EN: Hello. I just wanted every person that visits my blog to know that I won't be uploading short stories or any texts for the next few weeks. I won't be at home or near a permanent Wi-Fi in order to upload my writings. Besides, I need a rest from this. No, it's not going to be a permanent thing.
I hope you understand. I'll try to write during my holidays anyway, if I can find the time.
Thank you and happy summer!
ES: Hola. Solo quería decirle a las personas que visitan mi blog que no estaré subiendo cuentos cortos ni ningún tipo de escrito en las próximas semanas. No estaré en casa ni cerca de Wi-Fi estable para subir los escritos. Además, necesito un descanso de esto. Y no, no será algo permanente.
Espero lo comprendan. De todas maneras, trataré de escribir durante mis vacaciones, si puedo encontrar el tiempo.
¡Gracias y feliz verano/feliz julio!
Pensamientos, escritos, cine y más / Thoughts, writings, cinema and more.
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viernes, 6 de julio de 2018
IMPORTANT NOTICE! / ¡AVISO IMPORTANTE!
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Ubicación:
Bogotá, Colombia
miércoles, 14 de febrero de 2018
Rebeldes (Parte 1)
Todo el lugar era un caos. Había explosiones
sin cesar y gritos que trataban de romper el muro de ruido que la batalla había
armado en ese otrora hermoso campo. Era increíble pensar que hasta hacía muy
poco, pasto de un verde intenso crecía allí. Un pasto que los granjeros veían
apropiado para sus rebaños, pues era una tierra de todos y la naturaleza se
había encargado de que el lugar fuera casi como un santuario para la vida
silvestre. Lamentablemente, el paraíso no duró para siempre.
La mayoría de los combatientes portaban un
uniforme blanco que, por alguna extraña razón, no se manchaba con nada. Algunos
decían que tenía propiedades mágicas, producto de las alianzas formadas durante
la guerra. Muchos seres oscuros y peligrosos habían surgido de las entrañas del
mundo y algunos de ellos estaban allí, en la mitad del campo de batalla.
Algunos eran monstruos horribles que podían quebrar un cuerpo en dos con sus
mandíbulas y otros eran seres que se veían más normales pero que tenían
habilidades particulares.
Escondidos detrás de una duna de tierra negra,
Al y Chris esperaban el momento justo para su ataque. Ellos estaban del lado
contrarios de las tropas de blanco. Vestían ropa común y corriente pero también
tenían sus haces bajo la manga. Sin embargo, sus superiores les habían
recordado que no podían usar nada de lo que sabían antes de tiempo, para evitar
que el enemigo los tomara pronto como objetivo de sus ataques. La idea era
pasar desapercibidos hasta el momento adecuado.
Habían estado escuchando las explosiones por
un buen rato, habiendo aparecido en el lugar justo antes de que las tropas
blancas decidieran atacar, aunque los rebeldes vestidos de ropa común estaban
listos para la embestida. Eran menos numerosos pero más difícil de atrapar por
su gran agilidad, una cualidad que habían obtenido tras años de correr por
entre las calles de las ciudades dominadas por los Blancos. Tenían que aprender
a robar para sobrevivir en el mundo.
Chris miró a Al y asintió. Al hizo lo mismo y
desapareció de golpe. No corriendo ni volando ni haciendo nada de lo que haría
una persona común y corriente. Al tan solo había desaparecido y aparecido de
pronto un kilometro al norte, desde donde tendría una perspectiva diferente de
la batalla. Era un terreno algo escarpado, por lo que su visión sería perfecta.
Los Blancos habían tomado la posición ventajosa. Con un golpe fuerte, podrían
vencer a los rebeldes empujándolos al mar. Y por muy recursivos que fueran, no
todos sobrevivirían la caída al agua.
Al de nuevo desapareció desde donde estaba y
apareció al lado de Chris. Con una mirada, Chris supo que Al había confirmado
lo que ya sabían. No solo que los Blancos tenían la clara ventaja en la
batalla, sino que habían ignorado proteger uno de sus flancos por la soberbia
misma que los sostenía en el mundo. Ese era el sitio para atacar y ellos dos
eran el arma secreta de los rebeldes para cambiar el rumbo de las cosas en el
mundo y por fin poder respirar en paz.
