No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.
No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.
Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.
No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.
Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño.
Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?
No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.
Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.
Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".
Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.
- "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"
Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.
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martes, 3 de enero de 2017
Oídos sordos
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jueves, 18 de febrero de 2016
Sangre
La sangre de Daniela cayó en pequeñas
gotitas sobre las flores, resbalando sobre los pétalos hasta caer en la tierra
debajo de las plantas. Se quedó un momento observando el amplio corte que se
había hecho con las tijeras para cortar las flores, viendo como la sangre
seguía saliendo y como sentía el flujo del liquido por entre la herida. Dolía
pero era fascinante para ella, como si sangrar fuera algo nuevo. Cuando empezó
a sentirse débil reaccionó y fue caminando, tranquila, hacia el edificio
principal de la plantación. Allí había siempre una enfermera, una mujer gordita
y muy amable que le curó el dedo en un dos por tres.
Cuando salió al invernadero, el sol brillaba
furiosamente sobre los campos. Volvió adonde se había cortado y continuó
hábilmente con su trabajo, aumentado la velocidad un poco pues tenía una cuota
que cumplir. Sus manos era increíblemente hábiles y no usaba guantes porque
decía que le era más fácil saber por donde cortar si lo hacía con las manos
desnudas, usando su tacto nada más. Las reglas era que tenía que usar los
guantes y los llevaba en la cintura pero nunca los usaba. Solo se los ponía
cuando venía algún supervisor o cuando su turno terminaba, después del
mediodía.
Apenas salía de allí volvía al pueblo en un
camión en el que todas las mujeres de la plantación se subían para que las
acercaran a sus casas. Pero ella no veía su hogar en todo el día, prefiriendo
comer algo en la plaza de mercado y luego yendo a trabajar a la tienda de Doña
Marta, una amiga de su madre cuando esta vivía. Los dos trabajos le daban lo
justo para poder comer decentemente todos los días y poder mantener a sus
hermanos menores.
Comiendo una sopa con todo y caliente, el dedo
cortado de Daniela empezó a sangrar de nuevo, causándolo un horrible dolor. La
venda que la enfermera le había puesto parecía no haber servido de nada pues
estaba tan roja como una de las rosas de la plantación. Tuvo que coger la
cuchara con la otra mano e ignorar el dolor, lo que era casi imposible. No
terminó la sopa y le dijo a la mujer del puesto que no tomaría jugo. Pagó y
salió a la calle a buscar el camino hacia la tienda.
Estaba solo a cuatro calles pero en su camino
Daniela empezó a sentirse de verdad mal. No era solo el dedo en el que sentía
pulsaciones de dolor sino que ahora la cabeza le daba vueltas y se sentía con
ganas de vomitar. La gente que la veía la miraba como a un bicho raro, pues
ella se apoyaba en los muros de las casas y respiraba apuradamente. Además
había empezado a sudar frío y a temblar como loca. Faltando solo una calle más
para llegar a la tienda, Daniela cayó del andén a la calle, desmayada,
raspándose la cara y las rodillas pero también sangrando por la boca.
Cuando se despertó, reconoció al instante
dónde estaba. Era una de las grandes salas del antiguo hospital del pueblo
vecino, que era más grande que el suyo. Reconocía el lugar pues su madre había
estado internada por varios meses allí hasta que su cuerpo no pudo más y la
dejó sola en el mundo con sus hermanos. Se sentía muy débil, como si la hubieran
golpeado, y no quería ni siquiera mantener los ojos abiertos. Los cerró para
ahorrar energía y entonces oyó la conversación de dos enfermeras. Intuyó que
hablaban de ella pero como se fue deslizando hacia sus sueños, nunca escuchó
las palabras exactas.
Se despertó de nuevo cuando ya estaba oscuro y
ahora se sentía menos débil y notaba que estaba menos medicada que antes.
Sentía dolor en su cara, en sus piernas y en su mano pero no podía hacer nada
más sino estar ahí, echada en la cama sin decir nada pues las palabras tampoco
lo salían. Quiso llamar a alguien, que la vieran y se acercaran a hablarle,
pero eso no fue posible. Era como si hubiera perdido la facultad del habla,
como si ya no fuera a poder hacerlo nunca más. Un sentimiento de desesperación
se apoderó de ella y entonces las máquinas que tenía conectadas al cuerpo
fueron las que hicieron ruido por ella. Vinieron a inyectarle varias cosas y
para cuando se fueron Daniela, de nuevo, estaba dormida.
