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lunes, 26 de noviembre de 2018

Humanos


   No, la vida nunca ha sido justa. Es gracioso cuando alguien se arrodilla y le pide a Dios explicaciones, argumentando que lo que pasa no es “justo”. El concepto de justicia es uno que los seres humanos inventamos para prevenir que unos pasen por encima de los otros, para hacer que todos seamos iguales bajo otro concepto inventado que es el de la ley. Creamos cosas que nunca antes existieron para sentir que el mundo vive en un equilibrio constante alrededor nuestro, lo que es una ilusión.

 Aunque es cierto que el mundo se equilibra a si mismo, son las fuerzas naturales las que hacen esto y muchas veces se toman un buen tiempo para llegar a un equilibrio verdadero, no es algo instantáneo. Los seres humanos, cuando nos dimos cuenta de que la naturaleza podía ser un poco lenta para solucionar problemas, tomamos el toro por los cuernos e inventamos unas cuantas reglas que todos debíamos respetar para evitar un desequilibrio que pusiera en peligro nuestra existencia y supervivencia en un mundo hostil.

 Con el tiempo, y bajo esas reglas, el mundo comenzó a ser nuestro y ya no teníamos que poner demasiada atención a lo que la naturaleza pudiera lanzarnos pues nuestra inteligencia se adelantaba a la lenta progresión natural y podía, con facilidad, adelantarse a lo que pudiese ocurrir. Por eso ya no le tememos de verdad a la naturaleza o por lo menos no era así cuando no habíamos destruido tanto en nuestro mundo que la naturaleza tuvo que ponerse en pie para empezar a pelear, a protestar de forma cada vez más notable.

 Le volvimos a temer a la lluvia y al viento porque fuimos nosotros los que atacamos primero. La naturaleza era solo ella, era lo que es y nada más. Pero nosotros llegamos, pensamos y destruimos, sin nada más que decir. Y tuvimos la osadía de pensar que el mundo era nuestro y que podíamos hacer lo que se nos diera la gana, pues uno hace lo que quiera en su casa. Estábamos equivocados y ahora lo vemos casi a diario y por todas partes. No somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos.

 Inventamos cosas, físicas e imaginarias, para hacernos la vida cada vez más fácil. Pero lo que hacemos es seguir destruyendo y no nos damos cuenta. Tenemos una vocación increíble, como seres vivos, de ir mucho más allá de lo que somos. No estamos contentos con ser lo que somos y nada más, queremos cada vez más y más y más y no nos detenemos en la meta que nos ponemos sino que luego pasamos a otra y a otra y así hasta que morimos y alguien más debe tomar nuestro lugar.  Es el ciclo de vida que hemos creado para nosotros mismos, otra ilusión que no existía y nos hemos asignado.

 No contentos con destruir la naturaleza que nos dio la vida, ahora apuntamos a nosotros mismos. Las leyes, las reglas y todas las demás maneras de limitarnos, están haciendo que la creatividad, que es la que nos caracteriza y separa de los demás animales sobre este planeta, se esté limitando cada vez más a lo que un grupo de nosotros quiere y necesita, dejando de lado mucho de la imaginación originales del ser humano. En otras palabras, estamos destruyendo lo que nos hizo un ser distinto a todos los demás en existencia.

 Creemos que lo hacen unos es correcto porque siempre los hemos seguido, tal vez porque se han ganado un lugar entre los más brillantes o entre los más aventureros. Posiblemente, sea porque los que tienen más dinero suelen tener una voz a la que se la da más importancia. El caso es que no decimos nada cuando, poco a poco, nuestras voces se van apagando porque ellos así lo han pedido. No peleamos cuando vemos, en el día a día, como todo está construido para que no reflexionemos, a menos que sea útil para “todos”.