Al y Chris se tomaron de la mano y esta vez
los dos desaparecieron. Aparecieron casi al mismo tiempo detrás de unos
arbustos. Cuando miraron por entre las hojas, los últimos soldados Blancos
pasaban casi corriendo para unirse a la batalla. Para ellos habría grandes
riquezas y recompensas si se unían a las peleas que su gobierno armaba contra
minorías que no tenían como defenderse. Al menos no hasta ahora. Puesto que los
rebeldes habían sacrificado muchas vidas por una victoria.
Después de unos minutos, los dos hombres
salieron de entre los arbustos. Se miraron una vez más y supieron que ese era
el último momento que estarían juntos. Habían sido pareja en el grupo de
infiltraciones por meses, reuniendo información de las tácticas militares de
los Blancos y de ese preciso lugar alejado, a propósito, de grandes zonas habitadas
que podrían haber sido afectadas con una batalla de semejantes proporciones.
Eran jóvenes pero su conocimiento era vasto.
Sus ojos se quedaron entrelazados unos
segundos más. Entonces, Chris miró hacia la batalla y, sin dudarlo, corrió
gritando con todas sus fuerzas. De repente, su cuerpo empezó a quemarse. Llamas
cubrieron su cuerpo de un momento a otro e incluso fue capaz de elevarse del
suelo y volar por encima del campo negro.
Y sus poderes no terminaban allí: desde la retaguardia, lanzó llamas de
un intenso color amarillo hacia los Blancos. Los fue encerrando con cercas de
llamas de dos metros.
Los soldados Blancos estaban aterrorizados.
Nunca habían sido testigos de algo semejante. Sabían que había gente con
poderes extraños, ellos mismo habiendo negociado con algunos de ellos para
aprovechar sus poderes en el campo de batalla y en la vida diaria para
intimidar al que necesitaran hacer pensar dos veces sobre sus acciones. Pero
ese hombre en llamas era algo completamente distinto. No solo su poder era
intenso en todo el sentido de la palabra, su sola silueta en el cielo nublado
era suficiente para hacer correr a cualquiera, antes de morir calcinado.
Al también se había unido a la batalla,
tratando de ayudar a los rebeldes empujados hacia el mar a retomar terreno.
Usando su poder de transportación instantánea, podía golpear a varios soldados
separados por varios metros, casi al mismo tiempo. Su velocidad y la ferocidad
de Chris habían sido las armas secretas de los rebeldes. Y parecía que la estrategia
estaba funcionando a las mil maravillas, puesto que los Blancos parecían querer
retirarse pero no podían por los muros de llamas.
Los dos jóvenes estaban seguros de haber hecho
lo correcto al proponer semejante ataque. Sus superiores habrían preferido
esperar un poco más de tiempo para irse de cabeza contra los Blancos, pero Al y
Chris los convencieron de que un ataque frontal y definitivo era la mejor idea,
sobre todo porque evitaría la muerte de muchos otros que estaban siendo
masacrados o torturados en las ciudades, solo por haber robado una pieza de pan
o por querer evitar el servicio militar obligatorio.
Los rebeldes tenían ganado el día. O casi. De
la nada, más soldados Blancos y más bestias salidas del infierno mismo
aparecieron para enfrentar a los rebeldes. Una de ellas tenía un aspecto
parecido a un murciélago gigante. Fue ella quién atacó con magia negra al
hombre en llamas y lo tumbó del suelo, cayendo a tierra con un golpe seco.
Allí, se enfrentó a soldados Blancos a puño limpio. Mantuvo su posición un rato
pero ellos eran muchos más y sus llamas se habían apagado por el esfuerzo.
La murciélago bajó de los cielos y lo golpeó
una y otra vez. Chris quiso usar su poder pero no podía, estaba exhausto. La
criatura lo apretó contra el suelo y rió, de la manera más espeluznante
posible. Dijo algo en un idioma extraño y uno de los soldados le pasó una
delgada espada. La criatura blandió la espada y, por un segundo, todo parecía
terminar. Sin embargo, Al había visto a Chris caer del cielo y había corrido
hacia su compañero. Como pudo, se movió como bólido entre el enemigo.
