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miércoles, 15 de agosto de 2018

Relatividad no teórica

   Fue lo último, la gota que rebasó el vaso, como diría mi abuelita. Ese día volví a casa resuelto a largarme de este país de mierda, a llegar a un lugar tan lejano que ni siquiera internet podría brindarme noticias de mi lugar de nacimiento. Empecé a buscar trabajo de manera frenética, casi como si tuviera una obsesión con ello. De hecho, la tenía. Pero no una obsesión con trabajar sino con irme tan rápido como fuese posible. No soportaba más estar en donde había estado toda mi vida.

 Cada vez que salía a la calle, era como si todo se me viniera encima. Toda la gente me parecía cada vez más insoportable. Su desorden y falta de educación eran algo que simplemente ya no podía soportar. Me había visto envuelto, en menos de una semana, en cuatro incidentes en los que les había gritado a varias personas varias cosas a la cara. Claro que en varios de los incidentes había pasado algo, no eran cosas que pasaran de la nada. Todo venía de algo que sucedía y que yo veía cada vez de manera más evidente.

 El caso es que cada vez era más evidente que mi salud mental estaba en juego en todo esto. Así que traté de concentrarme y de hacer el mejor trabajo posible tratando de hacer todo en orden y con todo lo que necesitase. Mi esfuerzo se prolongó durante varios meses hasta que por fin dio frutos. Sin embargo, no era lo que yo esperaba. Me habían aceptado como trabajador en una empresa que básicamente contrataba a cualquiera. Era casi esclavista y había podido verlo muy bien, con referencias de muchas otras personas.

 Pero, esclavistas o no, seguían los pasos necesarios para ayudar al proceso de emigración. El contrato era por un año pero se podía ampliar, siempre y cuando hubiese un trabajo consistente y a la altura de lo que ellos pedían. Tengo que decir de paso que lo que me pedían hacer en ese trabajo no tenía nada que ver con lo que estaba estudiando, que a la vez no tenía nada que ver con el trabajo que iba a dejar una vez saliera del país. Pero la verdad eso me daba igual. Estaba listo a hacer cualquier esfuerzo necesario.

 Si el trabajo resultaba ser físico, trataría de mejorar ese aspecto de mi persona. Si el trabajo fuese demasiado cerebral, trataría de aprender y adaptarme al nuevo entorno. Simplemente no quería darle la oportunidad a nadie de verme fallar y muchos menos metería la pata para volver a un lugar al que sabía que no quería volver nunca en mi vida. Estaba todo ya tan decidido que no había manera de echarse para atrás. Empecé el proceso, llevando lo que necesitaran los del consulado y enviaba lo que necesitaran los del empleo. Todo lo hice, paso a paso, sin decir “no” y sin demora alguna.

 Sn embargo, no tenía la partida completamente ganada. No solo mi familia estaba completamente en contra de mi partida, sino que también mis amigos y prácticamente todos a los que les hablaba del tema parecían tener un problema con que me fuera de esa manera y con esas razones. Yo traté siempre de razonar con ellos y de hacerme entender pero nunca sirvió de mucho. Siempre terminábamos peleando y yo quedaba como el malo de la película y ellos como las victimas que no tenían la culpa de nada.

 Y no la tenían, eso es cierto. Pero yo no era un villano en mi propia historia. Solo quería algo que ellos no querían o tal vez algo que ellos simplemente no podían o no querían ver. Trataba de explicarles mis razones para creer que nuestro país había fallado, era uno de esos países que simplemente, por mucho que se haga, nunca van a mejorar. Trataba siempre de estar bien informado, de tener información completa y pertinente, pero eso nunca era suficiente para ellos, para los que pensaban en mi como un traidor.

 Para ellos, el país había mejorado notablemente en los últimos años. Casi siempre que alguien quería convencerme, hablaba de la cantidad de cosas que podían comprar hoy en día y de cómo era más seguro que antes. Yo les decía que lo de la seguridad era siempre muy relativo y que lo de poder comprar no tenía nada que ver con sentirse feliz o completo, y mucho menos con sentirse tranquilo. Tenía más que ver con una comodidad relativa que en verdad no terminaba siendo más que un camino oscuro y sin salida.

