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miércoles, 4 de abril de 2018

Naranja


   Como en todas las situaciones, el primer día fue el peor. No solo por la pérdida de mi libertad como ser humano, sino porque con cada paso que daba, parecía reafirmarse el hecho de que no vería el mundo exterior en muchos años. A la entrada me hicieron varias preguntas, mi abogado entregó los documentos pertinentes y ahí nos despedimos. Obviamente había venido por hacerme una cortesía pero estaba claro que ya no era necesario. Había confiado en él pero todo había salido mal.

 Se fue mientras revisaban todo y cuando terminaron, me hicieron pasar a un cuarto pequeño. Me pidieron que me quitara toda la ropa y la pusiera en una bolsa como de la basura. Me sentí muy mal en ese momento pero respiré profundo e hice lo que me pedían. La vida iba a ser así por un largo tiempo para mí y la verdad era que no quería tener más problemas de los necesarios. Así que allí, frente a dos guardias de seguridad, me quité la ropa y me puse el uniforme de prisionero que me habían entregado.

 Todo lo que tenía, lo poco que tenía, se fue en esa bolsa de la basura. En mi mente, me despedí de esa ropa. No era nada especial pero era mía y eso tenía un significado enorme ahora que entraba en un lugar en el que nada sería mío. Al poco rato me asignaron una cama en una celda, que debía de compartir con otros dos reclusos. En total tendríamos que ser cuatro, pero una de las camas todavía estaba vacante y no por falta de reclusos sino de colchones. Cuando vi el lugar, quise gritar o llorar.

 Pero no hice nada de eso. Solo entré en silencio a la celda y me senté en la cama asignada. Los guardias se fueron, hablando entre sí de algo que no supe que era. En la celda no había nada pues era la hora de comer. Me la había perdido, al parecer. No importaba, mi cuerpo no parecía ser muy capaz de aguantar nada sin regresarlo al exterior casi al instante. Me recosté en la cama y cometí mi primer error en la cárcel: me quedé profundamente dormido. Creo que por la tristeza, pero la razón poco importa.

 Me desperté al sentir que oprimían mi pecho. Los que supuse que eran mis dos compañeros me tenía agarrado de los brazos y las piernas para que no me moviera, uno además cubría mi boca con sus enormes manos. No podía verlos bien porque ya estaba oscuro, seguro era la madrugada. Podía olerlos, su sudor, así como escuchar sus voces susurrar cada cierto tiempo. Fue entonces que sentí que el que me tomaba las piernas me bajó el pantalón. Traté de luchar pero el que me tenía bloqueado por arriba saco algo, una droga probablemente, y la puso bajo mi nariz. Eso es lo último que recuerdo.

 Todo eso se lo dije al tipo encargado al día siguiente, después de que uno de los guardias hubiese venido a despertarme para los ejercicios matutinos. Yo no le había respondido y ahí el tipo había dado la alarma, pues mi colchón estaba manchado de sangre. En la enfermería fue donde les conté todo lo que había pasado. No me importaban las razones por estar en ese lugar, no me importaba nada. Pedí que me cambiaran de celda, a cualquier lugar excepto de vuelta adonde estaba antes.

 Eso hicieron y creo que fue la última vez que las autoridades hicieron algo por mí. Tardé en darme cuenta que esa única gracia me fue concedida porque mi nombre seguía en los medios y para la cárcel hubiese sido un gran problema que el condenado más reciente hubiese sido violado en su primera noche en el sistema penitenciario. Querían que mi nombre y mi historia murieran pronto para poder hacer conmigo lo mismo que hacían con todos los demás: nada. Solo observar y nada más.

 En mi nueva celda sí había otras tres personas pero ninguno parecía muy interesado en los demás, algo que para mí era preferible. Esta vez me tocó en la parte superior de un camarote. Cuando subí, me di cuenta de que el colchón era el mismo en el que había sangrado la noche anterior, todavía estaba la mancha de sangre seca ahí. Estaba claro que no iba a desperdiciar un colchón nada más por un poco de sangre.  Me incomodó un poco pero al menos podía descansar en paz, sin que nadie me jodiera la vida.