En la noche tuvo una pesadilla horrible, de esas
que dicen que a todo el mundo le pasan: caía eternamente por un apertura
circular que luego era otra y otra y otra y así hasta el infinito. Las formas
cambiaban a veces y el color del entorno pero la pesadilla en sí no era
modificada. Cuando ese mal sueño por fin terminó, se sintió rara y creyó haber
cambiado de espacio. Sentía frío y voces lejanas pero eso terminó rápidamente.
Luego tuvo otro sueño, uno tan violento que su mente misma se encargó luego de
jamás dejarlo subir a la consciencia de Daniela.
Despertó de nuevo, a la mañana siguiente. Se
sentía un poco mejor pero todavía muy adolorida. Una enfermera vio que estaba
despierta y enseguida le trajo algo de beber. Le contó que no podría comer
solidos por unos días pero que no se preocupara por eso. La idea era que se
recuperara lo más rápido posible. Ella no entendió muy bien pero no preguntó
nada. Solo bebió su jugo lentamente y luego durmió.
Lo hizo toda la noche, sin apenas moverse o
despertarse unos minutos. Al otro día concluyó que algo debía de tener el jugo
para hacerla dormir tanto pero la verdad era que no le importaba porque no
había soñado y ahora se sentía mucho mejor. Podía mover sus manos, el dolor en
general era menor pero sí se sentía muy débil todavía. Trató de hablar y solo
podía susurrar pero eso era suficiente para comunicarse en el hospital.
Un médico vino esa misma tarde y le explicó lo
sucedido. Su corte en el dedo, para resumir la historia, había sido el culpable
de todo pero a la vez su salvación. Ese corte profundo había alterado hormonas
en el cuerpo que ya estaban alteradas desde antes y habían hecho que el cuerpo
reaccionara de manera violenta para luchar contra algo mucho peor que subyacía
en el estado médico de Daniela y que ella no había notado. El hombre le preguntó,
antes que nada, por su historial amoroso, algo que la incomodó mucho. Ella
respondió que solo había tenido una pareja y que hacía unos años había dejado
el pueblo para trabajar como obrero en la capital. Después nunca más tuvo
tiempo para novios o cosas de esas.
El médico entonces le explicó que habían
encontrado que en su vientre tenía un feto calcificado, es decir, un bebé que
nunca había evolucionado más allá de sus primeras etapas de crecimiento y
simplemente había quedado allí. El corte en su dedo había dejado entrar unas
baterías muy especiales de las rosas que atacan un poco por todas partes, pues
básicamente es veneno. Llegó hasta su vientre y por eso ella colapsó en la
calle. Los raspones en la cara y las piernas respondía a una caída violenta
pero se curarían sin duda.
Daniela tenía la boca ligeramente abierta pues
estaba entre la sorpresa y no entender del todo que era lo que pasaba. Le
explicaron entonces que había sido sometida a una cirugía en la que le había
extraído el feto y la habían tenido con antibióticos fuertes para eliminar
tanto el veneno de las rosas como cualquier batería o infección relacionada al
feto. El médico entonces le preguntó a Daniela si entendía lo que había pasado
y ella le respondió que si podía verlo. Era algo muy raro y se arrepintió
apenas lo dijo pero el médico le dijo que solo podría verlo cuando estuviera
mejor pues podrías ser algo difícil.
Días después, antes de darle la salida a
Daniela, la llevaron a una zona fría del hospital donde guardaban diferentes especímenes,
órganos para transparentes y cosas por el estilo. La hicieron esperar junto a
una mesa y entonces le trajeron un frasco bastante grande y adentro estaba lo
que debía ser el feto, su hijo en otras palabras. Sí era impactante pero fácil
de aceptar. Preguntó si se sabía el sexo pero ellos dijeron que era difícil de
saberlo pero que lo más probable era que fuera un niña.
Entonces, con Daniela sosteniendo el gran
frasco, empezó a sangrar por la nariz y las gotas cayeron suavemente sobre el
vidrio que la separaba de su hijo. Las gotas resbalaron y ella entró en un
trance extraño por varios minutos. La hicieron sentar, se llevaron el fresco y
ella quedó allí, con los labios rojos de sangre y con la mente llena de
pensamientos extraños. Daniela había quedado atrapada allí, para siempre.
domingo, 7 de febrero de 2016
Hule
No tengo ni idea de cómo habré dormido esa
noche. Me atrevería a decir que como todas las otras noches de mi vida pero al
parecer eso no sería muy cierto. No era todas las mañanas que me despertaba con
un brazo colgando del cuerpo como si fuera uno de esos pollos de plástico que
usan para bromas. Seguramente me acosté sobre mi brazo, algo que suena extraño
y no sé exactamente como es, pero es la única explicación que tiene el hecho de
que en vez de un brazo sano y normal tenga algo que se siente más como un
pedazo de hule colgando de mi costado.