 Cuando me ponía así, más sombrío de lo normal, era cuando estaba más que seguro que mis argumentos iban a fracasar. No había manera de convencerlos de lo que yo pensaba y por eso siempre terminaba con algo que les llegara profundo o que al menos los hiciese pensar. No sé si alguna vez lo logré pero al menos intenté hacerlo varias veces. Era un gesto desesperado pero al menos sincero de que no quería dejarlos a todos atrás sin que ellos entendieran por completo las razones que me habían llevado a mi decisión.

 El boleto de ida lo compré con mis ahorros. Menos mal había sido cuidadoso con el dinero y tenía bastante para una situación como la que se me venía encima. Fue ya casi al final cuando mi padre ofreció ayudarme pero era muy poco y muy tarde. No se lo dije, solo le agradecí y nada más. Creo que él entendió que quería hacer esta etapa de mi vida yo solo, sin ayudas ni nadie que viniera a mi rescata. Era ya un viejo para unos, incluso para mi mismo, así que no lo dude más. La fecha fue elegida y los días pasaron de una manera bastante apresurada. Fue muy extraño, casi anormal.

 El día que me acompañó mi familia al aeropuerto fue también un día raro. Los sentía distantes pero al mismo tiempo nunca habían sido más cariñosos y atentos conmigo. Parecía que era necesario que me fuera de la casa para que dejaran de ser las personas que siempre habían sido y empezaran a ser un poco más parecidos a lo que tal vez ellos podrían haber sido de haber vivido una vida un poquito diferente. El caso es que lo disfruté durante esas horas, no importa lo escasas que hayan sido. Era un regalo de despedida.

 Otros regalos fueron menos agradables. Algunos me insultaron como despedida, otros simplemente dejaron de hablar. Y hubo un grupo que claramente prefirió la hipocresía. Ninguno de todos ellos me importaba demasiado. Me di cuenta de que no eran amigos sino solo personas que estaban ahí, por una razón u otra. Así que irse era algo que esperaban hacer de un momento a otro. Yo solo les había ayudado a decidir el momento para hacerlo y no me sentí mal cuando llegó esa hora.

 Un grupo pequeño, francamente muy pequeño, sí me deseo lo mejor con sentimientos verdaderos y se mantuvieron en contacto irregular durante ese primer año afuera, que suele ser siempre el más difícil. Tengo que confesar, tanto tiempo después, que me hizo mucho bien tenerlos alrededor. Ellos y mi familia estaban allí así no pudieran abrazarme o divertirme en vivo y en directo. A veces fue muy difícil y tuve el extraño sentimiento de que debía de volver, casi corriendo, a casa.

Pero no lo hice. Me mantuve en el lugar que había elegido e hice lo que me había propuesto: luché por el lugar que me habían dado y empecé a escalar con rapidez. Sin embargo, dejé el trabajo que me llevó allí relativamente rápido. Hice amigos nuevos y ellos me llevaron a un lugar mucho mejor, haciendo cosas que disfrutaba y con las que podía ganar dinero. Era feliz de verdad y, cuando salía a la calle, no quería matar a todo el mundo. Podía respirar y hacer lo que quisiera. Ser de verdad libre era posible.

 Nunca me arrepentí de la decisión que tomé porque ahora sé que no todos podemos ni debemos vivir la misma vida. Sé bien que no todas las personas tenemos la misma tolerancia a las injusticias o el mismo aguante para situaciones que pueden ser no tan extenuantes para unos y otros.