 Al tercer día fue cuando empecé a ver la realidad de la vida en la cárcel, tanto las comidas en el comedor como el patio de ejercicio y los salones para talleres varios. A la mayoría de los reclusos poco o nada les interesaba estudiar o avanzar en cualquier manera dentro de esos muros. Muchos de ellos iban a estar allí para toda la vida, así que no veían el punto de aprender o de congraciarse con la justicia. Ella ya había dado su sentencia y los había arrojado a ese hoyo oscuro del que no saldrían nunca.

 En la primera semana, aprendí que todos allí éramos culpables. Sí, puede que hubiese algún inocente del crimen del que lo habían condenado, pero de todas maneras nos convertíamos en seres culpables y criminales allí dentro. Empezábamos a manejarnos en turbios negocios o en actitudes que solo personas con una moral dudosa podrían tener. La verdad es que lo noté en mí y jamás me importó. Mi sentencia no era para siempre pero era larga y no podía vivir todo ese tiempo con miedo, no podía esperar a que me pasara lo mismo que el primer día de nuevo. Algo tenía que hacer.

 Al comienzo fui a clases de carpintería, pero me aburrí bastante. Así que pasé a ser uno de los ratones del gimnasio, como decían los otros. Me dediqué a mejorar mi físico y, para mi sorpresa, hice buenos amigos allí. Sí, eran personas que habían hecho cosas horribles, y otros cosas reprobables, pero fueron mis amigos en ese lugar. Tuve un grupo con el cual consumir las tres comidas del día, con los que hablaba seguido de nuestras vidas afuera y nuestras expectativas para el futuro.

 Claro que mi violación salía siempre a relucir. Fueron rápido en hacerme saber que lo mío no había sido nada especial, era algo que pasaba con bastante frecuencia y sobre todo a personas como yo. Los tipos esos sabían desde antes cuando alguien nueva iba a llegar y, si ellos lo creían necesario, los castigaban durante su primera noche. Mis nuevos amigos dijeron que yo no era el primero y ciertamente no sería el último. Era verdad. Vi a muchos vivir lo mismo durante mi estadía allí e hice lo posible por ayudarlos.

 Algo extraño fue que uno de mis compañeros me confesó con el tiempo que yo le había gustado desde siempre, pero que en un lugar así la discriminación podía ser muy severa, a pesar de que todo tipo de hombres tenían que convivir con todo tipo de hombres. Con el tiempo tuvimos algo que se podía llamar una relación. Estaba seguro que de haber estado afuera, nunca nos hubiésemos conocido. Pero la vida es así y aprendí que no soy nadie para refutar nada ni dudar de la sabiduría del destino.

 Creo que el punto más alto de nuestra relación fue cuando supe que había habido un altercado en las duchas y alguien había terminado muerto. Nos metieron en un nuestras jaulas y no dijeron nada por horas hasta que al otro día algunos sacaron conclusiones: habían sacado a un muerto del lugar y ese había sido uno de mis violadores. El otro estaba en la enfermería, muy malherido. Del atacante no se sabía nada, pues el agua había limpiado el arma homicida. Pero yo no necesite evidencia para saber.

 En el patio hablamos todos de lo sucedido y me di cuenta de que mi seguidor número uno tenía moretones en la zona abdominal y un corte pequeño en la cara. Él era un tipo grande, que había ido al gimnasio mucho antes de entrar en la cárcel. Él me miró en ese momento, directo a los ojos.

