Apenas abrí la puerta, nos dimos un beso y
lo tomé por el cinturón sin pensar si alguien nos vería por el pasillo o si a
él no le gustaría lo que iba a hacer. Nunca habíamos hablado mucho de los
gustos que cada uno tenía en la cama, o mejor dicho, en el sexo. Nos habíamos
conocido hacía relativamente poco, unos tres meses, y desde ese momento
habíamos empezado a salir sin mayor compromiso. Creo que ambos teníamos la idea
de pasarla bien con el otro y no pensar demasiado en nada más.
No voy a decir que en ese momento un impulso
se apoderó de mi. Ya había pensado que hacer y era una parte de mi personalidad
el hecho de disfrutar el placer en todas sus formas, no iba a disfrazar esa
parte de mi ser. Cerré la puerta con la otra mano, mientras lo iba halando
lentamente hacia mi habitación. El dejó caer su mochila y una chaqueta algo
mojada que traía en la mano. No me pudo resistir y ahí mismo le quité el
cinturón, que cayó con un ruido sordo sobre el piso de madera pulida.
Caminamos como bailando, despacio y sin hablar
una sola palabra. Cuando llegamos a la puerta de mi habitación, la empujé de
una patada. No sé porqué había cerrado mi cuarto, tal vez sentía que existía la
posibilidad de que a él no le gustara todo el asunto y no quería parecer
desesperado por tener sexo. Siempre he tenido inseguridades y creo que jamás
dejarán de existir dentro de mi. Es algo que cargo encima, un peso muerto que
se resiste a dejarse ir con la corriente.
Ya dentro de la habitación, me senté en la
cama y terminé de bajar sus pantalones. Él dejaba que hiciera, mirándome como
si estuviese en un sueño. Sus ojos eran muy hermosos, parecían algo cansados
pero brillaban de una manera especial, como cuando eres inocente y no sabes
nada del mundo que te rodea. Como antes de que el mundo se encargue de
corromperte con mil y una cosas que son inevitables. Sabía algo de su vida pero
no todo y eso me cautivaba mucho más.
Su ropa
interior era muy bonita. Era de un estilo que a mi me hubiese quedado fatal
pero que en él se ajustaba perfectamente a su personalidad, a esa sonrisa, a su
manera de ser e incluso de moverse. Bajé los calzoncillos mirándolo a él y
después vino lo que era inevitable. Creo que lo que más me gustó de ese momento
fue sentirlo a él y escuchar que le gustaba lo que estaba pasando. Creo que el
placer jamás es completo entres dos personas si solo una siente algo y la otra
solo es algo así como un espectador. Al rato nos besamos más y la ropa fue
repartiéndose por toda la habitación.
Él había llegado en la tarde, hacia las seis.
Cuando me desperté, cansado de tanto ejercicio inesperado, eran las once de la
noche. Eso no me hacía mucha gracia porque tenía hambre y comer tan tarde nunca
me sentaba muy bien. Lo que sí me encantaba era verlo allí, con una cara tan
inocente como el brillo de sus ojos, durmiendo tranquilamente a mi lado. Me
quedé mirándolo un buen rato hasta que me sonaron las tripas y tuve que ponerme
de pie e ir a la cocina a ver que podía comer.
Entonces recordé que quería hacer del fin de
semana algo especial y por eso había comprado varias cosas en el supermercado
para cocinar en casa. Decidí hacer algo simple, pues no quería pensar mucho:
pasta a la boloñesa era sin duda la mejor elección. En poco tiempo tuve todo
listo. Incluso me dio tiempo de hacer una pequeña ensalada. Estaba cortando
algo de apio cuando él salió de la habitación pero no caminó hacia mi sino al
baño. Al fin y al cabo, no había podido ir antes.
Cuando salió, me encantó ver su cuerpo
completamente desnudo a la luz de los bombillos de mi sala comedor. En la
habitación la luz había sido escasa o casi nula. Hacer el amor con las luces
apagadas tenía ciertas ventajas bastante entretenidas. Pero había sido la
primera vez que lo habíamos hecho y ahora que lo veía sin ropa me daba cuenta
de que era también la primera vez que veía su cuerpo así. Era extraño pensarlo
pues ya lo había tenido bastante cerca pero la vista es un sentido distinto.