 Estoy contento y no me avergüenza estarlo. Estoy feliz de poder ser quién soy por fin y de haber tenido la oportunidad de encontrarme con esa persona. Jamás hubiese pasado si me hubiera quedado quieto, aguantando una posición eterna que jamás iba a cambiar. La esperanza siempre había sido relativa.

viernes, 22 de junio de 2018

Amor y guerra


   Su cuerpo se sentía bien. Debo confesar que siempre que pienso en él, recuerdo aquellos momentos cuando dormíamos juntos y besaba su espalda. Parecía que el tiempo iba más despacio durante esas mañanas, en las que el sol acariciaba todo de la manera más tranquila posible. Era como si el mundo se hubiese dado cuenta de la felicidad que sentíamos y lo celebraba con nosotros. No me avergüenza decir que hacíamos el amor varias veces al día, pues la conexión que teníamos era completa y difícil de explicar.

 No era solo sexo, era mucho más. Era amor y cariño, pero también amistad y un cierto grado de compañerismo. Al fin y al cabo nos habíamos conocido trabajando en la base, él siendo uno de los miembros de la parte administrativa y yo siendo un reciente ascendido a sargento. Creo que mi felicidad por ese logro había hecho que nuestra relación pudiera florecer. Tal vez si eso no hubiese sucedido, no hubiésemos visto en el otro lo que ahora vemos todos los días y no nos cansamos de compartir.

 Pero ahora ya no estoy con él, estoy lejos. Pienso en su cuerpo desnudo mientras duerme, pues asumo que no debe estar despierto aún. Aunque tal vez sí lo esté porque recuerdo que un día que llegué muy temprano él ya estaba desayunando y viendo televisión. En esa ocasión, me confesó que se había acostumbrado a dormir conmigo y que, cuando yo no estaba, su cuerpo parecía despertarlo para que estuviese pendiente de mi llegada. Era algo muy tierno pero no había pasado de nuevo.

 Tal vez estaba despierto hace horas y veía la tele, tratando de no pensar en mí o en lo que yo podría estar haciendo. Estaba a un mundo de distancia pero lo veía como si lo tuviese en frente. Quise poder tomar su mano y abrazarlo, compartir otro momento más con él, pero eso no podía ser. Por fortuna, mi trabajo no había demandado estar en un lugar fuera de nuestra ciudad en todo el tiempo que nos habíamos conocido, ya casi dos años. Pero el tiempo había llegado de pasar por el trance de la separación forzada.

 Antes de irme, compramos un gato que llamamos Garfield. No era un nombre muy inventivo, pero mi idea había sido la de darle una compañía a mi amado mientras yo no estuviese ahí. Obviamente él tenía su trabajo y varias responsabilidades, pero yo sabía bien que el problema era más bien por las noches y en las mañanas, cuando normalmente éramos solo nosotros dos. Sabía como se sentiría porque yo me sentiría igual. Estar alejados dolía bastante pero había que aguantar y enfrentar la realidad de las cosas y del estilo de vida que llevábamos y que habíamos elegido.

 Iba en un helicóptero sobre una selva completamente verde, casi impenetrable. Los árboles crecían con poco espacio entre sí, construyendo como un domo sobre el suelo húmedo que había debajo, donde más signos de vida luchaban por subsistir a cada momento. Mi trabajo era el de ayudar a entrenar a un nuevo grupo de reclutas en una base militar remota, todo relacionado a un programa de cooperación internacional que se había instaurado de manera reciente. Me habían elegido por mis dotes de mando.

 Cuando por fin llegamos a la base, un pequeño lugar construido en la ladera de una gran montaña, me sentí todavía más lejos de él que antes. Era como si me hubiesen transportado a otro planeta, pues no había signos de una civilización avanzada, fuera del helicóptero que se apagó rápidamente, mientras el equipo y yo nos presentábamos con los jefes de la nueva base y pasábamos revista a los soldados. Eran muy jóvenes o al menos así los veía yo, viéndome a mi mismo en sus ojos y expresiones. Fue algo extraño.

 Cuando terminas esa primera revisión, pude ir a mi tienda asignada. Allí, descansé un rato hasta que no pude aguantar y busqué al comandante de la base para pedirle ayuda: necesitaba comunicarme con mi hogar. Cuando por fin lo encontré, el comandante casi se ríe de mi. Debí pensar que no habría internet en semejante lugar tan remoto. Me explicó que la única comunicación que tenían con el exterior era por radio con el ejercito y, según las condiciones del clima, vía teléfono satelital.