 Lo peor viene cuando algunos de nosotros empezamos a repetir lo que dicen esos a los que hemos dado mayor importancia. Repiten y repiten. Se convierten en una versión humana de los pericos o los loros, seres que en verdad no reflexionan demasiado sino que solo viven por impulsos. De hecho, y siendo justo con las aves, muchas de ellas muestran algún grado de comprensión de ciertas situaciones. Algunos de nosotros ni siquiera tenemos eso. Solo atacamos cuando lo creemos necesario y repetimos y repetimos.

 Los que lo hacen, lo hacen por miedo. Se les ha asustado una y otra vez con el cuento de que, si dejamos que la gente haga lo que quiera, pronto será todo un caos y terminaremos por volver a la naturaleza, donde la mayoría no quiere volver. Le temen a lo salvaje, a lo que no se puede controlar, a aquellos impulsos básicos que residen en el interior de todo ser humano. No quieren volver a ese estado primordial del ser humano en el que nada se puede controlar y todo está bajo el reino de lo natural, lo más básico.

 Somos seres temerosos, temblamos con cualquier cosa. Incluso en nuestros primeros días como especie éramos débiles y tuvimos que crear sociedades y entidades, así como reglas para poder florecer como lo hicimos. Todo se lo debemos a la naturaleza, de nuevo, que nos dio cerebros que podían hacer mucho más de lo que jamás se había visto en este mundo. Y lo que hacemos hoy con ese regalo es limitarlo para que solo haga unas pocas cosas, las que hemos decidido calificar como “aceptables”.  Creamos de paso grupos marginales, formados por aquellos que no consideramos parte de la sociedad.

 Antes eran los artistas y luego fueron los músicos y con el tiempo se empezaron a definir por sus modas que se salían de la norma. Todas esas personas eran de la clase que la sociedad en general no consideraba aceptable. Eran los cerebros que habíamos querido apretar y limitar y simplemente no habíamos podido. Y se les echó la culpa de no querer ser parte de la comunidad de seres humanos con mismos valores y leyes y reglas y se les puso aparte, se les atacó y se trató de eliminarlos como se pudiera.

 Aquí aparecen todos esos odios que tenemos el uno por el otro, como seres humanos. Cuando odiamos a un negro siendo blancos o cuando odiamos a los blancos al ser indígenas o golpeamos a un hombre por tener sexo con otro hombre. Todos esos odios han sido alimentados por la verdadera bestia, por el monstruo creado por el hombre llamado sociedad. Le hemos dado poder a algunos y ahora ellos lo usan para controlar y para decirnos a quienes debemos atacar después. Porque nunca termina, solo cambia un poco.

 Nos creemos superiores a los animales salvajes, creemos ser mejores que ellos porque hablamos y pensamos pero la realidad es que usamos nuestra boca para decir cosas que no importan y utilizamos el cerebro como nos han pedido que se use. Atacamos a los que no responden a esas normas sociales, a los que no viven la vida que todos han vivido. Los que no quieren lo mismo que el grupo mayoritario, entonces son raros y deben saber lo que son. Se les ataca, se les aminora y se le quitan las oportunidades al instante.

 Los seres humanos somos seres que nos hemos dejado llevar y ahora no somos más que una sombra de lo que pudimos haber sido. Todavía se piensa que seremos algo increíble en el futuro, que revolucionaremos este rincón del universo y que todo seguirá girando alrededor nuestro, porque nosotros somos los únicos que importamos. Nos vemos yendo más allá de las estrellas, todavía con las mismas reglas, los mismos valores y respondiendo al mismo grupo central, al monstruo, que dicta cómo y qué debemos ser.

 Pero ese momento pasó. El momento en el que podíamos tener la oportunidad de hacer algo por nosotros, de evolucionar a un ser aún más avanzado, ya pasó. Seguiremos cambiando, obviamente, si es que no nos matamos los unos a los otros antes de la naturaleza nos de ese último impulso.