Apenas estuvo detrás de la criatura, se agachó
de golpe y tomó a Chris por uno de sus tobillos. La espalda cayó con fuerza
pero en el suelo no había nadie a quien matar. La criatura había perdido a su
presa pero tenía muchos otros rebeldes que aplastar. Los Blancos ganaban, de
nuevo.
En un lugar lejano, sin caminos ni gente,
aparecieron los dos rebeldes apenas respirando. Chris estaba todavía de
espaldas, esperando sentir la espada penetrando su cuerpo. Pero entonces sintió
algo en un pie y vio que era Al, herido de gravedad justo antes de
transportarlo a un sitio seguro.
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Bogotá, Colombia
miércoles, 26 de julio de 2017
Un día más
Al caer, las bombas levantaban del suelo la
delgada capa de tierra y suciedad que había ido cubriendo la ciudad durante los
últimos meses. Ya no había servicio de recolección de basuras. Ya no había
electricidad y el servicio de agua en los domicilios se veía interrumpido
durante varias horas todos los días. La calidad del liquido había decaído tanto
que no se recomendaba beberla y siempre hervirla antes de usarla para cocinar.
Pequeños tanques de gas se repartían para esto pero eran cada vez más escasos.
Durante un año, el asedio a las fronteras y la
destrucción de varias ciudades lejanas habían hecho que la capital se hubiera
ido cerrando poco a poco sobre si misma. Ya nadie trabajaba en nada, a menos
que fuese para el gobierno. Se pagaba en comida a quienes ayudaran a instalar y
construir murallas y equipamiento militar para la defensa y si la gente se
enlistaba su familia recibía un trato preferencial, siendo traslada a una casa
especial con todo lo necesario en el mundo anterior.
Claro que esto había hecho que convertirse en
soldado no fuese tan fácil como antes. Solo alguien perfectas condiciones
físicas era aceptado y si era muy viejo, lo echaban sin dudarlo. Mujeres y
hombres hacían filas muy largas para obtener la oportunidad pero muy pocos lo hacían.
Cuando la oportunidad llegaba, venía un camión por sus cosas y se los llevaban
en la noche, sin escandalo ni espectáculo. Todo en silencio, como si estuviesen
haciendo algo malo.
Sin embargo, el ejercito era lo único que le
quedaba al país. No era oficial, pero el gobierno existía ahora solo en papel.
El presidente no tenía ningún poder real. Había sido reemplazado por una junta
de jefes militares que se pasaban los días construyendo estrategias para poder
repeler al enemigo cuando este llegara. Y es que todos esperaban ese día, el
día en que los pájaros de acero aparecerían en el cielo y harían caer sobre sus
cabezas toneladas de bombas que barrerían el pasado de un solo golpe.
Cada persona, cada familia, se preparaba para
ese destino final. Los más jóvenes a veces fantaseaban con un salvador
inesperado que vendría a defenderlos a todos de los enemigos. Pero incluso los
más pequeños terminaban dándose cuenta que eso jamás ocurriría. Todavía existía
la radio y el internet. Ambos confirmaban, en mensajes poco elaborados pero muy
claros, que el mundo estaba en las manos de aquellos que ahora eran los
propietarios del mundo. Se habían arriesgado en una jugada magistral y habían
resultado vencedores.
Los vencidos hacían lo que podían para vivir
un día más, siempre un solo día más. No pretendían encerrarse en un mundo
propio y que los enemigos simplemente no reconocieran su presencia. Eso había
sido posible muchos siglos atrás pero no ahora. Con la tecnología a su
disposición, el enemigo había ocupado cada rincón de la tierra. Si no enviaban
soldados o gente para reconstruir ciudades, era porque el lugar simplemente no
les interesaba. Pero no era algo común.
En los territorios ocupados, los pobladores
originales eran sometidos al trato más inhumano. Al fin y al cabo eran los
derrotados y sus nuevos maestros querían que lo recordaran cada día de sus
vidas. No se usaban las palabras “esclavo” o “esclavitud” pero era bastante
claro que la situación era muy similar. No tenían salarios y los hacían trabajar
hasta el borde de sus capacidades, sin importar la edad o la capacidad física.
Para ellos nada impedía su capacidad de trabajar.