 Les pedí el teléfono prestado pero me dijeron que no era posible usarlo en ese momento pues tenían notificación de que una tormenta se acercaba y eso haría casi imposible el uso del aparato. Yo iba a responder pero un estruendo en el exterior me calló por completo. Pensé que era ya uno de los truenos de la tormenta, un relámpago tal vez, pero no era eso. Salimos todos corriendo al patio central, donde estaba el helicóptero, y vimos como una sección de la selva parecía haber estallado en llamas, de la nada.

 No era tan cerca como había parecido pero tampoco era lejos. El comandante me explicó que esa era, en parte, la razón para poner una base en semejante lugar: narcotraficantes usaban la profundidad de las selvas vírgenes para construir laboratorios donde pudiesen hacer las drogas que quisieran. Siempre eran lugares muy rudimentarios, sin reglas de seguridad para nadie, fuese consumidor o manufacturero. Eran el nuevo cáncer de la selva y debían ser extraídos antes de que sus experimentos pudiesen poner en riesgo, no solo la vida de la gente, sino la de todo un ecosistema.

 Me asignaron un grupo de cinco chicos y con ellos nos asignaron la misión de ir al lugar del incendio y ver si habían heridos o narcotraficantes que pudiésemos atrapar en la zona. Me dio nervios mientras entrabamos en la selva, pues iba con personas que no estaban preparadas para semejante misión. Ni siquiera habíamos tenido tiempo de entrenar una vez. Pero entendía la necesidad de ir antes de que escaparan los delincuentes, así que no dije nada al comandante cuando me pidió liderar el grupo.

 Les aconsejé que sostuvieran las armas bien apretadas al cuerpo, para tener mejor control sobre ellas. No debían disparar a menos que yo se los ordenara, así nos ahorraríamos momentos que quisiéramos evitar. Les avisé que siguieran mis pasos y que rotaran su mirada para todas partes: arriba, abajo, frente, atrás y a cada lado. Debían ser camaleones en la selva y eso era en todo el sentido de la palabra. Los noté nerviosos pero teníamos un trabajo que hacer. Fue entonces que les dije que pensaran en la persona que más quisieran.

 Tal vez eran más jóvenes que yo pero tal vez tenían una novia en casa. E incluso si ese no era el caso, podían pensar en su familia, en sus amigos o en quién fuera. El punto es que usaran a una persona como ancla, para no soltarse por la selva haciendo tonterías. Sabían bien que había una cadena de mando y que debía respetar protocolos claros. Se los recordé mientras caminábamos, mientras yo pensaba de nuevo en mis momentos con el amor de mi vida, que debía estar pegado al techo sin saber de mí.

 Entonces el ambiente empezó a oler más a humo y una rama se quebró a lo lejos. Pasó exactamente lo que no tenía que pasar: uno de mis chicos no tenía el arma pegada al cuerpo y se asustó de la manera más tonta. Disparó una ronda hacia el lugar de donde venía el ruido y casi suelta el arma de la tembladera que le dio. Tomé el arma y le dije que se fuera para atrás. A los demás, les ordené que me siguieran y que no hicieran nada. Cuando llegué al lugar del incendio, vi algo que nunca hubiese querido ver en mi vida.

 Un niño, de unos diez años o tal vez menos, yacía en el suelo de la selva. Me acerqué a él y noté que todavía respiraba. Mi soldado le había dado con su ronda. Seguro el niño estaba escapando del incendio y pisó la rama que se quebró. Lo tomé en mi brazos y traté de ayudarlo.

