Mostrando las entradas con la etiqueta contrato. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta contrato. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de septiembre de 2017

Un último día

   Varias luces se fueron encendiendo, poco a poco. La habitación de tamaño medio se vio completamente iluminada, así como cada uno de los objetos que había a los costados, emplazados con cuidado en cajones forrados con terciopelo y telas suaves en las que pudieran descansar por siempre, de ser necesario. El hombre joven dio unos pasos al frente y su cara se iluminó de repente. En el umbral de la puerta estaba todo oscuro, pero adentro era un mundo completo de luz y color.

 Estaba bien vestido, con una corbatín negro que combinaba con su traje de alta costura. Su cara estaba inusualmente bien cuidada, el vello facial bien afeitado y delineado y todo lo demás en orden, como si se hubiese preparado para semejante lugar por mucho tiempo. Caminó lentamente, calculando su respiración, mirando a un lado y otros los objetos que resaltaban por todas partes, como pequeños tesoros. Él sabía que eso eran, al menos para su dueño, quién estaba en el salón principal de la casa, varios metros por debajo.

 Llegó al final de la habitación y allí se quedó mirando una pequeña caja con fondo rojo. Era la única adornada así. Adentro había un reloj de oro, con un pulso trabajado con esmero. Alrededor del cuerpo del reloj había pequeñas piedras preciosas y las manecillas brillaban intensamente, pues no estaban hechas de otra cosa sino de platino. Era un objeto completamente hermoso. Era difícil de creer que algo así estuviese escondido en un cuarto, en una casa casi abandonada.

 Sabía que su anfitrión no la usaba como casa principal sino como su casa de verano, a la que venía unas semanas cada año y a veces ni eso. Era un hombre tan rico que tenía posesiones y propiedades por todo el mundo y esa gran casa era solo una de varias. Sin embargo, había sido elegida esa vez por el lugar donde se encontraba, muy cerca a la desembocadura de un gran río que serviría en el futuro como troncal de transportes para hidrocarburos y otros productos de muy buena venta en el comercio mundial.

 Hoy en día el río era más bien estrecho y poco profundo, al menos para la visión que tenían los empresarios. Sería completamente convertido al excavar su cauce, haciéndolo más ancho y más profundo. La casa desaparecería pues estaba demasiado cerca del agua para sobrevivir. La fiesta era para celebrar la firma del contrato de obras y también una despedida merecida para una casa en la que habían pasado pocas cosas, ninguna de mucha importancia. Había sido una mansión señorial alguna vez pero de eso ya no quedaba nada, ni siquiera con los arreglos para la fiesta.

 El joven de traje negro y corbatín tomó el reloj y se lo metió en un bolsillo. Sabía que adentro de la habitación no había alarmas ni cámaras, eso solo estaba afuera. El dueño pensaba que nadie sabía de esa bóveda y ese error había sido aprovechado por el hombre que ahora salía con paso firme y cerraba la puerta de seguridad detrás de sí. Sacó su celular de otro bolsillo y lo golpeó algunas veces. La puerta detrás de él hizo un sonido seco, como de barrotes moviéndose de golpe.

 Al bajar, vio que todos estaban bebiendo y hablando de tonterías, seguramente de negocios. Nadie se había dado cuenta de su desaparición. Se mezcló entre las mujeres bien vestidas y los hombres algo tomados. Llamó la atención de un mesero y le pidió una copa de vino. Fue luego a una gran mesa donde habían canapés y pequeños frutos de la región. Mientras comía y bebía observaba a los demás. Le producía rabia estar allí pero también algo de felicidad por haber robado el reloj.

 El anfitrión de la fiesta salió de la nada. Se subió a una pequeña tarima y desde allí agradeció a los constructores de la obra su colaboración y amistad. Mientras había estado arriba, se había firmado el contrato. Seguramente había habido chistes tontos y demás gestos que se hacen siempre en esas ceremonias carentes de sentido para muchas de las personas que lo único que hacer es vivir su día a día, sin pensar en los millones de dólares que circulan a su alrededor y nunca ven.