 Supe que mi conclusión era cierta y entonces me le acerqué y le sonreí. No sé porqué lo hice, no sé si lo quise de verdad o que fue lo que me pasó. Tal vez era solo agradecimiento. Pero debo confesar que sin su amistad, su extraña versión del amor, yo nunca hubiese podido sobrevivir ese infierno.

viernes, 1 de septiembre de 2017

El amor es un unicornio

   Nos veíamos cada que podíamos, más que todo en mi casa. En la suya era prácticamente imposible, puesto que su pareja trabajaba allí. No tenía una vida de oficina como la de la mayoría de la gente sino que redactaba sus artículos en una mesa que solo vi una vez, el día que fingí ser alguien del trabajo de Esteban. Ese día le vi la cara a Nicolás y tengo que decir que no sentí nada más sino alivio de que, por alguna razón, yo llevaba un sobre en la mano cuando abrí la puerta.

 Por eso nunca vamos a su casa. Nicolás puede que salga por unas horas pero siempre regresa más rápido de lo que uno cree, eso dice Esteban. Cuando me lo dice, y siempre lo hace, tiene una cierta melancolía en la voz, como si estuviese hablando de una vida pasada o de alguien que recuerda de su más tierna infancia. De esa manera sé que ama a su pareja y nunca lo va a dejar. Por mí, todo está bien. Cuando conocí a Esteban jamás busqué algo serio, no estaba de ese humor.

 De hecho, nunca lo he estado. Llevo quince años felizmente soltero y todavía sigo sin sentirme cómodo con la idea de despertar todos los días con alguien al lado, compartir un alquiler y el pago de las facturas y soportar los horarios de otra persona. Simplemente no tengo la paciencia para eso y creo que he hecho bien. No voy a engañar a nadie: la he pasado muy bien así como estoy. Y eso que no ando buscando sexo en lugares oscuros, al menos no tan seguido como antes.

 Mi carrera me ha dado lo suficiente para llevar una vida agradable, con las comodidades que quiero tener: puedo comprar las películas y videojuegos que quiera, cambiar el televisor o el celular si se daña e incluso regalarme uno o dos viajes de precio medio al año. Creo que no está nada mal y así es como disfruto mi vida, sin problemas. Por eso lo único que sentí cuando conocí a Nicolás fue un profundo alivio de que las cosas no cambiaran para mí. No quiero líos por tonterías.

 Sí, la paso muy bien con Esteban. Casi siempre que viene lo recibo con un beso, toco todo su cuerpo y después tenemos sexo un buen rato hasta que nos cansamos. Lo extraño viene después, cuando estamos desnudos y pedimos algo para comer y hablamos de la vida, de cosas que nos pasan, discutimos nuestras opiniones, incluso sobre religión y política. Nos llevamos bien en todos los sentidos y por eso siento que Esteban es alguien especial. Pero me niego a confesar que sienta algo por él porque cuando lo veo lo primero en lo que pienso es en tocarle el trasero.

 Nos conocimos en el gimnasio que queda cerca de mi casa. Voy allí una hora todas las noches, más que todo para relajarme. No me mato en clases o en máquinas como todos esos otros desesperados. Solo me ejercito escuchando música y poco o nada me importa lo que piensen los que están alrededor. Solo hago lo que hago y una de esas cosas es mirar por ahí, a ver a quién veo de interesante. Por eso no puedo decir que solo haya conocido a Esteban así, sería mentir.

 Me protejo y a los demás y creo que esa es la regla general para llevar una vida así, de libertad sexual. El resto ya va en cada persona y la verdad es que muchos hombres son bastante promiscuos. No les importa acostarse con una persona distinta todas las noches y no exagero. Muchos creen que eso es sucio pero la verdad yo siempre me siento con más energía después de tener relaciones con alguien, como que libero muchas de las cosas que quieren joderme la mente.

 Con Esteban sí hay un cambio y es que, desde que nos conocimos, él ha comenzado a pensar en mí como un amigo y no solo como su amante. Al comienzo se iba tan pronto el condón terminaba en el cesto de la basura. Pero ahora se queda por horas, incluso le habla a Nicolás cuando está al lado mío en el sofá, viendo alguna película. Le dice que soy una de sus amigas o que está en un sitio público o cualquier otra mentira. Eso es algo que me sorprende en ocasiones.