Porque aunque la odiemos y le tengamos miedo, la naturaleza es la madre que no nos quiere dejar, la que nos da vida y nos acoge cuando morimos. No llegaremos a ser nada espectacular, tal vez solo una bolsa de carne que piensa. Pero tuvimos la oportunidad. La desperdiciamos pero la tuvimos.

lunes, 26 de marzo de 2018

Abre los ojos


   Una, dos y tres veces. Y luego seguí sin que me importara nada. Seguí y seguí hasta que dejé de sentir los dedos, las manos enteras. Mis brazos se entumecieron del cansancio y el dolor y fue entonces cuando por fin me detuve. En mi mente, para mí, habían pasado horas. Pero en realidad, todo había sido cuestión de minutos. Me di cuenta de que temblaba. Un frío helado me recorrió la espalda. Ese golpe contundente fue el que me despertó de mi enojo, de mi rabia y del dolor que me había cegado.

 Los nudillos los tenía destruidos. Me chorreaba sangre de ellos pero no demasiada. Los dedos temblaban con violencia y no podía estirarlos ni cerrar el puño por completo, no de nuevo. La sangre que cubría mis manos no solo era mía sino del tipo que tenía adelante, tirado en el suelo. Lo escuchaba llorar, moquear un poco e incluso decir algunas palabras de suplica. Pero, como hacía unos minutos, yo no escuchaba nada de lo que decía. No solo porque no me importaba sino porque había perdido ese sentido momentáneamente.

 Lo que oí primero, sin embargo, fue la sirena de una patrulla que se acercaba a toda velocidad. Tuve el instinto de correr, de alejarme de allí lo más rápido posible, pero recordé pronto que ese no era el plan, eso no era lo que había cuidadosamente preparado. No, debía quedarme allí y asumir lo que había hecho. De la nada, un chorro de rabia surgió de mis entrañas, probablemente lo último que tenía adentro. Usé ese impulso para patearlo un par de veces en el estomago, para evitar que él fuera quien se escapara.

 La policía por fin llegó y, como lo esperaba, me arrestaron. Uno de los uniformados quiso ponerme esposas pero prefirió no hacerlo por el estado de mis manos. Me miró fijamente y me dijo que me metiera en la parte trasera de la patrulla. Debió detectar que mis intenciones no eran diferentes, porque lo dijo de una manera calma, sin presiones. Yo hice lo que me pidió, pero no cerré la puerta porque no podía. Ellos revisaron al herido y llamaron una ambulancia. Esperamos hasta que llegó y se lo llevó al hospital.

 Por nuestro lado, fuimos a la comisaría. Lo primero que hicieron allí fue tomarme las fotos de rigor e identificarme. Fue un proceso rápido, sin ninguna sorpresa. Lo siguiente que hicieron fue enviarme a la enfermería para una rápida curación de mis manos, que vendaron, no sin antes usar una crema especial que al parecer ayudaría a que las heridas cerraran pronto. No me quejé en ningún momento ni me rehusé a nada. Miré a la cámara directo al lente para las fotos y pensé en todo menos en mi dolor mientras curaban mis manos. Cuando me metieron a la celda, inhalé profundamente.

 Allí estaba yo solo. Para ser una ciudad tan violenta y problemática, era un poco extraño que me metieran solo en una celda. Debía haber otras, supuse. Era el tipo de cosas que me ponía a pensar para no reflexionar demasiado. Porque si me ponía a pensar mucho en lo que había hecho, en mi plan, me arrepentiría en algún momento y dañaría todo de manera irremediable. Me senté en un banco metálico y allí contemplé por mucho tiempo el suelo y las manchas de sangre seca que allí había.

 Seguramente habían peleado allí una banda de vendedores de drogas o tal vez de habitantes de la calle. Es posible que algunos cuchillos se hubiesen visto envueltos en todo el altercado o incluso algo más sutil como una cuchilla para afeitar o algo por el estilo. Quien sabe cuanta gente había pasado por allí, de paso a la cárcel. Tal vez no eran tantos o tal vez muchos más de los que la mayoría de gente pensaba. No tenía ni idea pero todo el asunto me hizo pensar en la posibilidad de terminar encerrado para siempre.