Fue así como las minas nunca cerraron, lo
mismo que los aserraderos y todas las industrias que producían algo de valor.
Lo único que había ocurrido era una breve pausa en operaciones, mientras todo
pasaba de las manos de unos a otros. De resto todo era como siempre, a
excepción de que las riquezas no se extraían de la tierra o se creaban para el
comercio. Se enviaban a otros rincones del nuevo imperio y el mismo gobierno,
omnipresente en todo el globo, los usaba a su parecer.
Cada vez había menos lugares a los que
llegaran. Si no lo hacían era por falta de recursos, porque no les gustaba
darle oportunidad a nadie de escapar o de hacer algún último movimiento
desesperado. Si se detectaban células rebeldes en las colonias, se exterminaban
desde la raíz, sin piedad ni contemplación. Era la única manera de garantizar,
en su opinión, que nunca nadie pensara en enfrentárseles. Y la verdad era que
esa técnica funcionaba porque cada vez menos personas levantaban la voz.
Cuando ocupaban un territorio, usaban todo su
poder militar de un solo golpe, sin dar un solo respiro para que el enemigo
pensara. Sus famosos aviones eran los primeros en llegar y luego la artillería
pesada. El fuego que creaban sus armas era el que derretía las ciudades y las
personas hasta que se convertían en cenizas irreconocibles. Sin gobiernos ni
resistencia militar alguna, los territorios se ocupaban en días. Todo era una
gran y majestuosa maquinaria bien engrasada para concentrar el poder de la
mejor manera posible, usándolo siempre a favor del imperio.
Cuando en la capital sonaron las alarmas, la
oscuridad de la noche cubría el país. Las alarmas despertaron a la población y,
la mayoría, fue a refugiarse a algún lugar subterráneo para protegerse de las
bombas. Los que no lo hacían era porque aceptaban la muerte o tal vez incluso
porque querían un cambio, como sea que este viniera. El caso es que la mayoría
de personas se agolparon en lugares resguardados a esperar a que pasara el
peligro que consideraban mayor.
Las bombas incendiarias se encargaron primero
de los edificios del gobierno. No querían nada que ver con los gobernantes del
pasado en sus colonias, así que eliminaban lo más rápido que se pudiera todo lo
que tenía que ver con un pasado que no les servía tener a la mano. Los soldados
defendieron como pudieron sus ciudad pero no eran suficientes y la verdad era
que incluso ellos, beneficiados sobre los demás, no estaban ni bien alimentados
ni en condición de pelear con fuerza contra nadie.
A la vez que los incendios reducían todo a
cenizas, las tropas del enemigo golpearon con fuerza el cerco que los
ciudadanos habían construido por tanto tiempo. Cayó como una torre de naipes,
de manera trágica, casi poética. El ejercito enemigo se movía casi como si
fuera una sola entidad, dando golpes certeros en uno y otro lado. El débil
ejercito local se extinguió tan rápidamente que la ciudad había sido ya
colonizada a la mañana siguiente. Ya no quedaba nada. O casi nada.
Los ciudadanos fueron encontrados por los
soldados enemigos y procesados rápidamente por ellos, con todos los datos
necesarios. Pronto fueron ellos mismos usados para reconstruir la ciudad y
aprovechar lo que hubiera en las cercanías. Se convirtieron en otro grupo de
esclavos, en un mundo en el que ahora había más hombres y mujeres con dueños
que personas realmente libres. La libertad ya no existía y muchos se
preguntaban si había existido alguna vez fuera de sus mentes idealistas.
Años después, quedaban pocos que recordaran la
ocupación, mucho menos la guerra. Los centro de información eran solo para la
clase dominante, a la que se podía acceder a través de largos procesos que
muchas veces no terminaban en nada bueno para los aspirantes.
Pero la gente ya no se quejaba, ya no luchaba
ni pensaba en rebeliones. La mayor preocupación era vivir un solo día más. Eso
sí que lo conocían y lo seguirían conociendo por mucho tiempo más, hasta el día
en el que todo terminó, esta vez para todos.