 Mi amor, debiste estar allí. Hubieses sido de mucha más ayuda. El niño murió a mis pies y la moral de mis soldados se fue rápidamente por el caño. Llevamos el cuerpo de vuelta y lo enterramos. No sé que hacer ahora. Te necesito más que nunca, mi ancla. Esto parece imposible sin tu presencia.

viernes, 8 de junio de 2018

Un estudiante y un profesor


   La primera vez que tuvimos sexo fue en mi automóvil. Era de noche y estaba allí, en la oscuridad del enorme estacionamiento. Yo acababa de terminar mis correcciones del día en el salón de profesores y caminaba hacia mi coche para, por fin, ir a descansar a casa. El día había sido largo y tedioso, más que todo porque me había pasado todo el rato vigilando a los jóvenes mientras presentaban sus exámenes. No era poco común que alguno, o varios, trataran de copiarse o de hacer trampa de una u otra manera.

 Había llevado a dos chicos y una chica al rector ese día y las tres peleas me habían dejado cansado. Eso sin contar que, aunque los exámenes se habían terminado a las cinco de la tarde, había tenido que quedarme hasta las nueve de la noche para corregirlo todo. Nunca me había gustado ponerme a corregir en casa, sentía que estaría invadiendo un lugar casi sagrado para mi con cosas que allí no tenían nada que ver. Por eso siempre intentaba dejar el trabajo y mi hogar completamente separados.

 Abrí la puerta del coche, dejé mis cosas en el asiento del copiloto y me quité la chaqueta para dejarla sobre mis libros y demás. No hacía calor pero yo me sentía abochornado. Estiré los brazos lo más que pude, también la espalda, giré la cabeza a ambos lados y bostecé tratando de despertar del letargo de la larga jornada. Fue entonces cuando escuché su voz. Tuve que darme la vuelta para verlo allí, de pie en la mitad de un espacio de parqueo. El lugar estaba casi completamente solo y oscuro.

 Era Sebastián, de mi clase de las siete de la mañana. Había presentado su examen como todos los demás y no había tenido ningún problema con él durante el día y menos aún en el curso de la carrera. Se acercó un poco más y me saludó, sin decir más. Yo lo saludé y le pregunté que hacía en la universidad tan tarde. Me dijo que se había quedado con algunos amigos para el partido de futbol, que se había terminado hacía poco. Yo nunca fui fanático de los deportes, así que no me sorprendía no saber esa información.

 Pero, por alguna razón, le pregunté que tal había estado. Me dijo que bien pero también que había querido buscarme porque sabía que yo estaba allí. Por un momento no entendí lo que había querido decir pero no tuve que preguntar nada. Sebastián se acercó a mi, casi corriendo, y me abrazó de una manera un tanto extraña. Pensé que estaba triste o que algo muy grave le podría estar pasando, pero fue entonces que sentí como una de sus manos bajaba lentamente y se detenía en mi pantalón, más precisamente en el lugar donde estaba mi pene. En ese momento, la adrenalina empezó a fluir a borbotones.

 No sé cuanto tiempo estuvimos así. Solo sé que nos separamos eventualmente y el quitó la mano de donde la tenía, causando una reacción física en mi que no podía eliminar. Sin embargo, reaccioné rápidamente y le dije que no sabía qué le ocurría pero estaba seguro que no era algo que él en verdad quisiera. Además, yo era su profesor, y no era correcto que algo pasara entre un alumno y un profesor, más allá de una relación puramente académica. Él me miró a los ojos y pude notar que estaban húmedos, al borde del llanto.

 Me respondió que yo no era muy mayor y que no tenía porqué estar mal podernos ver como algo más que estudiante y alumno. En lo primero tenía razón: él era un chico de unos diecinueve años y yo era un profesor bastante joven de treinta y cuatro años. No era un viejo como sí lo eran la mayoría de los miembros de la facultad. Pero eso no tenía nada que ver, pues las reglas eran muy claras y nada así podía pasar entre un alumno y un estudiante. No había excepciones ni nada que se pudiese decir para cambiar las cosas.

 Yo se lo hice notar pero entonces él empezó a llorar, sin decir nada. Quise acercarme pero pensé que podría no ser la mejor idea. Después de todo, le estaba aconsejando tener cierta distancia entre nosotros y acercarme para tratar de entender lo que le pasaba podía entenderse mal. No solo él podría entenderlo incorrectamente sino que lo mismo podría pasar con la universidad. El problema para mí sería enorme y no podía permitirme perder el único trabajo estable que había podido conseguir en mi vida.

