La herida estaba abierta, casi escupía
sangre. Era un corte profundo pero había sido ejecutado con tal agilidad que al
comienzo no se había dado cuenta de que lo habían atacado de esa manera.
Corriendo, solo se había sostenido el costado y había notado como se le
humedecía la mano a medida que corría y como se cansaba más rápido. Su
respiración era pausada y las piernas dejaron de funcionar al cabo de unos
veinte minutos. Su compañero llamado B, lo ayudó a seguir adelante.
El bosque en el que habían estado durante
meses parecía haber adquirido alguna extraña enfermedad. Los árboles habían
languidecido en tan solo unos días De ser unos gigantes verdes, pasaron a ser
unas ramas marrones casi negras que se sostenían en pie porque el viento ya no
soplaba con tanta furia como antes. Notaron que, lo que sea que estaba acabando
con la vegetación avanzaba poco a poco. Tras una colina, encontraron un pedazo
de bosque que apenas comenzaba a podrirse.
Cuando se detuvieron, lo hicieron en la zona
más espesa para evitar ser atacados. Pero si ya no los seguían quería decir que
su enemigo se había cansado y había decidido dejar sus muertes para más tarde.
Estaba más que claro que eran ellos los que llevaban las de perder. Estaban
heridos y no habían comido como se debía en varios días. Se había alimentado de
los pocos animales que quedaban y de plantas y frutas pero todo se moría.
Pronto sería la falta de agua lo que los llevaría a la tumba.
Al dejarse caer en el suelo, la sangre empezó
a salir de A a borbotones. Era demasiada
sangre de un cuerpo que no era alto y ya había adelgazado demasiado por la
falta de comida. Cuando se dieron cuenta de la extensión del daño, supieron de
inmediato que su enemigo los había dejado ir para que murieran por su cuenta.
Podía esperar a encontrar los cadáveres. No era un planeta grande, no podían
correr para siempre. Ellos sabían que estaban perdidos.
B trató de limpiar la herida lo mejor que
pudo. Luego, rompió la camiseta sucia que llevaba puesta y, con la cara limpia,
cubrió toda la cintura de su compañero. Tuvo que romper la tela en varios
sitios, morder y gemir porque no habían descansado aún. A no paraba de llorar
pero no emitía sonido mientras lo hacía. Era el dolor el que lo obliga a
derramar lágrimas pero no quería dejarse terminar por algo que venía de sus
adentros. Quería seguir corriendo, seguir luchando, pero al mismo tiempo sabía
que no había más oportunidades en el horizonte.
Había llegado la hora de darse cuenta, de
abrir los ojos y ver la muerte a la cara. Por un lado, estaban tristes,
devastados. Habían venido de muy lejos y todo había sido un paraíso terrenal.
Pero las cosas habían empeorado de una manera vertiginosa y ahora estaban a
solo pasos de su muerte. El tiempo podría ser corto o largo, si es que la vida
quería torturarlos un poco más. Pero al fin de todo, sabían que muertos serían
más felices. Era la única manera de estar juntos para siempre.
Ya no era un secreto a
voces. Nunca se lo dijeron en palabras pero sabían bien lo que sentían y
simplemente lo habían expresado y desde ese momento su tenacidad como
compañeros había sido imparable. De cierta manera, el hecho de solo tener una
herida de muerte entre los dos, era un hecho de admirar. Solo ellos habían
enfrentado una legión de criaturas sedientas de sangre, locas por la carne
humana y obsesionadas con la muerte. Se podía decir que habían salido bien
librados.
Comieron lo último que tenían en su pequeña y
desgarrada mochila. Decidieron caminar más, en silencio y fue ese el momento
para pensar en todo. A pensó que jamás volvería a respirar más y eso lo hizo
sentir bien. Porque ahora su garganta le dolía y su cuerpo le pesaba. Ya no
quería seguir así y sabía muy bien que no habría ninguna salvación milagrosa en
el último minuto. Esas criaturas lo habían condenado y él no podía pelear
contra la fuerza de la muerte.