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Bogotá, Colombia
jueves, 1 de diciembre de 2016
AVISO IMPORTANTE / IMPORTANT NOTICE
Este es un aviso importante! / This is an important notice!
https://youtu.be/oK-4zpiY8yA
lunes, 18 de julio de 2016
Edad de oro
El primer día que los escuchó hablar, doña
Clotilde no supo determinar de donde venían las voces. Lo primero que pensó,
sin embargo, era que se había vuelto loca. No le dijo a nadie de las voces que
escuchaba todas las noches al acostarse a dormir, en las que pensaba durante
todo el día siguiente. Todos pensarían que por fin había perdido toda conexión
a la realidad y eso no sería nada bueno, en especial en el hogar para adultos
mayores en el que vivía. Un rumor de ese tipo entre el personal y la enviaban
directo al edificio de tratamiento especial.
Ella no quería ir allí pues sabía muy bien que
a los que enviaban allí no los trataban igual. Eran los que vivían hundidos en
una silla de ruedas, todo el día babeando y siendo movidos de un lado al otro,
buscando el calor del sol o el abrigo de la sombra. Las enfermeras los cuidaban
bien, dándoles la comida hecha puré y le hacían masajes para que no tuviesen la
piel lastimada. Clotilde no había llegado a ese punto de su vejez.
Y sin embargo, seguía escuchando las voces.
Incluso, había veces que las escuchaba por la mañana y eso la hacía levantarse
más rápido y salir disparada a la ducha, pues el sonido del agua golpeando el
suelo de plástico era tan fuerte que no dejaba pasar ningún otro y la hacía
sentirse más tranquila. Allí respiraba una vez más y trataba de olvidar
aquellos rumores de otro mundo que escuchaba. Eso sí, estaba convencido que lo
que oía eran voces de muertos.
No le contó nada a su familia en el siguiente
día de visita y la verdad fue su preocupación la distraía tanto que no les puso
mucha atención cuando vinieron. Ni a los niños que buscaban mostrarle sus
hazañas y lo que eran capaces de haces, ni a los adultos que la bombardeaban
con preguntas acerca del sitio y de sus salud. Si hijo incluso pidió hablar con
el doctor del lugar y a ella eso normalmente la hubiese avergonzado pero ese
día solo se retiró a su habitación y no dijo más nada.
Las voces a veces se hacían más claras y otras
veces era imposible saber de que era lo que hablaban. No importa cual de los
dos fuera el caso, la verdad era que ella no entendía que era lo que decían,
incluso siendo en español. Es como si fueran gente de hace mucho… O tal vez
eran del futuro, tal vez tenía algún tipo
de conexión con hechos que jamás habían sucedido.
El asunto de las voces la volvía loca. Tanto
así que tuvo una pelea con su vecina de cuarto, doña Clara. Tenía una de esas
máquinas para humedecer el aire pero estaba vieja y hacía un ruido horrible que
dañaba la conexión de Clotilde con los muertos o quienes fueran. Era gracioso,
pero había cambiado de huirles a querer entender porque se contactaban con
ella, si lo que querían era transmitir un mensaje.
Con la primera persona que habló del tema, fue
con su sicóloga. Era una mujer joven que movía algunos días de la semana y que
se encargaba del bienestar mental de los ancianos. Por supuesto, no era ella
quien trataba a los que babeaban. Ellos tenía su propio loquero para ayudarlos.
Pero la doctora García no era uno de esos sino una profesional de verdad o al
menos eso era lo que parecía ante Clotilde siempre que entraba a su despacho.
Era un chica muy inteligente y paciente.
La primera vez que hablaron de las voces, la
doctora propuso escuchar de verdad a las voces, tratar de ver que era lo que
querían y así saber como podrían desaparecer de la habitación de Clotilde.
También le explicaba a su paciente que, era probable, que las voces en verdad
eran una ficción creada por su cerebro para darle un poco de movimiento a su
vida, tal vez con alguna cosa que había olvidado hace mucho y que su
inconsciente quería recordarle.
Clotilde hizo la tarea y trató, por horas, de
escuchar las voces. Pero su oído, como el de la mayoría de los pacientes, no
era muy bueno que digamos así que lo que podía escuchar era muy limitado.
Escuchaba nombres que no conocía y parecían hablar de cantidades o algo por el
estilo. Era difícil entender pues entre su oído y otros sonidos que
contaminaban lo que se escuchaba en su cama, era muy complicado y más para
alguien que no confiaba para nada en sus orejas.