Apenas me desperté lo sentí. O bueno, no lo
sentí porque era como si lo hubieran arrancado o mutilado, no se siente nada.
Solo ese peso extraño en el lado del cuerpo, como cuando te pones el abrigo
encima de los hombros y las mangas cuelgan tontamente a los lados. Era más o
menos así, excepto que con un solo brazo y que el peso que percibía era mucho
mayor. Al fin y al cabo era carne y huesos y musculo y piel y demás. Intenté
tocarlo para reanimarlo pero eso fue peor porque entonces sí lo sentía pero
porque una descarga eléctrica recorría el brazo, torturándome.
Lo cómico de la situación, que de hecho era
desesperante, era que ese día debía ir al médico a dar una muestra de sangre.
Jamás doy sangre voluntariamente pero esta vez me lo habían pedido a raíz de
unos exámenes médicos obligatorios que había tenido que hacerme. Al parecer
habían visto algo raro en mi sangre y querían repetir el proceso. Me dijeron
que no bebiera nada de alcohol ni que consumiera drogas de ningún tipo y eso
fue lo que hice. Pero, cosa importante, debían sacar la sangre del mismo brazo.
Yo eso no sé porqué pero resultaba ser el brazo que días después colgaba inerte
a mi lado.
Me puse de pie, saliendo de la cama al frío de
la mañana. Eso tampoco hizo mucho por mi brazo, que seguía sin responder ni
reaccionar de ninguna manera. Traté masajearlo con suavidad pero más descargas
electrificaron mi brazo y entonces ya no era hule sino una fuente de dolor
horrible. Fue como un castigo por mi impaciencia pues el dolor se fue
intensificando y me empecé a marear seriamente. Tuve que echarme en la cama de
nuevo y respirar controladamente para tomar las riendas de la situación, que
claramente no tenía.
Cuando el dolor se detuvo, hice lo posible
para no golpear el brazo contra ninguna superficie. Se me iba a hacer tarde
entonces me entré a bañar y tuve el mayor cuidado mi brazo, como si me
estuviese bañando con un bebé. No sé si fue el agua caliente o el vapor, pero
por fin empecé mi brazo a reaccionar pero de nuevo fue a través del dolor. Fue
como si se estuviera formando de nuevo ahí, en ese mismo momento. No cerré la
llave del agua por temor a que sin ella el dolor fuera más intenso.
Creo que estuve en la ducha mucho más de lo
recomendado. Normalmente era muy cuidadoso con mi gasto de agua y electricidad
pero con ese dolor tan tremendo me dio un poco igual lo que tuviera que pagar
en el futuro. Quería que el dolor se fuera pronto. Entonces empezó como a
cosquillear y decidí cerrar la llave. El dolor todavía era intenso pero por
primera vez esa mañana pude sentir que mi brazo era algo más que solo una cosa
colgando a mi lado. En verdad parecía sentir que se formaba rápidamente ahí a
mi lado: podía sentir los nervios hilándose y los músculos tensionándose. Era
simplemente horrible.
Salí chorreando agua y apenas capaz de secarme
el pecho y una pierna. No tenía tolerancia para hacer nada más. Desnudo como
estaba me senté sobre la cama y esperé a que el proceso en el que estaba mi
brazo concluyera. Miré mi reloj alarma y vi que tenía algunos minutos extra
para no llegar tarde a mi cita en el médico. Decidí que lo mejor era aguantar
el dolor e ir adelantando tareas. Fue mientras me ponía lo calzoncillos donde
debían estar que sentí de golpe el hormigueo en mi mano, que todavía pesaba.
Traté de moverla pero el mensaje al parecer no salió del cerebro o no llego a
ningún lado pues ninguno de los dedos no se movió.
En ese momento fue cuando el pánico en verdad
me atacó pues no parecía ser algo muy normal que no pudiera mover los dedos.
Eso sí, tampoco era normal que uno amaneciera con el brazo inerte pero al menos
eso no molestaba como tal, en cambio el dolor en el brazo pero sin capacidad de
mover los dedos era simplemente tétrico. Intenté varias veces mover cada dedo
pero era inútil, seguramente tendría que esperar a que la sangre recorriera
todo lo que tenía que recorrer para recuperar mi brazo. Y eso lo único que me
decía era que algo definitivamente no estaba bien conmigo.