 Yo nunca he mentido y creo que eso también hace parte de lo extraño que me sentí la vez que vi a Nicolás en su propia casa: yo prácticamente nunca le miento a nadie. Mis amigos saben como soy y por eso nunca aparecen de la nada en mi casa. Siempre me llaman antes y aunque no pregunta directamente, sé que lo hacen para saber si hay alguien conmigo. Les digo que vengan y listo, saben que la persona ya se fue o simplemente no hubo nada en ningún momento de ese día.

 Mentir sí me hace sentir sucio. De pronto más que mentir, es el hecho de no ser sincero conmigo mismo y con otros acerca de quién soy en realidad. Desde joven empecé un proceso largo y difícil de aceptación que culminó en la creación de una personalidad bastante práctica: solo me preocupo cuando las cosas de verdad se ponen difíciles, cuando de verdad hay un problema a la vista. Lo de Esteban, eso de decirle mentiras a las personas a diestra y siniestra, es algo que yo nunca haría. Sinceramente, creo que si me planteara ser pareja de alguien, eso sería algo que ver.

 La verdad es que no he visto a Nicolás una sola vez. Nunca se lo he contado a Esteban pero hace muchos años, en la universidad, vi a Nicolás yendo de la mano de una chica. Cuando lo vi en el apartamento de Esteban me acordé de esa imagen como si fuese una película vieja. Recuerdo que era la plaza principal de la universidad y la chica era una de esas de las que todo el mundo habla porque ha sido reina de belleza o modelo o algo parecido. El caso es que yo no era el único mirándolos.

 Siempre he querido preguntarle a Esteban si sabe de ese aspecto de la vida de Nicolás. No es algo que me incumba, así que nunca lo he planteado en nuestras conversaciones post-sexuales. Además, se me tiene prohibido hablar de él, dicho explícitamente por el propio Esteban. Cuando me lo dijo, con una cara de enojo y miedo, me reí en su cara. Se enojó tanto que salió como una tromba de mi apartamento y no volvió sino hasta una semana después, cuando tuve que taparle la boca porque sus gemidos podrían molestar a mi vecina.

 Esa es otra cosa que me hace reír. Habla por teléfono con Nicolás de ir a reuniones familiares y a fiestas con amigos de no sé donde. Es más joven que yo, por un par de años, y ya tiene una segunda vida completa. Me he preguntado también si soy el único en su vida alterna pero siempre me respondo a mi mismo que es lo más probable. Esos gemidos me lo dicen así que como el hecho de que se pasa la vida en el trabajo, en su casa y en la mía. No tiene tiempo para más.

 Me hace feliz que el placer sexual que siente conmigo es evidentemente mayor que el que siente con Nicolás. Sin embargo, me he encontrado a mi mismo preguntándome sobre las habilidades en la cama de ese otro personaje. ¿Será que es tan malo como haría parecer Esteban con sus actuaciones o es simplemente una persona distinta, que gusta de hacer las cosas de una manera diferente? ¿No lo sé y eso sí que nunca se lo preguntaré a Esteban. La razón es que la verdad no me interesa.

 En algún momento Esteban saldrá de mi vida porque todas sus mentiras se concentrarán en un solo punto y harán que su cabeza explote de la tensión. Es solo cuestión de tiempo y espero no estar demasiado cerca cuando ocurra, con una llamada será suficiente.


 Y yo me moveré a otros territorios y seguiré siendo el mismo de siempre. No, no creo que me enamore nunca porque no creo que en ese animal fantástico. Me quedo con el tacto, con los gemidos en mi habitación, con el calor humano y con las conversaciones casuales.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Detective privada

   Su vehículo estaba lleno de envoltorios de comida y de latas y vasos de plástico vacíos que alguna vez habían contenido café caliente o bebidas energizantes. Todo lo tiraba a la parte trasera o al lado del copiloto y la idea era limpiarlo cuando hubiese acabado con el caso que tenía en el momento. Al fin y al cabo, podía durar más de medio día metida en el carro sin tener necesidad alguna de salir. Como ya conocía cómo iba todo, su cuerpo solo necesitaba ir al baño en las tardes, cuando casi siempre estaba en casa. De resto, se la pasaba afuera.