Lo poco que entendió se lo contó a la doctora
y ella empezó a trabajar desde ahí. Le explicó a Clotilde que las cifras que
escuchaba probablemente hacían parte de un estado muy profundo en su mente en
el que tenía almacenados miles y miles de números: todas las facturas que había
pagado en su vida, cada préstamo y cada deuda. Tal vez eran todos los números
de su vida reunidos de manera confusa para que ella se diera cuenta de todo lo
que había hecho en la vida.
Pero la explicación de la doctora o el gustó a
Clotilde porque ella sentía mucho miedo cuando oía las voces. No tenía ningún
sentido tener miedo de sí misma, estar atemorizada de su voz y de su pasado. Si
era como la doctora decía, sería fácil terminar con ello y volver a tener
noches de paz y tranquilidad en su cama pero eso no podía hacerlo pues ya lo
había intentado varias veces.
No, la doctora podía saber mucho de otras
cosas, pero de sueños y demás no sabía nada. Por eso decidió no contarle a
nadie más y mejor tratar de escuchar lo que decían las sombras. Anotaba en una
libreta las palabras que oía y al otro día trataba de analizar que querrían
decir.
La verdad era que tanta investigación la había
convertido en alguien más activo, mucho más dispuesta a participar en las
actividades que había en el hogar para todas las personajes mayores. Se metió
en todo porque pensaba que estando cansado, lo más seguro es que dormiría como
un bebé. Y eso era lo que quería seguido porque muchas veces no quería escuchar
nada de nada y lo único que deseaba era viajar al a tierra de los sueños sin
tener que estar pensando en palabras sin sentido.
Luego, por un tiempo, ya no hubo más voces y
doña Clotilde volvió a su rutina normal en la que no había nada de especial. Se
sentaba en la sala de juegos y le gustaba tomar algún libro y leer mientras los
demás jugaban alguno de esos muy viejos juegos de mesa o veían programas de
televisión que habían sido rodados hace más de diez años. Al fin y al cabo,
esos eran los que recordaban años después. Lo muy moderno los distanciaba un
poco de todo.
Alegre de no oír más voces, se lo contó a la
doctor García y ella le explicó que eso se debía, seguramente, a que ya había
encontrado la raíz del asunto y que no necesitaba más acoso de su mente pues
había solucionado el principal problema que tenía. Empezó incluso a socializar
un poco con los demás inquilinos del hogar de ancianos y se dio una buena
sorpresa al ver que mucho de ellos eran gente amable, que tenían familias como
la de ella o que incluso venían menos.
Y entonces, conversando con más y más
personas, un viejito llamado Roberto y una anciana de nombre Ruth, le contaron
que durante muchos meses ellos también habían escuchado voces en la cama. Pero
el viejito argumentaba que no podía ser nada del cerebro pues eso no lo pueden
compartir dos personas así como así. Si fuera algo mental, no se podría
escuchar sino dentro de solo uno de los cráneos.
Lo más sorprendente era que ellos dos eran sus
vecinos de habitación y jamás los había visto. A Roberto seguramente era porque
se despertaba tan temprano y se acostaba tan a las ocho en punto, que era complicado
verlo por ahí. Y Ruth era una de las pocas en el asilo que debía usar silla de
ruedas todo el tiempo, a aceptación de la zona “especial” y por eso solo salía poco
de su habitación pues no les gustaba la silla.
Los ancianos se hicieron amigos y hablaron
largo y tendido de los sonidos, las voces que habían oído. Jamás se hubiesen
imaginado que se trataba de los enfermeros, en el piso de abajo, que negociaban
drogas con un tipo que se las compraba sin pedir explicaciones. Las voces
subían por la ventilación y creaban el efecto. Pero eso ya era el pasado. Ahora
había cosas mucho más importantes para los inquilinos del asilo.
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viernes, 22 de enero de 2016
Para la eternidad
La última parte de la casa que consumió el
fuego fue el ático. Aquel lugar mágico que durante tanto tiempo había sido el
refugio del artista y sus modelos. Porque no fue uno sino muchos pero el último
fue el más importante, sin duda. Las llamas avanzaron lentamente, consumiendo
casi con placer cada una de las pinturas terminadas que se encontraba enrollada
en algún lado o enmarcada y contra la pared, sin nunca haber intentado siquiera
ser colgada como debería serlo una obra de arte.