 Me tranquilicé rápidamente diciéndome que sería un injusticia enviarme a la cárcel por golpear a un hombre. Al fin y al cabo, no lo había matado. Eso sí, no me habían faltado las ganas y debo admitir que mi primer plan había contemplado esa posibilidad. Pero mi abogada, con la que había hablado antes de planearlo todo, me había aconsejado no hacer algo tan extremo. Ella era de esos abogados que se mueve muy bien en el agua turbia pero sabía el tipo de persona que era yo y no quería verme envuelto en algo demasiado oscuro.

 Eso sí, no puedo decir que ella me diera ideas para nada. Ella solo escuchaba lo que yo tenía para decir y después de un momento me decía su opinión al respecto y las consecuencias legales que existirían en cada caso. Nunca me aconsejó nada en especifico, seguramente porque no era nada tonta y tenía claro que no podía arriesgarse a que yo la culpara, en el futuro, de ser la artífice de todo el plan. Pero la verdad era que yo no tenía ninguna intención de echarle la culpa a nadie más por mis acciones.

 Más allá de ser abogada, Raquel era una de mis pocas amigas. Me conocía bien y sabía de primera mano todo lo que había ocurrido en los últimos meses, comprendía bien mis motivaciones para hacer lo que quería hacer y jamás me quiso detener. De pronto ese era el único problema que tenía respecto a todo el asunto, y sí detecté ese nerviosismo en ciertas ocasiones, pero la última vez que nos vimos me dio un abrazo que fue más explicito que escribirme una carta de cuatro páginas. Ella sabía muy bien lo que yo quería y porqué. Creo que la aprecio más ahora que nunca antes.

 Un policía por fin vino y tomó mi declaración, junto con un enviado de la fiscalía. Conté todo lo que había ocurrido ese día, cómo había planeado desde el primer segundo de la mañana seguir a ese hombre, y esperar con paciencia hasta que estuviese completamente solo para hacer lo que quería hacer. Confesé haberlo secuestrado y llevado al lugar al que habíamos llegado, una fábrica abandonada en la mitad de la ciudad adónde nadie llegaría a menos que yo dijera donde estábamos.

 Y de hecho, eso fue exactamente lo que hice. Con anticipación, programé un correo electrónico que sería enviado a la policía y a otras entidades para que llegaran al lugar en el momento preciso en el que yo quería que llegaran. Debo confesar que mi calculo falló por algunos minutos, que fueron los que utilicé para patear al infeliz en el estomago. No me siento orgulloso de ese ataque de rabia pero tampoco me avergüenzo pues creo que tenía todo el derecho de hacer lo que hice.

 Fue entonces cuando les pedí que revisaran su cuenta de correo electrónico de nuevo. Había programado un segundo correo, esta vez conteniendo un video con toda la información que tanto la policía y la fiscalía, como miles de otros pudieran querer y necesitar para absolverme al instante. Además, el video se subió automáticamente a varias redes sociales y mi intención de hacerlo viral fue un éxito total. A esa hora, ya muchos sabían de mis razones e incluso me aplaudían por mi proceder.

 A la hora, Raquel vino a recogerme. Había quedado libre, a pesar de que todavía había algunos cargos contra mí, cargos de los cuales podría deshacerme con una increíble facilidad. Todos me miraban de camino al coche y cuando me bajé en mi edificio y subí a mi apartamento. Al parecer todos se habían quedado sin voz y yo no entendía que parte de todo el asunto los hacía quedarse así: sería lo que había sucedido, lo que yo había hecho o toda la situación? En todo caso, los entendía a todos, sin importar la razón.

 Nadie esperaba ver a un hombre rico, con familia y nombre, en un video casi pornográfico. Y no lo era porque el video no mostraba sexo consensuado entre dos adultos sino una violación. Poder obtener ese video me costó mucho más que sangre pero valió la pena.