 No me acerqué pero le pregunté qué pasaba. No me respondió, así que le aconsejé visitar la oficina del consejero estudiantil o el de la sicóloga de la universidad. Cualquiera de los dos podría ayudarlo, o al menos eso pensaba yo. Él solo lloraba y se limpiaba las lágrimas con las mangas de su chaqueta, que le quedaba algo grande. Tengo que confesar que se veía muy tierno en ese momento, pero tuve que quitar ese pensamiento de mi cabeza, porque no podía estar diciendo una cosa y pensando otra. Podría haber problemas.

 Fue entonces cuando Sebastián me dijo, ya un poco más calmado aunque con lágrimas rodando por sus mejillas todavía, que se había enamorado de mi desde el primer día de la universidad. Me recordó que yo había sido el profesor que había dado el tour del lugar a su grupo, el mismo que le había dado su clase de introducción a la carrera. Yo, por supuesto, no lo recordaba. Pero él sí que lo recordaba, con gran detalle, y me dijo que yo le había gustado desde entonces. De eso habían pasado ya casi dos años. Según él, no había dejado de pensar en mí durante todo ese tiempo.

 Le dije que me halagaba con sus palabras pero que tenia que entender que las cosas solo podrían ser de una manera. Además, si sus padres se enteraban podría haber un problema mucho más serio que solo con la universidad. Traté de hacerle ver que había muchos chicos por todas partes y que seguramente alguno de ellos podría sentir algo por él como lo que él sentía por mí, y que eso sería mucho más fácil de manejar que una relación con alguien que le llevaba quince años de edad. Era la simple verdad.

 Él me explicó entonces que nadie sabía que era homosexual, ni sus padres, ni sus amigos de la universidad ni nadie más. Según él, había tenido muchas infatuaciones con hombres en su vida pero que la más intensa había sido conmigo, puesto que me veía muy seguido y notaba cosas en mi que le gustaban. Quise preguntar pero no tuve que hacerlo pues él mismo me dijo que le parecía responsable y gracioso pero también serio y muy fácil de tratar. Además, me había visto nadar en la piscina de la universidad.

 Eso me dio algo de vergüenza y sentí que se me ponía roja la cara. Fue cuando Sebastián sonrió y entonces, tengo que confesar, me pareció ver una parte del chico que nunca había visto y que me gustó bastante. Tenía una sonrisa hermosa que me hacía ver las diferentes capas de su personalidad. Era un chico algo inseguro y temeroso, pero también parecía ser alegre y optimista, tal vez a su manera. Creo que él se dio cuenta de lo que yo pensaba, porque se fue acercando lentamente y, esta vez, me tomó de la mano.

 Tengo que decir, de nuevo, que todo pareció pasar muy rápido y a veces muy despacio. Es extraño de explicar. De un momento a otro, resultamos en la parte trasera de mi coche. Creo que fui yo el que lo invitó a pasar… Entonces nos besamos, lo besé por todas partes y eventualmente le quité la ropa hasta dejarlo casi completamente desnudo. Él hizo lo mismo conmigo y así fue como mi automóvil se fue cubriendo de vapor, a la vez que Sebastián experimentaba su primera relación sexual con otro hombre.

 No sé cuanto tiempo estuvimos allí. Solo sé que cuando terminamos, le dije que lo llevaría a casa. No hablamos en todo el camino pero había un ambiente bastante confortable en el ambiente, lo contrario a lo que hay cuando sabes que has hecho algo que está mal y necesitas arreglarlo. Era completamente al revés.