De pronto era porque estas imágenes eran de
carácter privado y solo habían sido exhibidas una vez y con esa vez había sido
suficiente para ellas y para su artista. Él ya no existía y su modelo estaba
lejos. Cuando se enteró del incendio, solo sintió y siguió con su vida porque
no había nada más que hacer. Lo que habían vivido en ese lugar era algo de
ellos, algo que no quería compartir con nadie más así que simplemente se alejó.
La verdad es que solo una de las pinturas
sobrevivió intacta. Por alguna razón el artista había sido muy cuidadoso con
esa pieza en particular y la había guardado en uno de esos tubos que sirven
para guardar planos de arquitectura y demás obras de gran tamaño. El tubo no
estaba hecho de cartón ni de nada parecido, así que para cuando el incendio fue
apagado por los bomberos, todavía resistía el calor abrasador de las llamas.
Fue, de hecho, uno de los investigadores de la policía el que sacó el tubo de
entre las cenizas y contempló la pintura. Fue la primera vez que alguien lo
hizo, después de muchos años.
Al policía le encantó la imagen: era un hombre
completamente desnudo en lo que parecía una pose de gran felicidad, tenía los
brazos en el aire y una sonrisa enorme en la cara. El estilo era bastante
particular, no fiel a la realidad pero lo suficiente como para sonreír al mismo
tiempo que se veía la sonrisa en la cara del modelo.
El policía no sabía
nada de arte pero sabía que le gustaba mucho la obra y quiso quedársela pero
eso no pasaría a menos que alguien reclamara las posesiones de la casa, cosa
que parecía que no iba a pasar pues pronto pasaron los días, un par de semanas,
y nadie aparecía para decir nada del lugar. Lo único que el policía hizo en ese
tiempo fue llevar la imagen a un experto en arte y preguntarle si conocía la
obra o al menos el estilo.
El critico dijo que estaba fascinado con la
técnica y ese extraño sentimiento que daba la pintura pero lamentablemente no
sabía quién era el artista. Revisó cada milímetro de la pintura y encontró, en
la parte trasera, un código que normalmente se usaba para clasificar obras en
galerías así que lo más posible es que había sido expuesta en algún lado.
Encontrar al artista era posible.
El detective era un hombre casado hacía poco y
con poca experiencia en el mundo policial. Por ser “el nuevo” lo alejaban de
los grandes casos como eran los que tenían que ver con secuestros u homicidios
o cualquier cosa que pudiera ser un verdadero reto para un detective. Así que
la mayoría de las veces se dedicada a hacer el papeleo de los demás o a casos
que para él no significaban un avance significativo en su carrera como la
pérdida de una mascota o de algún bolso en una estación de metro.
El caso de la incendio y de la pintura
misteriosa era suyo porque a nadie le interesaban los incendios en que solo se
quemaban las cosas y no moría nadie. Así que no había ni un solo interesado en
quitarle el control de la investigación. Se puso entonces a buscar en internet
el código que había detrás de la pintura, además de investigar quién era el
dueño de la casa, aunque eso había probado ser un callejón sin salida pues era
una empresa la dueña y no una persona.
La empresa se llama Daisy y lo que hacía era
exportar flores a todo el mundo. El gerente general ni siquiera sabía que la
empresa poseía esa propiedad e incluso dudó que fuera cierto, tal vez un error
en los archivos de la policía. Esto el detective se lo tomó mal pues habiendo
estado sumergido por tanto tiempo en los bajos fondos de la policía, sabía que
eso de los errores no pasaba tan seguido como la gente creía. Pasaba más que
los archivos estuviesen incompletos, eso era ya otra cosa.
Acto seguido, se dirigió a la dueña de la
empresa. Vivía en una casa de campo y fue allí que encontró la primera pista.