Como pude me puse las medias, algo torcidas, y
me decidí por el pantalón más suave y holgado que tenía. Hubiese sido imposible
ponerme cualquier cosa apretada con mi limitación temporal y la verdad era que
todo mi cuerpo estaba empezando a sentirse cansado por el esfuerzo. Ponerme la camiseta
supuso otra corriente de dolor que me impidió tomar todo el contenido de una
taza de café.
Desayuno prácticamente no hubo, en parte
porque no podía comer y en parte porque no tenía hambre. La verdad era que el
estomago me daba más vueltas que nada y casi podía jurar que ese desayuno tan
pobre podría resultar fuera de mi cuerpo en cualquier minuto, y eso era mucho
decir. Ya listo para salir me revisé que tuviera todo y lo tenía excepto el
control de mi brazo y el movimiento de mis dedos. Pero iba a una clínica así
que seguramente podrían ayudar.
Menos mal no era hora pico ni tampoco se
demoró el bus en pasar. En poco tiempo estuve de camino, mirando por la ventana
un poco desesperado por llegar. Me faltaban solo algunas calles cuando solté un
gritito y varias, si no es que todas las personas en el bus se voltearon para
mirarme. Había sido inevitable pues un corrientazo había recargado el brazo y
ahora podía sentir como la electricidad recorría cada uno de mis dedos. Dolía
demasiado y tuve que limpiar la humedad de mis ojos pues si no lo hacía
seguramente lloraría del dolor y eso sería más para el público del bus. Así que
una vez más, me contuve.
Cuando me bajé del bus y empecé a caminar las
cinco calles que me separaban de la clínica, tuve que dejar salir una lágrima y
tratar de respirar lentamente para controlar el dolor. Era tan intenso que en
un momento tuve que sentarme en el bordecito del jardín frontal de un edificio
para descansar y tratar, una vez más, de ver si podía mover los dedos. Me llevé
una sorpresa cuando mi índice se movió torpemente. Otra vez intenté y el índice
y pulgar se movieron como marionetas.
A riesgo de perder la cita, me quedé allí ante
la mirada de los transeúntes chismosos, recuperando la movilidad de mis dedos.
Pasados unos diez minutos, mi brazo ya se sentía normal aunque adolorido y mi
mano empezaba a moverse lentamente, como un animal drogado. Era mejor así que
de ninguna manera entonces me puse de pie y caminé lo que me quedaba hacia la
clínica.
Allí me anuncié y nadie dijo nada sobre la
hora. Me senté a esperar un rato y cuando me llamaron me recibió la misma
doctora de la vez anterior. Como un desesperado, empecé a contarle todo lo que
había pasado desde que me había despertado. Incluso le dije que esa noche, a
diferencia de muchas otras, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo
entonces que no entendía lo que estaba pasando. Dije tantas estupideces que en
este momento ya no las recuerdo todas.
La doctora estaba sorprendida y me tomó el
brazo con cuidado y verificó con su tacto. El brazo estaba ya normal, los dedos
algo torpes pero nada grave. Me miró a los ojos, todavía algo extrañada y me
preguntó: “No tenías miedo de la cita de hoy?” Yo creo que al comienzo no
entendí la pregunta porque en verdad no la entendí. Pero luego no la entendí
porque no quise entenderla. Ella solo me miró y no dijo más. Tenía listos todos
los instrumentos que necesitaba y sin demorar más, empezó a sacar sangre. Sacó
dos tubitos completos, lo que me hizo sentir algo vacío, y los dejó a un lado.
Encima de cada uno escribió “Test ELISA” y mi nombre.
Me aconsejaron comer algo al llegar a casa
pero simplemente no lo hice. No quería nada de nada y ya no me importaba mi
brazo que estaba más normal que nunca. Ahora sí me había golpeado la realidad
en la cara, cuando vi los tubos al lado de mi brazo antes inerte y cuando la
doctora me habló en términos matemáticos. Todo retumbaba en mi cabeza y
entonces cerré los ojos, rogando que cuando me despertara lo único que tuviera
para preocuparme fuera un brazo dormido.
lunes, 2 de marzo de 2015
No importa nada
No recuerdo nada y sin embargo sé que hay o
hubo algo allí, m de mi propia vista y
tal vez incluo de mi entendimiento.ás allá de mi propia vista y tal vez
incluso de mi entendimiento. Pero de todas maneras ya no importa. Fue un sueño
y nada más que eso. Me suele pasar que me obsesiono, me vuelvo loco queriendo
saber que significaba una cosa o la otra pero la verdad es que, al final de
cuentas, no importa. Que influencia tiene en mi vida si un sueño fue de
significa sexual, o de mis secretos más oscuros o tuvo su base en algún miedo
paralizante? Da igual.