 Brindaron todos por el anfitrión. Él sonrió, se bajó de la tarima y empezó a saludar a uno y otro, a cuchichear y a pretender que estaba encantado con la compañía de cada una de esas personas. Su lenguaje corporal era claro como el agua pero también era obvio que ninguno de los invitados se daban cuenta de ello o tal vez no querían darse cuenta. Ninguno de ellos pensaba nada bueno del otro, pues todos eran rivales en los negocios y solo estaban allí para obtener información. Cualquier cosa era buena.

 El anfitrión miró hacia el hombre de corbatín. La sonrisa que esbozó entonces era completamente autentica, no había nada de falsedad en ella. Sí hubo en cambio mentira en la del hombre joven, que sonrió y saludó al anfitrión. Este le pidió que se acerca y él lo hizo, a pesar de tener planeada con anterioridad una salida rápida después del pequeño discurso que había acabado de tener lugar. Los invitados le abrieron paso hasta que estuvo cerca de la tarima, desde donde lo miraban varios ojos llenos de envidia, sorpresa y duda. No entendían que hacía allí el hijo de aquel magnate.

 El hombre se los presentó a todos como su hijo mayor, el que heredaría todo lo que ellos sabían que él tenía. Les dijo, a modo de broma, que los negocios futuros tendrían que ser hechos con él y con nadie más. Lo apretó por los hombros con sus grandes y arrugadas manos. El hijo se sintió pequeño, como si de repente se hubiese convertido en un niño pequeño, incapaz de tomar sus propias decisiones en la vida. Y eso era lo que lo había llevado a aceptar hacer parte de esa patética ceremonia.

 Cuando su padre lo soltó, el hombre de corbatín saludó a algunas otras personas, al mismo tiempo que apretaba en su bolsillo el reloj de oro y demás piezas valiosas. Trató de esbozar su mejor sonrisa, de dar la mano como le había enseñado varias veces su padre. Los miró a los ojos, en parte para intimidarlos pero también para tratar de ver sus intenciones. Para él todos eran ratas que querían meterse al barco más lleno de dinero y de objetos preciosos. Estaban en el lugar correcto.

 Cuando por fin se liberó de las aves rapaces, desapareció entre los meseros. Se metió a la cocina y por ese lado se escabulló al garaje. Había choferes fumando y contándose historias eróticas los unos a los otros. No se dieron cuenta cuando él se subió a uno del os vehículos, el que le había regalado su padre para su cumpleaños más reciente, y pasó casi volando por al lado de todos ellos, levantando una nube de tierra que se les metió por entre la nariz y los ojos, dejándolos casi ciegos.

 Aceleró aún más al llegar a la autopista que lo llevaría al aeropuerto, donde el avión privado de su padre lo llevaría a una gran ciudad no muy lejana. Allí lo esperaría la persona que más quería, la única en la que confiaba. Lo esperaría con una maleta con ropa y algunas otras cosas, de esas que todo el mundo necesita cuando viaja. Y en esa misma maleta iría el reloj de oro que estaba en su bolsillo, que sería la piedra angular en su próxima vida, ojalá diferente a la que llevaba viviendo por más de treinta años.

 Su padre se daría cuenta mucho tiempo después que el reloj no estaba. Se daría cuenta tarde del verdadero potencial de su hijo, completamente desperdiciado en un mundo decadente, tan lleno de trampas y mentiras que ya era casi imposible saliendo a flote.


