Federico no había exagerado cuando había
contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román,
este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la
vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de
reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente
cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y
terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran
de alguien más.
Román trató de mantenerse al margen,
sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar
para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él
solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no
sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en
la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no
verse, pero no era como en esas épocas pasadas.
A veces había algo de tensión, unas veces
romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin
decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se
tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común
que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho
en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho
con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.
Es que por estar detrás de Federico, salvándolo
de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no
enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había
advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual
no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en
su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que
perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.
Después del colegio no había encontrado nada,
por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y
que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera
un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una
responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no
porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que
Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso
hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.
El fin de semana del día de San Valentín fue
especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su
apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella
de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido
solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo
era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este
caso, habían sido los recuerdos del pasado.
Entre hipos, lágrimas y la resistencia de
Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le
reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella
también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió
de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente
desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un
detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como
estaba.
Sin embargo, le contó a Román que ella había
sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener
una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían
hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan
hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta
que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era
la vida de Federico, perdido todavía.
Román no sintió nada en especial cuando le contó
esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y
en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la
ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la
ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con
un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo
quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.
Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a
acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero
luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el
pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie
más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que
vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas
decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar,
Román la colgó y se acostó en el sofá.
Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó
de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y
demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no
tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado
que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su
piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin
embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.
Román se dijo que le había puesto una cobija
encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el
reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba
tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño
había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a
poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche
anterior ni sobre nada de nada.
Al sentarse a desayunar los huevos revueltos
que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada
cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda
de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por
supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería
enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería
reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.
Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y
luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los
ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el
sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse
dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos
adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no
estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.
Eventualmente, Román volvió a su casa y allí
pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o
simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que
al menos él no sabía si eran o no eran realidad.
Decidió simplemente hacer lo que se sentía
correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una
necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el
lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que
podían suceder.