 Ser una detective privada no era un trabajo muy común que digamos pero pagaba mucho mejor que otros trabajos que Nicky había tratado de ejercer, incluido el de policía. Se había presentado tres veces al examen de admisión pero nunca había obtenido el puntaje suficiente para convertirse en oficial. Después de la tercera vez, se aburrió tanto que estuvo meses en su casa sin hacer nada hasta que las cuentas empezaron a acumularse y tuvo que inventarse algo para ganar un poco de dinero. Un amigo le había aconsejado trabajar como privado.

 Por supuesto, a veces podía ser muy extenuante y los caso no eran nunca tan interesantes como los que ella había pensado que resolvería en la policía, pero al menos ganaba buen dinero pues la mayoría de esposas o esposos celosos están dispuestos a pagar cantidades absurdas de dinero con tal de averiguar si sus parejas les ponían los cuernos o no. Y, casi siempre, la respuesta a esa pregunta era afirmativa. Pocas veces pasaba que no encontraba nada durante sus pesquisas. Si no eran cuernos, era algo relacionado al dinero o hasta peor.

 Su amigo, el que le había recomendado trabajar de esa manera, era ya detective de la policía. Juan no era el mejor ni el más brillante pero por alguna razón él si había obtenido el puntaje perfecto en el examen de admisión la primera vez que los dos habían intentado entrar, hacía ya unos cinco años. Nicky recordaba eso cada vez que lo veía y por eso siempre trataba de que sus conversaciones siempre fuesen breves y sin mayor trascendencia. Juan ayuda a procesar a los maleantes que encontrara ella, si es que ocurría en algún caso.

 Eso no era frecuente. En su último caso había encontrado al marido de una mujer que la había contratado en menos de veinticuatro horas. Resultó que se quedaba horas extra en su oficina con uno de los pasantes más jóvenes. Las fotos tampoco fueron muy difícil de tomar, solo había sido necesario entrar al edificio y eso, con la experiencia que Nicky ya tenía, era como pan comido. La mujer había llorado al ver las fotos pero, menos mal, no tanto para olvidar el pago de la detective. La mujer le agradeció y eso fue todo, resuelto en tiempo record.

 Juan siempre le preguntaba si no pensaba en las consecuencias de los trabajos que hacía. Muchas familias se veían envueltas en esos caso y terminaban siendo destruidas por la verdad. Ella siempre respondía que no era su problema si la gente construía su vida sobre las mentiras. Si no era a causa de ella, sería por otra razón que la verdad surgiría, y a veces es mejor que sea lo más rápido posible pues cuando la verdad se demora en llegar puede perjudicar aún más todo lo que podría tratar de salvarse después, cuando no haya mentiras.

 Al poco tiempo le llegó otro caso pero este, por fin, era diferente. Se trataba de un empresario que quería que Nicky siguiera a uno de sus empleados. Según lo que le había dicho, el empleado estaba siendo tenido en cuenta para un puesto bastante bueno, con una paga que a cualquiera le hubiese interesado, y por eso necesitaba saber en que cosas estaba metido, para determinar si podía confiar en él todos los secretos de la empresa o si tenía secretos guardados que pudiesen impedir el desarrollo en calma de su nuevo trabajo.

 Ese caso no se resolvió en un día. Desde que empezó a seguir al hombre, le pareció que era el hombre más común y corriente del mundo, al menos para ese momento de la historia del hombre. El tipo era joven, tal vez un par de años menor que Nicky. Era guapo y todas las mañanas madrugaba para ir dos horas al gimnasio. La detective, en una semana, pudo memorizar su rutina que consistía en calentamiento, aparatos varios, pesas y finalmente un chapuzón de veinte minutos en la piscina del complejo deportivo al que iba todos los días sin falta.

