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lunes, 21 de mayo de 2018

Galerías


   Se sentía extraño. Normalmente, cuando despertaba, daba media vuelta en la cama y trataba de conciliar el sueño otra vez. O cuando era entre semana, trataba de desactivar la alarma dándole golpes suaves al celular, que casi nunca servían para nada. Supongo que era precisamente la idea que no fuese algo tan fácil de desactivar. El caso es que mis mañanas nunca eran así y por eso esa mañana fue tan especial, tan diferente y particular. Al abrir los ojos, quedé congelado en el lugar donde estaba.

 Por un momento, pensaba que no tenía ropa pero sí tenía puesto mis boxers o al menos pensé que eran los míos. No quería moverme demasiado mirando por debajo de las cobijas. Se sentía un calor inusual para una hora tan temprana. Y eso era porque él estaba allí acostado, profundamente dormido y con su cara directamente hacia mi lado de la cama. Podía sentir su aliento muy cerca pero no lo suficiente como para que fuera insoportable. Además, no olía nada mal. Tal vez había masticado un chicle antes o una menta.

 Su nombre era Ramón y lo había conocido hacía un par de meses en una galería de arte, un lugar al que jamás hubiese ido si no fuera porque una de las fotos que vi desde afuera del lugar me había llamado la atención. No porque fuese buenísima ni única ni nada por el estilo, sino porque creía saber quién era el artista. Era un chico con el que había hablado alguna vez por una de esas redes sociales que se tienen en el teléfono para conocer gente. Había visto algunas fotos de él con su arte y esa fotografía estaba por algún lado.

 Entré casualmente una tarde y tuve como excusa la tormenta que se había formado de un momento a otro. Caían perros y gatos y no pensaba mojarme porque sí. Entré a la galería tratando de no hacerme notar demasiado, pero fracasé por completo porque una mujer de falda y saco gruesos y lentos aún más gruesos se me acercó y empezó a preguntar por mis gustos artísticos y las razones que me habían traído allí. No sé mentir muy bien así que confesé que la lluvia había sido el factor más importante.

 Ella argumentó que los dioses vivían en la lluvia y que no había sido casualidad mi entrada allí. Me habló de todo un poco en unos cinco minutos, tanto que me dio algo de mareo tantas palabras que salían de su boca. Yo solo había entrada por una foto y, en un momento, me había mostrado decenas de otras obras de arte y me había contado incluso chismes de algunos de los artistas. Menos mal el timbre de la puerta al abrirse, algo que yo no había notado al entrar, le avisó que había más gente en el lugar y corrió sin explicación a recibirlos, dejándome algo confundido en la mitad del lugar.

 Aproveché para ver la fotografía que me había llevado a entrar y, en efecto, era la que yo conocía. Uno de los modelos era el novio del chico con el que yo había hablado. Creía recordar que tenían una relación abierta o algo así. Es algo que no entiendo mucho pero cada uno con sus cosas. Me quedé viendo la fotografía un rato largo. Pero la verdad era que no la estaba detallando sino que pensaba en las razones por las cuales yo no tenía un novio a quién fotografiar ni razones para tener una de esas relaciones “modernas”.

 Fue entonces cuando sentí el aliento que sentía de nuevo esa mañana en la cama. Era Ramón pero yo aún no sabía su nombre. Alcancé a ver en su mano la pequeña caja metálica de mentas que, hábilmente, metió en su mochila de estudiante. Sí, era obvio que era más joven que yo pero se veía mayor, tal vez por su vello facial y su altura. No dijo nada, sino que miró la fotografía un buen rato hasta que volteó el rostro hacia mi y me preguntó porqué miraba esa foto con tanta pasión. Por un momento, no supe que decir.

 Me siento estúpido diciéndolo, pero sus ojos eran increíbles. No era el color lo que era especial sino su brillo o algo por el estilo. Aún ahora no entiendo muy bien qué es lo que veo en ellos que me deja sin habla. Recuperé ese don en instantes y le respondí, como a la mujer de la galería, con toda la verdad. Le conté del chico de la red social, de sus fotos, de la lluvia y de cómo había quedado confundido más de una vez en tan poco tiempo. Lo único que no le dije fue mi opinión sobre sus ojos.