La mujer tenía unos setenta años pero se encontraba muy bien de salud y de
hecho le pidió al detective que no la demorara pues tenía una fiesta de
beneficencia a la que debía llegar y no podía dejar de ir. Al mencionar la
casa, el detective se dio cuenta que había despertaba un recuerdo en la mujer,
pues su apuro se desvaneció y se tuvo que sentar. Uno de sus empleados le trajo
un vaso de agua y el detective tuvo que esperar hasta que la mujer hubo tomado
mejor color.
Resultaba que esa era la casa donde ella había
crecido. El barrio donde estaban ahora las ruinas era uno de los más
tradicionales de la ciudad y en su época había sido el centro de la vida de
élite pero ahora era un barrio de estudiantes y artistas. A ella le cayó muy
mal el hecho de saber que su casa de infancia ya no existía y no entendió nada
de la pintura o del artista. Le aseguró al detective que no sabía nada de nadie
que viviese allí pues ella recurría a una agencia inmobiliaria para que
manejara sus bienes raíces. De hecho, ella ni recordaba que la casa seguía bajo
su posesión. El detective la dejó entonces, todavía afectada por la noticia.
Se dirigió entonces a la agencia inmobiliaria
y allí fue casi imposible recibir una respuesta directa. Primero porque todo el
mundo parecía inmerso en sus asuntos, en su trabajo y en todo lo que tenía que
ver con lo que hacían allí. Incluso parecía que ni habían visto que el
detective estaba allí de pie, como una lámpara. Cuando por fin detuvo a alguien
para preguntar lo que necesitaba preguntar, le dijeron que esa información era
confidencial. Él mismo tuvo que llamar a la dueña de la casa para aprobar que
abrieran el archivo pero no sirvió de mucho: el lugar parecía estar
subarrendado pues la persona que en teoría vivía allí era otra mujer mayor que
ahora estaba en un hogar para gente mayor.
Frustrado, el policía solo tenía a su esposa
para explicarle lo mucho que quería solucionar todo eso. Sentía que la sonrisa
del hombre era como la de la Mona Lisa, guardando un gran misterio que quién
sabe si sería posible conocer alguna vez. Ella lo consolaba y le dijo que de
pronto el fuego había consumido todo menos ese cuadro precisamente para
perpetuar esa imagen tan poderosa que nadie nunca podría descifrar. Pero
entonces el detective tuvo una idea. Besó a su mujer y le dijo que volvería en
un rato.
Cuando llegó al edificio donde trabajaba, no
se dirigió a su oficina sino al archivo, donde se guardaban todos los objetos
que encontraban en las escenas de los muchos crímenes que había en la ciudad.
Pidió la llave de siempre y se dirigió a una caja donde estaba el tubo pero
también otros objetos. Su mujer le había hecho caer en cuenta que el tubo no
había sido el único sobreviviente del incendio. Había objetos pequeños que
también habían sido recogidos por la limpieza de la escena, nada muy
importante. Lo revisó todo con cuidado pero no encontraba lo que quería hasta
que dio con un celular quemado.
Pidió herramientas para sacar de él una
memoria que no estaba dañada y allí encontró unas cien imágenes. La mayoría
eran de sitios, de paisajes y demás. Pero había una en la que un hombre
devolvía la mirada. No era el del cuadro pero era, tal vez, otro misterio
resuelto. Era el artista, con manchas de pintura y sus pinceles, sentado en un
taburete y sonriendo.
Al día siguiente, por fin pudo el detective
determinar que el nombre del artista era Jonás Hegel. Parecía un nombre extranjero
pero no lo era. Era sobrino de la mujer que debía vivir en la incendiada, ella
misma terminó recordando que lo dejó vivir con ella y que a veces invitaba a
sus modelos para pintar en el ático. Pero recordaba también que al final era
solo uno y por eso decidió irse, pues sabía que Jonás se había enamorado y
pensaba que necesitaría todo el lugar para formar una familia. Lamentablemente,
eso nunca pasó. Jonás murió después de esa exposición de arte, que había sido
su primera y la única.
Del modelo nunca se supo nada. La vieja mujer no
recordaba su nombre y por mucho que el detective revisó fotos, archivos y
demás, no pudo encontrar ni su imagen ni su nombre por ningún lado. Era como si la vida no quisiera que se supiera nunca quién había sido. Lo único que quedaba de él
era esa pintura, ese cuerpo danzarín y esa sonrisa que duraría para toda la
eternidad.
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