Lo primero que hice fue encogerme, como si
fuese capaz de apretar todo mi ser en una pequeña bola. Después, lo que hice
fue empezar a llorar mientras mi corazón parecía querer salirse por la boca. La
sensación era horrible, como si me estuviese ahogando pero peor. El dolor eran
tan verdadero, tan cruelmente real, que tuve que encogerme aún más y no tuve
que echarme de lado para poder subsistir. Tenía que hacerlo, o sino la presión
me iba a matar y también ese dolor tan profundo que sentía, esa angustia tan
particular y tan tóxica. A veces recuperaba el aliento y podía tragar una buena
bocanada de aire limpio y eso me tenía que ser suficiente para todo el rato en
el que no podría hacer nada para no sentirme tan mal como me sentía.
La separación ya la había sufrido antes pero
creo que está vez me había afectado más, me había tomado más por sorpresa. Debí
saber, desde ese par de lágrimas que derramé al comienzo, que habría más
esperando por mi. Mi cuerpo y mi alma, al fin y al cabo, no son tan fuertes. Están
casi hechos de vidrio o de papel, lo que sea que se deteriore con mayor
sensibilidad. El caso es que jamás pensé que fuese a ser para tanto, pero lo
fue. Mi mente no había querido pensar todos esos días en lo que iba a pasar.
Siempre dije que no estaba nervioso ni asustado pero la verdad era que estaba
negándome a mi mismo la realidad de las cosas. Estaba, como se dice
popularmente, haciéndome el loco. No quería ver la realidad y no quería aceptar
que lo que iba a suceder era real.
Por eso cuando sucedió, fue algo gradual. O al
menos el dolor fue así. Al comienzo fue ligero y pasajero pero al pasar los
días y al ver que lo que estaba sucediendo era de hecho algo de verdad, todo se
fue literalmente a la mierda. No hay otra manera de ilustrarlo mejor y la verdad
es que así hubiera mejor manera, creo que las palabras dichas son más
dicientes. Fue la tercera noche, si mal no recuerdo, en la que todo lo que
tenía alrededor empezó a derrumbarse y, cuando estaba cansado, el dolor atacó.
Era como si me hubiese clavado una daga hirviendo hacía mucho pero hasta ahora
se había enfriado y sentía de verdad el dolor y la agonía.
Lloré como si no
hubiese un mañana. Me dolieron los ojos, las manos, la boca, la cabeza y cada
una de las articulaciones del cuerpo. Cuando me desperté seguí llorando, cada
pensamiento era como otro cuchillo más pequeño, que tomaba un pedazo de mi ser
y lo hacía trizas. El dolor era mucho mayor al que jamás hubiese sentido y la
verdad me di cuenta que debía sentirlo, no debía alejarme de él como si fuese
algo extraño y hecho para alguien más. Tenía que apersonarme de mi dolor y
aceptarlo completo, que me consumiera por completo, al menos por este rato en
el que sabía que no había escapatoria alguna para semejante dolor. Debía
sumirlo y tragarlo todo.
Así lo hice. Fue un trago amargo, que no puedo
decir que se haya detenido, pero al menos ya no se traduce solo en lágrimas
pero en sentimientos que van mucho más allá de algo que se pueda explicar tan
fácilmente. Son dolores, son afectaciones varias y no creo que se detengan en
un buen tiempo, es decir, tengo que aprender a vivir con todo ello. Y la verdad
es que no me molesta para nada. Porque ese dolor, esa sensación extraña, me
mantiene alerta y me recuerda muchas cosas que no debería olvidar nunca, muchos
sentimientos que no tendría de ninguna otra manera. Lo malo es que hay otros
sentimientos en juego que no son tan agradables pero es un todo o nada bastante
particular y definitivo.
Todo lo que me sucede tiene que ver con mi
familia, con no tenerlos al lado, con no poder tocarlos y verlos cuando yo
quiera. Aunque lo que me sucede va más allá de eso… Pero creo que eso ya es un
comienzo y no uno que deba ser particularmente fácil. O bueno, no para mí. Hay
gente que se comporta con la familia como si fueran gente con la que viven y
nada más y por eso la separación no es tan traumática pero para mí lo es,
seguramente porque siento algo más por ellos que agradecimiento. Nunca
entenderé como es la relación de otros con sus padres pero la realidad es que
no tengo que hacerlo pues esas son cosas de cada uno en la que nadie más tiene
un derecho real a meterse.