 Él asintió y me preguntó si me gustaba el arte y le dije que sí aunque no sabía demasiado acerca de ello. Fue entonces que, de la nada, tomó mi mano y me llevó a la fotografía que había al lado de la del chico que yo conocía. Sin soltarme, me preguntó que me parecía. Yo no podía pensar claramente porque un desconocido me tenía tomada la mano. Pero me di cuenta pronto que no la apretaba sino que la tomaba con cierto cariño. Era un sentimiento muy extraño, por lo que me dejé llevar por completo.

 Estuve un total de tres horas en la galería de arte, yendo de la mano a cada fotografía, cuadro, escultura u otra obra de arte que hubiese en el lugar. Lo dijimos todo sobre todo y en ese espacio hablamos del uno y del otro. Nos conocimos bien en esas horas y para cuando nos separamos, tuve que admitir que la mujer de la galería podía tener algo de razón en eso de que los dioses me habían llevado a ese lugar para conocer a Ramón. No creía mucho en el misticismo de la idea pero tampoco me cerraba a que cosas tan extrañas como esa pudiesen pasarle a la gente.

 Después de eso, nos vimos al menos una vez por semana. A veces era solo para tomar un café, otras veces caminábamos juntos por ahí, apreciando el entorno o hablando de todo un poco. La primera vez que fui a su casa, tomamos vino y miramos varios videos y páginas de internet. Hablamos de tantos temas que a veces ya ni me acuerdo de cuales fueron o que fue lo que dije, pero él si lo recuerda y es entonces cuando sé que dijo y que dije y me sorprendo a mi mismo. Es algo que no esperaba para nada.

 Esa noche nos dimos un beso, un beso como esos que damos a nuestras parejas del colegio, unos besos que por muy apasionados que puedan ser, terminan siendo unos besitos de niños tímidos que no saben donde poner las manos o qué hacer después de terminar la unión de los labios. Eso sí, fueron bastantes besos y mucha charla, y mucho vino. Obviamente estuve tentado a pasar la noche con él pero terminé negándome a esa posibilidad porque algo me decía que esa no era la mejor opción para mí.

 Y tenía razón. Debía ir con más calma, sin acelerar el paso sin necesidad. Antes en mi vida había acelerado en innumerables ocasiones sin pensarlo ni siquiera un segundo y todo había terminado mal. Esta era la oportunidad perfecta para ver cual era mi ritmo óptimo, algo no muy pausado ni muy acelerado. Seguramente podía lograr algo mejor que lo que había hecho ya en mi vida, que ciertamente no era mucho para alardear. Así que seguimos viéndonos y solo siendo nosotros mismos.

 La mañana que sentí su aliento cerca de mi cuerpo, fue el día siguiente a nuestra primera relación sexual. No hubo alcohol ni nada parecido. Lo único que hubo fue una buena película más temprano y una excitante conversación acerca de un montón de temas que nunca había podido discutir con nadie. Yo no tenía muchas personas con quien hablar y era muy emocionante tener una persona para conversar y poder intercambiar opiniones sobre ciertas cosas en las que yo solo podía pensar en silencio.

 Cuando abrió los ojos, le sonreí. Su respuesta fue abrazarme y darme un beso en la mejilla. Obviamente seguía medio dormido pero no me importó en lo más mínimo. Lo besé en sus mejillas y en la frente y pronto se quedó dormido en mis brazos, respirando suavemente de nuevo.

 Más tarde, comimos juntos y nos paseamos por ahí, a veces sin decir mucho sino compartiendo pequeños momentos. Si eso era el amor, estaba dispuesto a probarlo, así fuera una vez en la vida. No sabía que era lo que podía pasar después pero eso no importaba. El presente es lo único que existe.