 Destruí a un hombre por completo y lo único que tuve que hacer fue centrar la atención sobre mí, convertirme en un villano para entregarle al mundo el villano real. Lo que pensara la gente sobre mí no me importaba ya. Solo quería que la gente, por una vez, abriera los ojos.

lunes, 19 de febrero de 2018

Venganza


   El primer tiro atravesó la cabeza del hombre que estaba más lejos, el siguiente fue a parar en el pecho del segundo, a media distancia. El que estaba más cerca, un calvo alto de apariencia nórdica, reaccionó demasiado tarde después de ver como sus compañeros caían al suelo. Gabriel le apunto, entre los ojos. El tiro fue casi limpio, sin contar con el chorro de sangre que manchó la pared inmaculadamente blanca. Los cuerpos estaban completamente quietos, enfriándose con rapidez.

 Los tiros no habían sido escuchados por nadie. La construcción en la que se habían citado, en la que habían hecho con Gabriel lo que habían querido, estaba lejos de la ciudad y cerca de una planta de energía abandonada. Nadie se acercaba a la zona a menos que buscaran algo en particular. Y eso era lo que habían querido esos hombres al secuestrar a Gabriel en la mañana del día anterior. Pero él había anticipado sus movimientos y se había preparado de la mejor manera posible.

 Sabía desde hacía meses que lo perseguían. Al fin y al cabo, a ningún mafioso le gusta que lo traicionen de un momento a otro y menos aún que lo roben frente a sus narices. Gabriel había ido sacando dinero de las cuentas de uno de los hombres más sanguinarios y ricos del país y la había pasado a una cuenta en el extranjero, que nadie nunca podría encontrar a menos que supiera muy bien que pasos tomar o que fuese él mismo. Al fin y al cabo, había estudiado años todo lo que tenía que ver con las finanzas.

 Desde joven le había fascinado el dinero. Tanto así que desde los diecisiete años su meta en la vida había sido lograr ser el millonario más joven de la Historia. No lo consiguió pero sin terminar la universidad había ya trabajado con las firmas mas prestigiosas, ganando bastante dinero y manejando mucho más de lo que jamás hubiese pensado que existía en el mundo. Sus habilidad y sus ambición lo habían llevado de un lado a otro, hasta conocer a Rodrigo Soto, el matón de la Bahía.

 Así le llamaban sus hombres en privado. Nadie en el mundo de la farándula, al que le fascinaba pertenecer, le decía así. O mejor dicho, sabían que decirlo en voz alta era una garantía de amanecer muerto en algún rincón sucio del país. Por eso todos sonreían, lo saludaban y querían estar con él al menos por un momento. Algunos incluso habían aceptado su dinero para diversos negocios e incluso como donación para obras de beneficencia, cosa que a él le encantaba pues vivía en un mundo en el que él era el hombre más bueno del mundo y todos le debían por eso.

 Gabriel rápidamente supo que clase de persona era y muy tarde se dio cuenta de que ese mundo no era en el que quería trabajar. Se había dejado seducir por todo lo que le ofrecía el nuevo trabajo con soto: no solo dinero sino mujeres o hombres, o ambos. Viajes por el mundo y todo lo que se pudiese comprar,  que para Soto era todo lo que tocaran los rayos del sol. Era un hombre que no solo era ambicioso sino que sabía muy bien como manejar su poder y como usarlo para influenciar a otros.

 Como siempre, al comienzo todo era ideal. Gabriel manejaba mucho dinero, hacía cosas ilegales y legales, viajaba por el mundo y tenía lo mejor de lo mejor. Y cualquier cosa que quería podía ser suya, desde un reloj de plata incrustado con zafiros hasta la persona más bella del planeta. Lo tenía todo al alcance de la mano y fue entonces cuando sintió esa pequeña voz que algunos tienen en la cabeza. Su conciencia le decía que había algo que no cuadraba, que no todo estaba bien.

