La última parte de la casa que consumió el
fuego fue el ático. Aquel lugar mágico que durante tanto tiempo había sido el
refugio del artista y sus modelos. Porque no fue uno sino muchos pero el último
fue el más importante, sin duda. Las llamas avanzaron lentamente, consumiendo
casi con placer cada una de las pinturas terminadas que se encontraba enrollada
en algún lado o enmarcada y contra la pared, sin nunca haber intentado siquiera
ser colgada como debería serlo una obra de arte.
De pronto era porque estas imágenes eran de
carácter privado y solo habían sido exhibidas una vez y con esa vez había sido
suficiente para ellas y para su artista. Él ya no existía y su modelo estaba
lejos. Cuando se enteró del incendio, solo sintió y siguió con su vida porque
no había nada más que hacer. Lo que habían vivido en ese lugar era algo de
ellos, algo que no quería compartir con nadie más así que simplemente se alejó.
La verdad es que solo una de las pinturas
sobrevivió intacta. Por alguna razón el artista había sido muy cuidadoso con
esa pieza en particular y la había guardado en uno de esos tubos que sirven
para guardar planos de arquitectura y demás obras de gran tamaño. El tubo no
estaba hecho de cartón ni de nada parecido, así que para cuando el incendio fue
apagado por los bomberos, todavía resistía el calor abrasador de las llamas.
Fue, de hecho, uno de los investigadores de la policía el que sacó el tubo de
entre las cenizas y contempló la pintura. Fue la primera vez que alguien lo
hizo, después de muchos años.
Al policía le encantó la imagen: era un hombre
completamente desnudo en lo que parecía una pose de gran felicidad, tenía los
brazos en el aire y una sonrisa enorme en la cara. El estilo era bastante
particular, no fiel a la realidad pero lo suficiente como para sonreír al mismo
tiempo que se veía la sonrisa en la cara del modelo.
El policía no sabía
nada de arte pero sabía que le gustaba mucho la obra y quiso quedársela pero
eso no pasaría a menos que alguien reclamara las posesiones de la casa, cosa
que parecía que no iba a pasar pues pronto pasaron los días, un par de semanas,
y nadie aparecía para decir nada del lugar. Lo único que el policía hizo en ese
tiempo fue llevar la imagen a un experto en arte y preguntarle si conocía la
obra o al menos el estilo.
El critico dijo que estaba fascinado con la
técnica y ese extraño sentimiento que daba la pintura pero lamentablemente no
sabía quién era el artista. Revisó cada milímetro de la pintura y encontró, en
la parte trasera, un código que normalmente se usaba para clasificar obras en
galerías así que lo más posible es que había sido expuesta en algún lado.
Encontrar al artista era posible.
El detective era un hombre casado hacía poco y
con poca experiencia en el mundo policial. Por ser “el nuevo” lo alejaban de
los grandes casos como eran los que tenían que ver con secuestros u homicidios
o cualquier cosa que pudiera ser un verdadero reto para un detective. Así que
la mayoría de las veces se dedicada a hacer el papeleo de los demás o a casos
que para él no significaban un avance significativo en su carrera como la
pérdida de una mascota o de algún bolso en una estación de metro.
El caso de la incendio y de la pintura
misteriosa era suyo porque a nadie le interesaban los incendios en que solo se
quemaban las cosas y no moría nadie. Así que no había ni un solo interesado en
quitarle el control de la investigación. Se puso entonces a buscar en internet
el código que había detrás de la pintura, además de investigar quién era el
dueño de la casa, aunque eso había probado ser un callejón sin salida pues era
una empresa la dueña y no una persona.
La empresa se llama Daisy y lo que hacía era
exportar flores a todo el mundo. El gerente general ni siquiera sabía que la
empresa poseía esa propiedad e incluso dudó que fuera cierto, tal vez un error
en los archivos de la policía. Esto el detective se lo tomó mal pues habiendo
estado sumergido por tanto tiempo en los bajos fondos de la policía, sabía que
eso de los errores no pasaba tan seguido como la gente creía. Pasaba más que
los archivos estuviesen incompletos, eso era ya otra cosa.
Acto seguido, se dirigió a la dueña de la
empresa. Vivía en una casa de campo y fue allí que encontró la primera pista.