Le sonreí y él tan solo se acercó y me dio un
beso que me hizo sentir mejor. No entiendo muy bien porqué o cómo pero así fue.
Mientras él miraba la comida en su última etapa de preparación, terminé la
ensalada y le pedí que se sentara a la mesa. Él se negó y propuso beber algo
apropiado para la velada. Había pensado en comprar vino pero la verdad nunca me
ha caído muy bien que digamos. Fue así que él sacó unas cervezas de la nevera y
las destapó con bastante agilidad.
Al rato comimos juntos y me encantó cada
segundo de ese fragmento de tiempo. Hablamos como amigos de hacía años, de lo
que hacía él y de lo que hacía yo. Hablamos del pasado, del colegio y de la
universidad y de nuestras familias, a las que cada uno considerábamos “locos de
atar”, de la manera más cariñosa. Entre una y otra cosa, hubo caricias,
sonrisas y besos. Y creo que puedo decir que fue uno de los momentos más
felices de mi vida. No me importaba lo que hubiese fuera de mi apartamento, qué
pasara con el mundo. Mi mundo estaba allí, en esos pocos metros cuadrados.
Apenas terminamos la cena, lavamos los platos
entre los dos y disfrutamos un rato de bromas y más abrazos y caricias. Le
propuse ver una película y él aceptó. Elegí algo que no durara demasiado porque
ya era tarde y estaba seguro de que caería rendido pronto. Sin embargo, fue él
el que tenía más razones para quedarse dormido en pocos minutos. Lo ayudé a ir
a la cama y nos acostamos juntos una vez más. Tengo que confesar que al verlo
dormir de manera tan apacible, me contagió algo de ese sueño.
La mañana siguiente me llevé un buen susto.
Cuando desperté sentí de inmediato que él no estaba allí. Sentía todavía su
calor en las sábanas, pero no estaba por ninguna parte. Salí de la habitación y
lo busqué en el baño y en la sala comedor pero no estaba por ninguna parte. Por
un momento, sentí que algo se hundía en mi pecho. Creo que de verdad pensé que
se había ido así no más y que había considerado nuestra velada juntos algo
pasajero y sin demasiada importancia. Me sentí morir.
Pero entonces vi su mochila en una esquina. Su
chaqueta no estaba, por lo que deduje que había tenido que salir por alguna
razón pero que volvería. Me volvió el alma al cuerpo solo al ver la mochila.
Justo en ese momento oí pasos en el pasillo exterior y su voz que se quejaba
por no haber tomado mis llaves. Abrí la puerta de golpe y casi me le lancé
encima, dándole un abrazo fuerte, casi haciéndolo caer para atrás. Llevaba una
bolsa en cada mano pero no me importó.
Lo gracioso fue que cuando me quité de encima,
caí en cuenta de dos cosas: la primera era que yo estaba desnudo a la mitad del
pasillo principal de mi piso, por el que pasaban las personas para acceder a
sus apartamentos. Lo otro, era que un chico de unos diecinueve años estaba de
pie junto al ascensor, mirándonos con los ojos como platos. Apenas lo vi, me di
media vuelta y entré a mi apartamento. Él me siguió y cerró la puerta. Sin
poderse resistir, soltó una carcajada. Yo, obviamente, hice lo mismo.
Nos reímos todo el rato, mientras arreglábamos
el desayuno que él había comprado y nos sentábamos a comerlo. Entonces lo miré
de nuevo a los ojos y vi que el brillo seguía ahí. Fue entonces cuando me tomó
de la mano y empezamos a charlar de cualquier cosa.
Fue el mejor fin de semana de mi vida. Hicimos
el amor varias veces, sí. Pero también nos conocimos mejor de muchas otras
maneras. Creo que desde esa ocasión, no hay un día en el que él no tome una de
mis manos entre las suyas y en el que yo no vea ese brillo en sus ojos que da
energía a mi alma.
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