 Empezó a ver de verdad. A ver lo que hacía el dinero sucio, como gente desaparecía por todos lados por una orden de Soto. Sus hombres, sus perros como les decía Gabriel, eran hombres sin corazón ni alma, casi entes que hacían lo que él les pidiera. Y fue el día en el que mataron a una de las muchachas que el jefe había mandado traer, aquel en el que Gabriel se dio cuenta que se había metido de lleno en algo que jamás había pensado estar, algo peor que sus malos manejos de fondos.

 Fue entonces cuando se le ocurrió volverse en una especie de Robin Hood. Sabía que Soto era inteligente pero no lo suficiente para darse cuenta que su dinero iba desapareciendo, de a muy poco todos los días, No eran más que unos centavos a diario, de cada una de sus cuentas, pero desaparecían todos los días del año. Como Gabriel era el único que manejaba todo, sabía que nadie más se daría cuenta hasta muy tarde, cuando él estaría lejos de ellos y todo su asqueroso poder.

 Pero como lo hacen muchos, Gabriel subestimó el poder y el alcance de Soto. El hombre no se había convertido en el mayor matón del país siendo un idiota y por eso tenía gente que vigilaba a su gente, algo que hacía con todos los que tenían alguna conexión con sus negocios, familia y demás. Al comienzo, la mujer que seguía los pasos de Gabriel no notó nada raro. De hecho, le tomó dos años darse cuenta que algo estaba mal con las cifras que Gabriel reportaba. Eran cambios mínimos pero estaba claro que no todo estaba como debía de estar. Fue entonces que Gabriel desapareció.

 Él no sabía de la mujer pero la coincidencia hizo que Soto no dudara en mandar a gente por él. Sin embargo, en la mente retorcida del matón la muerte no era suficiente castigo. Y no era como otros de sus calaña que mandaban a amputar partes del cuerpo o torturaban a la familia del verdadero enemigo para quebrarlo antes de terminar con su vida. Sus ideas eran siempre diferentes, sobre todo cuando se trataba de terminar con sus enemigos más fuertes, y Gabriel se había convertido en uno de ellos.

 Fue así que los perros de Soto demoraron meses para poder dar con el paradero de Gabriel. Lo encontraron por fin en una ciudad alejada de todo. Fue en ese lugar donde acataron las ordenes de su jefe: secuestraron a Gabriel y lo llevaron a las ruinas de una fabrica de cemento que había quebrado hacía varios años. Hasta allí habían llevado varias herramientas pues el castigo las requería. Ellos no pensaban, solo hacían lo que les ordenaban hacer. Eran casi muertos vivientes, dispensables.

 Llamarlo una violación sería demasiado simple. Lo que le hicieron a Gabriel por varias horas fue algo mucho peor. Sería demasiado mórbido describirlo al detalle en este escrito. El caso es que el hombre no era la misma persona un día que al siguiente. Dentro de él surgió alguien que había estado oculto por mucho tiempo entre las sombras, un ser de odio y rencor que se había escondido allí o tal vez había sido creado por lo vivido. Fue él quien tomó posesión de Gabriel y mató a esos hombres con una de sus armas.

 Pero él se había preparado. Como Soto, Gabriel no era ningún idiota. Sabía que tarde o temprano lo alcanzarían y que seguramente harían cosas horribles con él, era el estilo de su antiguo jefe. Pero mientras esperaba ese momento, se entrenó como pudo y preparó el día que sabía sería el que cambiaría para siempre su vida. Había plantado un micrófono en una zona oculta de su ropa y había manejado la mente vacía de los perros a su antojo.

 Lo que le hicieron había sido innombrable pero él sabía bien que podía haber sido mucho peor. Desarmar a uno de los hombres había sido tan fácil como cuando lo había practicado y matarlos a los tres había sido aún más simple, incluso había sentido placer.