En la vida diaria eso no interesa o al menos
no si no es algo de todos los días. Y ese sueño no lo fue. Fue solo una vez y
me frustra solo recordar un fragmento de todo. De pronto es por eso que estoy
obsesionado con ello, solo porque no puedo recordar cada detalle y lo que
estaba haciendo o no. Solo recuerdo bajar unas escaleras, algo oscuras,
vistiendo solo unas chancletas y una bermuda, con mi camiseta al hombro. Sé que
el sitio era en clima cálido pero no recuerdo como era todo al salir de esas
escaleras. No recuerdo más que eso.
Y sin embargo sé que hay mucho más que eso
puesto que cuando me desperté, sentí que había corrido miles de kilómetros. Me
sentí cansado y mi espalda dolía, cuando siempre he dormido cómodamente en mi
cama. Algo que no recordaba, seguramente, era el causante de semejante dolor,
que después de unos minutos fue simplemente ridículo y me avergoncé de mi mismo:
cansado por correr en un sueño cuando en la vida real no corro ni aunque mi
vida dependa de ello.
Lo mejor es despejar la mente y salir a
caminar pero eso, después de un par de minutos, no parece ayudar en nada. En
vez de observar la vida urbana desarrollarse ante mis ojos, lo único que veo
esa maldita escalera, casi en espiral, y mi pecho bronceado, cuando en la
realidad está lejos de ser así. No me fijé en ninguna de las personas que casi
golpea caminando, pensando en cosas que de nada sirven.
Y luego me invade, de
nuevo, ese otro gran miedo: el de ser un fracaso enorme, una de esas personas
que no son útiles en este mundo, porque si algo hay que ser en este mundo es
útil, hágase lo que se haga. Ese miedo no necesita de mis sueños para
alimentarse ni de situaciones sin sentido para seguir perforándome el cerebro.
No, ese miedo que es hoy en día una presencia casi corpórea no necesita de
ayuda alguna para acosarme y empujarme de un lado a otro, cansándome pero
cuidando que no me rinda definitivamente muy pronto.
No lo hago. Para que rendirme? Para que
cualquier cosa? Hacer y hacer y hacer y después de todo eso nada. Para que? Es
posible que por eso me obsesione con mi sueños: no tengo nada mejor que hacer
ni que pensar y, pensándolo bien, los sueños son mucho más generosos conmigo
que la realidad de la vida. Cambiaría esos mundos sin sentido cualquier día por
esta realidad que no me sirve de nada, por este mundo que solo me quita energía
y se niega a dejarme pelear de pie, prefiriendo que me arrastre y me sienta
cada vez peor, por una razón u otra.
Siendo justos, es posible que yo sea así de
nacimiento. Susceptible a todo alrededor, seguramente más débil que el promedio
entre los seres humanos. Es posible que sea una de aquellas personas que
simplemente se van agotando hasta extinguirse por ellas mismas, cosa que me da
más miedo que nada porque si algo sé y de algo estoy seguro es que soy un
cobarde. No me gusta enfrentar nada y no soy alguien que combata ni pelee por
nada, así lo aparente. Soy ese perro que ladra demasiado pero muerde poco.
Auto compasión? Otro concepto inútil que no me
sirve de nada en este momento ni nunca, para ser claro. Para que lamentarme de
mi vida, de mi situación o del agujero negro en el que me siento caer cada día
más? Para que ponerme a llorar o a rasgarme las vestiduras cuando sé que ese
ser, esa presencia asquerosa no va irse nunca, me sienta mal conmigo mismo o
no. Tengo que aprender a vivir con ella y, por algún tiempo, lo he hecho de
maravilla. Sí, ella molesta de vez en cuando pero siempre cuando la dejo, es
decir, cuando estoy susceptible a su amargada y retorcida voz que solo quiere
mi perdición.
Mi perdición… No sé exactamente que es eso
pero sé que cualquier cosa que tenga que vivir tendrá que asumirse en el momento,
ni antes ni después. Y si resulta en mi destrucción pues que así sea. Quien soy
yo, al fin al cabo, para decir que debe pasar o no en mi vida o a mi alrededor?