 Al salir sudado del sitio, se dirigía caminando a su casa, donde se bañaba y cambiaba y salía al trabajo que, por raro que pareciera, también quedaba a una corta distancia. Para Nicky no era normal pues estaba acostumbrada a conducir a todos lados pero ahora se veía en la necesidad de salir de su vehículo para caminar cerca de la persona que estaba siguiendo. Si se quedara en el carro, seguramente sería mucho más evidente que estaba siguiendo al hombre. El tipo no parecía ser un idiota y se daría cuenta al instante.

Pasaron dos semanas y la rutina del tipo no cambiaba. Estaba desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde en la oficina. Llegaba rápidamente a su casa, donde casi siempre cocinaba algo él mismo y luego veía algo en la televisión hasta las once de la noche, hora en que se acostaba a dormir para estar listo al día siguiente para su rutina. Los fines de semana la cosa no cambiaba demasiado, solo cambiaba la oficina por más gimnasio y salir a comer con amigos o familia.

 En conclusión, el tipo no podía ser más aburrido. Sin embargo, el hombre que la había contratado, le había pedido a Nicky que fuera lo más exhaustiva posible. Cualquier pequeña cosa que pudiese encontrar fuera de lugar sería perfecta para quien la había contratado. Pero es que el hombre que seguía era virtualmente perfecto. No solo tenía un cuerpo increíble, y ella lo había detallado mucho con sus binoculares, sino que sabía cocinar y encima parecía tener lo suficiente de aburrido como para ser el mejor novio del mundo. El tipo era ideal.

 Una noche que decidió quedarse vigilando, Nicky notó que llevaba casi un mes con el mismo caso y ya había dejado de ser interesante. Sin embargo, los otros encargos que le aparecían siempre eran de lo mismo. La gente vivía obsesionada con que la traicionaran y ella estaba segura que tanto pensar que les estaban poniendo los cuernos hacía que en efecto eso pasara así no hubiese ni las más mínima razón para ello. Investigar y casi desdoblarse para estar en todas partes ya ni valían la pena. Podía afirmar que era un positivo desde el primer momento.

 De repente, salió de su ensimismamiento. La luz de la habitación del hombre se encendió hacia las dos y media de la madrugada, cuando el frío presionaba por todos lados y el silencio era casi total. El tipo fue directamente al portátil que tenía en la sala y se sentó frente a él un buen rato. Nicky asumió que se trataba de pornografía. Con un truco que le había enseñado una amiga que era hacker, intervino la señal de internet y pudo ver en su tableta todo lo que el tipo veía en su pantalla, pero no eran ni mujeres ni hombres desnudos.

 Eran números. Listas y listas de números y nombres por todos lados. La lista debía contener más de quinientos números asignados a personas. El tipo abría y cerraba el archivo y luego consultaba otras informaciones que no tenían nada que ver. Pero siempre volvía al tablero de número y nombres. Antes de que el tipo cerrara su portátil para volver a la cama, Nicky se dio cuenta de que los números eran códigos de cuentas bancarias y los nombres al lado debían ser de los dueños de cada cuenta. Lo raro era que el tipo no trabajaba en un banco sino en una compañía de seguros.


 Con una captura de pantalla que había tomado, investigó en casa los números de cuenta y otros datos numéricos que había en otras casillas. Después de una exhaustiva revisión, pudo determinar que no eran cuentas bancarias sino número del seguro social. Y sus cuentas no cuadraban. Alguien les estaba robando a esas personas y Nicky estaba segura de que no era el hombre del gimnasio. Alguien más lo estaba haciendo y él solo estaba preocupado. Por fin uno de sus casos se había puesto interesante.

miércoles, 22 de junio de 2016

Vigorexia y otros males

   Matías entrenaba todos los días, sin importar el clima o su estado de ánimo, nada lo podía alejar del gimnasio que tenía cerca de casa. Había empezado a ejercitarse durante sus años de universidad y ya hacía mucho había logrado todos sus objetivos. El primero había sido perder peso y lo había logrado en un tiempo menor al pensado. La verdad era que Martín jamás había sido gordo ni había tenido ningún tipo de problema de peso, solo tenía los mismos rollitos que todo el mundo.