La mujer tenía unos setenta años pero se encontraba muy bien de salud y de
hecho le pidió al detective que no la demorara pues tenía una fiesta de
beneficencia a la que debía llegar y no podía dejar de ir. Al mencionar la
casa, el detective se dio cuenta que había despertaba un recuerdo en la mujer,
pues su apuro se desvaneció y se tuvo que sentar. Uno de sus empleados le trajo
un vaso de agua y el detective tuvo que esperar hasta que la mujer hubo tomado
mejor color.
Resultaba que esa era la casa donde ella había
crecido. El barrio donde estaban ahora las ruinas era uno de los más
tradicionales de la ciudad y en su época había sido el centro de la vida de
élite pero ahora era un barrio de estudiantes y artistas. A ella le cayó muy
mal el hecho de saber que su casa de infancia ya no existía y no entendió nada
de la pintura o del artista. Le aseguró al detective que no sabía nada de nadie
que viviese allí pues ella recurría a una agencia inmobiliaria para que
manejara sus bienes raíces. De hecho, ella ni recordaba que la casa seguía bajo
su posesión. El detective la dejó entonces, todavía afectada por la noticia.
Se dirigió entonces a la agencia inmobiliaria
y allí fue casi imposible recibir una respuesta directa. Primero porque todo el
mundo parecía inmerso en sus asuntos, en su trabajo y en todo lo que tenía que
ver con lo que hacían allí. Incluso parecía que ni habían visto que el
detective estaba allí de pie, como una lámpara. Cuando por fin detuvo a alguien
para preguntar lo que necesitaba preguntar, le dijeron que esa información era
confidencial. Él mismo tuvo que llamar a la dueña de la casa para aprobar que
abrieran el archivo pero no sirvió de mucho: el lugar parecía estar
subarrendado pues la persona que en teoría vivía allí era otra mujer mayor que
ahora estaba en un hogar para gente mayor.
Frustrado, el policía solo tenía a su esposa
para explicarle lo mucho que quería solucionar todo eso. Sentía que la sonrisa
del hombre era como la de la Mona Lisa, guardando un gran misterio que quién
sabe si sería posible conocer alguna vez. Ella lo consolaba y le dijo que de
pronto el fuego había consumido todo menos ese cuadro precisamente para
perpetuar esa imagen tan poderosa que nadie nunca podría descifrar. Pero
entonces el detective tuvo una idea. Besó a su mujer y le dijo que volvería en
un rato.
Cuando llegó al edificio donde trabajaba, no
se dirigió a su oficina sino al archivo, donde se guardaban todos los objetos
que encontraban en las escenas de los muchos crímenes que había en la ciudad.
Pidió la llave de siempre y se dirigió a una caja donde estaba el tubo pero
también otros objetos. Su mujer le había hecho caer en cuenta que el tubo no
había sido el único sobreviviente del incendio. Había objetos pequeños que
también habían sido recogidos por la limpieza de la escena, nada muy
importante. Lo revisó todo con cuidado pero no encontraba lo que quería hasta
que dio con un celular quemado.
Pidió herramientas para sacar de él una
memoria que no estaba dañada y allí encontró unas cien imágenes. La mayoría
eran de sitios, de paisajes y demás. Pero había una en la que un hombre
devolvía la mirada. No era el del cuadro pero era, tal vez, otro misterio
resuelto. Era el artista, con manchas de pintura y sus pinceles, sentado en un
taburete y sonriendo.
Al día siguiente, por fin pudo el detective
determinar que el nombre del artista era Jonás Hegel. Parecía un nombre extranjero
pero no lo era. Era sobrino de la mujer que debía vivir en la incendiada, ella
misma terminó recordando que lo dejó vivir con ella y que a veces invitaba a
sus modelos para pintar en el ático. Pero recordaba también que al final era
solo uno y por eso decidió irse, pues sabía que Jonás se había enamorado y
pensaba que necesitaría todo el lugar para formar una familia. Lamentablemente,
eso nunca pasó. Jonás murió después de esa exposición de arte, que había sido
su primera y la única.
Del modelo nunca se supo nada. La vieja mujer no
recordaba su nombre y por mucho que el detective revisó fotos, archivos y
demás, no pudo encontrar ni su imagen ni su nombre por ningún lado. Era como si la vida no quisiera que se supiera nunca quién había sido. Lo único que quedaba de él
era esa pintura, ese cuerpo danzarín y esa sonrisa que duraría para toda la
eternidad.
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