 Cuando llegamos, nos despedimos con un beso en la boca. Sus labios eran dulces y su piel tenía un aroma suave y perfecto. Me dedicó una última sonrisa y salió del coche sin decir nada más. Lo vi entrar a su casa y luego me fui. Cuando llegué a la mía tuve mucho que pensar, bueno y malo. Como siempre.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Su pan y su familia


   El olor a pan me despertó. Olía a que estaba recién hecho. No era un aroma poco común, puesto que Nicolás había empezado clases en una escuela de cocina y se la pasaba casi siempre revisando libros de recetas y probando muchas de ellas para ver cual le quedaba mejor. Después de haber sido publicista por casi diez años, Nico quería cambiar de vida. El trabajo era cada vez más estresante y me había confesado cuando empezamos a vernos que ya no lo llenaba tanto como al comienzo. Había perdido toda la pasión que había tenido por su carrera y no sabía muy bien que hacer.

 Yo le sugerí que hiciera algún taller, algo corto y no tan profundo en lo que pudiese pasar el tiempo y tal vez descubrir un pasatiempo que le resultara interesante. La verdad es que yo jamás le dije que fuera a clases de cocina y aún menos que dejara su trabajo ni nada parecido. Solo le dije que debía darse un tiempo aparte para hacer algo que lo relajara, tal vez una o dos horas cada tantos días. Nunca pensé que me pusiera tanta atención. Ese sin duda fue un punto importante en nuestra relación.

 De eso ha pasado casi un año y las cosas han cambiado bastante: ahora vivimos juntos y yo trabajo más tiempo que él, aunque mi horario es flexible y tenemos mucho tiempo para estar juntos. Eso es bueno porque hay gente que casi no se ve en la semana y terminan siendo completos desconocidos. Casi puedo asegurar que nos conocemos mejor que muchos, incluso detalles que la mayoría nunca pensaría saber de su pareja. Lo cierto es que nos queremos mucho y además nos entendemos muy bien.

 Como regalo por mudarnos juntos, le compré un gran libro de cocina francesa, escrito por una famosa cocinera estadounidense. Se ha puesto como tarea hacer uno de esos platillos cada semana. Creo que a él le gustaría hacer más que eso pero las recetas suelen estar repletas de calorías, grasas y demás, por lo que pensamos que lo mejor es no hacerlas demasiado seguido. Él ha subido algo de peso desde que nos conocimos, aunque creo que tiene más que ver con las fluctuaciones relacionadas al trabajo.

 Ahora va a la oficina pero sus responsabilidades son algo diferentes. Además, me confesó el otro día cual es su meta actual: quiere tener el dinero suficiente, así como el conocimiento adecuado, para abrir un pequeño restaurante cerca de nuestra casa. Quiere hacer de todo: entradas, ensaladas, carnes, postres e incluso mezclas de bebidas. Incluso me mostró un dibujo que hizo en el trabajo de cómo se imagina el sitio. Algo intimo, ni muy grande ni muy pequeño, donde tenga la habilidad y la posibilidad de hacer algo que en verdad llene su corazón aún más.

 Debo confesar que todo me tomó un poco por sorpresa. Nunca lo había visto tan ilusionado y contento con una idea. Y eso que con el trabajo que tiene ha tenido varios momentos para tener ideas fabulosas y las ha tenido y trabajado en ellas pero jamás lo han cautivado así. He visto que trae más libros de recetas y que compra algunas cosas en el supermercado que no comprábamos antes. No me molesta porque no es mi lugar invadir sus sueños pero sí me ha tomado desprevenido. Sin embargo, me alegro mucho por él.

 Apenas me levanté de la cama ese domingo en el que hizo el pan, fui a la cocina y lo vi allí revisando su creación. Eran como las nueve de la mañana, muy temprano para mí en un domingo. Lo saludé pero él no se dirigió a mi sino hasta que pudo verificar que su pan estaba listo. Sonreí cuando vi su cara algo untada de harina y masa y su delantal completamente sucio. Lo más gracioso era que estaba horneando casi sin ropa, solo con unos shorts puestos que usaba para dormir, a modo de pijama.

 Cuando se acercó, le di un beso. Él partió un pedazo de la hogaza de pan y me la ofreció. Tengo que decir que estaba delicioso: sabía fresco, esponjoso y simplemente sabroso. Decidimos sentarnos a desayunar, untando mantequilla y mermelada al pan y esperando que otra hogaza estuviese lista. Él quería llevarla a casa de sus padres y yo había olvidado por completo que era el día de hacer eso. Normalmente nunca iba con él sino que visitaba a mi familia, pero resultaba que ese domingo no estarían en la ciudad.

