoró para ambos. Incluso tuvo el valor para decirle a sus padres que tenía una relación con un hombre, aunque nunca me han conocido personalmente.

 Y ahora ha llegado el momento que más ha estado temiendo: otra de esas misiones largas que se extiende por un pero de tiempo aún más extenso ya que su nueva posición lo convierte en una persona más indispensable adonde sea que quieren que vaya. Le pedí que no me contara muchos detalles, porque creo que en este caso la ignorancia sí puede ser algo bueno. No quiero estar pensando todos los días en si estará vivo o muerto, a salvo o corriendo quien sabe qué riesgos.


 Por eso lo invité a quedarse conmigo por todo un día. Cocinamos juntos, hicimos el amor varias veces, vimos varias películas que desde hacía mucho queríamos ver y hablamos de todo y de nada. Por la mañana, me desperté primero y le hice el desayuno mientras se duchaba. Lo vi vestirse y le di un beso mezclado con lágrimas justo antes de irse. No quería pensar en nada pero sin embargo todas las ocurrencias que podía tener se mostraban al mismo tiempo en mi cabeza. Pero ya no había nada que hacer. Lo había elegido a él y tenía que vivir con esa decisión y sus consecuencias.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Despertar

Despertó. Y lo primero que hizo fue vomitar. Un poco cayó en su pecho pero casi todo fue a dar al piso. Estuvo varios minutos así, como si hubiera bebido por horas y horas. No tenía cabeza para nada más sino para el dolor físico que estaba sintiendo en ese momento.

Pero cuando terminó de expulsar todo lo que pudo, se dio cuenta de varias cosas. Lo primero era que no tenía nada de ropa puesta, estaba completamente desnudo. Pero no sentía frío.
Lo siguiente fue ver que el lugar donde estaba no era un sitio que él recordara. Parecía un cuarto de sótano, con las ventana pequeñas casi en el techo y las paredes sin pintar. No había nada más sino la cama donde había estado durmiendo. De resto era un espacio desolado, estéril, excepto por el clima.

Era extraño pero él creía recordar que había hecho frío hace poco, pero no sabía cuando. Sus recuerdos se sentían como una masa amorfa que no podía entender. Trataba pero solo hacía que el dolor en su frente fuera cada vez peor.

Decidió sentarse en la cama y respirar, controlar cada inhalación y exhalación como si no hubiera nada más importante que eso. Lo hizo por un tiempo hasta que el dolor desapareció casi por completo. Entonces se fijó en las ventanas, que estaban abiertas y se puso de pie. No era un hombre alto así que no podía ver hacia afuera pero se apoyó en la pared para escuchar. En silencio, se dio cuenta de que no había nadie afuera y que estaba en un lugar remoto.

Mira hacia la puerta y el dolor volvió, aunque suave, como alertando un peligro. Él ignoró el dolor y abrió la puerta. No pensó que se abriera tan fácil y que viera lo vio.

Era una escalera pero no daba a un piso superior sino a una puerta casi paralela al piso. Subió los escalones y forzó la perilla pero esa puerta no abrió fácil como la otra. Tuvo que empujar varias veces con la poca fuerza que tenía hasta que la madera cedió y pudo salir al exterior.

No, no era una casa donde había estado durmiendo. Era un búnker o algo parecido. Y, tal como había pensado, estaba lejos de todo. Era un bosque, no muy denso, pero con árboles altos y muy verdes. El silencio era inquietante.

Volvió al búnker y reviso por todos lados, buscando algo que le pudiera ayudar pero no había nada salvo el colchón de la cama. Salió de nuevo y empezó a caminar, primero lentamente y luego con más ganas. A ratos sentía ganas de vomitar pero las contenía.

Caminó así como estaba por media hora hasta que, para su sorpresa, llega a una cerca. Era más alta que él y no quería lastimarse tontamente, así que siguió la cerca y, mientras tanto, vio lo que había más allá del bosque: una avenida, bastante amplia. Y al otro lado, más árboles. No lo entendió por completo hasta que llegó a un arco metálico en la cerca que dejaba entrar y salir del bosque. Pero no era un bosque...

Al lado de esa salida había un cartel que daba la bienvenida al Parque de los Robles. El bunker estaba entonces en una zona urbana, no tan alejado como el había pensado.

Dio sus primeros pasos sobre el pavimento, siguiendo las líneas dibujadas, y notó por fin los rayos de luz directamente sobre su piel. Era reconfortantes, casi como electricidad recargando todos sus órganos, su cuerpo completo. Se sintió mejor, sin tanta prevención hacia ese mundo del que no tenía ni idea.

