La sangre de Daniela cayó en pequeñas
gotitas sobre las flores, resbalando sobre los pétalos hasta caer en la tierra
debajo de las plantas. Se quedó un momento observando el amplio corte que se
había hecho con las tijeras para cortar las flores, viendo como la sangre
seguía saliendo y como sentía el flujo del liquido por entre la herida. Dolía
pero era fascinante para ella, como si sangrar fuera algo nuevo. Cuando empezó
a sentirse débil reaccionó y fue caminando, tranquila, hacia el edificio
principal de la plantación. Allí había siempre una enfermera, una mujer gordita
y muy amable que le curó el dedo en un dos por tres.
Cuando salió al invernadero, el sol brillaba
furiosamente sobre los campos. Volvió adonde se había cortado y continuó
hábilmente con su trabajo, aumentado la velocidad un poco pues tenía una cuota
que cumplir. Sus manos era increíblemente hábiles y no usaba guantes porque
decía que le era más fácil saber por donde cortar si lo hacía con las manos
desnudas, usando su tacto nada más. Las reglas era que tenía que usar los
guantes y los llevaba en la cintura pero nunca los usaba. Solo se los ponía
cuando venía algún supervisor o cuando su turno terminaba, después del
mediodía.
Apenas salía de allí volvía al pueblo en un
camión en el que todas las mujeres de la plantación se subían para que las
acercaran a sus casas. Pero ella no veía su hogar en todo el día, prefiriendo
comer algo en la plaza de mercado y luego yendo a trabajar a la tienda de Doña
Marta, una amiga de su madre cuando esta vivía. Los dos trabajos le daban lo
justo para poder comer decentemente todos los días y poder mantener a sus
hermanos menores.
Comiendo una sopa con todo y caliente, el dedo
cortado de Daniela empezó a sangrar de nuevo, causándolo un horrible dolor. La
venda que la enfermera le había puesto parecía no haber servido de nada pues
estaba tan roja como una de las rosas de la plantación. Tuvo que coger la
cuchara con la otra mano e ignorar el dolor, lo que era casi imposible. No
terminó la sopa y le dijo a la mujer del puesto que no tomaría jugo. Pagó y
salió a la calle a buscar el camino hacia la tienda.
Estaba solo a cuatro calles pero en su camino
Daniela empezó a sentirse de verdad mal. No era solo el dedo en el que sentía
pulsaciones de dolor sino que ahora la cabeza le daba vueltas y se sentía con
ganas de vomitar. La gente que la veía la miraba como a un bicho raro, pues
ella se apoyaba en los muros de las casas y respiraba apuradamente. Además
había empezado a sudar frío y a temblar como loca. Faltando solo una calle más
para llegar a la tienda, Daniela cayó del andén a la calle, desmayada,
raspándose la cara y las rodillas pero también sangrando por la boca.
Cuando se despertó, reconoció al instante
dónde estaba. Era una de las grandes salas del antiguo hospital del pueblo
vecino, que era más grande que el suyo. Reconocía el lugar pues su madre había
estado internada por varios meses allí hasta que su cuerpo no pudo más y la
dejó sola en el mundo con sus hermanos. Se sentía muy débil, como si la hubieran
golpeado, y no quería ni siquiera mantener los ojos abiertos. Los cerró para
ahorrar energía y entonces oyó la conversación de dos enfermeras. Intuyó que
hablaban de ella pero como se fue deslizando hacia sus sueños, nunca escuchó
las palabras exactas.
Se despertó de nuevo cuando ya estaba oscuro y
ahora se sentía menos débil y notaba que estaba menos medicada que antes.
Sentía dolor en su cara, en sus piernas y en su mano pero no podía hacer nada
más sino estar ahí, echada en la cama sin decir nada pues las palabras tampoco
lo salían. Quiso llamar a alguien, que la vieran y se acercaran a hablarle,
pero eso no fue posible. Era como si hubiera perdido la facultad del habla,
como si ya no fuera a poder hacerlo nunca más. Un sentimiento de desesperación
se apoderó de ella y entonces las máquinas que tenía conectadas al cuerpo
fueron las que hicieron ruido por ella. Vinieron a inyectarle varias cosas y
para cuando se fueron Daniela, de nuevo, estaba dormida.