 El coche se detuvo frente a la terminal. Lo dejó allí, sin vigilancia. Dejó las llaves en el aparato y tan solo caminó adonde lo esperaba su próximo transporte. No podía esperar al día siguiente. Mientras despegaba, sentía que una parte de su vida quedaba atrás, tal como lo había querido por tanto tiempo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Detective privada

   Su vehículo estaba lleno de envoltorios de comida y de latas y vasos de plástico vacíos que alguna vez habían contenido café caliente o bebidas energizantes. Todo lo tiraba a la parte trasera o al lado del copiloto y la idea era limpiarlo cuando hubiese acabado con el caso que tenía en el momento. Al fin y al cabo, podía durar más de medio día metida en el carro sin tener necesidad alguna de salir. Como ya conocía cómo iba todo, su cuerpo solo necesitaba ir al baño en las tardes, cuando casi siempre estaba en casa. De resto, se la pasaba afuera.

 Ser una detective privada no era un trabajo muy común que digamos pero pagaba mucho mejor que otros trabajos que Nicky había tratado de ejercer, incluido el de policía. Se había presentado tres veces al examen de admisión pero nunca había obtenido el puntaje suficiente para convertirse en oficial. Después de la tercera vez, se aburrió tanto que estuvo meses en su casa sin hacer nada hasta que las cuentas empezaron a acumularse y tuvo que inventarse algo para ganar un poco de dinero. Un amigo le había aconsejado trabajar como privado.

 Por supuesto, a veces podía ser muy extenuante y los caso no eran nunca tan interesantes como los que ella había pensado que resolvería en la policía, pero al menos ganaba buen dinero pues la mayoría de esposas o esposos celosos están dispuestos a pagar cantidades absurdas de dinero con tal de averiguar si sus parejas les ponían los cuernos o no. Y, casi siempre, la respuesta a esa pregunta era afirmativa. Pocas veces pasaba que no encontraba nada durante sus pesquisas. Si no eran cuernos, era algo relacionado al dinero o hasta peor.

 Su amigo, el que le había recomendado trabajar de esa manera, era ya detective de la policía. Juan no era el mejor ni el más brillante pero por alguna razón él si había obtenido el puntaje perfecto en el examen de admisión la primera vez que los dos habían intentado entrar, hacía ya unos cinco años. Nicky recordaba eso cada vez que lo veía y por eso siempre trataba de que sus conversaciones siempre fuesen breves y sin mayor trascendencia. Juan ayuda a procesar a los maleantes que encontrara ella, si es que ocurría en algún caso.

 Eso no era frecuente. En su último caso había encontrado al marido de una mujer que la había contratado en menos de veinticuatro horas. Resultó que se quedaba horas extra en su oficina con uno de los pasantes más jóvenes. Las fotos tampoco fueron muy difícil de tomar, solo había sido necesario entrar al edificio y eso, con la experiencia que Nicky ya tenía, era como pan comido. La mujer había llorado al ver las fotos pero, menos mal, no tanto para olvidar el pago de la detective. La mujer le agradeció y eso fue todo, resuelto en tiempo record.

 Juan siempre le preguntaba si no pensaba en las consecuencias de los trabajos que hacía. Muchas familias se veían envueltas en esos caso y terminaban siendo destruidas por la verdad. Ella siempre respondía que no era su problema si la gente construía su vida sobre las mentiras. Si no era a causa de ella, sería por otra razón que la verdad surgiría, y a veces es mejor que sea lo más rápido posible pues cuando la verdad se demora en llegar puede perjudicar aún más todo lo que podría tratar de salvarse después, cuando no haya mentiras.

 Al poco tiempo le llegó otro caso pero este, por fin, era diferente. Se trataba de un empresario que quería que Nicky siguiera a uno de sus empleados. Según lo que le había dicho, el empleado estaba siendo tenido en cuenta para un puesto bastante bueno, con una paga que a cualquiera le hubiese interesado, y por eso necesitaba saber en que cosas estaba metido, para determinar si podía confiar en él todos los secretos de la empresa o si tenía secretos guardados que pudiesen impedir el desarrollo en calma de su nuevo trabajo.