 Adolorido, parcialmente destruido y cambiado, Gabriel escapó del lugar para viajar lejos de nuevo. Depositaría la grabación de lo dicho por los perros, que siempre hablaban de más, en un oficina de correos, así como copias de la información que poseía sobre Soto. Luego desaparecería una vez más, ojalá de manera permanente.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Dormir, soñar y esperar... De nuevo

   Siempre pasa lo mismo: cuando no duermo tarde, mis sueños son mucho más vividos de lo normal. Es como si fuera la manera ideal que mi cuerpo encuentra para manejar horas y horas extras de sueño. Eso y despertarme a las horas más extrañas de la noche, para luego caer dormido minutos después. Desde hace ya tiempo me duermo tarde. Más allá de las una de la madrugada en todo caso. Cuando tenía cosas que hacer era un alivio que me diera sueño a las nueve de la noche. Ya no es así.

 Como no tengo nada que hacer, el horario cambia de manera drástica. Recuerdo cuando era pequeño, y no solo de estatura como lo soy ahora, sino pequeño de verdad. Tenían que levantarme a las cinco de la mañana para poder tener tiempo de bañarme, vestirme y desayunar antes de que el bus del colegio llegara. Normalmente todo eso me tomaba una hora. Ahora, obviamente, me tomo algo más de tiempo porque no tengo tanta prisa como antes. Pero es gracioso recordarlo.

 Gracioso y cruel puesto que creo que despertar a un niño a esas horas de la mañana es algo casi bárbaro pero así eran las cosas en ese entonces. Las clases empezaban a las siete y media de la mañana y seguían, con un par de descansos, hasta las tres y media de la tarde. Hubo una temporada en que se extendieron hasta las cinco pero fue solo porque elegí tener algunas clases extra para ver si ayudaban con mi promedio. No recuerdo bien si funcionó o no pero sé que lo hice.

 En esa época soñaba, o mejor dicho recordaba mis sueños, solo cuando ocurrían en los fines de semana, que eran los momentos que tenían para dormir de verdad. Del viernes al sábado y del sábado al domingo. Me acostaba tarde ya para entonces, sobre todo cuando me convertí en adolescente. Pero lo compensaba despertándome hacia el mediodía del día siguiente, algo que mis padres nunca me reprocharon y francamente siempre creí normal hasta que tuve amigos de verdad.

 No recuerdo que soñaba. Probablemente se tratara de esos sueños extraños que nadie entiende o tal vez se tratara de sueños sobre el futuro, un futuro que ya no importa puesto que nunca pasó. Dudo mucho que haya soñado con exactamente lo que estoy haciendo ahora. Solo recuerdo que no me despertaba así, en medio de la noche, a menos que se tratara de una de esas pesadillas que lo dejan a uno frío. Sucedieron algunas veces y entonces la solución era muy sencilla: ir a la cocina, tomar un poco de agua y luego volver a la cama como si nada para tratar de conciliar el sueño pensando en algo alegre.

 Ahora lo que intento hacer es simplemente tener la mente en blanco. Tener algo alegre en mi mente no es una prioridad cuando voy a acostarme, sobre todo porque también tengo que tener en cuenta el frío que hace en la noche y lo difícil que es a veces encontrar la posición perfecta para dormir, tomando en cuenta las sabanas y el hecho de que no puedo quedarme dormido mirando al techo. Supongo que me siento muy vulnerable o algo así. Nunca he sabido cual es la razón.

 Sueño un poco más cuando hago lo que les decía antes: dormir antes de la hora en la que me duermo normalmente. Es algo un poco extraño porque si duermo pocas horas, no sueño pero si me siento tremendamente cansado. Entonces cada noche se trata de decidir entre una cosa y otra. No es fácil elegir ya que ninguna de esas situaciones me es muy agradable pero hay que aprender a vivir con esas cosas que no nos gustan, incluso cuando tienen que ver con algo que debería ser tan agradable como dormir.