De pronto, vinieron recuerdos a su mente, que lo hicieron detenerse y sostener su cabeza:lo primero que hizo fue reír. Había recordado una serie de televisión en la que pasaba lo mismo. Instintivamente miró hacia atrás y sonrió de nuevo al ver que no había zombies cerca. No, esto era algo distinto. Entonces, caminó.

Lo hizo por una hora, casi dos, hasta que llegó al centro de la ciudad o al menos eso parecía: había edificios antiguos al lado de torres de oficinas con ventanas de vidrio. No parecían afectados de ninguna manera. Se dio cuenta que había tiendas en muchos de los edificios y entró a varias pero no había nada útil, nada que fuera absolutamente necesario. Pero que lo era?

Después avistó una mega tienda de aparatos electrónicos. Pero antes de pasar, el dolor de cabeza volvió y amenazó con romper su cabeza. Se sentía horrible, así que salió al sol, que rápidamente lo sanó como una madre preocupada. Algo estaba mal. Pero no sabía que era. Su mente todavía era errática, como un aparato dañado.

Fue allí, sentado en el suelo, cuando una criatura se acercó. Primero de manera tímida, pero luego abiertamente curiosa. Era un pájaro, del tamaño de una cabeza humana y, tal vez, igual de curioso. Se acercó con cuidado y luego se detuvo, mirando detenidamente al hombre que tenía frente a él. Era como si nunca hubiera visto algo igual.

Él miró al animal. Vio como se movía y entonces se dio cuenta. Al instante, se puso de pie y empezó a correr pero el animal voló hábilmente y le cortó el paso. De la nada, empezaron a aparecer varias aves que lo perseguían y no dejaban que caminara más. No parecía querer lastimarlo pero lo miraban como alguien que quisiese intimidarlo.

 - Que quieren? Que me hicieron?

Se dejó caer de rodillas y las aves lo rodearon. El hombre empezó a llorar sin control. Se tapó la cara y se tumbó totalmente en el piso, encogiendo en posición fetal, llorando, confundido.

Un sonido extraño interrumpió su situación y él no tuvo más remedió que ver que sucedía. Un ave más grande que las demás había llegado y las demás cantaban, haciendo un sonido horrible, como el de un violín mal ajustado. El ave grande se acercó al rostro del hombre y lo miró, como si fuera otro ser humano. Entonces el ave abrió las alas y el hombre vio que no era un ave.

Sus alas abiertas formaban una pantalla en la que se podía ver una imagen poco nítida, un símbolo. De pronto, sobre el pecho del animal, aparecía la imagen de una mujer que empezó a hablar.

 - Señor Torres. Nos alegra verlo.

Él miró a la mujer, todavía asustado, y no respondió a su frase.

 - Veo que está confundido, tal vez incluso sufra de amnesia. Eso no importa ahora. Es necesario que  me escuche.

Según la mujer, él había sido voluntario en un experimento. La idea era crear un soldado, un ser humano capaz de soportar cualquier tipo de ataque, de veneno, incapaz de morir. Según la mujer, lo habían conseguido.

 - El aire a su alrededor. No lo nota?

Él inhaló con fuerza, más por la impresión que por lo dicho. Y no sintió nada.

 - La ciudad fue atacada con químicos. El aire es mortal pero usted sigue vivo, incluso mejora con el  paso del tiempo.

El hombre, como pudo, se puso de pie. El ave dirigió sus alas abiertas a su cara. La mujer lo miró sonriendo.

 - Es usted un éxito.
 - No.

La mujer fruncía el ceño.

 - Porque dice eso? Lo es.
 - Quién soy? Que es este lugar? Que me hicieron?

Las lágrimas salían sin control. La mujer parecía pensar y luego, parecía ver a alguien más cerca a ella.

 - Señor Torres, usted está en la Tierra.
 - Y usted? Donde está?

La mujer dudó en hablar pero finalmente lo hizo, sin mirar directamente a su interlocutor.

 - En la Luna, con el resto de la población que queda.

Él respiró con dificultad, mirando de un lado a otro, buscando algo que le dijera que todo era una sueño.

 - Ha estado en hibernación por diez años, señor Torres. Cuando el momento sea correcto,  enviaremos por usted.

Las alas del animal dejaron de brillar y el pájaro las cerró, para luego irse volando, igual que las demás criaturas. Solo una de ellas, la primera en llegar, se quedó con él hombre que ahora gritaba y quería dejar de existir ya que era él no era nada ni nadie. Él, su vida y todo lo demás habían dejado de existir.