 En todo caso, unos seis meses después de entrenamiento intensivo, toda esa grasa se había esfumado gracias a la ayuda de su entrenador, un hombre un poco mayor que él que recibía un pago aparte de la tarifa normal del gimnasio para que lo dirigiera y trazara para él un plan de ejercicio y una dieta acorde. Matías trabajaba en una oficina como mensajero y, en parte, había sido contratado por su físico: lo hacía ágil en la motocicleta y nadie podía negarse a recibir nada de un tipo de un metro ochenta de altura.

 Sin embargo, Matías nunca se había fijado en esas características de sí mismo. O bueno, sí que se había fijado pero no las tomaba como ventajas en ningún sentido. Pensaba que esas eran cosas con las que había nacido y que, al final de cuentas, no importaban mucho a la hora de definir su futuro en diferentes ámbitos. La verdad era que Matías sí sufría de un mal pero no era algo físico sino sicológico, algo que él no había querido enfrentar pero había estado allí siempre.

 Él nunca lo contaba. No era algo de lo cual estar orgulloso. El hecho era que en la escuela, con unos dieciséis años, había tenido graves problemas de bulimia. Tan grave había sido el lío que sus padres habían tenido que ser llamados a la escuela para que explicaran el comportamiento de su hijo. Las escuelas entonces no eran tan comprensivas pues mucho ha cambiado en tan poco tiempo.

 Ese día fue el peor de su vida pues tuvo que decirles a sus padres, llorando, que todo lo que comía lo vomitaba porque se sentía que había subido mucho de peso en los últimos meses. Además no le daba ningún placer comer, no como antes. No sabía explicar la razón pero todo le daba asco o simplemente no le atraía en lo más mínimo. Sus padres siguieron el consejo de la escuela y lo enviaron a un sicólogo calificado.

 En poco tiempo, el problema quedó solucionado. Si bien Matías nunca arregló su problema respecto al gusto por la comida, no volvió a vomitar su comida nunca más, optando mejor por el ejercicio unos años después. Su entrenador le había confeccionado una dieta tan perfecta, que se acoplaba de manera ideal con su apetito de siempre. Eran pequeñas porciones de comida que nunca tenía mucho sabor. Perfecto para él.

 Sin embargo, Matías renovó su membresía al gimnasio después del primer año. No solo había perdido el peso que quería sino que había ganado mucha masa muscular un poco por todo el cuerpo y había marcado casi todo lo que se podía marcar en el cuerpo. Estaba tomando vitaminas y muchas otras cosas para ayudar a que sus músculos crecieran un poco más, para llegar siempre a un nivel más alto. Aunque trabajaba todo el día, de lunes a viernes, siempre estaba a las ocho de la noche en punto en el gimnasio y no salía sino hasta cuatro horas después.

 El entrenador que tenía se convirtió en su amigo y dejó de ser su entrenador pues ya no había necesidad. Él le había insistido que quería seguir con él más tiempo, para aprender y saber como manejar sus dietas y ejercicios y demás pero el tipo le dijo que él ya no lo podía ayudar en nada pues Matías había pasado ya todo los niveles que él consideraba necesarios y que él conocía. De ahora en adelante estaba por su cuenta.

 Se puso a leer entonces páginas de internet y algunos libros y encontró recetas y rutinas para seguir trabajando su cuerpo. No le decía a nadie pero la verdad era que todavía veía los rollitos de antes, seguía viendo zonas de grasa en su cuerpo, parte de piel que no estaban tensionadas y trabajaba en ellos todos los días, sin poner atención a nada más en su vida sino a todo eso que no estaba allí.