No soy nadie. Y no, no se trata de una de esas frases de “pobrecito yo” sino
una realidad humana que es dura pero cierta desde hace eones: no somos nada más
que polvo y recuerdos inútiles que, en el gran esquema de las cosas, no sirven
para nada ni tienen la más mínima consecuencia.
Y después de todo esto me doy cuenta que estoy
un lugar muy lejano a mi casa. Lo conozco pero no tanto como para sentirme
cómodo, la tarde ya cayendo sobre los tejados y ocultando entre las sombras más
de una sorpresa indeseable para cualquier ser humano decente. Lo que hago es
sacar la salvadora tarjeta de transporte público para tomar un bus que me
acerque a mi hogar. Dejo pasar uno que otro ya que o no se dirigen a mi casa o
simplemente los dejo pasar, sin más.
Cuando por fin llego a mi hogar, lo único que
puedo hacer es tratar de distraerme, tratar de sacar todo lo que estaba en mi
mente hasta hace algún rato porque lo único que puedo tratar de hacer es
acelerar el tiempo, hacerlo lo más llevadero y así esperar a que todo pase
rápido y o me muera o ocurra algo que me haga sentir menos vacío. Vivo mi vida
en lo que se podría llamar piloto automático, yendo sin destino alguno por el
cosmos, sin que me importe nada más. Sí, hago cosas como los demás pero no
puedo decir que eso me llene de alegría o de nada. Lo que hago lo hago sin
sentimiento alguno.
He pensado que los sentimientos puros me dan
alergia, me cansan, me aburren y simplemente no los entiendo. El amor, por
ejemplo, es un animal en el que no creo, casi como un unicornio. No creo que
exista y me da risa quienes creen que lo han sentido, como si se tratase de una
presencia cósmica masiva que simplemente no se puede entender ni nadie puede
pelear con ella. Yo creo que es pura mierda pero no voy por el mundo
destruyendo lo que creen los demás. Por mi que cada uno crea lo que quiera.
Como dije antes, no importa, a nadie le
importa de verdad. Por eso la gente más patética es aquella que se mete en los
asuntos de los demás. Muchos de ellos son personas que se han dado cuenta que
la vida en sí no tiene ninguna importancia, que nuestros actos no tienen en
realidad consecuencias trascendentales en nuestro mundo y que
simplemente somos poco más que polvo. Esos que critican lo saben y se meten en
lo que no les importa porque necesitan buscar significado en algo pero saben
que jamás lo van a encontrar.
Por supuesto que es triste, pero que se le
hace. Así son las cosas. La idea, de todas maneras, es que cada uno viva sus
días como mejor le parezca, sin tantas cosas en la mente. Sin tantas escaleras
y camisetas rojas que les impidan ver más allá de sus narices. Que cada uno
haga lo que se de la gana, eso sí, sin perjudicar de gravedad a nadie más.
Sí, la camiseta era roja y hasta ahora lo
recuerdo. Combinaba con el tono de mi piel y con el de la luz que entraba por
algún lado, pero no sé exactamente por donde.
Pero no recuerdo más que eso y seguramente olvidaré esos detalles
rápidamente, cuando la noche empiece a abrazarme hoy. Olvidaré cada una de las
cosas que vi en ese sueño pero nada de ello importa porque lo que siento, lo
que vivo, la presencia que carcome mi vida, no me dejan pensar por mucho tiempo
en nada más.
Lo más seguro es que todos tengamos algo
similar que nos vigila, que nos persigue y nos acosa. Lo diferente es que yo ya
me di por vencido hace mucho tiempo. Admiro, en cierta manera, a aquellos que
con los ojos cerrados siguen desafiando lo que la realidad les dice. Aquellos
que viven y forman su propio mundo e incluso sus propias reglas. Los admiro porque
son seres tremendamente estúpidos pero a la vez, demuestra una inteligencia más
allá de nada que yo conozca. Son seres especiales y por eso merecen cierto
perdón, ciertas concesiones en cuanto a su existencia.
Mientras tanto, yo y seguramente muchos otros,
estamos del otro lado de la carretera. Estamos aquí, dejándonos abatir
lentamente, como árboles muy viejos que no tienen más opción sino dejarse morir
lentamente, olvidados en un bosque lejano, sin nadie que los escuche crujir y
caer. Sin nadie que huela su podredumbre ni nadie que se aproveche de su madera
para sobrevivir. Así estamos y lo estaremos por mucho tiempo. Hasta que todo
termine.
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