B, sin embargo, se había cuenta de un pequeño
detalle: el seguiría vivo después de la muerte de A. Era estúpido pensar algo
tan obvio pero cuando había visto la herida no la había sentido como exclusiva
de su compañero. Para él, era un peso que cargaban en pareja y no en solitario.
El solo hecho de no haber pensado en su supervivencia le había hecho pensar que
de verdad era amor lo que sentía pero también le había hecho caer en cuenta que
estaría solo, al menos por un tiempo.
Al fin y al cabo, las criaturas y su maestro
los seguirían cazando, con herida y sin ella. Eso quería decir para B, que
vería al amor de su vida morir pero lo seguiría muy de cerca. Eso a menos que
la tortura de parte del enemigo fuese dejarlo vivir y ahora que lo pensaba,
sería algo muy horrible de vivir. Sin consultarlo con su pareja, recordó el
cuchillo que habían robado y como colgaba de su cinto. Cuando A muriera, lo
usaría en sí mismo para acabar con todo. No viviría un segundo más que la
persona con la que había sobrevivido a tanto.
La noche llegó y parecía apresurada. El cielo
no se tiñó de colores al atardecer. Solo hubo un cambio repentino de luz a
oscuridad. Era muy extraño pero el lugar en el que se encontraban era tan raro,
que preferían no dudar de nada y no pensarlo todo demasiado. Se recostaron
entre algunos árboles pequeños y se quedaron dormido uno contra la espalda del
otro. Así podían sentirse cerca el uno del otro, sin descuidar el lugar donde
estaban y sus provisiones, por pocas que fueran.
Sin embargo, no durmieron todo lo que hubiese
querido. En la mitad de la noche los despertó un gran estruendo. Se pusieron de
pie de un salto, pensando que venían por ellos los asesinos. Por un segundo,
pensaron en su muerte. Se tomaron de la mano y esperaron el ataque. Pero otro
sonido les hizo caer en cuenta que lo que los había despertado venía de arriba,
del cielo. Era como una mancha y luego se transformó en luces. Cuando estuvo
cerca, pudieron ver que era un vehículo.
Aterrizó cerca de ellos
pero los dos hombres no se movieron. No podían confiar en nada de lo que
vieran. Así que B hizo que A se recostará en un tronco aún fuerte y esperaron
juntos, en la sombra. El vehículo se quedó en silencio y, de repente del
costado, apareció una puerta. A través de ella salió una criatura hermosa. Era
similar a una mujer humana pero algo más alta, con piel rosada y escamas
iridiscentes en sus piernas. Era lo más hermoso que hubiesen visto nunca.
El ser caminó de manera
estilizada hasta ellos. No dudó por un segundo. Apartó ramas y los miró a los
ojos. Ellos no sabían que hacer. La miraron y ella hizo lo mismo, sin emitir un
solo sonido. El momento parecía durar una eternidad porque la mujer parecía
analizarlos y algo por el estilo. Había una sensación de urgencia en el aire
pero, al mismo tiempo, de una extraña paz que les impedía salir corriendo hacia
el costado opuesto. Era todo demasiado raro, loco incluso.
A finalmente cedió al dolor. Sus rodillas se
doblaron y cayó de golpe al suelo. Sangre salía de su boca. B saltó hacia él y
entonces la mujer, o lo que fuera, abrió la boca, como si fuera a gritar. Pero
ellos no oyeron nada. Cuando cerró la boca, ayudó a B a cargar a su compañero a
la nave.
En la puerta, B miró hacia atrás cuando la nave
se elevó. Lo último que vio fue los cadáveres de sus enemigos, destrozados. La
mujer había hecho algo allí, algo que ellos no entendían. Y ahora ella y su
piloto trataban de tomar a A de los brazos de la muerte.