 Ese caso no se resolvió en un día. Desde que empezó a seguir al hombre, le pareció que era el hombre más común y corriente del mundo, al menos para ese momento de la historia del hombre. El tipo era joven, tal vez un par de años menor que Nicky. Era guapo y todas las mañanas madrugaba para ir dos horas al gimnasio. La detective, en una semana, pudo memorizar su rutina que consistía en calentamiento, aparatos varios, pesas y finalmente un chapuzón de veinte minutos en la piscina del complejo deportivo al que iba todos los días sin falta.

 Al salir sudado del sitio, se dirigía caminando a su casa, donde se bañaba y cambiaba y salía al trabajo que, por raro que pareciera, también quedaba a una corta distancia. Para Nicky no era normal pues estaba acostumbrada a conducir a todos lados pero ahora se veía en la necesidad de salir de su vehículo para caminar cerca de la persona que estaba siguiendo. Si se quedara en el carro, seguramente sería mucho más evidente que estaba siguiendo al hombre. El tipo no parecía ser un idiota y se daría cuenta al instante.

Pasaron dos semanas y la rutina del tipo no cambiaba. Estaba desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde en la oficina. Llegaba rápidamente a su casa, donde casi siempre cocinaba algo él mismo y luego veía algo en la televisión hasta las once de la noche, hora en que se acostaba a dormir para estar listo al día siguiente para su rutina. Los fines de semana la cosa no cambiaba demasiado, solo cambiaba la oficina por más gimnasio y salir a comer con amigos o familia.

 En conclusión, el tipo no podía ser más aburrido. Sin embargo, el hombre que la había contratado, le había pedido a Nicky que fuera lo más exhaustiva posible. Cualquier pequeña cosa que pudiese encontrar fuera de lugar sería perfecta para quien la había contratado. Pero es que el hombre que seguía era virtualmente perfecto. No solo tenía un cuerpo increíble, y ella lo había detallado mucho con sus binoculares, sino que sabía cocinar y encima parecía tener lo suficiente de aburrido como para ser el mejor novio del mundo. El tipo era ideal.

 Una noche que decidió quedarse vigilando, Nicky notó que llevaba casi un mes con el mismo caso y ya había dejado de ser interesante. Sin embargo, los otros encargos que le aparecían siempre eran de lo mismo. La gente vivía obsesionada con que la traicionaran y ella estaba segura que tanto pensar que les estaban poniendo los cuernos hacía que en efecto eso pasara así no hubiese ni las más mínima razón para ello. Investigar y casi desdoblarse para estar en todas partes ya ni valían la pena. Podía afirmar que era un positivo desde el primer momento.

 De repente, salió de su ensimismamiento. La luz de la habitación del hombre se encendió hacia las dos y media de la madrugada, cuando el frío presionaba por todos lados y el silencio era casi total. El tipo fue directamente al portátil que tenía en la sala y se sentó frente a él un buen rato. Nicky asumió que se trataba de pornografía. Con un truco que le había enseñado una amiga que era hacker, intervino la señal de internet y pudo ver en su tableta todo lo que el tipo veía en su pantalla, pero no eran ni mujeres ni hombres desnudos.

 Eran números. Listas y listas de números y nombres por todos lados. La lista debía contener más de quinientos números asignados a personas. El tipo abría y cerraba el archivo y luego consultaba otras informaciones que no tenían nada que ver. Pero siempre volvía al tablero de número y nombres. Antes de que el tipo cerrara su portátil para volver a la cama, Nicky se dio cuenta de que los números eran códigos de cuentas bancarias y los nombres al lado debían ser de los dueños de cada cuenta. Lo raro era que el tipo no trabajaba en un banco sino en una compañía de seguros.


 Con una captura de pantalla que había tomado, investigó en casa los números de cuenta y otros datos numéricos que había en otras casillas. Después de una exhaustiva revisión, pudo determinar que no eran cuentas bancarias sino número del seguro social. Y sus cuentas no cuadraban. Alguien les estaba robando a esas personas y Nicky estaba segura de que no era el hombre del gimnasio. Alguien más lo estaba haciendo y él solo estaba preocupado. Por fin uno de sus casos se había puesto interesante.