 Trato de cansar a mi cuerpo lo suficiente para descansar lo mejor posible. La idea es estar tan exhausto que no haya manera de que mi mente se vaya a los sueños más locos. Solo se trata de cerrar los ojos y luego abrirlos más tarde, con la sensación de que hacer exactamente eso sí sirvió para algo. Por ejemplo esta noche, creo que descansé aunque la verdad eso solo se sabe en el primer instante, cuando se abren los ojos y todo es fresco. Ya después, segundos después, no es lo mismo.

 Nunca he dormido con nadie así que no tengo la más remota idea de si eso ayudaría o no tendría efecto alguno. No sé como es acomodarse con alguien para pasar la noche, no sé como se ponen los brazos y las piernas, no sé si alguien se aguantaría mi movimiento o el hecho de que solo pueda dormir sobre mi pecho. Es un misterio que tal vez nunca pueda responder pero me intriga saber la respuesta a todas esas preguntas, simplemente porque no he estado en ese lugar.

 Dormir no es como cuando era pequeño. Antes era algo que hacía porque había que hacerlo pero ahora sé que tengo la opción de hacerlo como yo quiera, de que el sueño se ajuste a mi y no al revés. Puedo domesticar mi manera de dormir. Pero lo que no puedo hacer, por mucho que intente, es controlarlo todo una vez he cerrado los ojos. Puedo más o menos saber si soñaré o no, si tal vez vaya a despertarme a mitad de la noche, pero más allá de eso es imposible saber. Mucho menos tratar de adivinar el contenido de los sueños y, misterio mayor, su significado si es que lo tienen.

 El otro día soñé horas y horas. Sentí que cada momento que estuve dormido fue parte del sueño. Pero como siempre, los recuerdos al respecto son cada vez más débiles. Y esos recuerdos están a punto de desaparecer pues ya no tienen importancia. No tienen información útil y seguramente no tienen nada de interesante, más allá de ser míos y de haber ocurrido de la manera que lo hicieron. Apenas y recuerdo algunas mujeres y una edificaciones extrañas en un mundo tanto lejano como cercano.

 Sí, no tiene ningún sentido pero ese es el punto de los sueños: que se creen mundos que parecen pertenecer a la realidad pero que en realidad están mucho más allá de nuestro entendimiento. Siempre me encuentro allí con personas que nunca he conocido pero más seguido con aquellos que conocí alguna vez. Relaciones ya perdidas vuelven a ser una realidad en los sueños y es como si nada hubiese ocurrido, como si la vida no hubiera seguido avanzando como lo hace sin remedio.

 Y esos lugares… Los conozco, estoy seguro. Sean de mis recuerdos de infancia o de la semana pasada, incluso de las películas que he visto, sé que todos y cada uno de esos lugares tienen una base real, un ancla que los amarra a la realidad, no importa lo fantásticos y absurdos que puedan llegar a ser. Una vez fue una serie de colinas verdes que nunca terminaban, con un edificio solitario en alguna parte. Otras veces han sido versiones modificadas del colegio en el que estudié.

 Eso es lo que se me hace interesante de los sueños, el cerrar los ojos y no saber adonde va a llevar el transporte esta vez. Tengo que decir que le da algo de emoción a mi vida, una emoción que dejó de existir hace poco y que necesito de vuelta y no sé como conseguir. ¿Que haces cuando nadie te quiere cerca, incluso cuando se trata de aprovecharse de tus talentos, en el caso de que tengas algunos? ¿Acaso son solo validas las personas que dejaron de vivir desde una temprana edad?

 Y al fin y al cabo, ¿a quien le importa más que a mí? Soy yo quien no duerme pensando en eso, soy yo el que me quedo con la vista perdida varias veces al día, mirando hacia delante, preguntándome si hay allí algo para mí o si no sirve de nada seguir insistiendo.


 Soy una persona que no cree en los significados ni en que las cosas llegan porque las personas las merecen. No creo en la justicia divina ni en la humana. Solo creo que me tengo solo a mi mismo y es difícil aceptarlo lo solo que se está, incluso para alguien acostumbrado a soñar.