El caos es que lloro porque los siento lejos y
porque me siento responsable de estar causando un dolor peor del que siento
ahora, lo que es bastante malo si pudiesen sentir lo que yo siento. No puedo
empezar a entender como es que ignoré por tanto tiempo la situación a la que me
iba a enfrentar, como es que no la vi como algo real, algo que iba a pasar.
Tuve varios momentos para arrepentirme, para echarme para atrás y no seguir más
con esto en lo que me embarqué. Pero por alguna razón seguí adelante, hice cada
pequeña cosa que debía hacer para logar un objetivo, que sí pude obtener. Pero
la verdad es que no tuve alegría alguna por ello, de hecho al llegar al
objetivo, mi atención (si es que la había) pasó directamente al siguiente punto
en la agenda.
En cierto modo, estos meses de deliberaciones
y decisiones parecen haber sido vividos en un sueño o con cierto grado de
distracción. Yo no sabía que hacía y lo digo con toda honestidad. Olvidaba por
alguna razón que todas las acciones tienen, irremediablemente, una consecuencia
y una reacción casi inmediata. No tengo ni idea porque lo olvidé pero así fue.
Me siento ahora un poco estúpido aunque todavía no sé si arrepentido. Me siento
extraño pero ciertamente no bien ni en óptimas condiciones. Es muy raro, pero
es que como si el sueño en el que me metí hace tantos meses en verdad todavía
no hubiese terminado.
Y sin embargo, ya extraño algunas cosas. Extraño
mis caminatas diarias y extraño la luz y los colores. Los ritmos también, así
como esa rutina que no iba a ningún lado pero que era mía. Levantarme temprano,
escribir, desayunar, saludar a mi madre, hablar con ella y compartir, ducharme,
cambiarme, jugar videojuegos, ayudar a preparar el almuerzo, sacar a la mascota
de su jaula, almorzar, hablar y compartir de nuevo y después salir a caminar y
apreciar lo malo y lo bueno de la vida en ese lugar que siempre, eso creo, será
mío. Porque no me puedo quitar ni a la
gente, la especial, de mi mente, ni a los lugares ni a esas pequeñas cosas que
ni sé que son pero sé que importan mucho. Todo eso es, en resumen, lo que
extraño y lo que anhelo y lo que añoro.
Muchos, sin duda, me llamarán desagradecido y
me tildarán de “niño de mami”, adjetivos que no significan mucho para mi en
este momento. No me importa ni me ha importado nunca lo que piensen de mi pero
la verdad es que me gustaría aclarar que no tiene nada que ver con agradecer o
no el hecho de que extrañe a mi familia y el que no vea lo que hay ahora a mi
alrededor. Ya llegaré a apreciarlo y ya habrá un momento en el que vea esas
cosas especiales que me encantan en este nuevo lugar, cosas que tal vez lo
conviertan en otro lugar especial, que no es tan nuevo ni tan espectacular pero
que es lo que es ahora y no va a cambiar.
Creo que eso es lo que me pone peor, el hecho
de que las cosas cambien y jamás se queden como siempre han estado. Es egoísta
pero por mi las cosas deberían haberse quedado como eran hace muchos años,
cuando mis preocupaciones no me acosaban tanto o que simplemente la vida fuese
tan perfecta que no hubiese que tragar tierra para poderla vivir por completo.
Esas cosas que hay que hacer y que a nadie le gustan son aquellas que siempre
me molestarán y nunca me permitirán estar de verdad tranquilo. Pero eso es algo que tengo que aceptar,
reconocer y aprender a controlar o al menos a detectar con tiempo porque todo
tiene un limite, incluso nuestros moldeables cuerpos.
Ahora mismo mi realidad es sencilla: me siento
un poco perdido y molesto. Perdido porque todavía siento que lo que pasa no es
real pero al mismo tiempo sé que no es un sueño. Y molesto porque la vida
debería ser lo que nosotros quisiéramos que fuera. Sí, ya sé que eso acarrearía
muchas cosas negativas para otros y que todo no funcionaría como lo hace hoy en
día pero no creo que eso sea algo de verdad malo. Ahora, también quisiera
mandarlo todo al carajo pero no puedo. Tampoco puedo acelerar el tiempo ni
puedo forzar las cosas ya que todo tiene que suceder a su ritmo, a su tiempo. Y
eso es frustrante y molesto pero es la realidad de las cosas.
Lo cierto es que mi dolor es verdadero y que
los extraño mucho, tanto que me confunde y hace pensar y a veces no quiero
hacerlo.
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