 En el gimnasio nadie se daba cuenta pues mucha de la gente que iba tenía el mismo problema y los demás tenían los propios. Nadie tenía tiempo de darse cuenta que algo podría estar realmente mal. En su familia la cosa tampoco era muy distinta. Todos comentaban lo bien que se veía, que parecía más alto y que sus brazos fornidos seguramente eran la sensación entre las chicas.

Él era modesto y no decía nada pero la verdad que, aunque sí se le acercaban muchas mujeres, la mayoría salía corriendo apenas se daban cuenta de la personalidad que había detrás de los músculos. Normalmente sus relaciones sentimentales no pasaban de la primera semana porque Martín ya tenía sus prioridades y el gimnasio era una de esas y no lo cambiaría, a pesar de que se cruzaba con las horas perfectas para salir a comer, bailar, tomar algo y hasta tener sexo.

 Algunas chicas lograron meterse en su cama pero, como nunca habían planeado ir más allá, les daba igual la personalidad de Matías y la hora a la que se metieran en su cama. Lo hacían más porque era como un reto, como algo nuevo en su lista de ligues. No era todos los días que se estaba con un hombre con un cuerpo así.

 Con el tiempo, esos momentos fueron siendo cada vez menos hasta que Matías dejó de lado por completo su vida sentimental y se dedicó casi al cien por ciento al gimnasio. Aunque sus padres no supieron, dejó su trabajo de mensajero que le había dado el dinero para salir de casa y vivir solo, y decidió entrenar para un concurso de fisicoculturismo. Esa era su meta ahora, estar entre hombres que la gente consideraba dioses vivientes. Él quería estar entre ellos y sentirse por fin realizado.

 El concurso estaba a siete meses y por eso aumentó su régimen de entrenamiento y su dieta. Lo hizo todo solo, sin ayuda de nadie. Al comienzo los cambios no parecían ser muy efectivos. Matías se desesperó y no era extraño ver en su casa marcas en las paredes de cuando las había golpeado con fuerza, dejando la silueta de su puño o al menos algo de sangre sobre el blanco del muro.

 Pero con el tiempo se empezaron a ver los resultados y entonces fue cuando en verdad Matías perdió todo contacto con la realidad. No tenía más vida sino esa: de la casa al gimnasio y del gimnasio a la casa. La falta de dinero no era problema pues no gastaba en casi nada, solo en la nueva dieta y ya. Caminaba al gimnasio y su membresía estaba paga por un buen tiempo. Su cabeza solo servía para entrenar, comer y dormir. Había dejado todo lo demás de lado, incluidos sus amigos y su familia.

 Sus padres lo llamaban a veces preguntado que pasaba. Lo hacían al celular porque la línea de teléfono fijo había sido cortada. Era un gasto que no necesitaba ahora. Él apenas les hablaba, contestando con monosílabos y sin el menor interés por saber como estaban ellos, que pasaba con sus vidas ni nada de eso. Ellos se preocuparon pero al mismo tiempo pensaron que tal vez era ese momento de la vida cuando los hijos ya toman vuelo y no tiene caso seguir encima de ellos.

 El día del concurso, Matías preparó todo él solo. Era el único concursante que venía sin una comitiva. Algunos de los otros hombres trataron de hablarle, de crear una amistad basada en sus gustos, pero no sirvió de nada. En persona era igual que por teléfono. El concurso prosiguió todo ese día con diferentes tipos de desfiles y actividades hasta que, al final, Matías quedó segundo, después de un tipo que apenas ganó corrió a su esposa e hijos y los abrazó.


 Matías no sintió nada en ese momento más que pena por si mismo. Un segundo lugar no era lo que quería. Recogió todo lo suyo y salió del sitio corriendo, sin esperar un segundo más. En su mente, ya pensaba como ganar otros concursos. Estaba tan metido en eso que no vio el camión al cruzar la calle frente al recinto de espectáculos. Matías no pensó en nada, nunca más.