En la noche tuvo una pesadilla horrible, de esas
que dicen que a todo el mundo le pasan: caía eternamente por un apertura
circular que luego era otra y otra y otra y así hasta el infinito. Las formas
cambiaban a veces y el color del entorno pero la pesadilla en sí no era
modificada. Cuando ese mal sueño por fin terminó, se sintió rara y creyó haber
cambiado de espacio. Sentía frío y voces lejanas pero eso terminó rápidamente.
Luego tuvo otro sueño, uno tan violento que su mente misma se encargó luego de
jamás dejarlo subir a la consciencia de Daniela.
Despertó de nuevo, a la mañana siguiente. Se
sentía un poco mejor pero todavía muy adolorida. Una enfermera vio que estaba
despierta y enseguida le trajo algo de beber. Le contó que no podría comer
solidos por unos días pero que no se preocupara por eso. La idea era que se
recuperara lo más rápido posible. Ella no entendió muy bien pero no preguntó
nada. Solo bebió su jugo lentamente y luego durmió.
Lo hizo toda la noche, sin apenas moverse o
despertarse unos minutos. Al otro día concluyó que algo debía de tener el jugo
para hacerla dormir tanto pero la verdad era que no le importaba porque no
había soñado y ahora se sentía mucho mejor. Podía mover sus manos, el dolor en
general era menor pero sí se sentía muy débil todavía. Trató de hablar y solo
podía susurrar pero eso era suficiente para comunicarse en el hospital.
Un médico vino esa misma tarde y le explicó lo
sucedido. Su corte en el dedo, para resumir la historia, había sido el culpable
de todo pero a la vez su salvación. Ese corte profundo había alterado hormonas
en el cuerpo que ya estaban alteradas desde antes y habían hecho que el cuerpo
reaccionara de manera violenta para luchar contra algo mucho peor que subyacía
en el estado médico de Daniela y que ella no había notado. El hombre le preguntó,
antes que nada, por su historial amoroso, algo que la incomodó mucho. Ella
respondió que solo había tenido una pareja y que hacía unos años había dejado
el pueblo para trabajar como obrero en la capital. Después nunca más tuvo
tiempo para novios o cosas de esas.
El médico entonces le explicó que habían
encontrado que en su vientre tenía un feto calcificado, es decir, un bebé que
nunca había evolucionado más allá de sus primeras etapas de crecimiento y
simplemente había quedado allí. El corte en su dedo había dejado entrar unas
baterías muy especiales de las rosas que atacan un poco por todas partes, pues
básicamente es veneno. Llegó hasta su vientre y por eso ella colapsó en la
calle. Los raspones en la cara y las piernas respondía a una caída violenta
pero se curarían sin duda.
Daniela tenía la boca ligeramente abierta pues
estaba entre la sorpresa y no entender del todo que era lo que pasaba. Le
explicaron entonces que había sido sometida a una cirugía en la que le había
extraído el feto y la habían tenido con antibióticos fuertes para eliminar
tanto el veneno de las rosas como cualquier batería o infección relacionada al
feto. El médico entonces le preguntó a Daniela si entendía lo que había pasado
y ella le respondió que si podía verlo. Era algo muy raro y se arrepintió
apenas lo dijo pero el médico le dijo que solo podría verlo cuando estuviera
mejor pues podrías ser algo difícil.
Días después, antes de darle la salida a
Daniela, la llevaron a una zona fría del hospital donde guardaban diferentes especímenes,
órganos para transparentes y cosas por el estilo. La hicieron esperar junto a
una mesa y entonces le trajeron un frasco bastante grande y adentro estaba lo
que debía ser el feto, su hijo en otras palabras. Sí era impactante pero fácil
de aceptar. Preguntó si se sabía el sexo pero ellos dijeron que era difícil de
saberlo pero que lo más probable era que fuera un niña.
Entonces, con Daniela sosteniendo el gran
frasco, empezó a sangrar por la nariz y las gotas cayeron suavemente sobre el
vidrio que la separaba de su hijo. Las gotas resbalaron y ella entró en un
trance extraño por varios minutos. La hicieron sentar, se llevaron el fresco y
ella quedó allí, con los labios rojos de sangre y con la mente llena de
pensamientos extraños. Daniela había quedado atrapada allí, para siempre.
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