 Su familia y la mía no se conocían muy bien que digamos, se habían visto solo una vez hacía mucho tiempo. Aparte, yo nunca me había llevado bien con nadie de su familia. Sus hermanos me detestaban y sus padres no lo decían en tantas palabras pero tampoco era santo de su devoción. Un día, bastante aireado, tuve que decirle que no me importaba lo que ellos pensaran de mi, pues yo pensaba que ellos eran una de esas familias que se creen de la altísima sociedad solo porque tienen una casa de hace cincuenta años.

 Para mi sorpresa, él rió con ese apunte. La verdad era que estábamos más que enamorados y nada podía cambiar ese hecho. Él, a mis ojos, era muy diferente del resto de la familia. No solo tenía una sensibilidad particular, que en ellos no existía, sino que tenía sentido del humor. Eso siempre había sido importante para mí. Es gracioso, pero mis padres lo adoran y se lamentan siempre que voy sin él a casa. Creen que ya no estamos juntos y a veces incluso creo que lo quieren más a él que a mi, tal vez porque él es el nuevo integrante de la familia.

 Después de desayunar nos acostamos un rato en la cama hasta que fue el mediodía. No hicimos el amor ni nada por el estilo, solo nos abrazamos y estuvimos un buen rato abrazados en silencio. Era un momento para nosotros y no tenía que ser gastado hablando tonterías. Esa era otra cosa que me gustaba de él y era que sabía apreciar todos los momentos, fueran como fueran.  Nos duchamos juntos y elegimos en conjunto lo que nos íbamos a poner ese día en cuanto a ropa se refiere. Siempre era gracioso hacerlo.

 Cuando llegó la hora, tuve que mentalizarme de la tarde que iba a pasar. Teníamos que llegar a almorzar y luego quedarnos allí hasta, por lo menos, las siete de la noche. Eso eran unas cinco o seis horas en las que debía resistir golpearlos a todos o tal vez de ellos resistirse a decirme algo, cosa que había ocurrido ya varias veces en el pasado, y eso que no nos veíamos con mucha frecuencia. Tal vez eso les indique el tipo de personas que son y lo difícil que puede ser relacionarse con ellos de una manera civilizada.

 Cuando llegamos, Nico les ofreció el pan y yo les ofrecí una mermelada que habíamos comprado que iba muy bien con el pan. Apenas agradecieron el regalo. Lo peor pasó justo cuando entramos y fue que él se fue con su padre y yo tuve que quedarme dando vueltas por ahí. Mi solución fue seguir el pan a la cocina, donde estaba la empleada de toda la vida de la familia, una mujer que era mucho más divertida que todos los otros habitantes de la casa. Hablé con ella hasta que fue hora de sentarnos a comer.

 Evité hacer comentarios. De hecho, no hablé en todo el rato. Agradecí a Nicolás que no fuera una de esas personas que fuerza conversaciones. Él estaba feliz de estar de vuelta en casa, ver a sus padres y hermanos y recordar un poco su vida en ese lugar. A mi la casa se me hacía sombría y en extremo fría pero eso él lo sabía y no quería repetirlo porque no me gusta taladrar nada en la mente de nadie. Tomé la sopa y luego comí el guisado de res, que estaban muy bien a pesar de la incomoda situación.

 El resto de la tarde tuve que ir y venir, entre la cocina, la sala y el patio. Jugué con el perro, leí una revista y creo haber revisado mi teléfono unas cinco mil veces. Incuso pensé en tratar de hablar con ellos pero cuando vi como me miraban, decidí que no era momento para esas cosas.

 Cuando nos fuimos, Nicolás me lo agradeció con un beso, luego diciendo que sabía que para mí no era nada fácil ir a ese lugar. Me invitó a un helado, como quién quiere alegrar a un niño pequeño. Yo acepté porque sabía que me lo había ganado, sin lugar a dudas.